cubadebate.cu
Keeanga-Yamattha Taylor
Publicado en A l’encontre – La Breche
Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa
Por segunda vez en nueve meses, Estados Unidos fue sacudido por el
levantamiento de jóvenes afroamericanos en respuesta a la muerte por la
policía de un joven negro. En agosto pasado, la rebelión en Ferguson
(Missouri) llamó la atención del mundo sobre la crisis que combina la
“aplicación de la ley” y el racismo en Estados Unidos. Pero si el
racismo policial en Ferguson estuvo en el centro del escenario político
estadounidense, la rebelión de Baltimore (en abril) transformó esta
conciencia general en una grave crisis política.
Ferguson, con solo 20.000 habitantes, es una pequeña comunidad
periférica de Saint Louis (320.000) en el estado de Missouri. Es una
localidad habitada principalmente por afroamericanos que son gobernados
brutalmente por una maquinaria política blanca. Aunque el 67% de la
población de la ciudad es negra, 50 de los 53 policías de Ferguson son
blancos. El alcalde y todos los concejales, con la excepción de uno,
son blancos. Por lo tanto, la confrontación en Ferguson se asemeja más
a la dinámica racial del Sur de Jim Crow (1) que a las experiencias de
los afroamericanos que viven en las principales ciudades de Estados
Unidos. Es por esta razón que el levantamiento en Baltimore es
potencialmente más peligroso que la lucha en Ferguson. Baltimore no es
una pequeña (o marginal) comunidad suburbana que puede mostrarse como
un lugar por donde no pasó el tren del presente. Al contrario, es una
de las 26 ciudades más grandes de Estados Unidos, contando con una
población de 600.000 personas de las cuales 63% son afroamericanos. A
diferencia de Ferguson, funcionarios y representantes negros (electos)
controlan el aparato político de Baltimore. El alcalde es negro. El
jefe de la policía es negro, al igual que la mitad de los oficiales de
policía. El director de las escuelas públicas es negro. El Consejo
Municipal, incluido su presidente, está compuesto en más de la mitad
por afroamericanos. Este es un elemento crucial para entender la crisis
política provocada por este levantamiento particular. En Ferguson, un
elemento central del debate político y un objetivo de los activistas
locales era aumentar el número de representantes negros en los cargos
públicos, así como la contratación de un número adicional de policías
negros. En Baltimore, sin embargo, se demostraron espectacularmente los
límites flagrantes de tal estrategia y, al hacerlo, puso de relieve la
mentira de que en Estados Unidos no habría diferencias de raza o que,
incluso, sería una sociedad post-racial. La afirmación que presenta a
Estados Unidos como líder del mundo libre, está socavada.
Mientras que Estados Unidos sigue afirmando su poder internacional,
el espectáculo de policías blancos asesinando y abusando de hombres y
mujeres negros cuelga de la atmósfera. La hipocresía de Obama se pone
de relieve cuando habla de la democracia estadounidense, como lo hizo
el 10 de septiembre de 2014, cuando explicó la nueva guerra
norteamericana contra el Estado Islámico. Dijo: “Estados Unidos,
nuestros beneficios ilimitados confieren una carga constante. Pero, en
tanto que estadounidenses, aceptamos nuestra responsabilidad de
liderar. De Europa hasta Asia –de las inmensidades de África a las
capitales devastadas por la guerra del Medio Oriente- nos acercamos a
la libertad, la justicia, la dignidad. Estos son los valores que han
guiado a nuestra nación desde su fundación”.
Estos comentarios no se corresponden con la realidad, pero hoy son
completamente absurdos. Estados Unidos no tiene un ápice de
credibilidad a la hora de debatir la libertad, la justicia y la
dignidad.
Esto es lo que hace que la crisis de la “aplicación de la ley” (la
acción policial) y el racismo, sean un fenómeno central de la política
estadounidense. Ella invalida la concepción de sí misma de la clase
gobernante de Estados Unidos, tanto como a la democracia
estadounidense. Baltimore se encuentra a unos cincuenta kilómetros del
Capitolio (la sede del legislativo federal, en Washington), lo que dio
más impulso a las razones de la rebelión y las ubicó en el centro de la
vida política estadounidense.
Es una crisis que, probablemente, no acabe pronto. Desde las
rebeliones de los años 1960, no habíamos visto tanta agitación en las
ciudades estadounidenses, con pocos meses de separación. Los actuales
levantamientos, indican la posibilidad del surgimiento de un movimiento
negro contra el racismo y el tipo de “mantener el orden” que se aplica.
Es lo más importante de los últimos nueve meses.
