Entrevista al periodista Rafael Poch de Feliu
Alda
¿En qué situación se
encuentra la Unión Europea en esta coyuntura mundial de ‘cambio’ y
‘desorden’? ¿Qué papel juega en este tránsito tras la Guerra Fría de un
mundo unipolar -con una potencia hegemónica- a otro multipolar?
La
crisis que parece desintegradora de la UE, la sensación de que cada vez
está más dividida entre los intereses y tendencias del Norte y del Sur,
del Este y del Oeste, de Francia y Alemania, así como de algunas
regiones, con el resultado de una parálisis fenomenal, ejemplariza,
precisamente, ese desorden más general y forma parte de él. En esas
condiciones se está mostrando completamente incapaz de configurarse como
actor autónomo, como uno de esos actores de ese “mundo multipolar”, con
varios centros de decisión que teóricamente sería la alternativa al
hegemonismo de una sola potencia que se resiste a morir. La UE cada vez
sale menos en la foto del mundo de mañana. Hasta ahora solo la hemos
visto en el papel del “ayudante del sheriff”. Su vasallaje de Estados
unidos no tiene precedentes. Recordemos la guerra de Vietnam; ni
siquiera el Reino Unido envió allí tropas, algunos gobiernos -el de Olof
Palme en Suecia- se enfrentaron a Washington y toda Europa era un mar
de crítica. Ahora, todos están en Afganistán, una guerra criminal y sin
sentido imposible de ganar, casi todos han pasado por Irak y nadie
levanta la voz…
Con la segunda guerra de Irak hubo aquel pequeño
plante de Francia y Alemania en 2003, pero más allá de eso hubo, como
ahora se sabe, una plena cooperación a nivel de servicios secretos y
demás. En Libia la iniciativa fue francesa, seguramente para borrar los
rastros de la financiación de la campaña de Sarkozy. Luego hemos tenido
el caso del espionaje de la NSA a sus aliados y a todo el mundo. En
Berlín el teléfono de Merkel se espía desde la embajada de Estados
Unidos, a menos de un kilómetro de la cancillería. En París la embajada
es el edificio contiguo al Elíseo…Todo esto es del dominio público, ha
generado documentos gracias a los Snowden y Assange, los héroes de
nuestro tiempo que diría Lérmontov, y no ha pasado nada. Ahora Trump, el
presidente broncas, está trabajando activamente para emancipar a
la UE de esas tutelas. Todo está resquebrajado y Trump aun lo tritura
más; el G-7, la OMC, la OTAN, la OPEP, hay que darle las gracias a Trump
por ello, pero no parece que la UE esté en posición de sacar provecho…
Así que la Unión Europea, a la que se daba como seguro poder ascendente,
está sumida en una seria y paralizante crisis desintegradora pero no es
el único aspirante a un papel en el mundo multipolar que se encuentra
en esa situación.
Los avances de América Latina sacudiéndose gran
parte del tradicional tutelaje del vecino del norte conocen
inquietantes reacciones en países clave como Brasil, Argentina y la
caótica Venezuela chavista, que cometió, a diferencia de la Rusia de
Putin, el imperdonable delito de repartir entre los pobres renta
petrolera. Es cierto que un país tan importante como México ha conocido
un cambio con la holgada victoria de López Obrador, pero el nuevo
presidente no parece tener propósitos de encabezar un liderazgo hacia la
soberanía continental semejante a los de Lula y Chávez en la década
anterior. Oriente Medio está más desorganizado y tenso que nunca, con la
novedad de que ninguna potencia externa –y desde luego tampoco Estados
Unidos gran factor de caos allá– es capaz de intervenir con eficacia
determinando el curso de los acontecimientos. Rusia se ha restablecido
militarmente, pero en todo lo demás, en su estructura económica y en su
régimen político, sigue siendo un país atrasado. Y en Asia, más allá de
la evidencia del ascenso chino, son fundadas las dudas de que ese
paquidermo llamado Organización de Cooperación de Shanghai pueda llegar a
bailar un vals y ser verdaderamente operativo en la esfera
internacional… Así que podemos concluir que la tendencia mundial, la
evolución de la correlación de fuerzas entre potencias y regiones,
erosiona ciertamente al hegemonismo, pero, que al mismo tiempo, los
aspirantes al relevo multipolar, quizá con la excepción de China, están
bastante averiados.
