Una
publicación para niños elaborada por el Ejército y validada por las
autoridades de Primaria, pareciera marcar el principio de una nueva
estrategia de quienes se encargan de nuestra defensa y a su vez,
demostraría que al menos en una serie de valores no existiría
contradicción entre esta institución y las actuales autoridades
educativas.
El Ejército se ha dado a realizar una publicación en
formato cómic, la cual ha llamado Cimarrón. Veamos cómo nos la presenta
el Ministerio de Defensa: "El CIMARRÓN es el personaje que narra
hechos históricos y temas importantes con un lenguaje ameno y sencillo,
contiene además actividades y material lúdico para los niños. CIMARRÓN,
el perro autóctono de Uruguay, que acompañó a Artigas en todas sus
hazañas, se ha convertido en el personaje ideal para narrar el pasado y
contar sobre las distintas actividades del Ejército Nacional. Su
vestimenta se adapta al contexto histórico en que se encuentra, ya que
vivió el nacimiento del Prócer, la Batalla de las Piedras, la
Declaratoria de la Independencia y la Jura de la Constitución o
acompaña a nuestro Cascos Azules a las Misiones Operativas de Paz.
CIMARRÓN estará entonces según la Resolución en apoyo en el área de
campo disciplinar de construcción de ciudadanía» (1).
El
lector acaso piense que está viviendo una pesadilla, pues tiene un
fuerte aire onírico, habida cuenta del pasado reciente de nuestro
Ejército, que se pretenda apoyar «el área de campo disciplinar de construcción de ciudadanía». Sin
embargo, querido lector, no es una pesadilla, o sí, es una pesadilla a
la que asistimos con los ojos abiertos. Veamos cómo el Ejército
contribuye «en el área de campo disciplinar de construcción de ciudadanía» según el anuncio del Ministerio. El Ejército ha elegido al perro cimarrón como símbolo, pues es «el perro autóctono de Uruguay, que acompañó a Artigas en todas sus hazañas». En
esta frase se encuentran dos afirmaciones que pasaremos a evaluar. La
primera dice que el cimarrón es el perro autóctono de Uruguay. Si por
autóctono se refiere a que ahora hay un perro, más o menos inventado a
fines del siglo XX, el cual guarda alguna (mucha, poca) relación con
los perros cimarrones del siglo XVIII, estamos de acuerdo con el
Ejército. Ese perro cimarrón es una construcción de criadores uruguayos
que agarraron unos perros que en las estancias del este del país se
consideraban como devenidos de los cimarrones y lanzaron esa «línea» a
un mercado ávido. Ahora bien, si por «autóctono» se entiende que es un
perro que correteaba nuestras praderas desde antes que Solís se
convirtiera en el plato principal de un banquete de aborígenes (cosa
que por otra parte es una grosera mistificación, como casi toda nuestra
historia) tal afirmación sería disparatada. El perro cimarrón del siglo
XVIII y XIX al que hacen referencia Artigas y Los Olimareños, devenía
de los perros que trajeron los conquistadores europeos para llevar a
cabo su conquista, es decir, para guerrear con los indígenas y para
enriquecer nuestro vocabulario pues darle una india de comer a los
perros se conoció como «perrear». En estos campos, muchos de
esos perros, así como los caballos y otras bestias, se hicieron
cimarrones, lo que quiere decir que pasaron a ser salvajes. Se
asilvestraron. Los caballos, por ejemplo, eran tan dados a esta
libertad que constituían un peligro, desde la óptica humana, para los
caballos domesticados, pues se les acercaban, los «chamullaban» y se
los llevaban. Sobran testimonios de esta laya, como los de Azara y
Saint-Hilaire. El caballo pareciera tener cierta tendencia libertaria.
Ahora, volviendo a los perros cimarrones, si se cruzaron con algún
perro de los que tendrían los aborígenes desde antes de Colón, es algo
que habría que probar y aparentemente, en los estudios genéticos que se
han hecho con el actual perro cimarrón, sólo han dado con trazas
europeas, de alano y de lebrel, precisamente los perros que trajeron
los conquistadores.
