Hace tiempo que una
elección no despertaba tantas pasiones y toma de posición. No llamó la
atención entonces que concurrieran a las urnas más del 80% de los
electores –no resulta habitual- para optar entre Mauricio Macri o Daniel
Scioli. Confirmada la victoria de Macri, el obelisco porteño, cita
obligada de los festejos populares, anocheció sin embargo casi en
soledad.
Una primera e interesada mirada sostiene que el debate
cobró tal intensidad porque del resultado dependía la continuidad de un
ciclo de conquistas populares, encarnado y posibilitado por el
“progresismo” kirchnerista. Esta mirada, ya sea valorara estas
conquistas como mayores o menores, ya sea se jugara al voto a Scioli o
contra Macri, entiende que una victoria de “Cambiemos” inicia un nuevo
ciclo de signo inverso, de pérdida de conquistas y de retroceso popular.
¿Pero si eso fue lo que realmente estaba en juego, cómo se
explica entonces que una mayoría -así fuera ajustada- del pueblo votara
contra sí misma, dándole la victoria a Macri encabezando a una nueva
derecha construida sobre sectores de los viejos partidos de la UCR y el
PJ y nutrida por cuadros jóvenes salidos de gerencias empresariales y
ONG’s?
Salvo que se crea la burda propaganda oficialista de que
la Argentina tendría menos pobres que Alemania, una mayoritaria y
egoísta clase media que atenta contra sus propios intereses de clase y
medios de comunicación con un poder tan absoluto y convincente que
vulnera cualquier conciencia popular, la explicación debemos buscarla
por otro lado. Porque si tradicionalmente entre el 20 y el 25% de los
votos van en la Argentina a opciones de derecha (no casualmente la
fórmula de Macri obtuvo el 24,5% en las PASO), ello no explica el voto
de más del 70% de los cordobeses, la mayoría de los jujeños o casi la
mitad de los habitantes del castigado cinturón metropolitano de Buenos
Aires, entre otros. Ni puede explicar por qué esta vez, una alternativa
política reaccionaria y conservadora llega al gobierno ya sin
mediaciones y sin necesidad de ocultarse tras las “botas”, ni tras los
votos de un PJ a su servicio.
Sostenemos que el debate entre
“modelos” progresistas o conservadores, entre defender conquistas o
volver a los ’90 -aunque fuera el debate que alimentó los titulares y
causó furor en las redes- sólo cruzó a un sector de la población, a
clases medias progresistas, a artistas e intelectuales, a sectores
minoritarios de la fragmentada clase trabajadora, así como presionó en
la zona metropolitana de Buenos Aires. Ni siquiera el candidato
oficialista, Daniel Scioli, a pesar de la ocasión propicia de cumplirse
10 años de la derrota en Mar del Plata del ALCA, intentó retomar aunque
sea alguno de los ejes del llamado modelo pos-neoliberal en la región.
El resultado impide ya mantener invisibilizado que por fuera de estos
debates existe otra Argentina, en los barrios populares, en las villas,
en las escuelas públicas, en la juventud sin futuro atenazada entre los
narcos y la policía de “gatillo fácil”, en las mujeres golpeadas, en las
víctimas de la creciente trata, en los trabajadores precarizados, en
las largas colas de los hospitales públicos, en las comunidades
originarias o localidades amenazadas por el extractivismo sojero y
minero, en los hastiados de una casta política soberbia y aferrada a las
arcas públicas. Una Argentina en la cual el kirchnerismo fue perdiendo
apoyos, de todos y todas las hartas de una realidad negada
sistemáticamente en discursos vacíos sobre “empoderamientos” populares
que no se condicen con las prácticas, ni podían ya entusiasmar más que a
la militancia del “palo”. El pueblo no perdió el tiempo en debates
abstractos sobre “modelos” y tomó lo que tuvo más a mano para castigar a
quienes ya no representaban ninguna idea de transformación social y/o
nacional, ni posibilidad de un futuro digno que despertara cierta épica
popular. Y si utilizó como herramientas las candidaturas de Cambiemos,
eso mismo da cuenta de una terrible despolitización que es parte del
saldo de la “década ganada”. Un saldo que también nos debe interpelar a
las izquierdas.
