Viento Sur
En un artículo
publicado en inglés en 1966, y con antecedentes en escritos previos de
1963, Andre Gunder Frank formuló una de las ideas que alteraron de
manera radical los estudios del desarrollo, al sostener que “el actual
subdesarrollo de América Latina es el resultado de su participación
secular en el proceso del desarrollo capitalista mundial (…)” (Frank,
1991: 37-42). El desarrollo dejaba de ser visto como un problema de
naciones aisladas, que recorrían etapas sucesivas que las conducían a la
prosperidad. Sólo considerando las interrelaciones establecidas a nivel
del sistema mundial dicho proceso alcanzaba sentido, lo que abrió las
puertas para que a su vez los problemas del subdesarrollo fuesen
abordados desde ese marco, en tanto contracara indisoluble justamente
del desarrollo. De allí en adelante esta idea será retomada por autores
diversos y en particular por los que darán vida a la teoría marxista de
la dependencia (Marini, 1969: 3). Considerando algunas particularidades
del desarrollo de Corea del Sur y de China nos proponemos en este
escrito poner de manifiesto la vigencia de esa perspectiva de reflexión,
-burdamente desconocida, pero estigmatizada-, a fin de discutir sobre
los procesos y perspectivas del desarrollo en nuestra región.
La relación desarrollo/subdesarrollo
Desarrollo y subdesarrollo son dimensiones de un único y mismo proceso:
la historia del despliegue y expansión del sistema mundial capitalista.
Esta tesis formulada en lo fundamental por Frank, como hemos indicado, y
retomada posteriormente por algunas corrientes cepalinas y por los
teóricos de la dependencia, implicó cuestionar desde su raíz dos
formulaciones centrales de las teorías del desarrollo: la primera, que
el desarrollo y el subdesarrollo se pueden estudiar y explicar cada uno
en sí mismos, de manera aislada, y que las relaciones que mantienen las
economías inscritas en una y otra condición no tienen consecuencias
sustantivas en su situación.
La nueva formulación sostendrá, por
el contrario, que sólo en el seno de las relaciones que dan vida al
sistema mundial capitalista, y como resultado de ellas se puede explicar
el que algunas economías y regiones se desarrollan y que otras
economías y regiones se subdesarrollan. No constituyen por tanto
procesos independientes. No se explican unas y otras fuera de las mutuas
relaciones.
"La Revolución Industrial no es (…) un proceso que
pueda explicarse y comprenderse en términos de países aislados, como
Inglaterra, o de regiones aisladas, como Europa noroccidental. En
realidad, se desenvuelve dentro de un sistema económico y político
mundial que vincula aquellos países y regiones entre sí y con sus
respectivas áreas coloniales y países dependientes; dichas vinculaciones
contribuyeron de manera importante al proceso mismo de la Revolución
Industrial a través de la generación y extracción de un excedente, la
apertura de mercados y el aprovechamiento de los recursos naturales y
humanos de las áreas periféricas" (Sunkel y Paz, 1985: 44-45).
La segunda formulación cuestionada por la tesis anterior es la que
sostiene que el subdesarrollo –o sus variaciones eufemísticas, como
“economías en vías de desarrollo” o “economías emergentes”– es un
estadío o etapa económica previa del desarrollo, resultado de una débil
expansión del capitalismo, y que es permitiendo su reproducción de donde
emergerán las soluciones al desarrollo.
La nueva propuesta puso
de manifiesto que en el seno de las relaciones capitalistas
predominantes en el sistema mundial, el subdesarrollo es una forma
madura de capitalismo, es una forma original, tan madura y original como
lo es el capitalismo desarrollado.
Si esta fue la segunda
derivación relevante de aquella formulación, no menos relevante fue
sostener que en el sistema capitalista, y como resultado de su
expansión, conviven diversas formas de capitalismo, que no hay una única
modalidad, lo que planteó la necesidad de descifrar los procesos
internos y externos que dan vida y reproducen al capitalismo
subdesarrollado o dependiente, como terminará de denominarse en sus
versiones más avanzadas.
Esa será la tarea a la que se abocarán
el núcleo de investigadores que constituyeron la teoría marxista de la
dependencia, en donde destacan Vania Bambirra, Theotonio Dos Santos y
Ruy Mauro Marini, y que alcanza en el trabajo de este último, Dialéctica
de la dependencia (Marini, 1973) su forma más acabada.