La Unión Europea se ha convertido en una
construcción oligárquica y antidemocrática que poco o nada tiene que ver
con los teóricos principios fundacionales. ¿Cómo hemos llegado hasta
aquí?
Aclaremos primero eso de los “principios
fundacionales”. La integración europea fue, sin duda, un producto de la
guerra fría. Como explicaba Eric Hobsbawm, el proyecto evidenciaba la
fuerza del miedo que mantenía unida a la alianza antisoviética: miedo a
la URSS, pero también miedo de Francia a Alemania, de Alemania a una
condena eterna a la falta de soberanía, y miedo de ambos a Estados
Unidos, a la certeza de que Washington ponía siempre su propia agenda
por delante de los intereses de sus aliados europeos. En cualquier caso,
todo venía cosido por (y no habría sido posible sin) la convicción de
Estados Unidos de que una Europa (lo mismo vale para Japón)
económicamente fuerte e integrada, era la mejor estrategia para la
“contención” contra la URSS. En ese marco, lo único que les quedaba a
los franceses era vincularse con Alemania en un cuadro superior de
integración que imposibilitara el conflicto. De ahí sale el proyecto
francés de Unión Europea. Ese impulso de paz continental es positivo y
hay que cuidarlo, pero sin idealizar todo eso del “continente de paz”,
porque no se puede olvidar la guerra incesante que esa Europa ha venido
practicando en el mundo no europeo y colonial después de la Segunda
guerra mundial, por no hablar de la desintegración inducida de
Yugoslavia, del actual conflicto en Ucrania, ambos con claras
responsabilidades de la UE, y del papel de “ayudante del sheriff”. Ese
es el “continente de paz” realmente existente. Dicho esto,
particularmente desde Maastricht ésta UE ha sido, ciertamente, la
autopista de la globalización oligárquica y neoliberal en esta parte del
mundo. ¿Cómo hemos llegado? Pues sin la menor democracia: se ha ido
construyendo un corsé de tratados e instituciones a cargo de
funcionarios y organismos al servicio del interés empresarial, con gran
peso de la economía exportadora alemana, que ha encerrado a los estados y
a las ciudadanías en una especie de cárcel.
Esta última
década, o mejor dicho desde 1992, cuando la gente ha podido votar sobre
diferentes aspectos en referéndum, los postulados del establishment han
sido derrotados, desde el Brexit a Grecia, pasando por la
ratificación/rechazo de los diferentes Tratados de la Unión. ¿Tiene
futuro una Unión que se construye continuamente en contra de la opinión
mayoritaria de la gente?
Todo menos el Brexit ha sido
ignorado. Los marcos de la soberanía y de la democracia son estatales.
La ciudadanía es estatal, no existe el “pueblo europeo”, sino la suma de
los pueblos español (multinacional), francés, alemán, polaco, etc. Sin
embargo todo se decide en instancias tecnocráticas que están por encima
de la soberanía y de la democracia, inalcanzables para la ciudadanía.
“No hay democracia fuera de los tratados europeos”, dijo Jean-Claude
Juncker hace año y medio. ¿Tiene futuro esto? Yo creo que depende de la
gente, de su acción en los estados nacionales. No creo en una “rebelión
europea” a la Varufakis, sino en la suma de transformaciones en los
Estados, porque es en ellos donde está el marco ciudadano.
Con
alguna excepción, la izquierda europea es incapaz de ofrecer una
alternativa real que haga frente al actual estatus-quo. ¿Qué
responsabilidad tiene la izquierda en esta situación?
En
general la izquierda en Europa no cuestionó la integración europea,
cultivó el mito del “continente de paz” por miedo al nacionalismo y
quedó prisionera de su marco, es decir de la versión local de la
globalización capitalista neoliberal “made in USA”. Ahora asiste al
espectáculo de que el grueso de la rebelión contra el orden establecido
lo capitaliza la extrema derecha. Supongo que la izquierda debería dar
una patada a la puerta de esa cárcel conceptual en la que está metida y
debería reivindicar el soberanismo para cambiar las cosas en cada país y
luego en la Unión Europea. Algo de eso está pasando en Francia con la France Insoumise de Jean-Luc Melenchon y en Alemania con el recién creado movimiento Aufstehen,
iniciativa de Oskar Lafontaine, el político europeo de izquierdas más
sólido, desgraciadamente en vías de retiro…En España estamos retrasados
en ese debate. En Catalunya en lugar de desembocar en la extrema derecha
el descontento ha desembocado en la payasada del “procés” y se ha
perdido gran parte del positivo impulso del 15-M.
