Como
todo pareciera indicar, estas elecciones presidenciales en Brasil se
definirán en el balotaje. No sería nada excepcional para la historia
reciente del país que ningún candidato pueda vencer en primera vuelta:
de las 7 competencias por la Presidencia desde el retorno de la
democracia en 1985, 5 se han definido en las segundas vueltas. La
novedad, en este caso, es lo que presenta como propuesta uno de los
candidatos que, según todos los sondeos de opinión, se encuentra en
condiciones bien competitivas para arribar a la Presidencia: Jair
Bolsonaro (PSL). Al margen de lo que resulte su perfomance, ya ha
logrado desorganizar la anterior “estructura de competencia” política.
Es que, excepto de la elección de 1989
en la que triunfó Fernando Collor de Mello, el resto de disputas de allí
en adelante repitió el mismo formato: de un lado, el espacio
político-ideológico orientado por el Partido de la SocialDemocracia
Brasileña (PSDB) y, del otro, las coaliciones partidarias organizadas
alrededor del Partido dos Trabalhadores (PT), vencedoras de las
elecciones desde el 2002 y que consagraron dos veces victoriosos a su
principal figura y referente histórico, Luiz Inacio Lula Da Silva, y dos
veces a Dilma Rousseff.
En términos programáticos esta
“estructura de competencia” supuso la confrontación de una perspectiva
neoliberal, privatizadora y de apertura comercial, cuestiones que se
pusieron de manifiesto durante los gobiernos de Fernando H. Cardoso (en
las caracterizaciones politológicas, derecha/centro derecha), y una
apuesta diametralmente diferente, socialmente inclusiva, de expansión de
derechos, con apuestas incluso geopolíticamente jugadas durante los
gobiernos del PT, como el impulso que se le dieron a ciertas
instituciones supranacionales latinoamericanas o bien la ratificación de
la soberanía sobre los recursos naturales petroleros (centro/centro
izquierda). Dos modelos en disputa que se clarificaban en cada elección,
sobre todo en el período que antecede al balotaje. Hoy, de la vieja
estructura de competencia sólo se mantiene en pie la opción del PT, en
la figura de Fernando Haddad.
El próximo balotaje traerá otros
lineamientos programáticos para la disputa en Brasil, de confirmarse que
serán Fernando Haddad y Jair Bolsonaro las opciones más votadas el 7 de
octubre. En ese caso los términos serán otros, sobre todo por lo que
representa y propone el hospitalizado capitán retirado del Ejército.
Bolsonaro viene a ocupar el espacio político del alicaído PSDB
representado por Geraldo Alckmin, resignificándolo en una dirección
preocupante para cualquier cultura plural y democrática. Le adhiere a
aquella perspectiva neoliberal un fascismo declarado respecto de las
minorías, respecto de cómo tratar determinados problemas sociales, con
una militarización de los lenguajes y las actitudes públicas. La
candidatura de Jair Bolsonaro, y puede verse en sus propuestas, responde
a otra agenda política, todavía no claramente clasificable. Su mezcla
de militarismo para la vida cotidiana (en pleno contexto democrático),
discurso socialmente elitista y educacionalmente meritocrático,
políticas públicas hiperneoliberales y alineamiento directo con EE. UU.,
hacen de sus posiciones algo novedoso.
Ciro Gomes (PDT) y Marina Silva (REDE)
son los restantes candidatos que, al comienzo de la campaña,
consiguieron despertar posibilidades de disputar con cierto éxito una
primera vuelta electoral en Brasil. A escasas semanas de la contienda
sus chances han ido mermando ante la declinación de la candidatura de
Lula hacia Haddad, un consecuente escenario polarizado y el auge del
voto útil de una ciudadanía que se juega mucho según el vencedor de la
segunda vuelta.
A modo de cierre
Tal como se anticipó, la estructura de
competencia de esta elección presidencial presenta un elemento novedoso
(y preocupante) respecto de las últimas 6 disputas presidenciales: de un
lado de la competencia, y reformulando el anterior espacio político
liderado por el PSDB, las propuestas de Jair Bolsonaro (quien, tras la
impugnación de la candidatura de Lula, ha quedado con las mayores
intenciones de voto en todas las encuestas registradas hasta la fecha)
permiten identificar un corrimiento de los términos de la disputa hacia
la extrema derecha/derecha, desnaturalizando la anterior competencia
entre derecha/centro derecha y centro/centro izquierda.
Este corrimiento de una de las
referencias, en términos generales, hacia la derecha del espectro
ideológico puede deberse a varios factores, entre los que vale la pena
destacar dos. Por un lado, la desestructuración institucional promovida
por el trayecto que va desde el impeachment a Dilma Rousseff y
el andar desastroso del Gobierno de Michel Temer. Este contexto hizo
recrudecer el clima “antipolítico” abierto en las jornadas de junio del
2013, llevándolo hacia una estigmatización del PT y fomento del
antilulismo. Sin embargo, por otro lado, el PSDB no capitaliza esta
circunstancia por formar parte de un Gobierno cuyo presidente termina
con los peores índices de aprobación de la historia política del país.
En ese sentido, es importante distinguir
el siguiente detalle: si una parte del electorado de Bolsonaro estaba
anteriormente, “escondido” dentro del PSDB, otra parte de sus votantes
corresponde a esos “huérfanos de la política” que, hace varios años,
vienen identificándose con figuras públicas y de las redes sociales (un
espacio que ha sido decisivo para el crecimiento de Jair Bolsonaro, como
el MBL, Vem pra Rua o Revoltados Online), que precisamente son los que
actualizan y amplían los contenidos de su discurso “antipolítico”
–todavía se puede ver en las redes sociales a un más joven Bolsonaro
hablando sobre la necesidad de cerrar el Congreso-.
Con un candidato (competitivo) con
propuestas más a la derecha, el resultado todavía es impredecible; es de
esperar que en un eventual balotaje todo los otros competidores
defiendan la candidatura que compitan contra Jair Bolsonaro. No harían
nada más que frenar las tendencias postdemocráticas del presidencialismo
brasileño.
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