Pero la
condición de desarrollo o de subdesarrollo en el sistema mundial
capitalista, en tiempos o periodos determinados, no significan
posiciones adquiridas por las economías para todo tiempo y condiciones
en la historia de ese sistema. Lo único que se sostiene en la tesis
anterior es que para que emerja desarrollo en algún espacio geoeconómico
en el sistema mundial, se genera subdesarrollo en otros espacios, por
procesos diversos, como pérdidas de valor de unas regiones en beneficios
de otras, con la colusión de las clases dominantes de las regiones
subdesarrolladas. Algo de este proceso se deja entrever cuando se
sostiene que
"(…) los beneficios que las empresas
transnacionales obtienen de sus operaciones en América Latina y el
Caribe se incrementaron 5.5 veces en nueve años, pasando de 20 mil 425
millones de dólares en 2002 a 113 mil 67 millones de dólares en 2011. El
crecimiento tan marcado de estas utilidades –también denominadas rentas
de IED- tiende a neutralizar el efecto positivo que produce el ingreso
de la inversión extranjera directa (…)”. Ello porque “las empresas
transnacionales repatrían una proporción de sus utilidades ligeramente
superior (55%) a la que reinvierten (45%)" -Subrayado nuestro-, (CEPAL,
2012: 13 y 68).
Desde este horizonte, teóricamente es posible
sostener que una economía desarrollada pueda girar hacia el
subdesarrollo. Por ello tienen sentido los señalamientos que alimentados
por los desastres de la actual crisis, pero por razones de más larga
data, afirman, por ejemplo, que la economía de España se estaría
latinoamericanizando, no sólo por la aplicación ortodoxa de políticas
neoliberales reclamadas por los organismos europeos y el FMI y con el
acuerdo del gobierno de Mariano Rajoy, sino porque esas “erróneas
políticas” (Nadal, 2014), en el contexto de la actual crisis, no abrirán
las puertas para la recuperación y, por el contrario, la estarían
empujando al subdesarrollo (Roitman, 2012), en beneficio inmediato de la
Alemania de Merkel, y del gran capital con asiento en España.
No sé si estos pronósticos podrán confirmarse en el futuro. Lo que me
importa destacar es que una reversión como la arriba señalada es posible
dentro de los movimientos y procesos del sistema mundial capitalista.
Pero el complemento de la hipótesis anterior señala que una economía subdesarrollada pueda reorientarse hacia el desarrollo.
La única certeza respecto a esta segunda formulación es que si se
afirma que una determinada economía estaría encaminándose al desarrollo
(o que ya lo es), junto a las razones que llevan a tal afirmación, el
paso inmediato sería interrogarse en qué economías y regiones del
sistema mundial se está extendiendo o profundizando el subdesarrollo.
Porque en estos procesos, como hemos visto, necesariamente hay
consecuencias.
Corea del Sur, China y el desarrollo
Si se afirma que Corea del Sur, en un breve plazo, logró constituirse
en una economía desarrollada, tendremos que preguntarnos en qué
economías y regiones se cobró inicialmente –y se cobra actualmente- la
factura de ese proceso en términos de intensificación o extensión del
subdesarrollo. Porque Estados Unidos destinó sumas considerables para
apuntalar y fortalecer la economía de Corea del Sur, por su estratégica
posición en la península coreana en momentos particulares de la guerra
fría. Baste considerar que “de 1953 a 1960, la ayuda económica de
Estados Unidos representó un tercio del presupuesto del país,
financiando un 85 % de sus importaciones y un 75 % de la formación de
capital fijo; en resumen, un 8 % del PNB” (Rodríguez, 2000: 127-155) 1/.
No debe menospreciarse lo que las clases explotadas sudcoreanas
aportaron en el proceso al sufrir agudos y prolongados procesos de
superexplotación. Baste que “el Estado impuso a los campesinos un
volumen mínimo de producción para ciertos productos” a un precio fijado
por las autoridades, generalmente “muy bajo, a menudo inferior al precio
de coste”(Toussaint, 2006; 88), o que para 1980, cuando los principales
problemas de acumulación ya se superaban, “el coste salarial de un
obrero coreano representaba un décimo del de un obrero alemán, la mitad
del de un mexicano, (y) un 60 % de un brasileño”. Y la jornada laboral
para los obreros para este último año era la más larga del mundo, no
existiendo además un salario mínimo legal. (Toussaint, 2006:95).
Pero en relación al vínculo desarrollo-subdesarrollo con toda seguridad
podría afirmarse que los enormes recursos aportados a Corea del Sur en
aquellos años no salieron de los bolsillos del capital estadounidense,
ni tampoco de nuevas o mayores tasas impositivas sobre su población
trabajadora, sino de valores apropiados por la economía estadounidense a
diversas economías y regiones, y que terminaron en Seúl.
En la
actualidad es el caso de China el que suscita interrogantes en torno al
periodo desde el que se le puede – o se le podrá- considerar una
economía desarrollada, y más aún, si constituye el verdadero rival que
disputa la hegemonía de los Estados Unidos en el sistema mundial, o
quedará como una simple amenaza, como ocurrió con los señalamientos de
Japón y Europa Occidental en periodos anteriores.
