Eric Nepomuceno
Todavía
se comenta en Brasil que la reciente visita oficial de la presidenta
Dilma Rousseff a México, luego de intensas negociaciones que tomaron
meses de trabajo de diplomáticos y funcionarios de ambos países, podrá
ser el inicio de la más osada ofensiva comercial brasileña de los
últimos 25 años. La expectativa sigue fuerte: funcionarios y dirigentes
del sector privado tanto de México como de Brasil mantienen diálogo
permanente, y la perspectiva es que pronto empiecen a surgir los
primeros pasos que conduzcan a lo proyectado, o sea, que el comercio
bilateral se multiplique por dos en un plazo no demasiado largo.
Desde un primer momento, el gobierno de Dilma Rousseff trató de
dejar claro que no se trataba de un viaje del cual regresaría con
acuerdos que traerían resultados inmediatos. Al contrario: aclaró que
se trata de una acción de largo plazo, ambiciosa pero realista. Y es
con esa perspectiva que gobierno y sector privado siguen trabajando en
Brasil, tratando de diseñar una estrategia que sea beneficiosa para
ambos países, y principalmente que sea viable.
Ese movimiento que busca acercar las dos principales economías
latinoamericanas podrá significar una nueva etapa en las relaciones
regionales, luego de años de letargia y desinterés, excepto en algunos
casos puntuales, como los acuerdos automotrices.
Queda por ver si esta vez los dos países sabrán entender que, más
allá del intercambio comercial y del cruce de inversiones, la única y
verdadera integración entre pueblos y naciones se da cuando abarca lo
que realmente identifican a México y Brasil, como el campo de las artes
y de la cultura.
Mientras no se alcanza esa etapa, es interesante observar que el
movimiento bilateral de acercamiento coincide con un momento delicado
de las relaciones comerciales brasileñas con sus dos principales socios
latinoamericanos, Venezuela y Argentina.
De hecho, Argentina es, hoy por hoy, el principal socio regional, y
Venezuela, el segundo. Son dos casos muy distintos, pero que enfrentan
momentos especialmente delicados.
Venezuela, por su crisis interna, vive crecientes problemas a la
hora de honrar sus compromisos con los exportadores brasileños. Es el
segundo mayor mercado regional para nuestros productos, y por ser un
país que importa prácticamente todo –de medicinas a pollos, de
vehículos a insumos agrícolas e industriales– permanece incólume entre
las prioridades de la política externa brasileña. El problema es cómo
adecuar las inmensas dificultades para que los exportadores cobren
dentro de plazos soportables, frente a la escasez de divisas del
gobierno de Nicolás Maduro.
Con
Argentina, la preocupación –además del problema de envío de divisas al
exterior– es otra: luego de haber sido considerado por años un ejemplo
de éxito de la integración creada por el Mercosur, el intercambio
comercial entre los dos países experimenta una etapa de fuerte
retracción.
Esta vez, a las dificultades tradicionales –las barreras impuestas
de manera intempestiva por el gobierno argentino a bienes y productos
brasileños, el incumplimiento de convenios y acuerdos bilaterales– se
suma otro factor: la recesión que afecta a los dos lados de la
frontera, con más énfasis en Brasil.
Solamente en los cinco primeros meses de 2015 el comercio bilateral
retrocedió 19 por ciento en comparación con idéntico periodo del año
pasado. El sector más afectado en Brasil es el de la industria
automovilística. Entre enero y mayo hubo una reducción de 23 por ciento
en el valor de vehículos exportados a nuestros vecinos.
Pero ese es sólo un sector. En el cómputo general, a lo largo de los
últimos cuatro años (2011-2014) las ventas de productos brasileños al
mercado argentino disminuyeron 38 por ciento. En términos redondos, de
casi 23 mil millones a poco más de 14 mil millones de dólares.
Frente a ese cuadro, se hace más comprensible que, en el ámbito
latinoamericano, Brasil y México busquen un acercamiento inédito. No se
trata que el cuadro preocupante se restrinja a Brasil: los mexicanos
también tienen sus problemas, que están lejos de ser pocos. Y tanto uno
como otro sabrán mantener sus actuales lazos preferenciales sin que eso
signifique, necesariamente, mantenerse distantes.
Es muy difícil encontrar justificativos para que con tantos puntos
de coincidencia, que van –vale reiterar– de sus culturas, quizá las más
ricas y diversificadas de nuestra América, a las economías, que son las
más fuertes y de mayor potencial, pasando, por supuesto, por el peso
político de cada uno, Brasil y México hayan tardado tanto en mirarse el
uno al otro.
Claro está que los dos países seguirán enfrentando sus problemas
apremiantes, los gobiernos mantendrán sus distancias ideológicas, y no
cambiarán sus diferentes proyectos de país.
Pero Brasil, como México, busca socios. Y no está mal que se entiendan.
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