Marcos Roitman Rosenmann
No
importa que el Consejo Nacional Electoral convocase a elecciones
legislativas para el 6 de diciembre de este año. Hoy en día las formas
para derrocar gobiernos constitucionales y democráticos es
transformarlos en dictaduras. En la república bolivariana de Venezuela
el itinerario ha sido transparente. Primero se busca descalificar el
proyecto globalmente, adjetivándolo de populista, negando el valor
jurídico del proceso constituyente y rechazando la Constitución. Se
infravaloran las nuevas instituciones, a los procesos electorales se
les considera un fraude, se deslegitima a los representantes electos y
se levanta un relato en el cual los partidos opositores y los medios de
comunicación son perseguidos por hordas marxistas totalitarias.
Para que la historia tenga credibilidad, se tensa la gobernabilidad
democrática y se juega en el filo de la conspiración y el golpismo. El
objetivo, colmar la paciencia del gobierno y obligar a las autoridades
a tomar medidas represivas. En este plan hay quienes asumen el papel de
mártires que serán paseados por el mundo como víctimas de la dictadura
bolivariana. Son dirigentes que llaman a la sedición, a romper la
legalidad vigente y a conspirar contra el Estado. El fin, deslegitimar
al gobierno bajo la acusación de situarse fuera de la ley y la
Constitución. Los mismos opositores que la tildaron de totalitaria,
excéntrica y ajena a la tradición constitucionalista, se trasforman en
sus guardianes. Y desde sus cargos de representantes electos
democráticamente hacen un llamado a la desobediencia civil, a tomar las
calles, a ejercer la violencia. Leopoldo López, encarcelado por
sedición, ha sido trasformado en preso político por sus acólitos. Ya
tienen su ícono. La siguiente escala, subrayar que el país está en
manos de un gobierno corrupto e ilegítimo. Democracia versus
dictadura. Ellos se autodenominan demócratas y descalifican a la
ciudadanía que no comparte su criterio. Para completar el cuadro de ser
Venezuela y su gobierno un régimen dictatorial, falta acoplar el frente
exterior, promoviendo sanciones internacionales y declaraciones
tendentes a demostrar que con Hugo Chávez y ahora con Nicolás Maduro se
vive una cruenta dictadura donde los derechos humanos no son respetados.
Curiosamente, quienes hacen estas declaraciones pueden transitar
libremente, conceder entrevistas, recibir apoyos económicos, convocar a
mítines, conferencias y ser aclamados en cualquier espacio público sin
sufrir represión alguna. Al contrario, cuentan con protección
gubernamental para que se expresen libremente ¿Qué dictadura permitiría
tal acción?
El juego se traslada de escenario. Ya no se trata de provocar la
actuación de las fuerzas armadas, más bien dividirlas, romper su
disciplina y compromiso con la revolución bolivariana. Igualmente,
definir el régimen como una dictadura se ajusta al itinerario,
estrategias y argumentos recurrentes propios de la guerra fría, aunque
los tiempos y la realidad no guarden parangón. Tras la II Guerra
Mundial, el anticomunismo y la necesidad de bloquear una revolución
socialista llevaron a las burguesías latinoamericanas a mostrar su lado
oscuro. Ningún proceso de cambio social, cuyo liderazgo no ejercieren,
tendría éxito. Lo abortarían de cualquier manera. Si el conflicto se
les escapaba de las manos y perdían el control político, podían optar
por incluir las clases trabajadoras, concediendo derechos sociales,
económicos y políticos, siempre bajo su tutela; también podían cooptar
a los dirigentes políticos y sindicales de los partidos obreros y
populares, frenando las reivindicaciones democráticas a cambio de un
trozo del pastel y una economía saneada en lo personal. Sindicatos
corruptos, vinculados a los partidos dominantes fueron la mejor arma
para diluir las demandas de las clases trabajadoras. También lo fue
crear partidos políticos ad-hoc para legitimar una oposición sumisa y
dar la imagen de vivir en una democracia; por último, practicaron una
política represiva consistente en la exclusión. Las tres vías son
reconocibles en las historias políticas de los países latinoamericanos.
Mientras
tanto, Estados Unidos se trasformaba en gendarme político de la región.
Así, propondrá a las burguesías locales vincular el cambio social a
tres conceptos irrenunciables. Condición sine qua non para
disfrutar de las ayudas económicas y ser socios subordinados del
proyecto estadunidense. Seguridad, desarrollo y democracia fueron los
ejes sobre los cuales se levantó la dominación imperial en la región.
Su agenda no tuvo fisuras. Bajo el manto del Tratado Interamericano de
Asistencia Recíproca (TIAR) se planificó la seguridad frente al enemigo
exterior e interno y la subversión. La Organización de Estados
Americanos (OEA) sirvió de escaparate para el nuevo panamericanismo y
promover acuerdos económicos de cooperación. La modernización política
consistió en brindar el apoyo a las élites del pacto anticomunista.
Democratacristianos, socialdemócratas, liberales, progresistas y nueva
derecha.
No hubo muchos argumentos para derrocar gobiernos democráticos y
antiimperialistas. Si una coalición o partido político ganaba unas
elecciones libres, poniendo en marcha la reforma agraria, un plan de
nacionalizaciones y fomentando la participación de las clases
populares, caía en desgracia. Las fuerzas armadas, en nombre de la
patria ultrajada, actuaban contra la implantación de ideologías
foráneas disolutivas de la nación, y en defensa de los valores de la
cultura occidental, católica, apostólica y romana. En definitiva se
alzaban contra el totalitarismo marxista. Hoy, para romper la
institucionalidad democrática, las burguesías locales y el imperialismo
estadunidense sólo tienen
una salida, ante el descrédito de los golpes de Estado, mejor deslegitimar la democracia, promoviendo dictaduras blandas. Y en eso andan.
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