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domingo, 13 de diciembre de 2015

Luchas populares ¿una nueva etapa?: diferencias con los '90 y alternativas emancipatorias





Hace tiempo que una elección no despertaba tantas pasiones y toma de posición. No llamó la atención entonces que concurrieran a las urnas más del 80% de los electores –no resulta habitual- para optar entre Mauricio Macri o Daniel Scioli. Confirmada la victoria de Macri, el obelisco porteño, cita obligada de los festejos populares, anocheció sin embargo casi en soledad.
Una primera e interesada mirada sostiene que el debate cobró tal intensidad porque del resultado dependía la continuidad de un ciclo de conquistas populares, encarnado y posibilitado por el “progresismo” kirchnerista. Esta mirada, ya sea valorara estas conquistas como mayores o menores, ya sea se jugara al voto a Scioli o contra Macri, entiende que una victoria de “Cambiemos” inicia un nuevo ciclo de signo inverso, de pérdida de conquistas y de retroceso popular.
¿Pero si eso fue lo que realmente estaba en juego, cómo se explica entonces que una mayoría -así fuera ajustada- del pueblo votara contra sí misma, dándole la victoria a Macri encabezando a una nueva derecha construida sobre sectores de los viejos partidos de la UCR y el PJ y nutrida por cuadros jóvenes salidos de gerencias empresariales y ONG’s?
Salvo que se crea la burda propaganda oficialista de que la Argentina tendría menos pobres que Alemania, una mayoritaria y egoísta clase media que atenta contra sus propios intereses de clase y medios de comunicación con un poder tan absoluto y convincente que vulnera cualquier conciencia popular, la explicación debemos buscarla por otro lado. Porque si tradicionalmente entre el 20 y el 25% de los votos van en la Argentina a opciones de derecha (no casualmente la fórmula de Macri obtuvo el 24,5% en las PASO), ello no explica el voto de más del 70% de los cordobeses, la mayoría de los jujeños o casi la mitad de los habitantes del castigado cinturón metropolitano de Buenos Aires, entre otros. Ni puede explicar por qué esta vez, una alternativa política reaccionaria y conservadora llega al gobierno ya sin mediaciones y sin necesidad de ocultarse tras las “botas”, ni tras los votos de un PJ a su servicio.
Sostenemos que el debate entre “modelos” progresistas o conservadores, entre defender conquistas o volver a los ’90 -aunque fuera el debate que alimentó los titulares y causó furor en las redes- sólo cruzó a un sector de la población, a clases medias progresistas, a artistas e intelectuales, a sectores minoritarios de la fragmentada clase trabajadora, así como presionó en la zona metropolitana de Buenos Aires. Ni siquiera el candidato oficialista, Daniel Scioli, a pesar de la ocasión propicia de cumplirse 10 años de la derrota en Mar del Plata del ALCA, intentó retomar aunque sea alguno de los ejes del llamado modelo pos-neoliberal en la región.
El resultado impide ya mantener invisibilizado que por fuera de estos debates existe otra Argentina, en los barrios populares, en las villas, en las escuelas públicas, en la juventud sin futuro atenazada entre los narcos y la policía de “gatillo fácil”, en las mujeres golpeadas, en las víctimas de la creciente trata, en los trabajadores precarizados, en las largas colas de los hospitales públicos, en las comunidades originarias o localidades amenazadas por el extractivismo sojero y minero, en los hastiados de una casta política soberbia y aferrada a las arcas públicas. Una Argentina en la cual el kirchnerismo fue perdiendo apoyos, de todos y todas las hartas de una realidad negada sistemáticamente en discursos vacíos sobre “empoderamientos” populares que no se condicen con las prácticas, ni podían ya entusiasmar más que a la militancia del “palo”. El pueblo no perdió el tiempo en debates abstractos sobre “modelos” y tomó lo que tuvo más a mano para castigar a quienes ya no representaban ninguna idea de transformación social y/o nacional, ni posibilidad de un futuro digno que despertara cierta épica popular. Y si utilizó como herramientas las candidaturas de Cambiemos, eso mismo da cuenta de una terrible despolitización que es parte del saldo de la “década ganada”. Un saldo que también nos debe interpelar a las izquierdas.