Pero quien crea que el pueblo mayoritariamente
decidió su voto entre uno u otro “modelo” y que, consecuentemente, el
resultado electoral al avalar a uno de ellos estaría consagrando y
habilitando una política homogéneamente de derecha, comete un error de
lectura. Como el que cometió el reaccionario diario La Nación que apenas
conocidos los resultados editorializó sobre la necesidad de terminar
con los juicios contra el terrorismo de Estado. La digna reacción de sus
propios periodistas que la repudiaron en asamblea -seguramente varios
de ellos votaron a Macri-, desmienten esta lectura unilateral.
Simétricamente, quien crea que ahora, resistir la ofensiva reaccionaria
macrista implicará pararse desde la defensa del “modelo” K para entablar
un diálogo con el pueblo, puede quedar igualmente descolocado.
Es sobre esta base que se puede complejizar el análisis de lo sucedido e
integrar otros importantes elementos, como los que sostiene Federico
Larsen, quien señala que “la victoria de la derecha argentina entonces,
por más que represente un retroceso para los procesos de cambio
continentales, no puede entenderse como el principal mal que sufre el
continente. Por el contrario, el alejamiento generalizado de las
propuestas emancipatorias, encauzar a los movimientos sociales en las
estructuras partidarias verticales, el abandono de iniciativas de
integración concretas (Banco del Sur, Sistema de Compensaciones
Comerciales, etc…) y especialmente la falta de cuestionamiento a la
forma moderna de dominación y de Estado, son, junto con otros factores,
el caldo de cultivo donde las modernas derechas latinoamericanas crecen y
se organizan [1]”.
Quienes acusan a las izquierdas de lecturas sin matices (lo que
lamentablemente no siempre resulta un invento) profundizan ese error al
igualar el ciclo político kirchnerista con el ciclo de conquistas
populares. Necesitamos diferenciarlos para fortalecer los intentos por
conquistar una favorable relación de fuerzas para el pueblo en la nueva
situación.
El kirchnerismo en la oposición: relación compleja y corralito para las luchas populares
Afinar la lectura sobre la relación entre las conquistas obtenidas en
estos años y el progresismo K tendrá incidencia práctica sobre los
rumbos de la resistencia popular al nuevo gobierno. Porque mientras un
sector del kirchnerismo se jugó al triunfo de Scioli, aferrado a los
despachos oficiales que ahora deberá desalojar, otros prefirieron hacer
la plancha, apostando a incidir sobre las resistencias que posiblemente
brotarán, para controlar su desarrollo y mantenerlas acotadas a fin de
encauzarlas hacia una perspectiva de regreso triunfante en las
elecciones del 2019.
Colocar un signo igual entre la defensa de las conquistas populares y
el “modelo” Kirchnerista cumple en esta perspectiva un rol ideológico
importante para evitar que el pueblo pueda alumbrar una alternativa
político-social independiente que los relegue al desván de los
experimentos fallidos.
Va más allá de este texto un análisis
exhaustivo sobre el error de hacer depender del ciclo político
kirchnerista la obtención de conquistas por parte del pueblo. Baste
señalar que tras la creciente resistencia al neoliberalismo de fines de
los ’90 y de la rebelión popular del 2001 –en sintonía con las luchas en
la América Latina- se hizo imposible gobernar sin tomar en cuenta la
nueva relación de fuerzas que éstas instauraron. Los fracasos de De la
Rúa, Ramón Puerta, Rodríguez Sáa y Duhalde pueden dar fe de ello.
A diferencia de ellos, el kirchnerismo logró recomponer el poder del
Estado y la autoridad presidencial “a través de una lógica de
satisfacción gradual de demandas, que consistió en una recuperación
selectiva y resignificación de reivindicaciones democráticas y populares
forjadas desde la resistencia al neoliberalismo en los años noventa”.
Construyó hegemonía a través de “la estabilización de mecanismos de
internalización de las contradicciones sociales mediante la captura
estatal de los procesos de lucha, su internalización en mecanismos
rutinizados que permitan traducir demandas potencialmente antagónicas y
disruptivas del régimen político en una lógica reformista de
otorgamiento de concesiones” [2].