Las cifras de
crecimiento de la economía china en las últimas décadas son
sorprendentes, como sorprendentes son sus avances en materia de
producción de bienes industriales sofisticados, de investigación y
nuevos conocimientos, alcanzando avances importantes incluso en la
exploración espacial.
Parte importante de los esfuerzos que ha
requerido esta acelerada transformación reposan sobre las espaldas de
campesinos y trabajadores industriales, lo que ha propiciado una suerte
de agudización del atraso en amplias regiones de la propia economía
china, particularmente en el agro. Pero no hay duda que siendo esto
necesario, no es suficiente para explicar las potencialidades de
desarrollo alcanzados. China es hoy una economía que obtiene beneficios
extraordinarios por múltiples procedimientos.
En la base de esos
procedimientos se encuentra la particular combinación de elevados
avances científicos y tecnológicos, que permiten incrementos
sustanciales en la productividad, con salarios, jornadas e intensidad en
condiciones de superexplotación, lo que permite la producción y
exportación de una masa enorme de bienes de todo tipo y complejidad, en
condiciones de barrer o debilitar cualquier competencia.
A ello
se agrega una política cambiaria que se constituye también en subsidio a
las exportaciones, con lo cual China ha logrado convertirse en la más
poderosa economía exportadora (en 2013 las exportaciones totales de
China ascendieron a 2 mil 21 millones de dólares, por arriba de
Alemania, Estados Unidos y Francia, en tanto las importaciones llegaron a
un mil 95 millones de dólares.(Agencia china de noticias, 10 de enero
de 2014), llevando a la bancarrota a sectores productivos de un
sinnúmero de economías y a elevar el déficit de sus balanzas
comerciales, incluido Estado Unidos (para 2013, el déficit comercial de
Estados Unidos con China ascendió a 318 mil 400 millones de dólares), lo
que implica debilitar o liquidar competencias.
Muchos de esos
capitales, sea del mundo desarrollado, sea del subdesarrollado, se suman
a la enorme masa de capitales provenientes de muy diversas regiones y
economías que luchan por invertir y ganar posiciones en las extensas y
diversas plantas industriales existentes en China, con el fin de
producir una enorme gama de bienes para ser vendidos en mercados de
variado poder de consumo en todo el planeta, sustentados en la
conjugación de bajos salarios y elevada productividad. Todas las grandes
empresas mundiales, desde productoras de juguetes, bienes industriales
livianos, conocidas marcas de ropas y accesorios de lujo, hasta las
productoras de bienes de consumo durable y de bienes de capital, cuentan
con alguna planta de producción instalada en territorio chino.
Esto permite a China favorecerse de una cuantiosa capitalización. De
acuerdo a la UNCTAD, en 2012 China se ubicó como la segunda economía
receptora de Inversión Extranjera Directa, con 121 mil millones de
dólares, sólo por debajo de Estados Unidos, que alcanzó los 168 mil
millones de dólares. En tercer lugar se encuentra Hong Kong, también
territorio chino, con 75 mil millones de dólares. (UNCTAD, 2013: 4). Esa
IED permite multiplicar sus procesos de acumulación, elevar la
calificación de su mano de obra, lograr transferencia de conocimientos
2/, y favorecerse de impuestos. A ello se agrega la repatriación de
ganancias de sus inversiones foráneas 3/.
En esta sui géneris
articulación de avances tecnológicos y productivos con aguda
sobreexplotación, que permite abaratar precios a niveles inalcanzables,
el logro de cuantiosas inversiones en sus territorios que dejan
sustratos de conocimientos y capacitación, junto a un voraz copamiento
de mercados, el desarrollo chino supedita a sus competidores del mundo
desarrollado y profundiza el subdesarrollo y la dependencia de otras
regiones, arrastrando inversiones, quebrando competencias, inundando
mercados con sus baratos bienes industriales. A modo de ejemplo, del año
2002 al 2011, sostenida en sus cuantiosas importaciones en la región,
China se convierte en uno de los principales proveedores de bienes de
capital de Argentina, Brasil, Chile y México, elevando de manera
considerable su participación porcentual en todos los casos, a pesar de
no ser el principal (siendo la Unión Europea para Brasil, y Estados
Unidos para México). Así, pasa en esos años del 4 al 28 % como proveedor
de máquinas, herramientas y repuestos en Argentina; del 3 al 24 % en
Brasil; del 6 al 29 % en Chile, y del 7 al 31 % en México. (Bekerman,
Dulcich, Moncaut, 2014: 69).