Pero quien crea que el pueblo mayoritariamente decidió su voto entre uno u otro “modelo” y que, consecuentemente, el resultado electoral al avalar a uno de ellos estaría consagrando y habilitando una política homogéneamente de derecha, comete un error de lectura. Como el que cometió el reaccionario diario La Nación que apenas conocidos los resultados editorializó sobre la necesidad de terminar con los juicios contra el terrorismo de Estado. La digna reacción de sus propios periodistas que la repudiaron en asamblea -seguramente varios de ellos votaron a Macri-, desmienten esta lectura unilateral. Simétricamente, quien crea que ahora, resistir la ofensiva reaccionaria macrista implicará pararse desde la defensa del “modelo” K para entablar un diálogo con el pueblo, puede quedar igualmente descolocado.
Es sobre esta base que se puede complejizar el análisis de lo sucedido e integrar otros importantes elementos, como los que sostiene Federico Larsen, quien señala que “la victoria de la derecha argentina entonces, por más que represente un retroceso para los procesos de cambio continentales, no puede entenderse como el principal mal que sufre el continente. Por el contrario, el alejamiento generalizado de las propuestas emancipatorias, encauzar a los movimientos sociales en las estructuras partidarias verticales, el abandono de iniciativas de integración concretas (Banco del Sur, Sistema de Compensaciones Comerciales, etc…) y especialmente la falta de cuestionamiento a la forma moderna de dominación y de Estado, son, junto con otros factores, el caldo de cultivo donde las modernas derechas latinoamericanas crecen y se organizan [1]”.
Quienes acusan a las izquierdas de lecturas sin matices (lo que lamentablemente no siempre resulta un invento) profundizan ese error al igualar el ciclo político kirchnerista con el ciclo de conquistas populares. Necesitamos diferenciarlos para fortalecer los intentos por conquistar una favorable relación de fuerzas para el pueblo en la nueva situación.
El kirchnerismo en la oposición: relación compleja y corralito para las luchas populares
Afinar la lectura sobre la relación entre las conquistas obtenidas en estos años y el progresismo K tendrá incidencia práctica sobre los rumbos de la resistencia popular al nuevo gobierno. Porque mientras un sector del kirchnerismo se jugó al triunfo de Scioli, aferrado a los despachos oficiales que ahora deberá desalojar, otros prefirieron hacer la plancha, apostando a incidir sobre las resistencias que posiblemente brotarán, para controlar su desarrollo y mantenerlas acotadas a fin de encauzarlas hacia una perspectiva de regreso triunfante en las elecciones del 2019.
Colocar un signo igual entre la defensa de las conquistas populares y el “modelo” Kirchnerista cumple en esta perspectiva un rol ideológico importante para evitar que el pueblo pueda alumbrar una alternativa político-social independiente que los relegue al desván de los experimentos fallidos.
Va más allá de este texto un análisis exhaustivo sobre el error de hacer depender del ciclo político kirchnerista la obtención de conquistas por parte del pueblo. Baste señalar que tras la creciente resistencia al neoliberalismo de fines de los ’90 y de la rebelión popular del 2001 –en sintonía con las luchas en la América Latina- se hizo imposible gobernar sin tomar en cuenta la nueva relación de fuerzas que éstas instauraron. Los fracasos de De la Rúa, Ramón Puerta, Rodríguez Sáa y Duhalde pueden dar fe de ello.
