Sobre una mirada metabólica de la política
En los últimos meses
está en marcha un cambio sustantivo en los debates políticos
sudamericanos. Las izquierdas que no participan de los gobiernos, están
afinando sus cuestionamientos manteniéndose claramente diferenciadas de
los reclamos conservadores. Desde presidentes y vicepresidentes, pasando
por ministros, hasta conocidos apoyos intelectuales, han endurecido
notablemente sus críticas a esas izquierdas. La situación es bien
conocida en Ecuador, ya que a esas izquierdas, desde el poder se las ha
criticado, fueron ridiculizadas y hostigadas.
Las críticas han
escalado en intensidad y ahora se las trata de revestir y justificar
desde un nuevo discurso. Uno de los ejemplos más claros se escuchó en
Quito, el pasado setiembre, en la conferencia del vicepresidente de
Bolivia, Alvaro García Linera, en el segundo encuentro Latinoamericano
Progresista (1). En ese cónclave, el vicepresidente pidió permiso para
criticar a lo que denomina como “izquierda deslactosada”, un término que
más o menos equivale a la etiqueta “izquierda infantil” que se ha usado
en Ecuador .
En unas pocas líneas, García Linera, describe a
la “izquierda deslactosada” de la siguiente manera: son unos perfumados,
descafeinados, les espanta el “olor” de la plebe o el “lenguaje
guerrero”, les incomodan los ruidos de la calle o las barricadas, son
radicales o pseudoradicales, pseudoizquierdistas, abstractos, timoratos,
inoperantes, arrepentidos y cómplices. Serían apenas observadores desde
un balcón, de un café, o en el descanso del fitness matinal, que
analizan mirando televisión, y que la única revolución que conocen es de
un documental de History Channel. Tienen buenos salarios, pero “no
tienen ninguna medida concreta” ni propuestas prácticas enraizadas en
los movimientos.
La mirada metabólica de la política
Como puede verse, la izquierda deslactosada según esa evaluación sería
una cosa espantosa. En esos pocos renglones hay por los menos 21
descalificaciones, casi todas adjetivaciones y pocos argumentos. Ante
ese tipo de evaluación, entiendo que sólo es posible una reacción un
poco en serio y un poco en broma.
Comencemos por precisar ese
adjetivo de la lactosa para referirse a la izquierda. La lactosa es un
azúcar, conformado por una asociación entre glucosa y galactosa,
presente en la leche materna de los mamíferos. Se ha vuelto conocida por
la intolerancia que algunas personas tienen a esa molécula, lo que ha
promovido la venta de leches deslactosadas.
Cuando García
Linera se lanza contra los deslactosados, estaría introduciendo una
metáfora bioquímica de la política que permitiría identificar dos
posiciones. Habría una que sería muy buena, desplegada por los gobiernos
progresistas, que es la que tendría mucha lactosa; y otra descansaría
en los reclamos supuestamente marginales de una izquierda
extra-gubernamental, deslactosada o diet.
Sea por esta vía o
por otra, nos quieren llevar a una discusión donde la lactosidad
reemplazaría a otros componentes clásicos de los debates políticos en el
gran campo de la izquierda. Seguramente ese camino del análisis
metabólico no tiene mucho sentido, pero aún si se lo aceptara, podría
argumentarse que la situación actual es seguramente la inversa.
Son los progresismos los que se han quedado sin energéticos, se han
deslactosado. Entretanto, en los ámbitos de las izquierdas plurales e
independientes, es donde todavía persisten las energías, las fuerzas,
para buscar los cambios.
Atrapados en el desarrollo
Para fundamentar que la falta de azúcar está en otro sitio, es
necesario precisar que las izquierdas democráticas plurales e
independientes han centrado sus cuestionamientos sobre las estrategias
de desarrollo progresistas o sus modos de entender la política.
Los progresismos sudamericanos actuales han quedado atrapados en
estilos de desarrollo que más allá de sus cambios (muchos de ellos
positivos), de todos modos siguen basados en los sectores primarios y
por ello sufren una amplia gama de impactos, manteniendo su dependencia
de la globalización. Esto les ha obligado a reajustar las prácticas
políticas de manera que puedan, por un lado, mantener sus conocidas
medidas de amortiguación social, y por otro lado, aplacar, detener o
impedir que la movilización social ponga en riesgo esos extractivismos.
Es una apuesta que sin duda no es neoliberal, pero desembocó en
regímenes políticos que son sustancialmente diferentes a las ideas de
las izquierdas que los originaron.
Toda esta maquinaria sólo es
viable mientras el Estado logre capturar márgenes adecuados de
excedentes. Los gobiernos necesitan financiarse para sostenerse a sí
mismos (lo que no es menor, porque el empleo público se multiplicó en
casi todos los países progresistas), y simultáneamente mantener
programas de compensación social.