Las paritarias fueron uno de esos mecanismos con los cuales se
pretendió, con bastante éxito, mantener bajo control el conflicto obrero
y neutralizar, en parte, el surgimiento de sectores antiburocráticos y
combativos, a través del diálogo tripartito
Estado-patronal-trabajadores.
Asimismo, y a diferencia de un
Evo Morales o un Chávez –más allá de los problemas y contradicciones que
enfrentan esos procesos revolucionarios- los Kirchner no surgieron de
las luchas populares anti-neoliberales de los ’90 sino que, por el
contrario, se encontraban entre quienes lo propiciaron y acompañaron el
vaciamiento y entrega de nuestro país. Como señala también Adrián Piva
“El kirchnerismo es exterior al proceso de movilización. Ello lo opone a
otros movimientos políticos -tales como el chavismo en Venezuela o el
MAS en Bolivia-, nacidos al calor de un proceso de movilización política
disruptiva y constituidos en dirección de ese proceso... su función no
fue principalmente restauradora, sino de transformación con contenido
democrático-radical. El kirchnerismo, por el contrario, persiguió la
incorporación política de la clase obrera y de los grupos sociales
desafiantes en los límites de un proceso de recomposición den la
acumulación y de la dominación sin reversiones radicales de la
reestructuración del capital y del Estado producidas durante los años
noventa. Allí radican los límites y contradicciones del proceso
impulsado por el kirchnerismo, consistente en la recomposición del poder
político por la vía de la satisfacción de demandas.”
La misma
Cristina Kirchner, en un discurso en diciembre del 2011, relató su
ubicación durante la rebelión popular del 19 y 20 diciembre del 2001:
“me acuerdo de esa noche porque recién pudimos salir a las tres de la
mañana, escoltados por la infantería de la policía, porque la gente
quería matar a cuanto político, empresario, banquero o dirigente que se
le cruzara por el frente [3] ”.
Sus declaraciones el día de las últimas elecciones, en las que manifestó
su alegría por entregar un “país normal”, dan cuenta también de esta
ubicación. El mito de un proceso progresista homogéneo en América Latina
cae por su propio peso.
Sin embargo, no se puede subestimar la
capacidad del kirchnerismo en integrar a sus filas a nuevas camadas de
activistas y luchadores populares. Así lo hizo con gran parte de quienes
surgieron como tales en la lucha de los '90 contra el neoliberalismo, o
de camadas posteriores, como los “flacos” de las luchas de los
trabajadores antiburocráticos durante el 2005, o los de las luchas
estudiantiles de fines de los 2000, entre otros ejemplos. Su ubicación,
ahora en la oposición -aún sostenga al macrismo y a sus planes como
viene haciéndolo en la ciudad de Buenos Aires- puede fortalecer este
poder de atracción sobre camadas de luchadores.
La tentación kirchnerista: una hiedra con tres cabezas
Las múltiples organizaciones de las que el pueblo se dotó durante la
resistencia contra el neoliberalismo y los miles de jóvenes militantes
que nacieron a la política durante ella, fueron incapaces de resistir
–no tenían herramientas con que hacerlo ni la experiencia que ahora
existe- las ideas fuerza con que el neodesarrollismo “progresista” se
postuló como alternativa anti-neoliberal: más Estado – más inclusión
–más desarrollo. Tres patas sobre las que construyó hegemonía y se
mostró como única alternativa posible y deseable. Tres patas, a su vez,
que sonando seductoras para los sectores populares, son al mismo tiempo
que funcionales a la recomposición capitalista, inútiles para recorrer
trechos demasiado largos y empinados.
Las nuevas organizaciones
y militancia que surjan durante el actual ciclo de luchas populares
deberán suplantar esas ideas fuerza por otras tres muy diferentes: más
pueblo – más igualdad – más buen vivir, para evitar nuevos callejones
sin salida como el actual. En otras palabras y resumidamente:
Más pueblo no niega sino coloca de cabeza la relación con el Estado. Que
el pueblo no sea masa de maniobras para acceder al poder del Estado ni
esté en función de ello sino, a la inversa, que la captura de sectores
del Estado sea utilizada para vaciarlo de poder y como palanca
-provisional- para trasladar poder de decisión al pueblo y aportar a su
propia institucionalidad y poder. Los procesos constituyentes en Bolivia
o Venezuela, así como el poder comunal en éste último, trazan un rumbo
alternativo y contrapuesto al que se siguió en la Argentina y demuestran
su posibilidad.