A diferencia de ellos, el kirchnerismo logró recomponer el poder del Estado y la autoridad presidencial “a través de una lógica de satisfacción gradual de demandas, que consistió en una recuperación selectiva y resignificación de reivindicaciones democráticas y populares forjadas desde la resistencia al neoliberalismo en los años noventa”. Construyó hegemonía a través de “la estabilización de mecanismos de internalización de las contradicciones sociales mediante la captura estatal de los procesos de lucha, su internalización en mecanismos rutinizados que permitan traducir demandas potencialmente antagónicas y disruptivas del régimen político en una lógica reformista de otorgamiento de concesiones[2]. Las paritarias fueron uno de esos mecanismos con los cuales se pretendió, con bastante éxito, mantener bajo control el conflicto obrero y neutralizar, en parte, el surgimiento de sectores antiburocráticos y combativos, a través del diálogo tripartito Estado-patronal-trabajadores.
Asimismo, y a diferencia de un Evo Morales o un Chávez –más allá de los problemas y contradicciones que enfrentan esos procesos revolucionarios- los Kirchner no surgieron de las luchas populares anti-neoliberales de los ’90 sino que, por el contrario, se encontraban entre quienes lo propiciaron y acompañaron el vaciamiento y entrega de nuestro país. Como señala también Adrián Piva “El kirchnerismo es exterior al proceso de movilización. Ello lo opone a otros movimientos políticos -tales como el chavismo en Venezuela o el MAS en Bolivia-, nacidos al calor de un proceso de movilización política disruptiva y constituidos en dirección de ese proceso... su función no fue principalmente restauradora, sino de transformación con contenido democrático-radical. El kirchnerismo, por el contrario, persiguió la incorporación política de la clase obrera y de los grupos sociales desafiantes en los límites de un proceso de recomposición den la acumulación y de la dominación sin reversiones radicales de la reestructuración del capital y del Estado producidas durante los años noventa. Allí radican los límites y contradicciones del proceso impulsado por el kirchnerismo, consistente en la recomposición del poder político por la vía de la satisfacción de demandas.”
La misma Cristina Kirchner, en un discurso en diciembre del 2011, relató su ubicación durante la rebelión popular del 19 y 20 diciembre del 2001: “me acuerdo de esa noche porque recién pudimos salir a las tres de la mañana, escoltados por la infantería de la policía, porque la gente quería matar a cuanto político, empresario, banquero o dirigente que se le cruzara por el frente [3] ”. Sus declaraciones el día de las últimas elecciones, en las que manifestó su alegría por entregar un “país normal”, dan cuenta también de esta ubicación. El mito de un proceso progresista homogéneo en América Latina cae por su propio peso.
Sin embargo, no se puede subestimar la capacidad del kirchnerismo en integrar a sus filas a nuevas camadas de activistas y luchadores populares. Así lo hizo con gran parte de quienes surgieron como tales en la lucha de los '90 contra el neoliberalismo, o de camadas posteriores, como los “flacos” de las luchas de los trabajadores antiburocráticos durante el 2005, o los de las luchas estudiantiles de fines de los 2000, entre otros ejemplos. Su ubicación, ahora en la oposición -aún sostenga al macrismo y a sus planes como viene haciéndolo en la ciudad de Buenos Aires- puede fortalecer este poder de atracción sobre camadas de luchadores.
La tentación kirchnerista: una hiedra con tres cabezas
Las múltiples organizaciones de las que el pueblo se dotó durante la resistencia contra el neoliberalismo y los miles de jóvenes militantes que nacieron a la política durante ella, fueron incapaces de resistir –no tenían herramientas con que hacerlo ni la experiencia que ahora existe- las ideas fuerza con que el neodesarrollismo “progresista” se postuló como alternativa anti-neoliberal: más Estado – más inclusión –más desarrollo. Tres patas sobre las que construyó hegemonía y se mostró como única alternativa posible y deseable. Tres patas, a su vez, que sonando seductoras para los sectores populares, son al mismo tiempo que funcionales a la recomposición capitalista, inútiles para recorrer trechos demasiado largos y empinados.
