The Guardian / El diario
Se está llevando a cabo una lucha global que traerá consecuencias
importantísimas. Está en juego nada menos que el futuro del planeta, a
nivel económico, social y medioambiental.
En un momento de enorme
desigualdad de riqueza y de ingresos, cuando el 1% de la población
posee más riqueza que el 99% restante, estamos siendo testigos del
ascenso de un nuevo eje autoritario.
Si bien estos regímenes
tienen algunas diferencias, comparten ciertas similitudes claves: son
hostiles hacia las normas democráticas, se enfrentan a la prensa
independiente, son intolerantes con las minorías étnicas y religiosas, y
creen que el gobierno debería beneficiar sus propios intereses
económicos. Estos líderes también están profundamente conectados a una
red de oligarcas multimillonarios que ven el mundo como su juguete
económico.
Los que creemos en la democracia, los que creemos que
un gobierno debe rendirle cuentas a su pueblo, tenemos que comprender la
magnitud de este desafío si de verdad queremos enfrentarnos a él.
A estas alturas, tiene que quedar claro que Donald Trump y el
movimiento de derechas que lo respalda no es un fenómeno único de los
Estados Unidos. En todo el mundo, en Europa, en Rusia, en Oriente Medio,
en Asia y en otros sitios estamos viendo movimientos liderados por
demagogos que explotan los miedos, los prejuicios y los reclamos de la
gente para llegar al poder y aferrarse a él.
Esta tendencia desde
luego no comenzó con Trump, pero no cabe duda de que los líderes
autoritarios del mundo se han inspirado en el hecho de que el líder de
la democracia más antigua y más poderosa parece encantado de destruir
normas democráticas.
Hace tres años, quién hubiera imaginado que
Estados Unidos se plantaría neutral ante un conflicto entre Canadá,
nuestro vecino democrático y segundo socio comercial, y Arabia Saudí,
una monarquía y estado clientelar que trata a sus mujeres como
ciudadanas de tercera clase? También es difícil de imaginar que el
gobierno de Netanyahu de Israel hubiera aprobado la reciente "ley de
Nación Estado", que básicamente denomina como ciudadanos de segunda
clase a los residentes de Israel no judíos, si Benjamin Netanyahu no
supiera que tiene el respaldo de Trump.
Todo esto no es
exactamente un secreto. Mientras Estados Unidos continúa alejándose cada
vez más de sus aliados democráticos de toda la vida, el embajador de
Estados Unidos en Alemania hace poco dejó en claro el apoyo del gobierno
de Trump a los partidos de extrema derecha de Europa.
Además de
la hostilidad de Trump hacia las instituciones democráticas, tenemos un
presidente multimillonario que, de una forma sin precedentes, ha
integrado descaradamente sus propios intereses económicos y los de sus
socios a las políticas de gobierno.
Otros estados autoritarios están mucho más adelantados en este proceso
cleptocrático. En Rusia, es imposible saber dónde acaban las decisiones
de gobierno y dónde comienzan los intereses de Vladimir Putin y su
círculo de oligarcas. Ellos operan como una unidad. De igual forma, en
Arabia Saudí no existe un debate sobre la separación de intereses porque
los recursos naturales del país, valorados en miles de billones de
dólares, le pertenecen a la familia real saudita. En Hungría, el líder
autoritario de extrema derecha, Viktor Orbán, es un aliado declarado de
Putin. En China, el pequeño círculo liderado por Xi Jinping ha acumulado
cada vez más poder, por un lado con una política interna que ataca las
libertades políticas, y por otro con una política exterior que promueve
una versión autoritaria del capitalismo.
Debemos comprender que
estos autoritarios son parte de un frente común. Están en contacto entre
ellos, comparten estrategias y, en algunos casos de movimientos de
derecha europeos y estadounidenses, incluso comparten inversores. Por
ejemplo, la familia Mercer, que financia a la tristemente famosa
Cambridge Analytica, ha apoyado a Trump y a Breitbart News, que opera en
Europa, Estados Unidos e Israel, para avanzar con la misma agenda
anti-inmigrantes y anti-musulmana. El megadonante republicano Sheldon
Adelson aporta generosamente a causas de derecha tanto en Estados Unidos
como en Israel, promoviendo una agenda compartida de intolerancia y
conservadurismo en ambos países.
Sin embargo, la verdad es que
para oponernos de forma efectiva al autoritarismo de derecha, no podemos
simplemente volver al fallido status quo de las últimas décadas. Hoy en
Estados Unidos, y en muchos otros países del mundo, las personas
trabajan cada vez más horas por sueldos estancados, y les preocupa que
sus hijos tengan una calidad de vida peor que la ellos.