¿Por qué se
siguen aplicando recetas capitalistas neoliberales que no funcionan y
que tienen graves consecuencias para la mayoría de la gente? ¿Hay
condiciones objetivas para construir una alternativa real de izquierdas
que haga de contrapeso a quienes imponen estas políticas, tal y como las
había para el llamando ‘mundo occidental’ cuando existía la URSS?
Esas
recetas funcionan perfectamente para lo que fueron diseñadas: engordar a
los ricos, maximizar el beneficio e incrementar la explotación vía
deslocalización, privatización, desregularización y emigración de mano
de obra. Hasta que la mayoría social perjudicada no les dé un puñetazo
en el morro no se inmutarán. Fue el miedo a la insurrección y a la
inestabilidad lo que impuso el estado social en Europa tras el shock de
la Segunda guerra mundial. Claro, el adversario soviético y su tan poco
atractivo modelo, también influyó. Desde el hundimiento del bloque del
Este se sienten más fuertes y además con la integración de todo aquello
en la economía mundial y el ingreso de India y China en ella, se ha
duplicado el número de obreros en el mundo, añadiendo unos 1.400
millones más. La correlación de fuerzas entre capital y trabajo ha
cambiado en beneficio del primero. ¿Cómo modificar todo esto en un
sentido de mayor justicia social? ¿Cómo crear una fuerza que asuste
tanto que obligue a imponer reformas sociales? Son preguntas enormes
cuya respuesta está en la historia de la humanidad.
Mientras
tanto la extrema derecha está creciendo en los diferentes procesos
electorales. ¿Cuáles son los motivos? ¿Hasta qué punto influye la
inmigración -o, mejor dicho, la gestión que se está haciendo de este
tema?
Desde finales del siglo XX, una creciente desigualdad
territorial y social, crisis y conflictos, así como la circulación de la
información que estimula la comparación y las ganas de irse, aceleraron
y mundializaron las emigraciones. Una encuesta realizada en 2014 por la
OIT en 150 países, sugiere que más de una cuarta parte de los jóvenes
de la mayoría de las regiones del mundo quiere residir permanentemente
en otro país. Nada más comprensible en un planeta en el que 1.200
millones de personas viven en la extrema pobreza y donde a una quinta
parte de la población le corresponde sólo el 2% del ingreso global,
mientras el 20% más rico concentra el 74% de los ingresos. El vector de
esta política apunta hacia una división del mundo en dos categorías, dos
castas geográfico-sociales, en la que el estrato superior que podría
implicar al 20% de la población del planeta podría vivir en un cuadro de
relativa distribución, suficiente para generar un consenso y una fuerza
militar capaz de mantener al 80% restante en una posición totalmente
subyugada y paupérrima. Evocando este escenario, el sociólogo Immanuel
Wallerstein observa con razón que, “el orden mundial que Hitler tuvo en
mente no era muy diferente”.
El actual flujo migratorio hacia
esta Unión Europea de 500 millones de habitantes es insignificante, pero
el futuro y el calentamiento global cambiarán las cosas. Lo que hemos
visto hasta ahora ha bastado para cambiar la geografía política de
algunos países en beneficio de la extrema derecha. Para la izquierda el
problema es irresoluble si no se enmarca en una acción general de
transformación del mundo, sin una acción antibelicista, contra el
comercio injusto, contra el crecimiento y por el multilateralismo en las
relaciones internacionales. Encerrarse en el feliz mundo “sin
fronteras” y en el “open arms” que nos vendieron los gringos junto con
su globalización, un mundo en el que los estados son sustituidos por
ONG´s y la política por la manipulable ideología de los derechos
humanos, equivale a practicar una caridad que hace la cama a la
ultraderecha. Pero, ¿cómo meter todo esto en un programa y al mismo
tiempo evitar el escándalo de las muertes en el Mediterráneo?