Las nuevas organizaciones y militancia que surjan durante el actual ciclo de luchas populares deberán suplantar esas ideas fuerza por otras tres muy diferentes: más pueblo – más igualdad – más buen vivir, para evitar nuevos callejones sin salida como el actual. En otras palabras y resumidamente:
Más pueblo no niega sino coloca de cabeza la relación con el Estado. Que el pueblo no sea masa de maniobras para acceder al poder del Estado ni esté en función de ello sino, a la inversa, que la captura de sectores del Estado sea utilizada para vaciarlo de poder y como palanca -provisional- para trasladar poder de decisión al pueblo y aportar a su propia institucionalidad y poder. Los procesos constituyentes en Bolivia o Venezuela, así como el poder comunal en éste último, trazan un rumbo alternativo y contrapuesto al que se siguió en la Argentina y demuestran su posibilidad.
La igualdad no se condice con la “inclusión”. En la Argentina, en una situación económica favorable hasta el 2012, disminuyó la pobreza pero aumentó la desigualdad. Cuando el “viento dejó de estar de cola”, comenzaron a aumentar ambas. Cuando el combate contra la pobreza no intenta tocar los intereses que la promueven sino sólo repartir algo un poco mejor, las mejoras o inclusión no pasan de efímeras y superficiales. Como alguna vez tituló la revista Barcelona, “la distribución ya se hizo, lástima que no alcanzó para los pobres”. Nada puede resolverse sólo en la esfera de la distribución si no se interviene en la esfera de la producción, trastocando profundamente quienes producen y que se produce, en un proceso de creciente igualdad. Nuestro país, entre otros ejemplos, seguirá produciendo forrajes para la exportación en vez de alimentos sanos para el pueblo, mientras no se toquen los intereses de las grandes corporaciones exportadoras y los pooles de siembra.
Que se destierre el concepto colonial de “desarrollo”, impuesto por los Estados Unidos para consolidar su dominio tras la Segunda Guerra Mundial, “que pasó a dividir el mundo entre los que eran desarrollados y los subdesarrollados, estableciendo que estos deberían seguir el modelo de aquellos [4]”. Este objetivo de “desarrollarnos” obliga a aspirar a llegar al nivel de quienes nos dominan, repitiendo modelos fracasados, pero que les permiten acumular enormes ganancias. Este desarrollo colonial es el que guió las prácticas económicas e industriales del kirchnerismo (con el automóvil en el centro) así como su relación con las corporaciones -verbalmente defenestradas- como Chevrón, Monsanto o la Barrick; fue el eje de campaña de Scioli y se continuará y extremará con Macri. En la base se encuentra el aliento al consumismo como remedo trucho del empoderamiento popular. Pero es posible ponerlo en cuestión, tal como sostiene David Harvey: “Qué consumo queremos es una gran pregunta, y creo que podemos decir a la gente: miren, no estamos en contra del consumo, estamos a favor del buen consumo: comida limpia, sana y buena en lugar de comida chatarra, menos tiempo de transporte, mayor proximidad del trabajo a la residencia, rediseño urbano” [5]. Para una alternativa que dispute el sentido de las resistencias se hace necesario que el buen vivir reemplace al extractivismo y consumismo, hacia una sociabilidad que promueva la comunidad y sostenga una relación no destructiva y de respeto con la naturaleza.
La fragilidad y superficialidad del trípode “progresista” –en el seno de las condiciones del capitalismo en crisis- contrasta con el ejemplo del pueblo venezolano que soportó intentos de golpe de Estado, guerra económica, desabastecimiento, intervención yanqui y de su peón colombiano y un sinfín de agresiones, sin ceder en la defensa de la revolución. En Argentina, el kirchnerismo acaba de ser desalojado del gobierno por un personaje que corrió el riesgo de morir ahogado cuando, intentando imitar a Fredy Mercuri, se tragó su bigote postizo y tuvo que ser socorrido por el ahora designado ministro de salud.
La batalla política y cultural en la construcción de una nueva hegemonía popular será esencial, evitando el riesgo corporativista en que suelen caer las fuerzas de la izquierda tradicional de no tener más perspectiva ni ir más allá que las luchas contra el “ajuste”. Y eludiendo las trampas posibilistas de las organizaciones kirchneristas que sostienen que sus propuestas constituyen la base desde donde “ir por más”. El triunfo macrista demuestra el destino al que conduce ese posibilismo supuestamente sensato.
