Víctor Flores Olea
La Jornada
Uniformidad y diversidad en el mundo actual/I
No hay duda de que América Latina, después de varias décadas de
negras dictaduras, logró en general no sólo escapar a lo más cruel de la
violencia que se aplicaba a sus sociedades, sino implantar democracias
que en un momento ofrecieron al mundo un espectáculo de civilización
pocas veces vista en esta parte de la geografía. Conocidos analistas de
fama mundial, como Noam Chomsky o Atilio Borón, escribieron que la
región era seguramente una de las más progresistas en el mundo. Una vez
terminada la guerra fría, el Imperio se dio un plazo de espera para calibrar la nueva situación y obrar en consecuencia.
El resultado lo tenemos ya a la vista: el continente latinoamericano,
y en especial los países más progresistas, son nuevas potenciales
víctimas del poder imperial, el cual ha modificado sus tácticas: en vez
de botas militares, organización globalizada de la economía y de las
finanzas, lo que en la práctica significa una explotación más aguda de
la amplia mano de obra de las zonas más pobres, y sobre todo un control
impresionante sobre los gobiernos que, obligadamente, han de tomar
decisiones que contribuyan a la extracción de capitales y a su
acumulación en manos de las oligarquías locales e internacionales. La
libertad de comercio, para este sistema económico, que en realidad
significa la más plena libertad para beneficiarse de la riqueza local,
es una de las medidas canónicas del neoliberalismo (puesto que de eso se
trata). La red que se ha formado entre intereses locales y consorcios
internacionales, casi siempre combinados entre sí, forma una malla tan
intrincada que difícilmente muestra vías de escape. De esa red
naturalmente forman parte los medios de comunicación originados por las
nuevas tecnologías, lo cual hace aún más difícil la salida.
Además, los poderes imperiales, y en especial el estadunidense, no
son tan ingenuos como para pensar que va a ir sin luchas esta nueva
forma de opresión universal. Es por ello que, también en Latinoamérica,
sus amplios controles económicos y financieros se han hecho doblar por
bases militares instaladas en las dos o tres pasadas décadas, en lugares
que consideran estratégicos. Recientemente, el interés militar y el
financiamiento de Estados Unidos para el Plan Colombia, dio lugar a una
proliferación de nuevas bases y acuerdos de acceso militar en la región.
Lo que el Comando Sur llama la
arquitectura del teatroes una compleja red de instalaciones militares y funciones de Washington en la región. Las instalaciones militares estadunidenses representan compromisos directos en relación con sus prioridades políticas, como asegurar el acceso a los recursos estratégicos, especialmente al gas y al petróleo, y desarrollar una guerra contra la droga por el lado de la oferta, que responsabiliza a los extranjeros del consumo de drogas en Estados Unidos.
Registramos, por ejemplo, que el apoyo del Pentágono al intento de
golpe de Estado en Venezuela el 11 de abril de 2002, se realizó durante
los preparativos de la invasión a Irak. En 2004, tras la creación del
ALBA (Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América),
Washington encargó la tarea de beneficiar comercial y militarmente a
Brasil con un doble propósito: competir contra el avance de China y
contener la expansión de la influencia de la Venezuela de Hugo Chávez.
También en 2004, el Pentágono envió militares a Haití, como
misión de la ONU, que luego incrementó tras el violento terremoto de
comienzos de 2010, llegando a ocupar la isla con 16 mil soldados.
Asimismo, Washington reactivó la IV Flota en 2010, por medio de la
cual naves de guerra circunnavegarían la región y se abastecerían en
varios puertos latinoamericanos que prestaban su espacio.
Ese mismo año, militares estadunidenses apoyaron logísticamente al
Ejército de Colombia para bombardear un campamento supuestamente ilegal
de las FARC en Ecuador, matando a Raúl Reyes, el segundo en la cadena de
mando de la guerrilla. Estos son sólo algunos ejemplos de cómo
Washington rediseñó su plan para mantener la hegemonía política y
militar en América Latina y el Caribe.
La existencia de un complejo de bases militares en el área del Canal
de Panamá y la relación clientelar existente entre Estados Unidos y el
Estado panameño hizo del istmo un lugar adecuado como base de las
actividades que ayudaron al primero a proyectar su poder en el
continente y el Pacífico. Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados
Unidos mantuvo unos 63 mil soldados en Panamá y forzó a suscribir un
acuerdo para establecer más de 100 bases militares en el interior de ese
país,
para defender el canal. Sin embargo, un buen número de esas tropas fueron desplegadas para un proyecto de pruebas de armas químicas, con el objetivo de ver cómo reaccionan éstas en las selvas tropicales, durante la preparación de una anticipada guerra química contra los japoneses en el Pacífico.
Como puede verse, ha sido histórico el interés de Estados Unidos en
mantener el dominio político, financiero y comercial sobre América
Latina. Pocas veces contestado a fondo, como fue el brillante y heroico
caso de Cuba. Hoy pareciera a primera vista que el Imperio realiza su
sueño de dominio total, lo cual puede ser verdad en el aspecto de las
corporaciones sobre todo de carácter financiero pero no, ni mucho menos,
en la totalidad de la vida social y cultural. Dicho de otro modo: a
pesar de su poderío en los más distintos órdenes, en todas las
comunidades hay sectores que representan una sólida resistencia, lo
mismo por medio de movimientos sociales, partidos políticos inclusive, e
sindicatos, de ONG y de individuos con prestigio en sus sociedades, que
siguen siendo los baluartes de la diversidad en un mundo que parece
organizado para ser rigurosamente homogéneo y uniforme.
En próximo artículo desarrollaremos esta idea de la diversidad y la
heterogeneidad que siguen afirmándose en un mundo que parece destinado a
la uniformidad más escalofriante, y que también parece salvarse por
estos excepcionales y heroicos sectores de la resistencia.
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