Este movimiento ha sido calificado como de Black Lives Matter en un
hashtag creado durante las protestas que surgieron tras la absolución
de George Zimmerman, el “guardia” que mató a Trayvon Martin, un joven
adolescente negro en febrero de 2012. El movimiento ha cobrado impulso
por la sencilla razón de que la policía siguen matando afroamericanos
sin ser castigada, o muy poco. A través de todo Estados Unidos, los
jóvenes, los negros de la clase obrera, marcharon, protestaron y se
rebelaron contra la violencia desenfrenada de la policía, el
hostigamiento y los homicidios policiales en los barrios donde viven
los afroamericanos. Decir que las comunidades negras viven bajo
ocupación y en condiciones que hacen pensar en un Estado policial no
constituye una exageración. Es un hecho.
Antes de Baltimore: 381 personas asesinadas por la policía
Considérese. El 2 de marzo de 2015, después de tres meses de
investigación, el grupo de trabajo creado por el presidente Barack
Obama sobre “el mantenimiento del orden en el siglo XXI” presentó sus
conclusiones. La comisión fue creada en el calor de la primera ola
nacional de protestas en diciembre pasado. A toda prisa, Obama organizó
la comisión para crear la ilusión de que el gobierno federal respondía
a las protestas populares y con el fin de que los manifestantes dejaran
las calles. Se reunió con jóvenes activistas e incluso algunos de ellos
fueron metidos en la comisión para darle un aire de legitimidad. Tres
meses más tarde, la comisión estaba de vuelta con sus conclusiones. El
contenido en realidad no importa.
El informe contiene muchas constataciones, algunas útiles, otras no;
se podrían decir muchas cosas sobre ellas. Pero lo que es, quizás, el
elemento más revelador de todo lo que se puede encontrar en el informe
del grupo de trabajo, es que 29 días después de su publicación, 111
personas más fueron asesinadas por “las fuerzas del orden”. Esta cifra
supera en 33 el número de personas muertas por la policía en febrero. A
finales de abril, antes de la rebelión de Baltimore, 381 personas
habían muerto por la policía desde el comienzo del año.
Y esto es sólo la punta del iceberg. A principios de este año, el
diario The Guardian (Gran Bretaña) publicó un informe sobre la manera
inconsistente con que el gobierno federal cuenta como personas
asesinadas por las “fuerzas de seguridad”. Es una forma eufemística.
Porque mientras el gobierno puede decir cuántos niños mueren de gripe
cada semana y el número de huevos puestos por las gallinas cada mes, e
incluso el porcentaje de hombres blancos mayores de 20 años que
consumen frutos secos como aperitivo; no puede informar cuántas
personas mueren víctimas de las “fuerzas de seguridad” durante una
semana, mes o año. También no puede decir la raza o el origen étnico de
los que fueron asesinados por la policía. Y cuando se observan los
números amontonados, uno entiende por qué.
Un estudio realizado por la Oficina de Estadísticas Judiciales sobre
homicidios policiales, para los años 2003-2009 y 2011, indica que la
policía mató a 7.427 personas. Un promedio de 928 personas al año.
Compare esta cifra con los 58 soldados estadounidenses que han muerto
en Irak el año pasado. O con las 78 personas asesinadas por la policía
en Canadá en 2014. O el hecho de que entre 2010 y 2014, la policía
inglesa mató a cuatro personas. La policía no mató a nadie en Alemania
en 2013 y 2014. En China, con una población cuatro veces y media mayor
que en Estados Unidos, la policía mató (datos oficiales) a 12 personas
en 2014.
Y esto es sólo una fracción de lo que sabemos. Hay 18.000
departamentos de policía en los Estados Unidos y sólo 1.000 de ellos se
molestan en informar a las autoridades federales el número de personas
que matan cada año. El departamento de policía de la ciudad de Nueva
York, por ejemplo, no ha indicado desde el año 2007 el número de
civiles que ha matado. El Estado de Florida no produce ningún informe.
Por lo tanto, tenemos una visión limitada de la extensión de los
homicidios policiales en Estados Unidos. Debido a la falta de
información, no sabemos qué proporción de estas víctimas son
afroamericanos o latinos. Pero sabemos que los afroamericanos deben
someterse a un número desproporcionado de “enfrentamientos” con la
policía. Así, podemos estimar que la gran mayoría de los muertos son de
piel negra o marrón
Si tal cosa se hubiera dado en otro país, sería llamado como lo que
realmente es: un abuso despreciable de cualquier concepto de los
derechos humanos y civiles; teniendo todas las marcas de un Estado
policial, autoritario, donde el asesinato y el abuso cometido por
representantes estatales entran en la categoría de pérdidas y
ganancias. Y esto es bastante alto. Sólo Chicago ha gastado 500
millones dólares durante la última década para llegar a un acuerdo o
pagar una acción legal en su contra debido a la brutalidad policial en
procesos de “muerte no justificada.” Durante el mismo período, los
acuerdos judiciales en procesos por brutalidad policial o “muerte no
justificada” en contra de la policía de Nueva York, llegaron a un
promedio de 100 millones de dólares por año, superando los mil millones
de dólares. Toda otra institución pública que tenga este tipo de
déficit en su presupuesto reduciría servicios o los cerraría. Cuando el
Consejo de Chicago dijo que su déficit alcanzó los mil millones de
dólares, simplemente cerró 52 escuelas públicas y nunca retrocedió.