Sin dudas lucharemos, sin sectarismo de ningún tipo, junto a los miles de compañeros y compañeras kirchneristas que serán parte del pueblo agredido por el nuevo gobierno macrista. Pero el escenario de disputa por las perspectivas y el sentido de las resistencias impondrá la necesidad de “luchar juntos pero marchar separados”.
No son lo mismo... Macri no es Menem ni volvemos a los ‘90
El énfasis puesto en que estaríamos volviendo a los ’90 aspira a restringir las lecturas a la primacía de los “modelos”, desviando las miradas de las relaciones de fuerza entre las clases sociales que se expresan en la actualidad.
¡Ahí viene el lobo!, se dice, con diferentes grados de terror y con la seguridad de que no quedará una oveja sin ser deglutida por este depredador. No tenemos ninguna duda sobre el carácter depredador ni sobre las intenciones de tal nefasto personaje electo como presidente. Pero la manada no se encuentra inerme.
Quienes tenemos los años como para haber militado en los primeros ’90 recordamos la casi imposibilidad de cuestionar, frente a nadie, la privatización de las empresas públicas. La caída del Muro de Berlín a nivel internacional que hizo aparecer al capitalismo como destino último de la humanidad, la hiperinflación argentina que hizo desear al pueblo sucediera cualquier cosa con tal de evitar otro evento como ese, junto a durísimas derrotas como las de las extensas huelgas ferroviarias y telefónicas, con saldos de miles de despedidos, habían sellado una relación de fuerzas totalmente desfavorable al pueblo.
El macrismo no asume el gobierno en tal situación y son conscientes de ello. El diario Clarín del 29 de noviembre fue contundente: “Macri es diferente a Cristina en el ejercicio del poder. Pero aunque quisiera no podría ir por todo. No tiene con qué”. El gradualismo parece imponerse porque, como señaló el designado ministro Esteban Bullrich, “si aumentamos las tarifas un 700% la gobernabilidad nos dura 10 minutos”.
No estamos en los ’90 porque el pueblo no sólo no está derrotado sino posee un grado de organización muy superior a entonces. Como describe Raúl Zibechi “Los primeros 90 fueron años de crisis de las viejas formas de organización (verticales y patriarcales), y de búsqueda a tientas de nuevos modos de hacer. En 1985, de cada cien organizaciones populares, 47 eran partidos de izquierda y sus respectivas juventudes o sindicatos. Menos del 5% eran grupos de mujeres o de homosexuales, y otro tanto eran colectivos barriales. Las agrupaciones estudiantiles (17%) estaban en su mayoría ligadas a los partidos [6] ”. No existía por entonces la Red de Medios Alternativos (recién en 1989 se había formado FM La Tribu), ni las Campañas contra el aborto ni contra las violencias, ni las asambleas contra la minería a cielo abierto. Recién en los ’90 surge la primera empresa recuperada de las que hoy hay más de 350, así como tampoco existían la cantidad de organizaciones de lucha por la vivienda, ni las que existen contra el gatillo fácil y acaban de protagonizar la 9º Marcha de la Gorra en Córdoba. Las agrupaciones de trabajadores antiburocráticos y combativos lentamente van consolidándose y recientemente se ha conformado la corriente nacional de educación Enriqueta Lucero, así como van despuntando articulaciones como Rompiendo Cadenas o el Encuentro Sindical Combativo, entre otras. El recuento podría continuar. No es suficiente ni todo lo que necesitamos, pero constituye una base desde donde multiplicar las fuerzas y abordar la gran tarea de unidad esbozada por la rebelión del 2001 al grito de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”.