Sobre las bases de una elevada
acumulación capitalista sustentada por múltiples caminos, la voracidad
importadora del mercado chino se expande también sin afectar la
acumulación, ni provocarle déficits comerciales, hambriento de
alimentos, para satisfacer una creciente demanda de bienes-salarios,
como de materias primas para sostener la elevada producción local, lo
que ha dinamizado la expansión exportadora de América Latina de los
últimos años.
De esta forma China es hoy una verdadera fábrica
mundial, así como una de las locomotoras que arrastra la golpeada
economía capitalista en crisis.
Un cuadro de condiciones excepcionales
En los dos casos considerados no debe perderse de vista las condiciones
excepcionales que posibilitan y definen sus procesos de desarrollo. En
este sentido es importante resaltar el papel del Estado en la tarea de
definir un proyecto de desarrollo, jerarquizando tareas y tiempos para
el destino de recursos hacia sectores y ramas determinadas, manteniendo
el monopolio de esos recursos, alineando a las distintas clases
dominantes y fracciones a ese proyecto (que expresa, a lo menos, los
intereses de la fracción burguesa industrial), disciplinando a las
clases trabajadoras y sometiéndolas a agudos procesos de explotación y
sobreexplotación, morigerados en periodos avanzados del proceso en Corea
del Sur, en materia salarial, no en intensidad, y que ya toma forma
fuerza también en China.
Ese papel director del Estado y la
autonomía (que no independencia) alcanzada frente a las distintas clases
y fracciones dominantes encuentra explicaciones en particularidades
históricas. En el caso de Corea del Sur, la profunda reforma agraria
realizada entre 1945-1960, que resta poder a los sectores
terratenientes, la guerra de tres años (1950-1953) con Corea del Norte
(en donde murieron dos millones y medio de combatientes entre los bandos
enfrentados), y el debilitamiento que provocó este conflicto en el
procesos de acumulación y en las bases de sustentación de las clases
dominantes. Todo ello creo condiciones para que el Estado coreano, bajo
una mano férrea, que asumió incluso la forma de dictadura militar, se
pudiera erigir en el centro de la reorganización capitalista.
Baste recordar que en el golpe de Estado de 1961, el general Park
Chung-hee nombra una Junta Militar que realiza las labores de poder
ejecutivo y legislativo, para en 1963 proclamarse Presidente de la
República, estableciendo una dictadura militar que suprime la libertad
de prensa, restringe las libertades individuales y promulga leyes que
permiten su continua reelección, lo que acontece hasta 1979, año en que
es asesinado por el jefe del aparato de inteligencia creada bajo su
largo mandato, en medio de una aguda crisis política.
Al asumir
la Presidencia Park define dos pilares para la recuperación del país: la
planeación del desarrollo, lo que implica la elaboración de planes de
corto y largo plazo, y la creación de grandes conglomerados industriales
(chaebol), con el apoyo de transnacionales estadounidenses, y que
tendrán un papel fundamental en el posterior empuje exportador. Cabe
destacar que en los primeros quinquenios los recursos de las
exportaciones debían procurar de manera prioritaria la importación de
equipos y de insumos especializados.
Park estableció otras
importantes medidas, como la nacionalización del sistema financiero, que
operó con bajas tasas de interés y acceso limitado a los créditos,
orientado a favorecer a las empresas que se ajustaban a los planes de
desarrollo establecidos. Así por ejemplo, en el segundo plan quinquenal
de desarrollo económico (1967-1972), el 50 por ciento de los recursos
del sector financiero se canalizaron al apoyo de la industria química y
pesada (Cuéllar, 2012) 4/.
No hay que olvidar que a Park le
sucedió otro dictador militar, Chung Doo Hwan, quien prosiguió en lo
fundamental con la enorme presencia estatal en la conducción de la
economía y la mano férrea frente a los opositores y sindicatos, y en el
avance a nuevos estadíos de industrialización, siendo destituido tras
poderosos movilizaciones en 1987. Recién en 1988 en Corea del Sur se
eligió presidente por sufragio universal, y en 1992 se elige al primer
presidente civil (Toussiant, 2006: 95-104).
La experiencia
revolucionaria de China y la constitución de una poderosa burocracia
estatal desde la cual se inicia, no sin conflictos, la mutación hacia el
capitalismo, le otorgan al Estado un elevado poder y autonomía frente a
una emergente burguesía que desarrolla cobijada en éste, al tiempo que
cuenta con una poderosa base ideológica proporcionada por la revolución
de 1949, que le permite ganar consensos y disciplina en el grueso de la
población, lo que no excluye represiones masivas y coerciones puntuales
para apaciguar o aplastar brotes de descontento y protestas.
