José Steinsleger
En noviembre de 2015, las
derechas argentinas vencieron ajustadamente al peronismo en las urnas
(51.34 por ciento), tras haber promovido a Mauricio Macri. Un empresario
de la
antipolíticaalgo menos ilustrado que Jean-Paul Sartre, y con montañas de causas abiertas en la justicia por corrupción.
Macri ganó mediante una coalición de tecnócratas ligados a bancos
internacionales y fundaciones estadunidenses, la centenaria Unión Cívica
Radical (que ya no era la de Raúl Alfonsín), y gremios de la poderosa y
burocrática Confederación General del Trabajo (CGT peronista),
despechados con Cristina Fernández de Kirchner.
Una brutal y abrumadora campaña mediática de difamación y mentiras
contra el kirchnerismo precedió a la entronización de Macri. Y por
primera vez en su historia electoral, las derechas cantaron victoria.
¿Había llegado la hora de borrar al peronismo?
Tres años después, Macri y su equipo económico (presentado como el
mejor de los últimos 50 años), andan buscando políticos peronistas para afrontar la debacle financiera en curso, y un estallido social potencialmente superior al de finales de 2001.
Un cachito de historia. En 1945, el peronismo partió en dos al país,
corriendo el velo de la Argentina bucólica ganadera, triguera, pastoril.
Desde entonces, las derechas supieron dónde estaba el enemigo real.
Pero menos claro es entender por qué el peronismo enerva a las
izquierdas atrapadas en el sudario de la revolución.
Como fuere, ambas fuerzas coinciden en ignorar, negar y tergiversar
las raíces históricas del mayor movimiento popular de América Latina.
Por ello, cuando esas izquierdas acompañan los grandes actos convocados
por el peronismo, gritan sin ganas
Patria sí, colonia no. Porque la noción de
patria, inclusive, las emputece.
De ahí su amor no correspondido con la clase obrera peronista, que
las mira con ojos entornados. Y esto pasa por creer que las definiciones
a priori y las palabras, pesan más que los hechos. Son de lamentar, entonces, ciertos
análisisen los que se induce a creer que las luchas del pueblo argentino fueron
espontáneas.
Veamos. Acabo de leer un texto que no viene a cuento citar título y
autor, para no enlodar la cancha. Dice así: “Para hacerse una idea del
peso de los levantamientos populares en el imaginario de los argentinos,
vale recordar que entre mayo de 1969 y octubre de 1972 hubo por lo
menos 15 desbordes ‘desde abajo’ (sic) en una decena de ciudades…”.
Observación: ¿será que tales
desbordescarecieron de dirigentes, y brotaron de un repollo? La falacia amerita tomarse cabeceando, porque empata con la
revolución de la alegríade Macri, y los
retiros espiritualesseudobudistas que organiza periódicamente con su equipo, en un balneario de la costa atlántica.
El peronismo congrega a la mayoría de los trabajadores, el versátil
Partido Justicialista (PJ), la mayoritaria Unidad Ciudadana
(kirchnerista, liderada por Cristina Fernández), y distintos intereses
que asumen la identidad común que algunos ven desde las ideas, y otros
desde la realidad.
El macrismo supo aprovechar dos cosas: los cambios generacionales de
la sociedad argentina, y las divisiones del peronismo. Lo primero fue
novedoso, y lo segundo yerba de ayer. Bastó con chantajear a los
gobernadores peronistas con el presupuesto, y en particular a los
dirigentes enclavados en el Gran Buenos Aires, bastión electoral del
peronismo y hinterland de las oligarquías desde 1810.
Con el país económica y socialmente en ruinas (hay hambre en el país
de los alimentos), y una huelga nacional en puerta convocada por las
tres centrales sindicales y los movimientos sociales para el próximo
lunes 24 y martes 25, se dice que Macri arrojará la toalla.
Por ahora, lo sostienen Donald Trump, un dubitativo FMI, los fondos buitres, y la vasta clase media cuyo horizonte moral, mental y
democrático, empieza y termina en la bella ciudad de Buenos Aires. Pero si todo se va a la mierda… ¿qué gobierno pagará a los tenedores de bonos, y una deuda deliberadamente contraída para hacer de Argentina el gran Puerto Rico de América del Sur?
En ese contexto, Washington y Tel Aviv bajaron el pulgar, y ordenaron
al juez Claudio Bonadio (sospechado de alcahuete de la CIA y el
Mossad), dictar sentencia y prisión preventiva contra Cristina, por
asociación ilícita…
Me encantó un oportuno pensamiento de Mario Vargas Llosa, publicado en su reciente artículo para La Nación de Buenos Aires (17/9/18). Dijo el insobornable atleta de la ética y la libertad:
En razón de las circunstancias y las presiones religiosas y políticas, muchas veces la verdad histórica es desnaturalizada y acomodada a las urgencias del poder. Abrazo y besitos, Mario.
La moneda está en el aire. Paso siguiente: quitarle los fueros de senadora a Cristina. ¿Y qué decidirá el
peronismo civilizadodel PJ en el Senado? ¿La entregará? Perón decía: no hay peor cuña que la del mismo palo.
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