Por el lado de los de arriba, la situación tampoco es similar a los '90. Menem contó con el apoyo unánime de un PJ unido. No es lo que ocurre ahora, en un escenario de disputa por el control del partido, mientras el nuevo gobierno se ve obligado a buscar acuerdos para lograr un mínimo de gobernabilidad y poder manejarse en un Congreso en el que no posee mayoría en ninguna de las Cámaras.
El macrismo es consciente de que se enfrenta a un pueblo que no está derrotado y afina sus herramientas: cuenta con el aparato y la legislación represiva que le lega el kirchnerismo, cuenta con las burocracias sindicales que sirvieron de soporte al gobierno saliente y lo serán del próximo, contará con el apoyo (aún a negociar) de parte importante del PJ y de los gobernadores, tendrá el apoyo exultante de gran parte de los medios de comunicación y de la embajada yanqui.
Sin embargo, como también señala Zibechi en relación a las múltiples organizaciones populares: “Con este archipiélago tendrá que vérsela Macri. Una galaxia de islas y arrecifes que le van a dificultar la navegación, le impondrán cautela y tiempos distintos a los que desearía imponerle a su gobierno. Si las desafía, si las pretende aniquilar, debe pensar en una larga y profunda tradición que atraviesa la historia del país, desde la Semana Trágica de 1919 hasta el Cordobazo de 1969. Los argentinos de abajo acuñaron el concepto de pueblada, para nombrar una práctica convertida en recurso colectivo ante el autoritarismo”.
Es cierto que el lobo viene... pero la manada se prepara. La pelea por un cambio en la relación de fuerzas sociales aún está por darse.
Las tareas de las resistencias serán también diferentes a las de los ‘90
Si la situación y los protagonistas son diferentes a los de los ’90, tampoco son iguales las tareas, aunque sus pilares sean similares: la lucha y organización desde abajo, las asambleas y la democracia de base, la autonomía y auto-organización popular, el reconocerse como parte de un pueblo que en toda América Latina lucha por su dignidad, el horizonte socialista, libertario, feminista y ecologista.
Pero a diferencia de los 90, para vencer las luchas deberán adoptar rápidamente un carácter político, lo que no quiere decir partidario ni mucho menos electoral, aunque ese sea el sentido de lo “político” para los partidos del sistema y, lamentablemente, para algunos de la izquierda.
Una de las luchas importantes del último período, que obtuvo un triunfo tras largos meses de pelea, fue la de los trabajadores de EMFER-TATSA, que brinda algunas claves sobre cómo pararse frente a lo que vendrá. Resumidamente:
- Fue una lucha larga, tal como serán muchas del próximo período, ante la necesidad del nuevo gobierno de asestar duros golpes al pueblo trabajador y, de éste, de resistir los ataques que se vienen. Sostenerlas necesita, como nunca, de la mayor democracia de base y de la división de tareas entre la mayor cantidad de compañeros/as posible. Ninguna organización puede ni debe suplantar la autoactividad y auto-organización de los propios trabajadores, sino impulsarlas. Olvidar que con los trabajadores todo, sin los trabajadores nada, es el camino más directo hacia las derrotas.
- La solidaridad popular. Una de las claves del triunfo de EMFER-TATSA fue la enorme campaña de solidaridad popular hacia el conflicto y, desde éste, hacia otras luchas que la necesitaban. La pretensión se vaya al pié suele ser el gran enemigo de la solidaridad, como sucedió en algunos conflictos en los que el afán protagónico de algunas organizaciones no ayudó a evitar duras derrotas.
- La firmeza frente a la represión. Los trabajadores no cayeron en provocaciones, pero no se acobardaron y supieron plantarse frente a la represión con que se intentó frenar su lucha. Esto será cada vez más necesario en el próximo período.