Así que tenemos que esta primera
afirmación del Ejército es muy correcta si la vemos desde cierta óptica
y muy controversial si la miramos desde otro ángulo; sin embargo, la
segunda afirmación pasa a la categoría de SOBERANO DISPARATE en su
mayor expresión. «CIMARRÓN, el perro autóctono de Uruguay, que acompañó a Artigas en todas sus hazañas» son
palabras que provocan una carcajada por la cual uno abre la boca ciento
ochenta grados. ¿De dónde emana tamaño dislate? Muy posiblemente de una
carta de Artigas a Lecor: «Dígale a su amo que cuando me falten hombres para combatir a sus secuaces, los he de pelear con perros cimarrones» y de un mensaje, menos famoso, por el cual Artigas le anuncia al gobierno de Buenos Aires «Que le habría de hacer la guerra eternamente, y cuando le faltasen hombres habría de criar perros cimarrones». Como
se sabe, cuando Artigas se quedó sin hombres, cosa que le sucede a todo
caudillo que pierde respaldo popular y empieza a perder una batalla y
otra y otra, no se dedicó ni a criar perros cimarrones, ni a pelear con
ellos. Simplemente huyó al Paraguay, aunque los historiadores patriotas
utilicen otra expresión. Artigas, a diferencia de otros héroes, no
eligió morir peleando por la causa. Escapó, como cualquier ser humano
común y corriente, a la muerte, o la difirió todo lo humanamente
posible. La doble referencia a los perros cimarrones no es más que una
bravuconada de Artigas o de su secretario de turno (no existe una sola
carta escrita con la letra de Artigas, quien sólo firmaba) que se
hubiera perdido en el río del tiempo si no fuera porque los
historiadores patrios necesitan frases rimbombantes para adoctrinar a
los pequeñuelos. Ni Artigas ni nadie utilizó perros cimarrones para
luchar. Más bien, Artigas y otros estancieros, lucharon contra los
perros cimarrones pretendiendo exterminarlos, pues esos perros eran un
peligro, así como eran un peligro los jaguares, las cruceras, los
charrúas y los minuanes. Si alguien, en la campaña, cometía la
imprudencia de atravesarla a pie (recurso peregrino en un país donde
sobraban los caballos) sería devorado por estos perros sobrealimentados
con el ganado súper abundante del país.
Dijimos que el Ejército
estaría desarrollando una nueva estrategia para mejorar ante la
población la imagen que, empecinadamente, a sangre y fuego grabó en el
imaginario colectivo. Tiene una tarea ciclópea ante sí, pues a
diferencia de otros ejércitos, no tiene a su favor haber defendido a
nuestra población en ninguna ocasión, más bien todo lo contrario, lo
cual ha generado que unos cuantos uruguayos se plantearan la necesidad
de financiar una Institución onerosa, peligrosa y, de momento,
innecesaria. El Ejército, como toda estructura, tiende a reproducirse
¿Qué mejor que comenzar esa batalla ideológica en la escuela y
utilizando el recurso de la historieta? Ahora, cuando el maestro enseñe
la Batalla de las Piedras, tendrá como apoyatura este simpático cómic
de factura castrense en el cual se afirmará que «Esta victoria fue imprescindible para la Revolución Oriental y marca además el origen de nuestro Ejército Nacional».
Esta temeraria conclusión olvida que aquella victoria fue
imprescindible para la rebelión oriental y para toda la rebelión
argentina. Artigas fue nombrado oficial por el gobierno de Buenos Aires
y aquella batalla, obviamente, es hoy recordada por el himno argentino.
No sólo Artigas, luego Lavalleja también fue nombrado oficial por aquel
gobierno y su principal título era el de Brigadier de la Nación
Argentina. Por esto, los descendientes de Artigas y Lavalleja
demandaron, y lograron del gobierno argentino, el pago de haberes
devengados por sus parientes. Ahora bien, inscribir esa batalla como
tributaria únicamente de la Rebelión Oriental, es una brutalidad, pero
otra brutalidad, sumamente grave, es afirmar que «marca además el origen de nuestro Ejército Nacional».
Tal afirmación es una doble mistificación. Aquel ejército era un
ejército argentino, no un ejército argentino cordobés ni entrerriano,
sino un ejército argentino oriental. Recién en 1828 una “Convención preliminar de paz”,
escrita en portugués y firmada por brasileros y argentinos, donde no
hubo un sólo oriental, determinó amputar la nación argentina y crear
una nación con este pedazo de territorio que luego se llamaría República Oriental del Uruguay.
