Es lo que tiene la esperanza, que en invierno nos hace pensar en la primavera y en el rocío de las flores reventando al compas del trinar de las aves que retornan después de su larga ausencia.  
Pronto escampará, decimos cuando retumban los aguaceros sobre los techos de lámina en los arrabales y las goteras son una más de las penas del paria,  mientras las calles se transforman en ríos donde los niños saltan y juegan con sus barcos de papel, con el hambre en las tripas y los sueños cundidos de inocencia.  Marginados ancestralmente. La leña mojada aperchada a un costado de la cocina nos recuerda que el polletón sin rescoldo no es la poesía silvestre de las flores que embellecen el campo. Y el batidor sin el café caliente es como una olla sin alma, cuando no tiene frijoles. Pronto aclarará, decimos en el pueblo mientras el temporal ahoga el milpal, esperando que la raíz resista y no se deje arrastrar por la correntada y la necesidad  nos anegue.