La igualdad no se condice con la “inclusión”.
En la Argentina, en una situación económica favorable hasta el 2012,
disminuyó la pobreza pero aumentó la desigualdad. Cuando el “viento dejó
de estar de cola”, comenzaron a aumentar ambas. Cuando el combate
contra la pobreza no intenta tocar los intereses que la promueven sino
sólo repartir algo un poco mejor, las mejoras o inclusión no pasan de
efímeras y superficiales. Como alguna vez tituló la revista Barcelona,
“la distribución ya se hizo, lástima que no alcanzó para los pobres”.
Nada puede resolverse sólo en la esfera de la distribución si no se
interviene en la esfera de la producción, trastocando profundamente
quienes producen y que se produce, en un proceso de creciente igualdad.
Nuestro país, entre otros ejemplos, seguirá produciendo forrajes para la
exportación en vez de alimentos sanos para el pueblo, mientras no se
toquen los intereses de las grandes corporaciones exportadoras y los
pooles de siembra.
Que se destierre el concepto colonial de
“desarrollo”, impuesto por los Estados Unidos para consolidar su dominio
tras la Segunda Guerra Mundial, “que pasó a dividir el mundo entre los
que eran desarrollados y los subdesarrollados, estableciendo que estos
deberían seguir el modelo de aquellos [4]”.
Este objetivo de “desarrollarnos” obliga a aspirar a llegar al nivel de
quienes nos dominan, repitiendo modelos fracasados, pero que les
permiten acumular enormes ganancias. Este desarrollo colonial es el que
guió las prácticas económicas e industriales del kirchnerismo (con el
automóvil en el centro) así como su relación con las corporaciones
-verbalmente defenestradas- como Chevrón, Monsanto o la Barrick; fue el
eje de campaña de Scioli y se continuará y extremará con Macri. En la
base se encuentra el aliento al consumismo como remedo trucho del
empoderamiento popular. Pero es posible ponerlo en cuestión, tal como
sostiene David Harvey: “Qué consumo queremos es una gran pregunta, y
creo que podemos decir a la gente: miren, no estamos en contra del
consumo, estamos a favor del buen consumo: comida limpia, sana y buena
en lugar de comida chatarra, menos tiempo de transporte, mayor
proximidad del trabajo a la residencia, rediseño urbano” [5].
Para una alternativa que dispute el sentido de las resistencias se hace
necesario que el buen vivir reemplace al extractivismo y consumismo,
hacia una sociabilidad que promueva la comunidad y sostenga una relación
no destructiva y de respeto con la naturaleza.
La fragilidad y
superficialidad del trípode “progresista” –en el seno de las
condiciones del capitalismo en crisis- contrasta con el ejemplo del
pueblo venezolano que soportó intentos de golpe de Estado, guerra
económica, desabastecimiento, intervención yanqui y de su peón
colombiano y un sinfín de agresiones, sin ceder en la defensa de la
revolución. En Argentina, el kirchnerismo acaba de ser desalojado del
gobierno por un personaje que corrió el riesgo de morir ahogado cuando,
intentando imitar a Fredy Mercuri, se tragó su bigote postizo y tuvo que
ser socorrido por el ahora designado ministro de salud.
La
batalla política y cultural en la construcción de una nueva hegemonía
popular será esencial, evitando el riesgo corporativista en que suelen
caer las fuerzas de la izquierda tradicional de no tener más perspectiva
ni ir más allá que las luchas contra el “ajuste”. Y eludiendo las
trampas posibilistas de las organizaciones kirchneristas que sostienen
que sus propuestas constituyen la base desde donde “ir por más”. El
triunfo macrista demuestra el destino al que conduce ese posibilismo
supuestamente sensato.
Sin dudas lucharemos, sin sectarismo de
ningún tipo, junto a los miles de compañeros y compañeras kirchneristas
que serán parte del pueblo agredido por el nuevo gobierno macrista. Pero
el escenario de disputa por las perspectivas y el sentido de las
resistencias impondrá la necesidad de “luchar juntos pero marchar
separados”.