El motor principal para
lograr estos equilibrios han sido los extractivismos, tales como la
minería, los hidrocarburos o los monocultivos. Por más que se acumule la
evidencia sobre sus graves impactos sociales o ambientales, sus costos
económicos escondidos, o la dependencia de los compradores o inversores
internacionales, a pesar de todo eso, en lugar de buscar nuevas
opciones, los progresismos optaron por profundizar todavía más su
dependencia extractivista. Ahora rebajan los controles, ofrecen
cuantiosos subsidios, contratos secretos, o reprimen la protesta
ciudadana.
Ante estas situaciones los progresismos sostienen
que no se puede caer en la “trampa” de los deslactosados, quienes
reclamarían dejar en “seis meses lo que ha durado siglos”, como dice
García Linera. A mi modo de ver ese tipo de afirmaciones parte de una
lectura incorrecta de la realidad. No conozco a nadie que plantee dejar
los extractivismos en meses, ni siquiera en unos pocos años. Lo que se
exige es la necesidad de entender que no puede insistirse en ese tipo de
desarrollo, que deben pensarse cambios y comenzar a ensayarlos, y para
ello se proponen salidas paulatinas. Nadie insiste, por ejemplo, en
prohibir toda minería, sino en enmarcarla bajo verdaderos controles y
apropiarse solamente de aquello que realmente se necesite dentro de la
región. Dicho desde la metáfora metabólica, son las izquierdas las que
tienen mucha lactosa porque aceptan el riesgo y desafío de imaginar otra
economía y superar la dependencia de la globalización.
Los
progresistas también afirman que sólo podrían abandonar los
extractivismos si hay un cambio planetario, una renuncia global al
capitalismo o una revolución que rompa con el desarrollo, en todos los
países y más o menos simultáneamente. Ese tipo de ideas sí que son
ingenuas; es aguardar a que los alemanes o los chinos, todos a la vez,
se iluminen repentinamente para cambiar sus estilos de vida, sus
apetencias consumistas y sus entendimientos de la economía y la
política.
Los latinoamericanos no pueden seguir esperando por
todo eso, y deben comenzarse los cambios, dicen desde las izquierdas.
Por ejemplo, iniciar desenganches selectivos de la globalización en
paralelo a fortalecer redes productivas regionales en el continente.
¿No hay alternativas?
Muchos progresistas acusan a las izquierdas de no tener propuestas de
alternativas o de vivir en una especie de ilusión alejada de la
realidad. “No tienen ninguna medida concreta, ni una sola propuesta
práctica enraizada en el movimiento social”, dice A. García Linera.
Sin embargo, lo que nos rodea es muy diferente. Tanto en los países
andinos como en el cono sur, se han planteado y se discuten todo tipo de
alternativas a los extractivismos en particular, y a la dependencia de
vender materias primas en general. Por ejemplo, fue la sociedad civil
ecuatoriana la que innovó al proponer una moratoria petrolera en la
Amazonia. Esa iniciativa finalmente no cristalizó, pero hoy, los
científicos que estudian el cambio climático cuando afirman que se debe
mantener aproximadamente el 80% de los hidrocarburos bajo tierra para
asegurar la vida en el planeta, le están dando la razón a esa propuesta.
De manera similar, hay economistas que alertando sobre la
desindustrialización generada por un boom exportador de commodities y
proponen industrializaciones alternativas, especialmente encadenadas con
la agropecuaria. Otros han explorado sistemas tributarios alternativos.
Hay redes de grupos y organizaciones, reuniones, seminarios,
libros y artículos dedicados a las alternativas a los extractivismos, e
incluso una reflexión específica de vías de salida transicionales de la
adicción a exportar bienes primarios.
Esta apretada lista
muestra la existencia de múltiples discusiones y ensayos, tanto
conceptuales como prácticos. Se podrá estar de acuerdo o no con sus
contenidos, pero no puede decirse que no existen. Allí hay espacios
espacios repletos de energía e innovación. Los progresismos, en cambio,
no han generado ideas alternativas al desarrollo. Es difícil saber si
los progresistas no entienden toda esa discusión sobre las alternativas,
o no les queda más remedio que ignorarlas y declamar que no existen, ya
que si las aceptaran, se verían obligados a comenzar a pensar en
cambiar sus propias prácticas.
¿Dónde están las contradicciones?
Tanta insistencia en las raras metáforas disimula la paulatina
desaparición de una categoría fundamental para los análisis políticos:
las contradicciones. Su estudio era un componente clave en aquellas
anteriores izquierdas, desde abordajes simples sobre los contrastes
entre lo que dicen los gobiernos y lo que realmente hacen, hasta los
complejos análisis de coyuntura que ofrecían sindicatos o las ONGs de
base popular.
El progresismo sudamericano actual, en cambio, no
nos habla de contradicciones sino que nos presenta floridas metáforas y
adjetivos. Los problemas estarían, desde esa mirada, en los
infantilistas y los deslactosados por un lado, y en los conservadores y
la derecha por el otro.
