Después de los
tambores que alertan sobre una guerra total entre potencias en Siria,
nada retumba más en los medios internacionales que los tambores de la
guerra comercial entre Estados Unidos y la República Popular China, que
todas las semanas escala más alto. El mundo multipolar que se niega a
aceptar EE.UU. ha entrado en una fase muy delicada de guerras que
combinan diferentes modalidades. Muy atrás quedó el equilibrio real
alcanzado por la confrontación de los dos campos ideológicos en disputa.
Así como atrás quedó el mundo unipolar que siguió a la disolución de la
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Ya no se trata de
lucha entre modelos económicos antagónicos: capitalismo y comunismo, tal
como lo conocimos en el siglo pasado, sino de algo parecido pero mucho
más simple de digerir, y que se acerca mucho a lo que conocimos en el
campo de las confrontaciones mundiales hasta el surgimiento de la URSS.
Se trata de la lucha íntercapitalista por la hegemonía monopólica de los
mercados mundiales. Se trata de un déjá vu, la reaparición de
parecidas situaciones, contradicciones y causas que provocaron la
primera y segunda guerras mundiales: la gran depresión económica, las
guerras comerciales arancelarias y las disputas por los mercados
mundiales, sobre todo de materias primas. Quién no lo crea, que revise
la historia.
Para dar seguimiento a ésta última, un sinnúmero de
analistas “predictólogos” y “astrólogos” de los mercados, a favor y en
contra, han escrito demasiado, sacando provecho y gastando tinta por las
más insignificantes informaciones que se suscitan tras cada arremetida
de la Casa Blanca y las respuestas de Pekín. Fox, CNBC y muchos otros se
esmeran en resaltar las vicisitudes del día a día como panfleto
propagandístico: “Los obreros estadounidense ahora sí se sienten
representados por un presidente que defiende sus intereses, sus
bolsillos, porque los aranceles buscan protegerlos de la invasión de
baratijas chinas y la pérdida de puestos de trabajos” … “Con estas
medidas los capitales estadounidense que migraron al país asiático se
sentirán atraídos para volver a invertir en su propio país” ... “la
guerra comercial afectará a todos los bandos por igual, obligará a China
a dejar de robar tecnología estadounidense” ... “El presidente Trump ha
enloquecido totalmente” bla, bla, bla... Informaciones típicas del
sensacionalismo estúpido estadounidense.
Sin embargo resaltan
otros enfoques, como el del analista Andrew Browne aparecido en la
reconocida página web de análisis Bloomberg bajo el título “Trump y Xi
están destinados al divorcio”, cuyos puntos vale la pena rescatar para
éste artículo:
Escribe Browne:
“En sus propias formas individuales, los líderes de los EE. UU. Y China son producto de un momento en el que el capitalismo de libre mercado implosionó y el "capitalismo de Estado" de estilo chino apuntala la economía global. La crisis financiera de 2008 ayudó a hacer tanto a Donald Trump como a Xi Jinping. Lo que los observadores aún no parecen apreciar es lo difícil que es para ellos resolver su espiral de guerra comercial.Los mercados financieros se tambalean cada vez que Trump impone nuevos aranceles a China, como el impuesto del 10 por ciento sobre 200.000 millones de dólares en importaciones que anunció a principios de esta semana, y luego se animan con las esperanzas de conversaciones, como si se tratara de un clásico del ojo por ojo, guerra. Está lejos de eso. Las quejas de la Casa Blanca sobre el comercio desequilibrado y el robo chino de propiedad intelectual son el pretexto para una lucha más amplia. Lo que estamos viendo son las etapas iniciales de una competencia estratégica impulsada por una sensación de vulnerabilidad en los EE.UU. Y, en China, del destino nacional.