No son lo mismo... Macri no es Menem ni volvemos a los ‘90
El énfasis puesto en que estaríamos volviendo a los ’90 aspira a
restringir las lecturas a la primacía de los “modelos”, desviando las
miradas de las relaciones de fuerza entre las clases sociales que se
expresan en la actualidad.
¡Ahí viene el lobo!, se dice, con
diferentes grados de terror y con la seguridad de que no quedará una
oveja sin ser deglutida por este depredador. No tenemos ninguna duda
sobre el carácter depredador ni sobre las intenciones de tal nefasto
personaje electo como presidente. Pero la manada no se encuentra inerme.
Quienes tenemos los años como para haber militado en los
primeros ’90 recordamos la casi imposibilidad de cuestionar, frente a
nadie, la privatización de las empresas públicas. La caída del Muro de
Berlín a nivel internacional que hizo aparecer al capitalismo como
destino último de la humanidad, la hiperinflación argentina que hizo
desear al pueblo sucediera cualquier cosa con tal de evitar otro evento
como ese, junto a durísimas derrotas como las de las extensas huelgas
ferroviarias y telefónicas, con saldos de miles de despedidos, habían
sellado una relación de fuerzas totalmente desfavorable al pueblo.
El macrismo no asume el gobierno en tal situación y son conscientes de
ello. El diario Clarín del 29 de noviembre fue contundente: “Macri es
diferente a Cristina en el ejercicio del poder. Pero aunque quisiera no
podría ir por todo. No tiene con qué”. El gradualismo parece imponerse
porque, como señaló el designado ministro Esteban Bullrich, “si
aumentamos las tarifas un 700% la gobernabilidad nos dura 10 minutos”.
No estamos en los ’90 porque el pueblo no sólo no está derrotado sino
posee un grado de organización muy superior a entonces. Como describe
Raúl Zibechi “Los primeros 90 fueron años de crisis de las viejas formas
de organización (verticales y patriarcales), y de búsqueda a tientas de
nuevos modos de hacer. En 1985, de cada cien organizaciones populares,
47 eran partidos de izquierda y sus respectivas juventudes o sindicatos.
Menos del 5% eran grupos de mujeres o de homosexuales, y otro tanto
eran colectivos barriales. Las agrupaciones estudiantiles (17%) estaban
en su mayoría ligadas a los partidos [6] ”.
No existía por entonces la Red de Medios Alternativos (recién en 1989
se había formado FM La Tribu), ni las Campañas contra el aborto ni
contra las violencias, ni las asambleas contra la minería a cielo
abierto. Recién en los ’90 surge la primera empresa recuperada de las
que hoy hay más de 350, así como tampoco existían la cantidad de
organizaciones de lucha por la vivienda, ni las que existen contra el
gatillo fácil y acaban de protagonizar la 9º Marcha de la Gorra en
Córdoba. Las agrupaciones de trabajadores antiburocráticos y combativos
lentamente van consolidándose y recientemente se ha conformado la
corriente nacional de educación Enriqueta Lucero, así como van
despuntando articulaciones como Rompiendo Cadenas o el Encuentro
Sindical Combativo, entre otras. El recuento podría continuar. No es
suficiente ni todo lo que necesitamos, pero constituye una base desde
donde multiplicar las fuerzas y abordar la gran tarea de unidad esbozada
por la rebelión del 2001 al grito de “piquete y cacerola, la lucha es
una sola”.
Por el lado de los de arriba, la situación tampoco
es similar a los '90. Menem contó con el apoyo unánime de un PJ unido.
No es lo que ocurre ahora, en un escenario de disputa por el control del
partido, mientras el nuevo gobierno se ve obligado a buscar acuerdos
para lograr un mínimo de gobernabilidad y poder manejarse en un Congreso
en el que no posee mayoría en ninguna de las Cámaras.
El
macrismo es consciente de que se enfrenta a un pueblo que no está
derrotado y afina sus herramientas: cuenta con el aparato y la
legislación represiva que le lega el kirchnerismo, cuenta con las
burocracias sindicales que sirvieron de soporte al gobierno saliente y
lo serán del próximo, contará con el apoyo (aún a negociar) de parte
importante del PJ y de los gobernadores, tendrá el apoyo exultante de
gran parte de los medios de comunicación y de la embajada yanqui.