A pesar de esos intentos, entender las
contradicciones sigue siendo fundamental. Su aplicación permitiría
comprender mejor las fenomenales tensiones entre la organización de la
producción al estilo progresista y su inevitable dependencia comercial
como proveedores de materias primas, lo que impone estructuras y
dinámicas de unas acotadas variedades de capitalismo. Es que, más allá
de los discursos anti-imperialistas, si la inserción económica está
dentro de esa economía global, los actores tienen que aceptar y
comportarse bajo sus reglas de funcionamiento. Se volverán cada vez más
interesados en aumentar la rentabilidad, esquivar impuestos,
externalizar los impactos ambientales, dejar para mañana las demandas
sindicales, pagar comisiones, etc. Allí estallan múltiples
contradicciones que deben ser puestas en evidencia, para evitar caer en
trampas, en generar desigualdades por otros medios, o en destruir la
naturaleza. Veamos, por ejemplo, si una empresa estatal para ser
“exitosa” no tiene más remedio que ser tan contaminante, despiadada,
explotadora o corrupta como una corporación transnacional. Ese análisis
de las contradicciones son los que sirven para determinar si sigue su
marcha la dominación de unas personas sobre otras y sobre la Naturaleza.
La energía en la política
Otro cuestionamiento
frecuente es sostener que esas izquierdas son socialmente marginales o
minúsculas. Por ejemplo, García Linera afirma que el “pseudo radicalismo
abstracto o inoperante” no apuntala “ninguna” movilización ni “refuerza
la acción colectiva”. Aquí también la realidad es distinta.
Las izquierdas independientes, democráticas y plurales, están lado a
lado, hombro con hombro, con comunidades que padecen serios problemas
sociales y ambientales en unos cuantos países. Esa interacción permite
que se hagan explícitos impactos que gobiernos y empresas quieren
ocultar, sirven para defender derechos ciudadanos, y son una barrera
contra la corrupción. No sólo eso, sino que en esas comunidades se
escuchan relatos donde son los progresistas en los gobiernos que están
recluidos en sus oficinas, y poco o nada saben de lo que realmente
sucede hoy en día en las calles o en las comunidades.
Esa
renovación de la confluencia entre grupos organizados es la que potencia
movilizaciones desde hace ya un buen tiempo (como las marchas
ciudadanas en defensa de la naturaleza que han ocurrido en distintos
países andinos, como la liderada por la CONAIE en Ecuador o las del
TIPNIS en Bolivia).
Esas y otras movilizaciones fueron
rechazadas por los progresistas y además acusaron que se estaba
politizando a indígenas o campesinos. No sólo eso, sino que desde
entonces parecería que las ONGs son tan pero tan poderosas que deben ser
vigiladas y controladas estrechamente por los gobiernos (un extremo que
está alcanzando una gran intensidad en Bolivia).
Ante esta
situación, se vuelve difícil entender los dichos de los progresistas.
Por un lado, el progresismo gobernante insiste en que los deslactosados
son incapaces de incidir en la movilización ciudadana, y por otro lado
afirman que como son tan pero tan potentes, necesitan ser controlados.
¿Le llama la atención que se presenten dos ideas contrarias?
Posiblemente no. Es que este tipo de contradicciones se han vuelto
comunes, y ya son evidentes para amplias mayorías. Es esto precisamente
uno de los signos de la energía menguante de los progresismos. Por lo
tanto, no estamos ante un final de ciclo, sino ante su agotamiento. Les
resulta cada vez más difícil encontrar nuevos argumentos, y por ello no
les queda más remedio que apelar a otros recursos, sean campañas de
publicidad, raras metáforas, repetidas adjetivaciones y cuando se puede,
algunas burlas.
¿La lactosa sería la medida tanto para las
ideas políticas como las prácticas de los gobiernos? ¿Tendremos que
implantar un lactosómetro político? Me resisto a caer en esos extremos.
¿No existen palabras más adecuadas o ideas más precisas para explicar el
asunto? Sin duda que sí. En esa actitud deben estar las izquierdas que,
para relanzarse, deben usar los mejores términos y conceptos posibles,
siempre referirse a problemas reales y no ficticios. Izquierdas que
defiendan sus ideas y disientan si es necesario, con respeto y con
argumentos. La gente no es tonta y es eso lo que espera.
Nota
1. El proceso boliviano en clave regional, discurso de A. García
Linera, en II Encuentro Latinoamericano Progresistas, Quito, setiembre
2015, en:
http://www.alianzapais.com.ec/wp-content/uploads/2015/10/CONFERENCIA-MAGISTRAL-ALVARO-GARCIA-LINERA-EN-ELAP-2015.pdf
Eduardo Gudynas es investigador en temas de desarrollo.
Versiones anteriores del presente texto se publicaron en Página Siete
(Bolivia) y Plan V (Ecuador). Twitter: @EGudynas
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