Desde la definición de las cuatro modernizaciones, agraria, industrial,
en defensa y tecnológica, a fines de los años setenta, la creación de
zonas económicas especiales para favorecer tempranamente las
exportaciones como fuente de ingresos para las tareas económicas
mayores, la implementación de Planes Quinquenales, los que se inscriben a
sus vez en proyectos de mayor alcance de 20 a 30 años, la apertura al
capital extranjero en condiciones que obligan a calificar mano de obra y
transferir conocimientos, bajo la dirección y control del Partido
Comunista y el gobierno, el papel del Estado se hace presente en todas
la decisiones relevantes encaminada a lograr el desarrollo. Es desde esa
posición que se van otorgando mayores campos de decisión a las empresas
estatales, a los gobiernos regionales, a bancos y a los espacios de
operación del mercado (Meza, 2013).
Importa destacar que en
ninguno de estos dos casos estamos hablando de un giro hacia el
desarrollo como un simple resultado de la dinámica tendencial de la
acumulación de capital. Lo que se presenta, por el contrario, en un
caso, es una profunda reforma agraria y una guerra que desmantelan las
bases de sustentación de las antiguas clases dominantes locales,
debilitándolas, al tiempo que la principal potencia ofrece cuantiosos
recursos y protege política y militarmente el proceso de recuperación y
posterior desarrollo capitalista de Corea del Sur.
En el caso de
China tenemos la situación de una sociedad que se ha revolucionado,
destruyendo también las bases de sustentación de las viejas clases
dominantes, desatando fuerzas y potencialidades en aras de alcanzar el
socialismo, las que tras agudas luchas y virajes terminan siendo
canalizadas por un proceso que no sólo la conduce al capitalismo, sino
que la convierte en una potencial rival de la hegemonía en el sistema
mundial.
En los dos casos, a su vez, tenemos la conformación de
Estados autoritarios fuertes y con amplia autonomía para disciplinar a
la sociedad en su conjunto, para definir planes y proyectos de
desarrollo económico a los cuales deben adscribirse los agrupamientos
dominantes y los dominados y en sostener sobre estos últimos prolongados
y agudos procesos de superexplotación.
En otras palabras, el
tránsito al desarrollo capitalista de economías subdesarrolladas en la
segunda mitad del siglo XX y a inicios del siglo XXI sólo ha sido
posible en economías que han caminado un largo trecho a contrapelo de
las simples tendencias de la mano invisible del mercado, en un cuadro de
condiciones excepcionales difíciles de repetir. Por esta razón, no es
fácil señalar que China y Corea del Sur no pueden ser un modelo a seguir
por las economías latinoamericanas, como algunas voces han atribuido a
teóricos de la dependencia (Kornblihtt, 2012).
Sólo después de
sentar bases sólidas (entre la que emerge la capacidad de apropiarse de
valores gestados en otras economías), se van abriendo puertas para que
el mercado y las tendencias de la acumulación capitalista ganen
autonomía, y aún allí, sin dejar de contar con la vigilancia y
protección del Estado en sus vaivenes locales, así como globales.
¿Qué había de particular en los años sesenta y setenta del siglo XX
para que Estados Unidos y la llamada comunidad internacional de
Occidente apoyaran con cifras cuantiosas el proceso de Corea del Sur 5/,
y se aceptaran medidas radicales, como el control estatal del sector
financiero, y la puesta en marcha de planes en donde la manoseada
libertad de los mercados y también de los individuos quedaron en
entredicho?
Podríamos también preguntarnos si ese sistema
mundial capitalista hegemonizado por Estados Unidos aceptaría en
nuestros días un proyecto de desarrollo capitalista en tales
condiciones. Las probabilidades de que surja un proyecto de esa
naturaleza son escazas, si no es que nulas; y no hay que ser profeta
para afirmar que Estados Unidos no lo aceptaría, y me temo que mucho
menos lo apoyaría, salvo que fuese necesario, con algún aliado de primer
nivel, y ubicado en alguna zona de vital importancia, como en el Medio
Oriente.
La conjunción de encontrarnos en los primeros tiempos
de la hegemonía estadounidense, el lugar estratégico (y no la presencia
de grandes riquezas naturales) de Corea del Sur en la recientemente
abierta “guerra fría” (como contención de Corea del Norte, a pocos
kilómetros de las principales ciudades de la China comunista, y casi
fronteriza también con la Unión Soviética), son algunos de los elementos
a nivel del sistema mundial que permitieron esa excepcional
experiencia. A ellos se agregan los que refieren a las particularidades
en el seno de Corea del Sur que ya hemos destacado.
Por otro
lado, la temprana constitución de China en una potencia nuclear, en
1964, constituye un elemento que seguramente jugó un peso de
significación en las indecisiones de Estados Unidos y otros poderes
imperialistas en pretender detener el proceso chino, junto a las
disputas que mantuvo China con la ex Unión Soviética, de la cual los
centros desarrollados esperaban mejores resultados para sus intereses.
