Nuestras Voces
El carácter
explícitamente frentista de las palabras de Cristina Fernández de
Kirchner en la cumbre de Clacso abre necesariamente una discusión. Si la
igualdad es construcción, no lo es menos el Frente. Una voluntad que
surge del peligro en materia de condiciones de vida de millones de seres
humanos. La idea de Pueblo surge oportuna.
El discurso
de Cristina ha originado una gran discusión y es muy bueno que eso haya
ocurrido. La naturaleza de este discurso fue explícitamente frentista y
no puede haber un Frente cuya eficacia se resienta por la falta de
discusión. De modo que el carácter frentista de los enunciados de la ex
Presidenta son totalmente inherentes al horizonte de debates que
promovió de manera tan clara. La amplitud que en principio se exhibió de
forma dicotómica, “todos contra Macri”, tuvo tantas entrelíneas que no
es posible dejar solamente en una superficial observación los sostenes
complejos de los argumentos que expuso. Y como siempre de un modo no
habitual entre los políticos argentinos, del sector que sean. Es cierto
que aunque era un acto político, la reunión se realizaba bajo la
invocación de las ciencias sociales y el “Pensamiento crítico”. Cuestión
que exige aperturas cognoscitivas y modos de exposición cultivados en
un ambiente que se presupone de antemano receptivo a las grandes ideas y
elaboraciones teóricas. Precisamante por eso, y por el papel
inevitablemente central que Cristina tendrá en ese Frente, es necesario
volver nuevamente a muchas de sus afirmaciones para hacerlas parte de
una indagación mayor. Eso nos compete como parte de la compleja tela
arácnida que presenta este período histórico, al que no le sobra ningún
hecho aciago que pueda sumarse sin que se piense que ya con los que
estamos contemplando, se abre un abismo que encierra los mayores
peligros para los países y la humanidad toda.
Cristina comenzó
abonando las tesis constructivistas sobre las ideas fundamentales de la
vida política. En especial, el concepto de igualdad, lo hizo parte de
tal perspectiva “constructivista”, que nace de la apología de la
voluntad humana y de la política en tiempo presente, que asimismo aparta
los valores esenciales de toda comunidad política de las hostilidades
del mundo natural. Esto se corresponde con una de las tendencias más
frecuentadas por las instituciones de las ciencias scociales -en
especial aquella en suyo seno se realizaba la alocución- que resaltan la
diferencia fundadora entre lo natural y lo social. Esta incisión, con
todo, no puede ser absolutizada, como luego lo mostraron otros trechos
del discurso. Pero se trata de observar, ante las menciones
constructivistas, siempre aceptables cuando se trata de ponderar las
elaboraciones que parten de acuerdos políticos que se hacen bajo la
sombra de ese otro gran concepto -el que define el papel creativo del
diferendo-, que nunca terminan de apartarse completamente los sedimentos
que arrastra toda acción de grupos o individuos. No hay hechos sin
historicidad y sin una “cola de cometa” que como colección heterogénea
de memorias, los acompañe como una tempestad ya ocurrida pero que
siempre reclama explicaciones. Llamémoslo las sobras, los residuos o
deshechos quebradizos de la memoria que siempre actúan inesperadamente
en cualquier fisura del presente.
De ahí que una posición de
“izquierda”, consista mucho más en tener en cuenta ese acarreo en el
horizonte actual de aquellas maquetas que fueron construcciones
derruidas en cualquier etapa anterior, cercana o lejana. Gracias a esas
secuelas aun no agotadas de una temporalidadd que parece ausente, hay
una noción que simboliza muy bien la expresión “izquierda”, comprendida
entonces como una ética imprescindible. Es una izquierda de esta clase
la que está en mejores condiciones de heredar todo el material
civilizatorio que el neoliberalismo ignora, poniéndose un velo de
deliberada necedad y olvido en sus ojos. Ciertamente, podría decirse que
las nociones clásicas de izquierda y derecha no tienen la vigencia que
se le otorgaron en buena parte de las décadas del siglo XX. Y que los
movimientos nacionales de hace medio siglo insistieron en desdibujarlas o
relativizarlas en nombre de una “cuestión nacional” que venía avalada
incluso por los mismos congresos de la Tercera Internacional. Ante
ellos, también se elevaba la estrategia de los “Estados de Bienestar”
que a la luz del keynesianismo traían como plan maestro los países
capitalistas que deseaban contener con un adelantado tratamiento de la
“cuestión social” el levantamiento de masas que parecía anunciarse con
el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Todas estas líneas de trazos
imposibles de pasar por alto, figuraron como nutrientes del discurso de
Cristina. Recordaron sin mucho esfuerzo el lema peronista de situarse
“más allá de las ideologías”, o remedando a Nietzsche, “más allá del
bien y del mal”, frase con la que se quería decir que había un punto
privilegiado desde donde se podía contemplar todo el espectáculo humano,
que estaba en otro rango que el las ideologías políticas. Se trataba
del rango de la condición humana, de la urgencia ante el peligro mayor y
de la catástrofe que se avecina de continuarse estas decisiones que
embarcan al país en un endeudamiento y ajustes sin fin. Esta situación
discursiva tiene que ver con el “constructivismo” que presidió
conceptualmente el discurso de Ferro. Si la igualdad es construcción, no
lo es menos el Frente, voluntad e imaginación que surgen de una línea
de peligro que se está traspasando, la de la subsistencia en materia de
condiciones de vida de millones de seres humanos.