En los primeros azarosos años de esta República, no hubo ningún
Ejército Nacional, como sabiamente admite un historiador de nuestro
Ejército, al decir que desde el nacimiento de la República y por 45
años «prácticamente no existió un ejército de carácter nacional,
pues: «Los regimientos y batallones precariamente formados, respondían
al caudillo local o a circunstancias transitorias y tanto servían para
voltear un gobierno como para ayudarlo a enfrentar exitosamente un
motín» (2). Habrá que esperar a la Guerra del Paraguay (bonita hazaña) para que naciera el Ejército Nacional.
Pero
¿es ésta la primera vez que se adoctrina a los niños a través de
mistificaciones alevosas? No. No es ésta la primera vez. Es un problema
de muy larga data. Lo novedoso es el maridaje entre las actuales y
progresistas autoridades de Primaria con el Ejército. Los niños que
reciban esta historieta gratuita, amén de instruirse sobre la Batalla
de las Piedras, El desembarco de los 33 y otros acontecimientos
históricos, absorberán información acerca de las tareas de paz de
nuestro Ejército en el Congo, así como instrucciones para manejarse
prudentemente en el tránsito. El lector podrá observar que no se ha
hecho mucho por investigar qué ha pasado con nuestro Ejército en un
pasado no muy lejano. También observará que nuestro Ejército no ha
realizado ninguna autocrítica, más bien piensa que defendieron a la
nación de una agresión. Habida cuenta que nadie los ha enjuiciado,
habida cuenta que nadie les reclamara una autocrítica, tienen todo el
derecho a utilizar el dinero que aportamos con nuestros impuestos para
realizar publicaciones gratuitas, tienen todo el derecho de
autopropagandearse, y tienen todo el derecho de introducir su
publicación en nuestras aulas, pues después de todo, su visión de las
cosas, su visión del pasado y del presente, colude con la visión de
nuestras autoridades educativas.
Sólo una cosa nos resta por
considerar, amable lector, y es un curioso mecanismo civilizatorio.
Usted puede apreciar en el monumento al Gaucho, en 18 y Constituyente,
un friso donde vemos a este personaje remangándose para empuñar un
arado y puede leer esta dedicatoria: «Al gaucho, primer elemento de emancipación nacional y de trabajo. La Patria agradecida». Evidentemente,
ese agradecimiento no sólo es un disparate, es antes que nada una
ironía sumamente cruel. Si un gaucho vio un arado, lo único que hizo
con él fue una buenas brasas para cocinar un jugoso churrasco. Fue
precisamente esto, su gusto en quemar arados para hacer churrascos con
ganado «que no le pertenecían», lo que determinó que fuera
perseguido a sangre y fuego. Precisamente el Ejército se encargó de esa
tarea. Fue una tarea civilizatoria, en la cual también colaboró
fervientemente nuestra escuela. Busque el lector el artículo «El
gaucho» de José Pedro Varela si tiene la más mínima duda acerca de
esto. Pero lo interesante aquí es que luego que elimináramos a los
gauchos, los indígenas y los perros cimarrones, pasáramos luego a
reivindicarlos como característicos del ser nacional. Casualmente
cuando estos personajes son borrados de la faz de la tierra, surgen las
literaturas nacionales que los reivindican, como el Martín Fierro. Es
un mecanismo por el cual la civilización se adueña de palabras y las
tergiversa. Cimarrón es aquel esclavo que deja de ser esclavo y pasa a
vivir a monte. Cimarrón, amén del mate amargo, es un hombre libre y
también un perro, caballo o toro que vive en libertad, pero para
nuestros párvulos, cimarrón, además de un perro, será ese personaje del
Ejército que les cuenta la Historia. Cimarrón, según el Ejército, es el
emblema del Ejército. Conviene prestar atención a este mecanismo
civilizatorio y sobre todo deben atenderlo aquellos que reclaman hechos
y no palabras, como si las palabras no fueran hechos. Si no fueran
hechos y no tuvieran poder, no habría tanto esfuerzo por
tergiversarlas. Conviene detenerse a pensar en esa cosa curiosa, la
palabra, ese aire que hiere el aire y a un oído y conmueve un espíritu.
Notas:
(2) Cnel. (R) Ulysses del V. Prada. La profesionalización del Ejército: 1811-2011. Revista El Soldado Año XXXVI, Número 180.
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