- La politización y no corporativismo del conflicto. Los compañeros de EMFER-TATSA, empresa de construcción y reparación de formaciones ferroviarias no se quedaron en el reclamo por sus salarios y puestos de trabajo. Incorporaron las demandas que hacen a un transporte para el pueblo y la lucha por el castigo a los responsables de la masacre de Once. Evitaron así el aislamiento al que se lo quiso condenar y el enfrentamiento entre diferentes sectores populares que fue una herramienta eficaz de disciplinamiento en manos del kirchnerismo y que será utilizado, sin dudas, por el próximo gobierno. Similar preocupación por exceder el reclamo corporativo la tuvieron otros sectores, como lxs docentes en defensa de una educación pública y popular.
Sin embargo, esta politización no surge ni fácil ni espontáneamente. Atentan contra ello tanto los medios de comunicación que denuncian y se exasperan denunciando “¡hacen política!” cuando son trabajadores quienes opinan e intervienen sobre los temas que hacen a la vida colectiva, como los partidos políticos (lamentablemente también en la izquierda) que creen que lo “político” debe dirimirse sólo en su seno, mientras el pueblo oficia de espectador. Bajo un gobierno de Macri, que se presenta como anti-político, y con una oposición kirchnerista que intentará lo político se reduzca a “la próxima vez votar mejor”, hacer política desde el pueblo y desde los conflictos será más vital que nunca.
Necesitamos una visión amplia sobre las luchas a librar. Acordamos con Sergio Nicanof cuando afirma: “Es imposible aún determinar si habrá un eje de conflicto que será el determinante en los años venideros. Seguramente las luchas sindicales, empezando por la de empleados públicos cómo ya señalamos, las estudiantiles, de género y contra los efectos más brutales del extractivismo estarán a la orden del día. Aún así, nos parece que los conflictos en las grandes urbes con un capitalismo que reformatea agudamente los espacios públicos expropiándolos para el mercado en múltiples dimensiones y que potencia enormemente la especulación inmobiliaria expulsando a las clases populares hacia las periferias adquiere una dimensión específica a abordar con profundidad en los próximos años. El derecho a la ciudad cómo articulador de la enorme variedad de disputas al interior de las metrópolis puede ser un eje muy importante. No faltan organizaciones con nivel de desarrollo por abajo que lleven adelante luchas de resistencia por la vivienda, la salud, la educación, el enrejamiento y la privatización parcial de plazas y parques, la multiplicación de grandes torres y el colapso de los servicios, por mencionar algunas de las cuestiones que reflejan cómo opera la desposesión a nivel de la ciudad. Lo que falta son miradas de conjunto que condensen capacidades de presión y movilización en determinados puntos para hacer retroceder algunos de esos avances. Faltan espacios que canalicen la voluntad de miles que se llenan de bronca frente a estos procesos pero que no tienen donde expresarla. Si sabemos que en el corto plazo van a crecer, cómo ya lo vienen haciendo, exponencialmente las tarifas de transporte y de servicios públicos hay que pensar iniciativas que hagan frente a esos procesos que construyen una ciudad cada vez más cara e invivible para las clases populares. [7]
En este panorama, las variadas organizaciones y movimientos de la llamada izquierda independiente o en búsqueda, se sacude el aturdimiento que, como parte del pueblo, le produjo el “progresismo” K y retoma los caminos de articulación y unidad desde las luchas y resistencias. El Congreso de los pueblos en Plaza de Mayo para el 12 de diciembre, a dos días de asumido el nuevo gobierno, es una buena iniciativa para este recorrido a consolidad y multiplicar. Transitarlo evitando sectarismos y dando batalla en todos los terrenos es nuestro objetivo. La única pelea que se pierde es la que se abandona... y la que abandona la lucha por la construcción del poder popular.
Notas:
[1] Larsen, Federico. La victoria de la derecha argentina y el proyecto latinoamericano http://www.nodal.am/2015/11/la-victoria-de-la-derecha-argentina-y-el-proyecto-latinoamericano-por-federico-larsen/
[2] Piva, Adrián. Economía y política en la Argentina kirchnerista. Buenos Aires, Batalla de Ideas, 2015.
[3] Bonnet, Alberto. El kirchnerismo, un breve balance. En Herramienta nº 56. Buenos Aires, otoño 2015, pág. 67
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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