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domingo, 16 de septiembre de 2018

Centroamérica: 197 años de repúblicas y despojos de indígenas


El 15 de septiembre de 1821, las provincias de Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Chiapas, firmaron el Acta de Independencia con relación a la Corona española. Desde entonces, estas nuevas repúblicas, con excepción de Chiapas que pasó a formar parte de México, celebran ya casi dos siglos de fiestas patrias, sin mayor independencia significativa.
Hace 197 años atrás, las condiciones de vida de las poblaciones indígenas, en las nacientes repúblicas, eran considerablemente mejores que las actuales. La población indígena, en cada uno de estos países, representaba una mayoría demográfica absoluta.
La estructura de la propiedad y tenencia de la tierra, era más favorable para los pueblos y comunidades indígenas, producto de los títulos reales, emitidos por la Corona, durante la Colonia. Hasta que las revoluciones liberales, durante la segunda mitad del siglo XIX, despojó dichas tierras para entregarlos a los “emprendedores” mestizos y extranjeros.
Específicamente en los casos de Guatemala, Nicaragua, Honduras y Chiapas (según información del Archivos Centroamericano), la mayor parte de las tierras cultivables registradas estaban bajo categoría de tierras comunales de pueblos indígenas.
En amplios bolsones territoriales, como en el caso del norte de Honduras, Guatemala o Nicaragua, los pueblos misquito, pech, tawaka, maya q’echí, etc., disfrutaban de sus territorios amplios sin la perniciosa presencia de los estados republicanos. Bosques frondosos, abundantes fuentes de agua limpia, fértiles tierras, etc., se constituían en medios y fuentes de vida.
197 años después de la “independencia” criolla para criollos, los pueblos indígenas se encuentran en una situación, no sólo de subordinación o de esclavitud, sino de un recargado y violento despojo permanente, por parte de los estados criollos. Colonialismo interno, diría el mexicano Vasconcelos.
En estos casi dos siglos de colonialismo interno, en países, como Honduras, El Salvador y Costa Rica, la población indígena, prácticamente casi desapareció. Culturalmente, apenas el promedio del 10% de la población se reconoce como indígena en estos países. Aunque genéticamente estos países continúan siendo más indígenas que mestizos, muy a pesar de las sostenidas políticas públicas de eugenesia aplicada desde los estados.
El común denominador de los pueblos indígenas, en estos estados criollos casi bicentenarios es: miseria socioeconómica, desnutrición infantil que alcanza incluso al 80% de niños indígenas menores de cinco años de edad. Analfabetismo que abarca casi al 50 o 60% de las poblaciones.
Del poco porcentaje de indígenas universitarios, casi en su totalidad, fueron obligados a renunciar a su identidad a cambio del título universitario, o a cambio de algún espacio laboral, o incluso a cambio de la cualidad de ciudadanía.
Mecanismos de casi dos siglos de dominación como: el sistema educativo, adoctrinamiento religioso, adoctrinamiento cultural, adoctrinamiento político, el culturalismo, etc., emprendidos desde los estados, han calado en lo más profundo de las estructuras psicológicas individuales y colectivas de los pueblos.
Quizás por esto último, incluso teniendo a su favor los convenios y declaraciones internacionales sobre los derechos de los pueblos indígenas, desde finales del pasado siglo, los pueblos no han logrado transitar de los derechos culturalistas hacia el ejercicio de los derechos políticos y económicos (territorios, autonomías, consentimiento, etc.)
Pero, este proceso casi bicentenario de dominación integral sobre los pueblos, también abonó procesos de resistencias y reconstituciones crecientes de las identidades indígenas en diversos grados. En especial en la etapa neoliberal. Evidenciando, de esta manera, los rotundos fracasos de las políticas eugenésicas o de mestizajes promovidas desde los estados nacionales.
El presente siglo que transcurre, no será más la continuación de la impoluta hegemonía del Estado nación, sino la emergencia cada vez más creciente de la posibilidad del Estado plurinacional, con autonomías indígenas. Pero, este proceso será simétrico a la transición del confort del culturalismo hacia el ejercicio de derechos político económico por parte de los pueblos.

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