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domingo, 21 de junio de 2015

Brasil procura socios



Eric Nepomuceno
Todavía se comenta en Brasil que la reciente visita oficial de la presidenta Dilma Rousseff a México, luego de intensas negociaciones que tomaron meses de trabajo de diplomáticos y funcionarios de ambos países, podrá ser el inicio de la más osada ofensiva comercial brasileña de los últimos 25 años. La expectativa sigue fuerte: funcionarios y dirigentes del sector privado tanto de México como de Brasil mantienen diálogo permanente, y la perspectiva es que pronto empiecen a surgir los primeros pasos que conduzcan a lo proyectado, o sea, que el comercio bilateral se multiplique por dos en un plazo no demasiado largo.
Desde un primer momento, el gobierno de Dilma Rousseff trató de dejar claro que no se trataba de un viaje del cual regresaría con acuerdos que traerían resultados inmediatos. Al contrario: aclaró que se trata de una acción de largo plazo, ambiciosa pero realista. Y es con esa perspectiva que gobierno y sector privado siguen trabajando en Brasil, tratando de diseñar una estrategia que sea beneficiosa para ambos países, y principalmente que sea viable.
Ese movimiento que busca acercar las dos principales economías latinoamericanas podrá significar una nueva etapa en las relaciones regionales, luego de años de letargia y desinterés, excepto en algunos casos puntuales, como los acuerdos automotrices.
Queda por ver si esta vez los dos países sabrán entender que, más allá del intercambio comercial y del cruce de inversiones, la única y verdadera integración entre pueblos y naciones se da cuando abarca lo que realmente identifican a México y Brasil, como el campo de las artes y de la cultura.
Mientras no se alcanza esa etapa, es interesante observar que el movimiento bilateral de acercamiento coincide con un momento delicado de las relaciones comerciales brasileñas con sus dos principales socios latinoamericanos, Venezuela y Argentina.
De hecho, Argentina es, hoy por hoy, el principal socio regional, y Venezuela, el segundo. Son dos casos muy distintos, pero que enfrentan momentos especialmente delicados.
Venezuela, por su crisis interna, vive crecientes problemas a la hora de honrar sus compromisos con los exportadores brasileños. Es el segundo mayor mercado regional para nuestros productos, y por ser un país que importa prácticamente todo –de medicinas a pollos, de vehículos a insumos agrícolas e industriales– permanece incólume entre las prioridades de la política externa brasileña. El problema es cómo adecuar las inmensas dificultades para que los exportadores cobren dentro de plazos soportables, frente a la escasez de divisas del gobierno de Nicolás Maduro.
Con Argentina, la preocupación –además del problema de envío de divisas al exterior– es otra: luego de haber sido considerado por años un ejemplo de éxito de la integración creada por el Mercosur, el intercambio comercial entre los dos países experimenta una etapa de fuerte retracción.
Esta vez, a las dificultades tradicionales –las barreras impuestas de manera intempestiva por el gobierno argentino a bienes y productos brasileños, el incumplimiento de convenios y acuerdos bilaterales– se suma otro factor: la recesión que afecta a los dos lados de la frontera, con más énfasis en Brasil.
Solamente en los cinco primeros meses de 2015 el comercio bilateral retrocedió 19 por ciento en comparación con idéntico periodo del año pasado. El sector más afectado en Brasil es el de la industria automovilística. Entre enero y mayo hubo una reducción de 23 por ciento en el valor de vehículos exportados a nuestros vecinos.
Pero ese es sólo un sector. En el cómputo general, a lo largo de los últimos cuatro años (2011-2014) las ventas de productos brasileños al mercado argentino disminuyeron 38 por ciento. En términos redondos, de casi 23 mil millones a poco más de 14 mil millones de dólares.
Frente a ese cuadro, se hace más comprensible que, en el ámbito latinoamericano, Brasil y México busquen un acercamiento inédito. No se trata que el cuadro preocupante se restrinja a Brasil: los mexicanos también tienen sus problemas, que están lejos de ser pocos. Y tanto uno como otro sabrán mantener sus actuales lazos preferenciales sin que eso signifique, necesariamente, mantenerse distantes.
Es muy difícil encontrar justificativos para que con tantos puntos de coincidencia, que van –vale reiterar– de sus culturas, quizá las más ricas y diversificadas de nuestra América, a las economías, que son las más fuertes y de mayor potencial, pasando, por supuesto, por el peso político de cada uno, Brasil y México hayan tardado tanto en mirarse el uno al otro.
Claro está que los dos países seguirán enfrentando sus problemas apremiantes, los gobiernos mantendrán sus distancias ideológicas, y no cambiarán sus diferentes proyectos de país.
Pero Brasil, como México, busca socios. Y no está mal que se entiendan.

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