Guatemala
En el 2015 Guatemala
se vio conmocionada por una gran crisis política que terminó con el
encarcelamiento del por entonces binomio presidencial (Otto Pérez Molina
y Roxana Baldetti). El lema de aquel entonces era la lucha contra la
corrupción.
Se decía en ese momento, y ahora se puede afirmar
con firmeza, que toda esa movilización anticorrupción tenía que ver,
fundamentalmente, con un plan finamente trazado por Washington. Dos
motivos lo fundamentan:
1) la decisión política de intentar
transparentar las mafiosas y corruptas políticas centroamericanas, que
tal como están ahora, constituyen una bomba de tiempo que expulsa gente
hacia el territorio norteamericano y, al mismo tiempo, representan un
peligro de posible “ingobernabilidad” (visto desde la lógica capitalista
del imperio, de ahí que montaron el Plan Alianza para la Prosperidad); y
2) ser un laboratorio de pruebas para las recetas anticorrupción
con las que, posteriormente, el gobierno estadounidense pudo mover
gobiernos díscolos en otras latitudes (Brasil, Argentina, etc.).
El experimento fue todo un éxito. La población, básicamente clase media
urbana, se indignó profundamente ante las denuncias aparecidas, y en
una demostración de civismo (muy bien manejado con técnicas de
manipulación social), una buena cantidad de población salió a protestar a
la plaza. La movilización, de todos modos, era bastante limitada (lo
cual hacía pensar en quién y para qué movía todo eso): entonar el himno
nacional, sonar vuvuzelas, vociferar contra los funcionarios corruptos y
volverse a la casa. No había, en sentido estricto, un proyecto político
de cambio. Ninguna fuerza popular-de izquierda-revolucionaria pudo
aprovechar el descontento para ir más allá, pues toda la iniciativa
mostró desde un inicio que no apuntaba a cambiar nada. Puro
gatopardismo. De todos modos, esos acontecimientos sirvieron para
fomentar un calor popular antes inexistente.
La crisis política abierta ese año se cerró
con una elección amañada, donde apareció un candidato a la medida: un
actor que personificó el papel de “presidenciable no corrupto”. El circo
mediático estuvo bien montado, a tal punto que permitió que Jimmy
Morales llegara a la presidencia. Rodeado de militares vinculados a la
guerra interna y a grupos mafiosos de oscuro pasado –todos ligados al
Estado contrainsurgente y a los negocios sucios que el mismo permitió–,
la crisis terminó y todo pareció volver a la “normalidad”.
Pero
esa “normalidad” en Guatemala significa explotación, miseria,
exclusión. Pasaron las movilizaciones sabatinas con muchas vuvuzelas del
2015 y todo siguió igual en la base: 60% de la población bajo el límite
de pobreza, desnutrición crónica (quinto puesto en el mundo),
desocupación, salarios de hambre, analfabetismo, racismo y patriarcado,
manipulación burda de las grandes masas, valores misóginos, homofóbicos y
ultraconservadores. Era obvio que ese montaje anticorrupción funcionó
como distractor. Los problemas fundamentales no se tocaron.
Pero la población del país no es solo la clase media urbana que
“civilizadamente”, al ritmo de vuvuzelas, se indignó por el robo de
algunos funcionarios. Movimientos populares de base, campesinos e
indígenas en lo fundamental, siguieron protestando tal como lo venían
haciendo desde siempre, sin la caja de resonancia de los medios
comerciales de comunicación. Esas reivindicaciones (mejores condiciones
de vida, tierra para los campesinos pobres, mejora salarial, servicios
básicos decentes, etc.) se continuaron levantando siempre, aunque no
inundaran las plazas ni aparecieran en la televisión.
Tanto
esas protestas como las investigaciones contra la corrupción llevadas
adelante por la CICIG y el Ministerio Público (en tanto parte de la
iniciativa estadounidense de transparentar las mafias del Triángulo
Norte de Centroamérica), fueron acorralando a la administración de
Morales. El llamado Pacto de corruptos (empresarios, clase política,
militares, todos moviéndose con criterio mafioso) se empezó a sentir
nervioso por ambos motivos. La movilización popular siempre es molesta
para las clases dominantes; y si a eso se suma la posibilidad de ser
investigada por corrupta, tenemos el cuadro actual: reacciona mostrando
los dientes. De ahí que 1) hace lo imposible por evitar las
investigaciones cerrando el paso a la CICIG, y 2) comenzó un sistemático
ataque a luchadores populares con métodos de la guerra contrainsurgente
(van 18 muertos este año, con total impunidad).
Pero la gente
no se quedó callada. Hoy existe una movilización popular distinta a la
del 2015: hay conducción política producto de la articulación de
distintos grupos de base, hay proyecto claro (pedir la renuncia del
elenco gobernante y el llamado a una Asamblea Constituyente), y ya no
hay el miedo de años atrás.
El escenario no es pre-revolucionario ni por asomo; pero abre posibilidades interesantes para el campo popular.
Blog del autor: https://mcolussi.blogspot.com/
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