La ingenuidad neodesarrollista
El poderío alcanzado por Estados autoritarios, en materia de
definición, dirección y puesta en marcha de los planes de desarrollo en
el corto y mediano plazo en los casos considerados, así como los agudos
procesos de acumulación primitiva y de acumulación sustentados en la
superexplotación de los trabajadores que los hicieron posibles, permite
poner en sus justas dimensiones los tímidos llamados de
neodesarrollistas y neoestructuralistas en aras de otorgar mayores
responsabilidades al Estado en el curso de los procesos económicos de la
región, así como de mejoras salariales y de empleo, formulados en un
pequeño escrito conocido como las “diez tesis”, firmado en Sao Paulo en
septiembre de 2010 por un número importante de economistas brasileños y
argentinos, entre otros de la región, así como por algunos de otras
regiones (Diez tesis, 2012).
Frente a la envergadura de los
problemas afrontados por los Estado en las experiencias de Corea del Sur
y de China, es una afirmación que contradice la historia más reciente
señalar que “los mercados son el ámbito principal” del “desarrollo
económico” (tanto Corea del Sur como China desmienten lo anterior), sin
embargo, prosiguen los neodesarrollistas, “el Estado tiene un papel
estratégico” para “la provisión del marco institucional apropiado para
sostener este proceso estructural”. En otras palabras, para los
economistas mencionados, el mercado propicia el desarrollo, para lo cual
es necesario un marco institucional, provisto por el Estado, para que
ese desarrollo se sostenga. Al fin que -prosiguen los neodesarrollistas-
“el desarrollo económico requiere una estrategia que permita aprovechar
las oportunidades globales (…) creando oportunidades de inversión para
los emprendedores privados” (Diez tesis, 2012).
Los
neodesarrollistas reconocen que la burguesía de la región ha hecho poco o
nada en materia de desarrollo, porque –suponen- no se le han señalado o
sugerido las estrategias a seguir en la materia. (Entre paréntesis, los
Estados analizados no sugirieron, ni simplemente indicaron: obligaron a
seguir determinados caminos). Pero cuando esto ocurra la burguesía
-ahora sí-, estará en la mejor disposición de hacerlo. La pregunta
inevitable es: ¿y por qué ahora sí? No hay en el escrito, ni en la
experiencia regional, ningún elemento que permita responder
afirmativamente a este interrogante.
Reconocen a su vez que esta
burguesía ha hecho poco o nada en la materia, porque no ha contado con
oportunidades de inversión, perdida en los laberintos del mercado, como
si no fuese exactamente eso lo que ha hecho hasta la fecha: seguir sus
oportunidades de inversión, de construir vía concentraciones del ingreso
mercados internos a la medida de sus necesidades, de expulsar
trabajadores del mercado con elevadas tasa de desempleo y subempleo, o
de mantenerlos en los márgenes, con salarios paupérrimos, y de volcarse a
los mercados exteriores en los tiempos actuales.
Siguiendo las
clásicas fórmulas y recetas de los organismos internacionales, en donde
lo que “debería” ser y hacer el Estado o los empresarios de la región,
se impone a “lo que efectivamente son” y hacen, los neodesarrollistas
señalan una serie de tareas que debe cumplir el Estado para resolver el
problema del subdesarrollo: (1) promover “la estructura (…) y las
instituciones financieras” para que sean “capaces de canalizar recursos
domésticos al desarrollo de la innovación”; (2) “el desarrollo (…)
debería ser financiado esencialmente con ahorro interno”, para lo que se
requiere “instituciones financieras públicas que aseguren la plena
utilización de los recursos domésticos”; (3) “garantía estatal de
proveer empleo (a lo menos con) un salario vital (…), para neutralizar
(la) tendencia al mal pago del trabajo”; y (4) “perseguir el pleno
empleo”, entre otras.
Frente a estas nuevas responsabilidades,
la pregunta obligada es ¿cuál Estado es el que podría poner en marcha
estas tareas, a pesar de ser limitadas? Porque en la casi generalidad de
Estados que contamos, éstos se encuentran actuando de acuerdo a lo que
las clases dominantes y el capital extranjero requieren para generar
ganancias, y ello pasa por sostener salarios de sobreexplotación para el
grueso de la población trabajadora, para ganar en competencia con sus
productos en el exterior; abrir nuevas y mejores condiciones a las
inversiones extranjeras; desincentivar el ahorro; concentrar ingresos y
alentar el consumo de los sectores sociales con poder de compra.