Sin embargo, como también señala Zibechi en relación a las múltiples
organizaciones populares: “Con este archipiélago tendrá que vérsela
Macri. Una galaxia de islas y arrecifes que le van a dificultar la
navegación, le impondrán cautela y tiempos distintos a los que desearía
imponerle a su gobierno. Si las desafía, si las pretende aniquilar, debe
pensar en una larga y profunda tradición que atraviesa la historia del
país, desde la Semana Trágica de 1919 hasta el Cordobazo de 1969. Los
argentinos de abajo acuñaron el concepto de pueblada, para nombrar una
práctica convertida en recurso colectivo ante el autoritarismo”.
Es cierto que el lobo viene... pero la manada se prepara. La pelea por
un cambio en la relación de fuerzas sociales aún está por darse.
Las tareas de las resistencias serán también diferentes a las de los ‘90
Si la situación y los protagonistas son diferentes a los de los ’90,
tampoco son iguales las tareas, aunque sus pilares sean similares: la
lucha y organización desde abajo, las asambleas y la democracia de base,
la autonomía y auto-organización popular, el reconocerse como parte de
un pueblo que en toda América Latina lucha por su dignidad, el horizonte
socialista, libertario, feminista y ecologista.
Pero a
diferencia de los 90, para vencer las luchas deberán adoptar rápidamente
un carácter político, lo que no quiere decir partidario ni mucho menos
electoral, aunque ese sea el sentido de lo “político” para los partidos
del sistema y, lamentablemente, para algunos de la izquierda.
Una de las luchas importantes del último período, que obtuvo un triunfo
tras largos meses de pelea, fue la de los trabajadores de EMFER-TATSA,
que brinda algunas claves sobre cómo pararse frente a lo que vendrá.
Resumidamente:
- Fue una lucha larga, tal como serán muchas del
próximo período, ante la necesidad del nuevo gobierno de asestar duros
golpes al pueblo trabajador y, de éste, de resistir los ataques que se
vienen. Sostenerlas necesita, como nunca, de la mayor democracia de base
y de la división de tareas entre la mayor cantidad de compañeros/as
posible. Ninguna organización puede ni debe suplantar la autoactividad y
auto-organización de los propios trabajadores, sino impulsarlas.
Olvidar que con los trabajadores todo, sin los trabajadores nada, es el
camino más directo hacia las derrotas.
- La solidaridad
popular. Una de las claves del triunfo de EMFER-TATSA fue la enorme
campaña de solidaridad popular hacia el conflicto y, desde éste, hacia
otras luchas que la necesitaban. La pretensión se vaya al pié suele ser
el gran enemigo de la solidaridad, como sucedió en algunos conflictos en
los que el afán protagónico de algunas organizaciones no ayudó a evitar
duras derrotas.
- La firmeza frente a la represión. Los
trabajadores no cayeron en provocaciones, pero no se acobardaron y
supieron plantarse frente a la represión con que se intentó frenar su
lucha. Esto será cada vez más necesario en el próximo período.
-
La politización y no corporativismo del conflicto. Los compañeros de
EMFER-TATSA, empresa de construcción y reparación de formaciones
ferroviarias no se quedaron en el reclamo por sus salarios y puestos de
trabajo. Incorporaron las demandas que hacen a un transporte para el
pueblo y la lucha por el castigo a los responsables de la masacre de
Once. Evitaron así el aislamiento al que se lo quiso condenar y el
enfrentamiento entre diferentes sectores populares que fue una
herramienta eficaz de disciplinamiento en manos del kirchnerismo y que
será utilizado, sin dudas, por el próximo gobierno. Similar preocupación
por exceder el reclamo corporativo la tuvieron otros sectores, como lxs
docentes en defensa de una educación pública y popular.