No obstante,
aquí es posible señalar que si un mundo de estas características ya se
halla entre nosotros -el afán destructivo de neoliberalismo manejado por
tecnólogos del sufrimiento ajeno nos lo hace comprobar todos los días-,
esto no significa que el nudo problemático que a lo largo de la
modernidad significó el concepto de izquierda deba ser dejado de lado.
Pues entre otras cosas, con él nos colocamos ante una actitud de
recipientes de una memoria amasada y cincelada por el tiempo, con suerte
diversa, y con su colección de hechos que se abren en todas direcciones
hacia pensamientos utópicos sobre la igualdad o pensamientos sociales
sobre agrupamientos humanos enraizados en la justicia y la crítica a la
explotación del hombre por el hombre. Si el mundo necesita nuevas
explicaciones políticas ante el avance de las tecnologías -que han roto
ya las barreras de la ética, que en la época de las locomotoras o el
motor a explosión aún las acompañaba-, no menos necesita de pensamientos
libertarios, una de las más interesantes derivaciones de los signos
elaborados por las más que centenarias izquierdas latinoamericanas y
mundiales.
Otra observación de Cristina imposible de omitir es la
contextura o alcance real de los actuales poderes constitucionales. En
ese sentido es muy concisa la apreciación de que un presidente
constitucionalmente electo y con énfasis en reformas populares
impostergables, solo tiene “el 25 % del poder”. Se sobreentiende que
algo hay que hacer respecto al faltante, que finalmente -y no
necesariamente por cuestiones porcentuales- termina imponiéndose sobre
los gobiernos constitucionales. ¿Cuál es ese resto? Son las
corporaciones, los medios de comunicación, las redes llamadas
“sociales”, los grandes circuitos financieros legales o ilegales. Aquí
se abre una gran discusión porque en definitiva, el poder no es una
cuestión sumatoria sino un concepto que nunca puede totalizarse. Por eso
siempre algo le falta, y por eso, la formación de lo que lo completa,
por un lado significa poner en discusión nuevas funciones democráticas
de la incumbencia de lo público-estatal en lo privado, y por otro, poner
en un estatuto constitucional nuevas relaciones entre el gobierno
central y la propiedad social descentralizada. Estas nuevas lógicas son,
efectivamente, parte de una nueva izquierda, con ideas sociales y
comunitarias de propiedad. Esto supone una reforma social avanzada que
no necesariamente aumenta el porcentaje gubernamental sino que amplía el
poder social y ciudadano, dándole otros significados a la producción y
el consumo. Lo más incitante de la historia del peronismo no tendría
sentido si no se acudiese a mentar estas ideas.
