Immanuel Wallerstein
En los países donde
existen elecciones impugnadas, comúnmente hay dos partidos predominantes
que se consideran cercanos al centro o en los alrededores de la visión
de los votantes en dicho país. En los últimos años ha habido un número
relativamente grande de elecciones donde un movimiento de protesta gana
la elección o por lo menos gana los suficientes escaños como para que
deba conseguirse su respaldo de modo que pueda gobernar un partido
predominante.
El ejemplo más reciente de esto es Alberta, en Canadá, donde el Nuevo
Partido Democrático (NPD), compitiendo en una plataforma razonablemente
hacia la izquierda, de un modo inesperado y sorprendente, desbancó del
poder a los Conservadores Progresistas, partido de ala derecha que había
gobernado la provincia sin dificultad por muy largo tiempo. Lo que hizo
de este hecho algo más sorprendente fue que Alberta tiene la reputación
de ser la más conservadora provincia de Canadá, y es la base del primer
ministro canadiense, Stephen Harper, en el cargo desde 2006. El NPD
ganó inclusive 14 de 25 escaños en Calgary, la residencia y bastión del
propio Harper.
Alberta no es el único caso. El Partido Nacional Escocés (PNE) arrasó
en las elecciones en Escocia, tras una historia de ser un partido
marginal. El ultraderechista partido polaco Justicia y Ley derrotó al
candidato de lo que se había considerado un partido conservador
pro-negocios, la Plataforma Cívica. Syriza, en Grecia, haciendo campaña
con una plataforma anti-austeridad, está ahora en el poder, y el primer
ministro, Alexis Tsipras, lucha por alcanzar sus objetivos. En España,
Podemos, otro partido que combate la austeridad, de manera constante
sube en las encuestas y parece empeñado en dificultar –si no es que
impedir– que permanezca en el poder el gobierno del partido conservador,
el Partido Popular. India está celebrando un año en el poder de
Narendra Modi, que compitió en una plataforma que se dedicó a desbancar
del poder a los partidos y las dinastías del establishment.
Estas plataformas de protesta, todas, tienen algo en común. Todas
utilizaron una retórica de campaña que podríamos llamar populista. Esto
significa que aseguraron estar luchando contra las élites del país,
aquellas con demasiado poder que ignoran las necesidades de una vasta
mayoría de la población. Estas plataformas enfatizaban las brechas (en
salud y bienestar) entre las élites y todos los demás. Deploraban la
caída del salario real de los estratos
medios. Enfatizaron la necesidad de proporcionar empleos, usualmente en instancias en las que ocurría un aumento significativo del desempleo.
Además, estos movimientos de protesta siempre señalaron la corrupción
en los partidos en el poder y prometieron ponerle un freno, o al menos
reducirlo. Y todo esto, junto, lo presentaron como un llamado al cambio,
a un real cambio.
No obstante, tenemos que mirar más de cerca estas protestas. No son,
de ningún modo, parecidas. De hecho, hay una división fundamental entre
ellas, algo que notamos tan pronto como miramos el resto de su retórica.
Algunos de estos movimientos de protesta se sitúan a la izquierda –el
NPD en Alberta, Syriza en Grecia, Podemos en España, el PNE en Escocia. Y
algunos están claramente a la derecha: Modi en India, el Partido
Justicia y Ley en Polonia.
Quienes se sitúan a la izquierda enfocan sus críticas, centralmente,
en torno a aspectos económicos. Los situados a la derecha
primordialmente hacen aseveraciones nacionalistas, por lo común con
énfasis xenófobo. Aquellos a la izquierda quieren combatir el desempleo
con políticas gubernamentales que promuevan la creación de empleos,
incluida, por su puesto, una mayor colecta fiscal entre los más
acaudalados. Quienes se sitúan a la derecha quieren combatir el
desempleo evitando la migración, aun al punto de expulsar a los
migrantes.
Una vez en el poder, a estos movimientos de protesta –sean de
izquierda o derecha– les resulta muy difícil cumplir las promesas
populistas que hicieron para resultar electos. Las grandes corporaciones
tienen instrumentos importantes con los cuales limitar las medidas que
se tomen contra ellas. Actúan a través de esta entidad mítica llamada mercado,
auxiliadas e instigadas por otros gobiernos e instituciones
internacionales. Los movimientos de protesta encuentran que, si empujan
muy duro, el ingreso del gobierno se reduce, por lo menos en el corto
plazo. Pero para quienes votaron por ellos, el corto plazo es la medida
de su aprobación continua. El día de gloria de los movimientos de
protesta corre el riesgo de estar muy limitado. Así que entran en arreglos, lo que enoja a la mayoría militante de sus simpatizantes.
Uno debe recordar siempre que los simpatizantes de un cambio en el
gobierno son siempre una multitud abigarrada. Algunos son militantes que
buscan un extenso cambio en el sistema-mundo y en el papel que su país
juega en éste. Algunos sólo están hartos de los partidos predominantes
tradicionales, que son vistos como que se cansaron y dejaron de ser
responsivos. Algunos dicen que un nuevo grupo en el poder no puede hacer
nada peor que quienes estaban antes. En resumen, estos movimientos de
protesta no son un ejército organizado, sino una inestable alianza
flotante de muchos grupos diferentes.
Son tres las conclusiones que podemos extraer de esta situación. La
primera es que los gobiernos nacionales no tienen un poder ilimitado
para hacer lo que quieren. Están en extremo constreñidos por la
operación del sistema-mundo en su totalidad.
La segunda conclusión es que, no obstante, pueden hacer algo para
aliviar los pesares de las personas ordinarias. Pueden hacerlo,
precisamente mediante reasignaciones del ingreso vía impuestos y otros
mecanismos. Tales medidas
minimizarán las penuriasde quienes son los beneficiarios. Los resultados pueden solamente ser temporales. Pero de nuevo les recuerdo que vivimos todos en el corto plazo y que cualquier ayuda que podamos obtener en el corto plazo es un avance, no un retroceso.
La tercera conclusión es que si un movimiento de protesta va a ser un
participante serio en el cambio del sistema-mundo no debe limitarse a
un populismo cortoplacista, sino que debe involucrarse en una
organización de mediano plazo que afecte la lucha mundial en este
periodo de lucha sistémica y de transición a un sistema-mundo
alternativo, uno que ya comenzó y está en curso.
Es solamente cuando los movimientos de protesta de izquierda aprenden cómo combinar las medidas de corto plazo, que
minimizan las penurias, con los esfuerzos de mediano plazo por inclinar la lucha bifurcada en pos de un nuevo sistema, que podremos tener la esperanza de arribar al resultado que deseamos: un sistema-mundo relativamente democrático y relativamente igualitario.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
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