Sin
embargo, esta politización no surge ni fácil ni espontáneamente. Atentan
contra ello tanto los medios de comunicación que denuncian y se
exasperan denunciando “¡hacen política!” cuando son trabajadores quienes
opinan e intervienen sobre los temas que hacen a la vida colectiva,
como los partidos políticos (lamentablemente también en la izquierda)
que creen que lo “político” debe dirimirse sólo en su seno, mientras el
pueblo oficia de espectador. Bajo un gobierno de Macri, que se presenta
como anti-político, y con una oposición kirchnerista que intentará lo
político se reduzca a “la próxima vez votar mejor”, hacer política desde
el pueblo y desde los conflictos será más vital que nunca.
Necesitamos una visión amplia sobre las luchas a librar. Acordamos con
Sergio Nicanof cuando afirma: “Es imposible aún determinar si habrá un
eje de conflicto que será el determinante en los años venideros.
Seguramente las luchas sindicales, empezando por la de empleados
públicos cómo ya señalamos, las estudiantiles, de género y contra los
efectos más brutales del extractivismo estarán a la orden del día. Aún
así, nos parece que los conflictos en las grandes urbes con un
capitalismo que reformatea agudamente los espacios públicos
expropiándolos para el mercado en múltiples dimensiones y que potencia
enormemente la especulación inmobiliaria expulsando a las clases
populares hacia las periferias adquiere una dimensión específica a
abordar con profundidad en los próximos años. El derecho a la ciudad
cómo articulador de la enorme variedad de disputas al interior de las
metrópolis puede ser un eje muy importante. No faltan organizaciones con
nivel de desarrollo por abajo que lleven adelante luchas de resistencia
por la vivienda, la salud, la educación, el enrejamiento y la
privatización parcial de plazas y parques, la multiplicación de grandes
torres y el colapso de los servicios, por mencionar algunas de las
cuestiones que reflejan cómo opera la desposesión a nivel de la ciudad.
Lo que falta son miradas de conjunto que condensen capacidades de
presión y movilización en determinados puntos para hacer retroceder
algunos de esos avances. Faltan espacios que canalicen la voluntad de
miles que se llenan de bronca frente a estos procesos pero que no tienen
donde expresarla. Si sabemos que en el corto plazo van a crecer, cómo
ya lo vienen haciendo, exponencialmente las tarifas de transporte y de
servicios públicos hay que pensar iniciativas que hagan frente a esos
procesos que construyen una ciudad cada vez más cara e invivible para
las clases populares. [7]”
En este panorama, las variadas organizaciones y movimientos de la
llamada izquierda independiente o en búsqueda, se sacude el aturdimiento
que, como parte del pueblo, le produjo el “progresismo” K y retoma los
caminos de articulación y unidad desde las luchas y resistencias. El
Congreso de los pueblos en Plaza de Mayo para el 12 de diciembre, a dos
días de asumido el nuevo gobierno, es una buena iniciativa para este
recorrido a consolidad y multiplicar. Transitarlo evitando sectarismos y
dando batalla en todos los terrenos es nuestro objetivo. La única pelea
que se pierde es la que se abandona... y la que abandona la lucha por
la construcción del poder popular.
Notas:
[1] Larsen, Federico. La victoria de la derecha argentina y el proyecto latinoamericano http://www.nodal.am/2015/11/ la-victoria-de-la-derecha- argentina-y-el-proyecto- latinoamericano-por-federico- larsen/
[2] Piva, Adrián. Economía y política en la Argentina kirchnerista. Buenos Aires, Batalla de Ideas, 2015.
[3] Bonnet, Alberto. El kirchnerismo, un breve balance. En Herramienta nº 56. Buenos Aires, otoño 2015, pág. 67
[4] Porto Gonçalves, Carlos Walter. En: http://contrahegemoniaweb.com. ar/del-desarrollo-a-la- autonomia-la-reinvencion-de- los-territorios-el-desarrollo- como-nocion-colonial/
[5] Harvey, David. En: http://contrahegemoniaweb.com. ar/como-disenar-un-futuro- alternativo-desde-la- izquierda-entrevista-a-david- harvey/
[6] Zibechi, Raúl. En: http://www.rebelion.org/ noticia.php?id=206174&titular= la-argentina-que-encuentra- macri:-una-sociedad- organizada-y-movilizada
[7] Nicanoff, Sergio. En: http://contrahegemoniaweb.com. ar/una-primer-mirada-sobre-el- nuevo-escenario-en-argentina/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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