Pero la policía es una institución intocable en Estados Unidos. En
realidad, es la institución pública que funciona en razón del rol
indispensable de gestionar, de forma segura, las consecuencias
económicas, sociales y raciales de la desigualdad en los barrios de los
negros pobres y las clases trabajadoras.
El legado persistente de la esclavitud
Las rebeliones y el movimiento contra el terrorismo de la policía en
Estados Unidos no hicieron más que amplificar el grado de violencia que
el Estado invoca para mantener el orden en las ciudades. Al hacerlo, se
demuestra también la debilidad anémica de la recuperación económica de
Estados Unidos y la forma espectacular en el que los negros fueron
excluidos de la nueva “abundancia”.
Por ejemplo, la región de Baltimore, donde Freddie Gray fue
procesado, arrestado y finalmente asesinado por la policía, es una de
las más pobres de toda la ciudad:
• 21% están desempleados;
• 25% de los edificios son abandonados y están en condiciones deplorables
• La esperanza de vida es de seis años menos que en el resto de la ciudad;
• 55% de las familias viven con menos de 25.000 dólares al año;
• Oficialmente, el 30% vive en la pobreza;
• La tasa de mortalidad infantil es dos veces más alta que la de la ciudad en su conjunto.
La pobreza y la desigualdad de los habitantes de Sandtown, en
Baltimore, es un indicador de lo que es la vida urbana y en las
periferias de las grandes ciudades para millones de afroamericanos que
han sido relegados el mundo de los bajos salarios y el trabajo
precario. Walmart (la empresa de supermercados más grande del mundo) ha
sustituido a las mensajerías como mayor empleador de negros
estadounidenses. Mientras que el gobierno de Obama hace gárgaras con la
recuperación de la economía de Estados Unidos, la mayoría de los negros
rara vez la experimentan.
• La tasa de desempleo negro se encuentra todavía en un 11%, mientras que para los blancos se redujo a 5%.
• La pobreza, a nivel nacional, ha alcanzado el 30% de los negros.
• El 33% de los niños negros viven en la pobreza, pero esta cifra es del 55% para los niños negros menores de 5 años.
• Tal vez el indicador más revelador del extremo racismo de la
sociedad estadounidense y las consecuencias sociales que produce, se
puede medir por el hecho de que la tasa de suicidios de los niños
negros (entre 5 y 11 años) se ha duplicado en los últimos 20 años,
mientras que en los niños blancos es una estadística casi imperceptible.
En otras palabras, independientemente de los criterios, los
afroamericanos de Estados Unidos tienen una menor calidad de vida que
las de los blancos. Este es el legado de la esclavitud y de Jim Crow
tanto en el Sur como en el Norte, en un país que, históricamente, ha
confinado a los negros en los barrios más pobres, en las peores
condiciones de vivienda, así como en las peores escuelas y puestos de
trabajo, y con los salarios más bajos. Esta historia de la
discriminación racial intencional continúa hoy en la forma de vida de
los negros, aunque el racismo contra los negros ya no es legal o
socialmente aceptable. Aunque el racismo ya no es jurídicamente
admisible en Estados Unidos, lo sigue siendo en gran medida en el
trabajo, en el acceso a los “buenos empleos” y a los recursos
necesarios para mejorar las condiciones de vida.
Mientras tanto, se infiere que la pobreza en las comunidades negras
es debido a que los negros son perezosos, irresponsables, y viven de la
asistencia social. Por eso, se establece las condiciones para que los
barrios negros experimenten una mayor supervisión y control por parte
de las “fuerzas de seguridad”. Esto se combina con décadas de “guerra
contra las drogas” (2) al igual que con los cientos de estrategias de
encarcelamiento de miles de jóvenes negros y latinos, hombres y
mujeres, para frenar posibles disturbios, mientras que se atiza el
racismo contra los negros. Esto, entre otras razones, explica porque
las comunidades negras son estigmatizadas en Estados Unidos.
