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jueves, 17 de diciembre de 2015

El folclorismo multicultural en la policromática Guatemala


Ollantay Itzamná

En uno de mis últimos tránsitos inevitables por la polifacética ciudad de Guatemala, irrumpí en la presentación de un libro titulado, Una nación llamada Guatemala.

El único comentarista del libro, Presidente de una Fundación Cultural (de uno de los bancos más importantes del país), ex Ministro de Cultura y Deporte, durante el gobierno de Álvaro Arzú, al comentar la obra de su amigo y ex Viceministro reiteró: “La gente dice que Guatemala es país multicultural. Yo siempre sostengo que somos un país intercultural. Aquí queremos a nuestros indígenas, (…)”.

Esta exuberante afirmación (contrastante con la realidad nacional), nada menos de quien fuera la máxima autoridad cultural del país, ante un reducido y pálido auditorio nocturno de uniformados de traje y corbata, me dejó perplejo.

Es recurrente oír o leer en la retórica o literatura guatemalteca el uso de conceptos de multiculturalidad e interculturalidad como sinónimos, o utilizar el término de género como sinónimo de mujer. Pero, que estas “confusiones teóricas” provengan de “eminencias culturales” y dignatarios estatales, sí que evidencian las causas de la debacle intelectual nacional.

Multiculturalidad no es lo mismo que interculturalidad

Existe casi un consenso en la bibliografía occidental, que multiculturalismo es un fenómeno social dado (diversas culturas en un país), e interculturalidad es la fecunda convivencia equilibrada entre todas las culturas presentes. El primero hace referencia al hecho fáctico. El segundo, a la aspiración permanente de países multiculturales (deber ser).

Ser un país multicultural no necesariamente significa ser país intercultural. Es más, en casos como Guatemala, el discurso multiculturalista no es más que un pastiche (de mal gusto) para encubrir/naturalizar la dominación cultural de una élite ladina sobre el resto de los pueblos.

El multiculturalismo, bajo los clichés de “respeto” y “tolerancia”, no hace más que “normar” el racismo permitido (mientras los diversos pueblos no incomoden a la élite que monopoliza el poder, aquellos son tolerados). De este modo, el multiculturalismo no es más que un racismo socialmente permitido. O, lo que Casanova llamaría, un colonialismo interno establecido.

La interculturalidad, en cambio, trastoca todos los dogmas e instituciones establecidos desde la cultura dominante (como verdades únicas y absolutas). No se agota en el mero respeto o la mera tolerancia (hipocresía cultural), sino que apuesta por un proceso de desaprendizaje (deconstrucción) gnoseológico y epistémico, para construir nuevos marcos teóricos y metodológicos de convivencia entre todos los pueblos. Este reto pasa necesariamente por procesos de intraculturalidad, e implican procesos de decolonialidad en simultáneo.

¿Es Guatemala país intercultural?

No. No sólo porque se naufraga en confusiones teórico conceptuales, sino porque las y los agentes de la retórica multicultural desconocen la diversidad de pueblos que cohabitan en el territorio nacional, y, mucho menos, están dispuestos a renunciar a la seguridad/comodidad (material y simbólica) que le reditúa el discurso multiculturalista.

Cualquier mortal o inmortal que ingrese al país, sea por el aeropuerto, o por las fronteras terrestres, sin mayor esfuerzo analítico se da cuenta que lo maya o lo indígena no pasa de ser una mercancía turística rentable.

Convertidos casi en intangibles piezas de museo, varones y mujeres con fenotipo indígena son expuestos (explotados) en los restaurantes, hoteles, centros turísticos, etc., bajo la vigilante mirada de jefes ladinos/as

Lo maya o lo indígena, en la actual Guatemala oficial, es asunto del pasado. Por eso, una piedra con glifos mayas económicamente vale más que la vida de millones de menores y adultos indígenas. Esto, en estadísticas oficiales significa que de cada 10 mayas vivos, 8 se encuentran bajo la línea de la pobreza. (ENCOVI, 2015).

El discurso multiculturalista reifica que en el área rural los propietarios/patrones son y deben ser ladinos (mestizos), las y los indígenas nacieron y morirán como jornaleros esclavos. Para la mujer maya no hay nicho laboral en el campo, y cuando emigra a la ciudad le “corresponde” la servidumbre doméstica bajo la exquisita prepotencia de patronas ladinas. Esto es norma mormans (una norma que regula, inmodificable) en los hechos. Esto es el multiculturalismo en los hechos.

El multiculturalismo (o racismo institucionalizado y normado) instala en la estructura psicológica individual y colectiva guatemalteca que el o la indígena jamás podrá ser gobierno. Este privilegio (por alguna desconocida voluntad celestial) está reservado única y exclusivamente para el ladino acriollado. De allí que muchos indígenas mayas permitidos en el poder político o cultural se esfuerzan tanto para “ser” y “actuar” como ladinos (que incluso casi duermen con traje y corbata).

¿Y qué hay con indígenas en la academia?

En Guatemala (al igual que en otros países), la academia funciona como una máquina de la colonialidad interna. Regularmente a mayor grado de escolaridad o de profesionalización del indígena, mayor es el grado de aculturación o ladinización. Las instituciones educativas están pensados/estructurados de esa manera, y para ese fin (por el mito de la construcción de la identidad nacional).

Así, como para ser ciudadano guatemalteco el indígena tiene que forzosamente renunciar a su identidad cultural (para asumir la modalidad mestiza=guatemalteco), así también para ser profesional o académico el o la indígena debe de renunciar/avergonzarse del “ser, hacer, con-sentir, pensar” maya.

En la mayoría de los casos, quienes instalaron el discurso multiculturalista (quizás por ignorancia o conveniencia) en Guatemala fueron indígenas mayas profesionalizados (operadores desde las ONGs, academia o ventanillas estatales). Este sentido, no en pocos casos, muchos mayas profesionalizados se convirtieron en eficientes “civilizadores” de sus hermanos/as indígenas.

En Guatemala hace falta transitar el empinado camino de la interculturalidad. Pero, para ello es fundamental superar las confusiones conceptuales (encubridoras de injusticias socioculturales).

El país, en un primer plano fotográfico, presenta un paisaje sociocultural envidiablemente policromático (como ningún otro en Abya Yala), pero tras esa estampa colorida radiante se esconden experiencias y vivencias de racismo y de colonialismo cultural institucionalizados y legalizados que casi no encuentran diferencia con lo acontecido en época colonial.

Urge que indígenas profesionalizados o no, académicos o activistas, se atrevan a salir de los parámetros (preguntas y respuestas) pre establecidos en las universidades o centros de investigación. Urge darle contenido (proyectos de vida) e identidad propia al vistoso vestuario “maya” no pocas veces utilizada como un recurso (bien pagado) en el folclorismo multiculturalista.
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