Jorge Durand
La Jornada
La campaña presidencial
en Estados Unidos ha puesto de manifiesto las profundas contradicciones
de la sociedad en ese país y del Partido Republicano. Aunque parezca
mentira, la derecha o los conservadores están más divididos que la
izquierda, que los liberales.
En realidad no se puede hablar de derecha o izquierda en Estados
Unidos, pero hasta eso se ha puesto en cuestión con la candidatura a las
primarias demócratas de Bernie Sanders, quien postula un
socialismo democrático, frente al continuismo o neoliberalismo de la propuesta de Hillary Clinton.
La pregunta que muchos se hacen es si Donald Trump está destruyendo
al Partido Republicano o si simplemente lo está develando, tal cual es.
En realidad están sucediendo las dos cosas. Los republicanos no saben
qué hacer con un candidato a las primarias que tiene amplio respaldo
interno, pero que ha demostrado públicamente que es racista y misógino
por una parte, e imprudente y altanero por otra.
Para muchos Trump representa lo peor de la derecha estadunidense,
pero que estaba escondida tras bambalinas. Representa a una generación
de blancos que quiere volver al pasado, a los años 50, cuando dominaban
demográfica, política, social y culturalmente en el país Make America Great Again.
Pero ese país ya no existe. Medio siglo después la sociedad americana
tiene otro perfil y otra historia. La lucha por los derechos civiles en
la década de 1960 fue una primera estocada a la cultura WASP ( White Anglo Saxon Protestan).
La segunda puñalada fue la elección de John Kennedy, católico de
origen irlandés, quien no tenía dos de las cualidades fundamentales de
la blanquitud: ser protestante y anglosajón. Hay que recordar que los
irlandeses no eran considerados
blancosen Estados Unidos y están enfrentados desde hace siglos con los anglos.
La tercera cuchillada fue la elección de Barack Obama. Un negro en
todo el sentido de la palabra. Aunque tiene 50 por ciento de sangre
blanca, eso no cuenta. Una gota de sangre negra: igual negro. La palabra
mestizaje no existe en inglés. Es una idea, un concepto, una
posibilidad imposible, impracticable, prohibida incluso en el lenguaje
cotidiano.
Obama propiamente es un mulato, pero esa sutileza no se admite en Estados Unidos.
Pero la realidad es mucho más compleja, rica y generosa que la
cerrazón ideológica. Hoy día los latinos representan 17.4 por ciento de
la población de Estados Unidos; los negros, 13.2 por ciento, y los
asiáticos, 5.4 por ciento, lo que significa que un tercio de la
población total forma parte de las minorías. Para 2060 se estima que la
población latina llegará a representar 28.6 por ciento.
Esa realidad es la que un sector de blancos conservadores del Partido
Republicano quieren negar. Y Trump ha sido su paladín, la punta de
lanza de una generación que se niega a morir, que se resiste a aceptar
que Estados Unidos es una sociedad multicultural, que el mestizaje
existe y se incrementa día a día.
Por añadidura, Trump se compró la pifia aquella de que Obama
era musulmán y no desmintió, ni argumentó en contra, cuando le hicieron
la pregunta. Por otra parte, cometió el dislate de afirmar que en Nueva
Jersey, que tiene mucha población musulmana, se festejó la caída de las
Torres Gemelas. Lo que era falso.
Se ha dicho y repetido que Trump tiene derecho a la libertad de
expresión, pero a lo que no tiene derecho es a tergiversar o inventar
los datos. Su idea primigenia de que México debía construir y pagar el
muro fronterizo ciertamente es original, pero no ha dicho cómo le va a
hacer para que eso suceda.
En el plano académico, ese papel lo representó Samuel Huntington,
profesor de la Universidad de Harvard, cuando escribió el libro Who are we?, sobre la identidad americana
y se olvidó de que existían los negros, simplemente no los ve, ni los
considera parte de la sociedad, porque sólo piensa en la sociedad WASP.
Pero los negros no son amenaza, ni lo han sido históricamente, la
verdadera amenaza a la sociedad estadunidense la encuentra en los
hispano-latinos.
Paradójicamente los tres candidatos republicanos que están en la
punta representan racialmente a tres grupos diferentes. Trump, a los
blancos (magnate inmobiliario, con 36 por ciento de preferencias); Ted
Cruz, a los latinos (nacido en Canadá, hijo de cubano y americana,
senador por Texas, con 16 por ciento), y Ben Carson, a los negros
(neurocirujano sin experiencia política, con 14 por ciento). Sólo
faltaría un candidato de origen asiático para tener el panorama
completo.
Si bien Trump va a la punta con 20 puntos de diferencia con su más
cercano competidor, su perfil es muy complicado y antagónico como para
que sea candidato a la presidencia y hay mucha oposición a su
candidatura entre los líderes del Partido Republicano, no entre el
público en general. Tendrían entonces que elegir entre un negro y un
latino, lo que también resulta prácticamente imposible, dado el poder
que tienen en las primarias los blancos conservadores.
El Partido Republicano está entrampado. Su candidato blanco más
experimentado, Jeb Bush, sólo tiene 3 por ciento de aceptación. Además
acarrea varios problemas serios; el primero es que las masas ya están
hartas de la familia Bush; el segundo es que está casado con una
mexicana, lo que no gusta a los conservadores blancos; el tercero es que
opina en favor de algún tipo de reforma migratoria, lo que resulta
inadmisible; para finalizar, de ser un favorito pasó a los últimos
lugares, su campaña se desinfló y ya no cuenta con fondos.
Para salir de la trampa se necesita un candidato presentable y competitivo. No hay nada a la vista.
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