(...) Por su parte, los líderes chinos han perdido la esperanza de un acuerdo comercial rápido de parte de un presidente de los EE.UU. Que definieron erróneamente como un empresario pragmático. En cambio, ahora interpretan sus movimientos como "contención", y no están lejos de la realidad. Aunque esta no es exactamente una repetición de la Guerra Fría, por un lado, las dos economías están profundamente entrelazadas, las hostilidades comerciales infectan casi todas las áreas de la relación, desde los ámbitos militar y de seguridad hasta la colaboración científica y tecnológica.El mismo Xi ve el "capitalismo de Estado" como un camino perfectamente creíble y no desmantelará el sistema por orden de Trump. Como argumenta el economista de Harvard Dani Rodrik, China ha tenido éxito todos estos años precisamente porque ha ignorado las prescripciones económicas occidentales. Además, el advenimiento de la inteligencia artificial, el aprendizaje automático y otras tecnologías transformadoras basadas en datos -que China posee en abundancia- han convencido a los líderes chinos de que la fortuna de su país está a punto de aumentar aún más si la guerra comercial ralentiza el crecimiento en el corto plazo .Las convulsiones que sacuden el mundo como estas a menudo tardan décadas en desarrollarse. Es demasiado pronto para decir si los EE.UU. Y otros países occidentales pueden revitalizar los mercados libres y la democracia liberal al forjar un nuevo contrato social entre capital y trabajo. Tampoco nadie puede predecir con confianza si China se convertirá en la primera gran economía en entrar en las filas de las naciones ricas sin adoptar primero la economía liberal y la política pluralista.Lo mejor que probablemente puedan esperar Estados Unidos y China mientras tanto es alguna forma de coexistencia pacífica, si no torpe. Una relación al estilo de la Guerra Fría implicaría al menos un desacoplamiento limitado de las dos economías más grandes del mundo”.*
Andrew
Browne es uno de los pocos analistas del sistema que reconoce de forma
tajante el colapso del sistema neoliberal, y la victoria de lo que
define, así como muchos otros, del “capitalismo de Estado chino”, que
para los marxista representa una etapa ineludible de la construcción del
socialismo. Brown va más allá y cree que el modelo chino puede
“apuntalar” o salvar la economía mundial, y termina su escrito
advirtiendo sobre los peligros de un desacoplamiento limitado de ambas
economías. Puede deducirse del artículo de Browne que la globalización
tendría sentido y futuro sólo bajo el modelo chino. Una idea para otro
debate.
Mientras el presidente Trump sigue alegrándose por las
últimas medidas arancelarias contra China porque “éstas generarán una
gran cantidad de ingresos que irán las arcas de la nación” que
intentarán tapar los enormes déficit públicos (la deuda pública y
privada más grande del mundo), prosigue su guerra comercial ahora con
nuevas sanciones contra personalidad e instituciones públicas del
gigante asiático. Pero su alegría podría durarle muy poco. De hecho así
será. Muy pronto los estadounidenses podrán saber de dónde saldrá ese
dinero que llenará las arcas. Pues, ¡Sorpresa! Saldrá de los bolsillos
de los propios consumidores estadounidenses antes que nada. Otras de las
consecuencias de las desesperadas medidas de Trump es el profundo daño
que están provocando a los intereses de las propias compañías
estadounidenses que operan en China o que usan componentes chinos, por
lo que espera Trump hacer que abandonen China y obligarlas a volver a
EE.UU. Toda una loca travesura que sólo puede caber en la pequeña mente
del desquiciado de la Casa Blanca.
La pregunta correcta es
¿Estarán de acuerdo las grandes compañías tecnológicas y multinacionales
en abandonar el suelo del gigante asiático, cuyo potencial de mercado
es infinitamente mayor al estadounidense, con más de 1300 millones de
personas, sin sumar la influencia de China sobre otros mercados de la
región? ¿Estarán de acuerdo en deshacerse de la enorme rentabilidad que
éstas sólo han podido obtener en China, su gran plusvalía, su mano de
obra calificada y disciplinada, para sustituirla por supremacistas
blancos, racistas, revoltoso, perezosos, drogadictos e indisciplinados,
por “estúpidos hombres blancos” como bien los definió el cineasta
estadounidense Michael Moore? ¿Estarán de acuerdo en dar marcha atrás a
la historia? No lo creo.
En definitiva, la guerra comercial
desatada por el actual inquilino de la Casa Blanca está dirigida
principalmente contra China, para contener su expansión y el éxito de su
modelo, pero también está dirigida contra las multinacionales y
trasnacionales estadounidense y contra los consumidores de su propio
país. Quizás en noviembre tendremos una sorpresa.
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