Es posible que estén pensando en la necesidad de conformar otro Estado o
reformar a fondo los actuales. ¿Y eso cómo se logra? Porque una tarea
de tal envergadura reclamaría contar con fuerza social y política para
poner en cintura a las clases dominantes, a los grandes exportadores, a
los asociados al capital extranjero, al propio capital extranjero que
opera en nuestras economías, a los que producen para el alto mercado
interno, a los que pagan salarios de hambre, a la clase política, a
jueces y magistrados. Porque además ese nuevo Estado reclamaría nuevas
leyes que hagan posible establecer nuevas condiciones de organización de
la vida en común.
Sin pronunciamientos sobre estos “pequeños”
detalles, cualquier listado de buenas intenciones sobre lo que “debería”
hacer el Estado –pensado como una cosa-máquina con atribuciones
propias, a la que bastaría limpiar y aceitar para que funcione bien- no
deja de ser simplemente eso: un listado de buenas intenciones, de
ilusiones a partir de un Estado que no existe en la región y del que se
dice poco cómo podría ser el director de orquesta que se desea.
La integración de los procesos locales con el capital transnacional
Ninguna economía latinoamericana se aproximó desde la segunda mitad del
siglo XX a la fecha a aquella constelación de factores excepcionales
que abrieron las puertas para el desarrollo de Corea del Sur y China. La
integración de los procesos productivos de la región con los de la
economía estadounidense y del capital transnacional, su ubicación en una
zona de vital seguridad para Washington, limitaron o impidieron que
procesos de tales características se hicieran presentes en la región.
Por parte de las clases dominantes latinoamericanas, la voluntad de
levantar proyectos con algún grado de autonomía -si es que alguna vez
existió- se fue a su vez esfumando mientras dichas clases estrechaban de
manera creciente sus lazos con el capital estadounidense y extranjero
en general.
Por esta razón la voluntad de romper con el atraso y
el subdesarrollo ha quedado en manos y en proyectos de otras clases en
la región, debiendo enfrentar el rechazo de Washington, así como de sus
políticas desestabilizadoras, cuando no abiertamente intervencionistas.
Recordemos la experiencia encabezada por Salvador Allende en Chile, y
cómo y por quiénes fue liquidada, para no ir más lejos.
El
significativo papel del Estado en las experiencias anteriormente
analizadas alcanza mayor sentido cuando consideramos el periodo reciente
de enorme ganancias que muchas burguesías y Estados latinoamericanos
percibieron en los últimos años, como resultado de una sorprendente
elevación de los precios internacionales de los principales bienes
primarios exportados por la región por un periodo sostenido, como fue el
caso del petróleo y derivados, gas natural, cobre, hierro, soja y
derivados, entre los más destacados.
Las burguesías
latinoamericana y transnacional favorecidas de esas elevadas ganancias
las destinaron a reproducir el subdesarrollo. En las grandes economías
regionales, como México, Brasil y Argentina predominó la subordinación
del Estado a la dinámica de la reproducción dependiente y a los
intereses de sus clases dominantes y del capital extranjero inserto en
la región 6/.
Una nueva situación en el sistema mundial y en las economías locales
En nuevos estadios de integración de los capitales y de los procesos
productivos locales con los proyectos e intereses del capital global,
las posibilidades de una confluencia de factores sistémicos y locales
para desencadenar procesos que conduzcan al desarrollo son cada vez más
difíciles que se produzcan. Por el contrario, dicha integración ha
profundizado el subdesarrollo y la dependencia.
En la
actualidad, las economías latinoamericanas de la mano del capital local y
global han reconfigurado las estructuras de inserción en los mercados
internacionales teniendo como base la producción de bienes primarios,
con poco procesamiento, alejándose de los objetivos de desarrollar
conocimientos y tecnologías. En algunos casos también se producen bienes
industriales, en un contexto regional en donde el sector industrial ha
sido prácticamente desarticulado, cuando no desmantelado, quedando
reducido a algunos segmentos de cadenas globales en donde se privilegia
el trabajo y su baja remuneración y no el conocimiento.
De esta
forma la economía latinoamericana ha quedado más descentrada que en los
periodos previos, sin un proyecto industrial, sino tan sólo con algunas
industrias, o a lo sumo con pequeños segmentos, principalmente de
ensamble y maquila, y poco de producción, en donde las decisiones de qué
y cómo producir se encuentran en las casas matrices de empresas
globales provenientes del mundo desarrollado.
Esto va acompañado
por la multiplicación de nuevos recursos minerales explotados a cielo
abierto, el desmantelamiento de bosques y reservas de agua. La
depredación de las riquezas de la zona en aras de acrecentar la
acumulación no se trasunta en mejores condiciones de acumulación para
proyectos de desarrollo ni de infraestructura para esa nueva economía.