El Frente debe
ser amplio pero sus ideas no pueden ser remiendos ni retazos mal cosidos
o pegados de apuro para la oportunidad. Por eso también tiene radical
importancia la cuestión de la unidad de los pañuelos, que adquiere gran
verosimilitud cuando se la postula en términos de la unidad de los que
rezan y los que no rezan. Es una división enunciada desde el acto del
rezo, que define por la negativa a quienes no lo hacen. La formulación
en sí misma es irreprochable, más cuando el rezo atañe en verdad a todos
los credos y también a quienes suponen no tener credo. En tanto
pensamiento en torno a los númenes que protegen toda actividad humana y
reciben todos los deseos como un espejo de la imaginación, es la pieza
capital de un Frente que reclama ser rodeado por el archipiélago de
creencias existentes en toda sociedad, que se perfilen en el interés por
un pueblo con conciencia de sí. De otro modo, el Frente debería ser muy
exigente en su textura superadora de contradicciones para colocarse por
encima de la bifurcación por excelencia, bifurcación en cuanto al
debate por la vida, que sería más aconsejable -aquí sí-, tomar desde el
punto de vista de la despenalización del aborto -dándole entonces una
concretud histórica según el curso de las grandes movilizaciones de
masas realizadas por el nuevo feminismo-, y luego o simultáneamente,
hacer el significativo esfuerzo de considerar como tema civilizatorio
cardinal el punto de intersección emancipada que se encuentre entre las
posiciones más biologicistas conservadores y las posiciones más
culturalistas de las variadas experiencias secularizantes y
revolucionarias como las que se expresan en una renovada ontología de
los deseos. Siempre que las primeras no carguen en sí mismas el síndrome
de las arcaicas y oscuras derechas argentinas. Nuevamente, la mera
sumatoria no sería eficaz aun cuando el Frente contenga un llamado en
última instancia para la reconstitución de la sociedad nacional luego de
la orgía destructiva que la está atravesando.
Por eso, la idea
de Pueblo surge oportuna como un conjunto a medias heredado (con sus
fisuras a cuestas, todas de orden material o emocional) y a medias
reconstruido, como quiere el tono general del discurso de Cristina. Aquí
tampoco servirían las sumatorias (del tipo “unidad indiferenciada del
peronismo”), no porque las identidades anteriores sean declaradas
caducas, sino porque el ser de la política es el doble trabajo de
conjugar sobre un resto y perder algo en la conjugación. Dicho de otra
manera, al llamar a la unidad de todos, algo debe perderse (en un
extremo, al enemigo neoliberal) y también algo debe juntarse de todo lo
que hasta el momento fue adverso o contrincante. De ahí que desde el
punto de vista del pueblo -en el que el Frente se asume-, no puede haber
un constructivismo absoluto. No es un pueblo nuevo, ya fue llamado así
muchas veces y tiene una historia. Historia en lo específico de sus
divisiones y enfrentamientos. Eso pervive porque el pueblo nace en medio
de las confrontaciones internas en el seno de su propio ser. Por eso,
cuando triunfa lo hace también contra sí mismo. Bajo ese sentido no hay
llamado que no deba hacerse ni cuestión que parezca impertinente que no
deba ensayarse. No obstante, para terminar de realzar el importante
discurso de Cristina con las derivaciones imprescindibles que tiene su
relectura, hay que destacar por un lado su voluntad constructivista. Y
la noción de pueblo debe reaparecer bajo una nueva luz que desmonte los
núcleos más calcificados donde en él se ha aposentado el neoliberalismo,
a la vez que no debe abandonarse lo ya construído, que permanece como
silencioso sedimento, muchas veces con ritualizaciones que escapan al
neoliberalismo, pero que tampoco se muestran dispuestas a nuevas
interrogaciones sobre el estado real de una estructura de injusticia que
nos abate a todos.
Dejamos para otro momento la relación entre
tecnología y pueblo, cuestión estratégica vital, que en principio nos
permitiría decir que no hay un modelos de progreso tecnológico que deban
preceder a la reorganización emancipada de lo popular, ni hay vida
social implicada en su propio usufructo de libertades, sin una
tecnología que practique caminos alternativos que convivan con los ya
conocidos universalmente, y éstos reaprovechados bajo perspectivas
soberanas y no consumistas, sino a partir de nociones de una vida
colectiva, individual y nacional ausente de coacciones inducidas por las
fábricas de implantes artificiosos de subjetividades. Evidentemente,
los enunciados que pronunció Cristina, a los que hemos sometido a una
rápida discusión, son inusuales en términos de la política nacional,
como inusual debe ser el Frente que se forje con su presencia
predominante. Esto es así porque a su voz definidora no hay otro u otra
que pueda alcanzarla en el actual panorama de penurias de la nación, eco
terrible del estado catastrófico en que está sumida buena parte de la
humanidad contemporánea. De ahí la importancia que le damos a este
discurso, que con sus muchos hilos significativos permiten esta
discusión.
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