Immanuel Wallerstein
La Jornada
Este ha sido un mal año
para los partidos en el poder que enfrentaron elecciones. Han estado
perdiéndolas, si no por completo, sí relativamente. La atención se ha
estado enfocando en una serie de elecciones donde los así llamados
partidos de derecha se desempeñaron mejor, algunas veces mucho mejor,
que los partidos en el poder considerados de izquierda. Los ejemplos
notables son Argentina, Venezuela, Brasil y Dinamarca. Y uno podría
añadir a Estados Unidos.
Lo que está menos comentado es la situación inversa –partidos en el poder que son de
derecha, y que perdieron ante fuerzas de la izquierda, o por lo menos perdieron en términos de porcentaje y en los escaños que habían obtenido a nivel nacional y/o a nivel provincial. Esto ha sido cierto en Canadá, España, Portugal, Italia e India.
Tal vez el problema no esté en los programas propuestos por los
partidos, sino en el hecho de que los partidos en el poder son culpados
por las malas situaciones económicas. Una reacción, que hemos visto casi
en todas partes es el populismo xenofóbico de derecha. Y otra reacción
es exigir más, no menos, medidas propias del Estado benefactor, que se
dice son
contra la austeridad. Por supuesto se puede ser xenofóbico y estar contra la austeridad, al mismo tiempo.
Pero si un partido alcanza el poder y tiene que gobernar, se espera
que haga la diferencia en lo relacionado con las vidas de aquellos que
votaron por ellos para llegar al poder. Y si no pueden lograrlo, pueden
enfrentar una severa reacción en las elecciones del futuro, a veces muy
pronto. Esto es lo que el primer ministro Modi, en India, aprendió
cuando (menos de un año después de barrer en las elecciones nacionales)
su partido tuvo un mal desempeño en las elecciones provinciales en Delhi
y Bihar, donde su partido lo había hecho muy bien justo antes.
No creo que esta volatilidad vaya a cesar pronto. La razón, pienso,
es muy simple. Los mantras neoliberales de crecimiento y competitividad
no han sido capaces de reducir significativamente la tasa de desempleo
real. Como resultado pueden ante todo forzar la transferencia de riqueza
de los estratos pobres a los más ricos. Esto es muy visible y es lo que
conduce a la denuncia de los programas de austeridad.
La reacción xenofóbica responde a una necesidad psíquica, pero de
hecho no conduce a un mayor desempleo, y por tanto tampoco a un mayor
ingreso real. Tales votantes pueden retirarse entonces de la política
electoral, como pueden hacerlo quienes persiguen objetivos de izquierda,
como el fijar mayores impuestos a los ricos. A su vez, los gobiernos
–de centro, de izquierda o de centro– tienen menos dinero para cualquier
medida social de protección.
La combinación de estos elementos no sólo es muy negativa para
aquellos situados en la base de la escalera del ingreso. También
significa la decadencia de la llamada clase media –es decir, ocurre una
transferencia de muchas familias hacia las filas de los estratos
inferiores. Sin embargo, el modelo de elecciones parlamentarias con dos
partidos principales se ha basado en la existencia de un estrato
relativamente grande de clase media que está listo para darle un viraje a
sus votos ligeramente y con calma entre los dos partidos centristas
bastante semejantes. Sin ese modelo en funciones, el sistema político es
caótico, que es lo que estamos viendo ahora.
He estado describiendo un escenario intra-estatal. Pero también
existe el escenario inter-estatal –el poder total relativo de diferentes
Estados. Así como la tasa real del empleo es algo que podemos observar
al interior de un Estado, así las tasas de cambio de las divisas son una
clave del poder inter-estatal. El dólar estadunidense se ha mantenido
en su nivel de
mandamássobre todo porque no hay otra buena alternativa a corto plazo. No obstante, el dólar estadunidense no es estable, sino que está sujeto a vaivenes volátiles, repentinos y a una decadencia relativa de largo plazo.
Las tasas de cambio caóticas significan que permanece ahí una muy
peligrosa solución para reforzar el poderío relativo inter-estatal: la
guerra. La guerra es a la vez intimidante y remunera en el corto plazo,
aun siendo humanamente devastadora y extenuante en el largo plazo. Así,
cuando Estados Unidos debate si habrá de perseguir sus intereses en
Siria o en Afganistán, es muy fuerte el jalón hacia un involucramiento
militar mayor, no menor.
Dicho lo dicho, no es un panorama bonito. El punto para los partidos
políticos es que no es un buen tiempo para efectuar elecciones. Algunos
partidos en el poder comienzan a decidir no celebrarlas, o por lo menos
no efectuar ni siquiera las que se piensen marginalmente competitivas.
Traducción: Ramón Vera Herrera
©Immanuel Wallerstein
No hay comentarios:
Publicar un comentario