Llevas
tiempo denunciando la deriva militarista de la Unión Europea y su
estrategia de búsqueda de culpables para explicar su fracaso. Rusia es
un claro ejemplo. Salvando las distancias y dejando claro que todas las
comparaciones son odiosas, ¿estamos ante una nueva ‘Guerra Fría?
Durante
25 años, occidente estuvo metiéndole el dedo en el ojo al oso ruso. La
cosa funcionó mientras la clase dirigente rusa se dedicó a la gran
juerga de privatizar y enriquecerse, pero pasado eso, a partir de 2008,
el oso lanza zarpazos cuando le atosigan y además se ha crecido
militarmente. El problema es que Occidente no acepta la recuperación del
oso y así hemos llegado a esta segunda guerra fría sin justificación
ideológica, pues ya no hay diferencias ni enfrentamientos entre sistemas
socioeconómicos. En esta dialéctica la UE en crisis desintegradora
encuentra un enemigo hacia el que dirigir su fracaso, mientras que Rusia
asume grandes riesgos porque si vuelve a ser humillada su régimen
podría hundirse como un castillo de naipes. La situación es
particularmente peligrosa porque Estados Unidos fue destruyendo y
retirándose de los acuerdos que ordenaban y prevenían desastres
nucleares durante la guerra fría y hoy apenas hay canales. Eso hace más
imprevisibles posibles incidentes, en el Báltico, Ucrania o Siria, que
impliquen a los ejércitos de las potencias nucleares que allí están en
contacto. Una solución sería volver a los documentos de 1990 (La Carta
de París de la OSCE) sobre seguridad en Europa, que prometían un esquema
de seguridad integrado, sin perjuicio de la seguridad del otro, en el
continente. La OTAN violó aquello. Todo lo demás, incluida la actual
chulería militar rusa, es consecuencia.
La victoria de Trump
supone la victoria de la política del ‘Me first’. Trump ha declarado una
guerra comercial a los ‘competidores’ de Estados Unidos. ¿Qué
consecuencias puede tener esta guerra comercial, tanto a nivel global
-postura de China, potencia emergente- como de la UE?
Trump
llegó a la Casa Blanca en ese momento. Su “America First” combinaba un
refuerzo del proteccionismo desmarcado del discurso liberal con cierta
idea de una administración tripartita de los asuntos mundiales en
rivalidad con China y Rusia. Trump partió del presupuesto de que el
principal adversario de Estados Unidos a medio plazo era China e intentó
repetir la jugada de Henry Kissinger de 1972, pero invirtiendo sus
términos: si en la época de Nixon se trataba de llegar a acuerdos con
China para confrontar a la URSS y alterar así la correlación de fuerzas
en perjuicio de quien se consideraba enemigo principal, Trump deseaba un acuerdo con Rusia para debilitar a China.
Eso
no va a funcionar, porque nadie se fía de Trump ni sabe cuanto va a
durar en el cargo. Supongo que con los competidores europeos se llegará a
acuerdos. El problema es con China, y no es comercial -porque el 40% de
la exportación china al resto del mundo procede de multinacionales
americanas y europeas instaladas en China- sino que tiene que ver el
hecho de que el ascenso de China en el mundo solo puede ser detenido por
la guerra. De momento guerra comercial, pero no olvidemos que ya con
Obama se realizó el llamado “pivot to Asia”, es decir desplegar
el grueso de la capacidad militar aeronaval de Estados Unidos alrededor
de China. Pekín ha respondido con una estrategia comercial inclusiva, la
llamada “nueva ruta de la seda”, pero también está dejando claro que no
permitirá atropellos militares en sus fronteras. El actual
fortalecimiento militar aeronaval de China en su frontera, en el Mar de
China meridional, tiene por objetivo complicar para los militares de
Estados Unidos cualquier posibilidad de victoria militar regional (que
no global) en esa zona. La “guerra comercial” forma parte de un pulso
general contra el ascenso de China, cuya política internacional, hay que
decirlo, no es militarista ni excluyente, sino más bien integradora y
prudente.
Publicada por Gorka Quevedo en Alda, revista de ELA. Septiembre/octubre 2018.
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