Tampoco en mejoras sustanciales en el consumo y bienestar de la
población mayoritaria de la región.
A modo de conclusión: el desarrollo del subdesarrollo
Para describir la agudización del subdesarrollo y de la dependencia de
las economías latinoamericanas, en tanto prosiguieran organizadas por
las relaciones del capital, Andre Gunder Frank acuñó la noción
“desarrollo del subdesarrollo” (Frank, 1970: 13).
Esta noción
puso de manifiesto que las economías latinoamericanas podían crecer y
expandir su desarrollo, pero en tanto lo hacen en la lógica que rige al
capitalismo dependiente, dicho desarrollo agudizaría los problemas del
subdesarrollo.
Agudización del subdesarrollo o agudización de la
dependencia no implica concebir una economía estancada o con números
negativos en materia de crecimiento, como torpemente se sigue repitiendo
(Astarita, 2010: 57); tampoco agudización absoluta de la pobreza y la
miseria, o exterminio de la población trabajadora local, como resultado
de la superexplotación, entre otras tantas superficialidades como se
caricaturiza a la teoría marxista de la dependencia.
Incremento
del subdesarrollo o de la dependencia significa la agudización de las
particularidades de la reproducción del capital propias del capitalismo
dependiente. Nuestras economías podrán seguir creciendo, mucho o poco,
pero creciendo, podrá seguir expandiéndose la planta productiva, las
extensiones de tierras cultivadas, la masa de bienes producidos y
exportados y la masa de inversiones en el exterior, pero de manera que
sólo unos pocos sectores sociales y clases disfrutan del trabajo social
allí contenido.
La población que alcanza trabajo podrá acceder a
televisores, celulares o computadoras, a condición de vivir con
precarios servicios públicos en materia de salud, educación, vivienda,
con transporte deficiente, prolongando así sus ya largas jornadas
laborales, sin poder reproducirse en condiciones de seres humanos que
laboran en el siglo XXI y no en el siglo XIX; la reproducción de nuevos
brazos disponibles para el capital proseguirá, sostenida en programas
gubernamentales de subsistencia y en los esfuerzos de las familias y de
redes de sobrevivencia en el mundo de los paupers. Las brechas sociales
se profundizan, incrementando los agravios morales sobre las mayorías,
cada vez con más extensas o intensas horas de trabajo o bajo los
tormentos de la miseria.
Resumiendo: la agudización del
subdesarrollo y de la dependencia significa profundizar las
contradicciones inherentes a la reproducción del capitalismo
dependiente, o en los términos de Frank, profundizar el desarrollo del
subdesarrollo.
* Jaime Osorio, Profesor/investigador. Departamento de Relaciones Sociales. UAM-Xochimilco
Notas
1/ Entre 1945 y 1961 Corea del Sur recibió en forma de donaciones de
los Estados Unidos más de 3 mil 100 millones de dólares, cifra que es
más del doble de lo que recibieron Bélgica, Luxemburgo y los Países
Bajos durante el Plan Marshall, o un tercio más de lo que percibió
Francia. (Toussaint, 2006: 86).
2/ China exige a los inversores
extranjero, particularmente a los de elevada productividad y de sectores
estratégicos, la capacitación de personal y la enseñanza de tecnologías
aplicadas.
3/ Para 2010 el stock total de capital chino en el
exterior ascendía a 317 mil 210 millones de dólares. Muy por debajo de
los monto de las grandes economías, pero con tendencias a un ascenso
creciente. (Oficina Económica y comercial de la Embajada de España en
Shanghai, 2012). Pero en 2012 China fue la tercera economía inversora en
el extranjero, con 84 mil millones de dólares, sólo por debajo de
Estados Unidos y Japón. En el cuarto lugar se ubica Hong Kong, también
con 84 mil millones de dólares de inversión en el exterior. (UNCTAD,
2013: 5).
4/ En el primer plan quinquenal (1962-1966) los
sectores o ramas prioritarios a desarrollar fueron el sector energético,
abonos, textiles y cemento, En el tercero (1972-1976) los ejes
productivos fueron la siderurgia, equipamiento de transporte,
electrodomésticos y la construcción naval. (Toussaint, 2006: 93).
5/ En la primera mitad de los años ochenta, y en medo de serios
problemas financieros, Japón otorgó a Corea del Sur 3 mil millones de
dólares por concepto de reparaciones de guerra.(Toussaint, 2006: 99).
6/ . A pesar de casi tres décadas desde su publicación, y de su sesgo
estructuralista, es interesante ver la comparación que realiza Fernando
Fajnzylber de los “estilos de desarrollo” de Japón y Corea del Sur,
frente a Estados Unidos y América Latina . (Fajnzylber, 1987).
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