Nuestro
deber es luchar por un futuro en el que las nuevas tecnologías y la
innovación trabajen para beneficiar a todo el mundo, no solo a unos
pocos. No es aceptable que el 1% de la población mundial posea la mitad
de las riquezas del planeta, mientras el 70% de la población en edad
trabajadora solo tiene el 2,7% de la riqueza global.
Los
gobiernos del mundo deben unirse para acabar con la ridiculez de los
ricos y las corporaciones multinacionales que acumulan casi 18 billones
de euros en cuentas en paraísos fiscales para evitar pagar impuestos
justos y luego les exigen a sus respectivos gobiernos que impongan una
agenda de austeridad a las familias trabajadoras.
No es aceptable
que la industria de los combustibles fósiles siga teniendo enormes
ingresos mientras las emisiones de carbón destruyen el planeta en el que
vivirán nuestros hijos y nietos.
No es aceptable que un puñado
de gigantes corporaciones de medios de comunicación multinacionales,
propiedad de pequeño grupo de multimillonarios, en gran parte controle
el flujo de información del planeta.
No es aceptable que las
políticas comerciales que benefician a las multinacionales y perjudican a
la clase trabajadora de todo el mundo sean escritas en secreto. No es
aceptable que, ya lejos de la Guerra Fría, los países del mundo gasten
más de un billón de euros al año en armas de destrucción masiva,
mientras millones de niños mueren de enfermedades fácilmente tratables.
Para poder luchar de forma efectiva contra el ascenso de este eje
autoritario internacional, necesitamos un movimiento progresista
internacional que se movilice tras la visión de una prosperidad
compartida, de seguridad y dignidad para todos, que combata la gran
desigualdad en el mundo, no sólo económica sino de poder político.
Este movimiento debe estar dispuesto a pensar de forma creativa y audaz
sobre el mundo que queremos lograr. Mientras el eje autoritario está
derribando el orden global posterior a la Segunda Guerra Mundial, ya que
lo ven como una limitación a su acceso al poder y a la riqueza, no es
suficiente que nosotros simplemente defendamos el orden que existe
actualmente.
Debemos examinar honestamente cómo ese orden ha
fracasado en cumplir muchas de sus promesas y cómo los autoritarios han
explotado hábilmente esos fracasos para construir más apoyo para sus
intereses. Debemos aprovechar la oportunidad para reconceptualizar un
orden realmente progresista basado en la solidaridad, un orden que
reconozca que cada persona del planeta es parte de la humanidad, que
todos queremos que nuestros hijos crezcan sanos, que tengan educación,
un trabajo decente, que beban agua limpia, respiren aire limpio y vivan
en paz.
Nuestro deber es acercarnos a aquellos en cada rincón del
mundo que comparten estos valores y que están luchando por un mundo
mejor.
En una era de rebosante riqueza y tecnología, tenemos el
potencial de generar una vida decente para todos. Nuestro deber es
construir una humanidad común y hacer todo lo que podamos para oponernos
a las fuerzas, ya sean de gobiernos o de corporaciones, que intentan
dividirnos y ponernos unos contra otros. Sabemos que estas fuerzas
trabajan unidas, sin fronteras. Nosotros debemos hacer lo mismo.
Le pedimos a Yanis Varoufakis que comente el artículo Bernie Sanders. Aquí está la respuesta:
Bernie Sanders tiene toda la razón. Los inversores hace tiempo que han
formado una "hermandad" internacional para garantizarse rescates
internacionales cuando sus pirámides de cartón se derrumban.
Hace
poco, fanáticos de la derecha xenófoba también formaron su propia
Internacional Nacionalista, llevando a que los pueblos orgullosos luchen
entre sí y así ellos puedan controlar las riquezas y el poder político.
Ya es hora de que los demócratas de todo el mundo formen una
Internacional Progresista, que luche por los intereses de la mayoría de
cada continente, de cada país. Sanders también tiene razón cuando dice
que la solución no es volver al status quo cuyo fracaso estrepitoso dio lugar al ascenso de la Internacional Nacionalista.
Nuestra Internacional Progresista debe llevar adelante una visión de
prosperidad compartida y ecológica que podemos lograr gracias a la
ingenio humano, siempre que la democracia le dé la oportunidad de
desarrollarse.
Para eso, debemos hacer más por unirnos. Debemos formar un consejo común que escriba el borrador del New Deal Internacional, un nuevo acuerdo de Bretton Woods progresista.
Traducido por Lucía Balducci.
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