El “mantener el orden” y los presupuestos municipales
Este fenómeno está actualmente en curso. Se agrava por el giro
neoliberal de “mantener el orden” en Estados Unidos. Ya no es sólo
llamar a la policía para reprimir y arrestar, sino para aplicar los PV
(multas de estacionamiento, comportamientos, etc.) que se han
convertido en una importante fuente de ingresos para las ciudades. Las
reticencias a aumentar los ingresos del gobierno a través de impuestos
a los ricos, se las compensa con un aumento de la proporción de los
ingresos del Estado y de las municipalidades en los últimos años. En
Ferguson, nos enteramos de que algunos de los enfrentamientos entre la
policía y la población se debieron al hecho que la ciudad se apoya en
las multas y en los impuestos como una segunda fuente de ingresos
municipales. En Ferguson, había, en promedio, tres PV por hogar, lo que
resulta en una acumulación de cientos de dólares en multas pagadas por
las familias de la clase obrera. Esto corresponde a un desplazamiento
de la carga fiscal hacia los pobres y la clase trabajadora. Cuando no
se pagan estas multas, comienza una odisea legal difícil de resolver
para la gente común debido al costo insoportable.
Cuando la policía de Nueva York desaceleró el trabajo (huelga de
poner multas, entre otras cosas), porque el alcalde criticó tímidamente
a la policía después de que un negro desarmado fue estrangulado por la
policía, la crisis reveló la magnitud de la dependencia de la ciudad
respecto a la policía, no sólo para proteger la propiedad privada, sino
para expropiar el dinero y los bienes de los ciudadanos comunes a
través de un vasto sistema de multas y PV.
La ciudad de Nueva York, en 2014, contaba con 10.400.000 dólares por
semana que le reportaban los PV (alrededor de 16.000). La ciudad
obtiene casi mil millones de dólares por año derivados de procesos
judiciales, multas criminales o penas administrativas más allá del PV
que la policía califica de infracciones a “la calidad de vida”. Esto,
por supuesto, crea los incentivos para que la policía apunte contra las
personas y barrios enteros como fuentes de ingresos para la ciudad. Los
“reencuentros” de este tipo con la policía impresionan. Porque la gente
que penalizada por el sistema judicial, enfrenta problemas para obtener
o mantener el empleo, lo que pone en riesgo sus estabilidad económica.
Los estudios han demostrado que los blancos con antecedentes
penales, fueron más propensos a ser llamados para una entrevista de
trabajo que los negros sin antecedentes penales. Es casi imposible que
un negro con antecedentes penales pueda encontrar un empleo.
El nuevo lugar de la “elite negra”
Este es el contexto en que este nuevo movimiento irrumpió.
Coincidiendo al mismo tiempo con un período político en el cual el
poder político en manos de los negros nunca se había visto antes. Esto
expone aún más las dinámicas raciales y de clase en esta crisis que
vive Estados Unidos.
Hoy en día, hay un presidente negro, una fiscal general negra
(Loretta Lynch) por no hablar de los miles de funcionarios y
representantes electos en las ciudades y estados del país. El Congreso
tiene 43 miembros negros, la cifra más alta en la historia
estadounidense. Obviamente, una capa de negros fue completamente
absorbida e integrada por el capitalismo norteamericano, al igual que
el presidente, que puede ser el más vehemente cuando se trata de
denunciar a los afroamericanos pobres y a las clases laboriosas.
La alcaldesa afroamericana de Baltimore, Stephanie Rawlings-Blake
(ejerce el cargo desde 2010), dijo poco antes de la rebelión: “muchos
de los que se encuentran aquí, en la comunidad negra, se han vuelto
complacientes ante los crímenes de negros contra otros negros (…)
mientras que muchos de nosotros sostenemos las protestas así como
devenimos en cara activa ante la mala conducta policial, muchos son
también los que dan la espalda cuando somos nosotros a los que nos
matan”. Ella, al igual que Obama, obviamente se refiere a los jóvenes
de la rebelión negra como “matones” y “criminales”, dos palabras que
nunca han sido utilizadas por los funcionarios blancos de Ferguson. Es
decir, vemos como funcionarios y representantes negros electos
contribuyen a estigmatizar la vida de los afroamericanos en términos
que sus colegas blancos podrían utilizar con impunidad. Ellos hacen a
los propios negros responsables de su destino a través de una retórica
que enfatiza la cultura, la moral y la irresponsabilidad de los negros
como fuente de la desigualdad; es un discurso que esconde la cuestión
central: el racismo y el capitalismo.
La brecha que se está ampliando entre la elite negra y la clase
obrera negra, ha vuelto importante la cuestión de la solidaridad de
clase en el movimiento. Históricamente, el movimiento negro siempre fue
entendido a través de líneas de clase debido a la naturaleza general
del racismo estadounidense. Pero mientras que un gran número de
funcionarios y representantes fueron elegidos para gobernar ciudades y
suburbios donde viven los trabajadores negros, se profundiza el
antagonismo que revela la noción de solidaridad entre todos los negros.
Cuando la alcaldesa de Baltimore movilizó al ejército para ocupar los
barrios negros -al tiempo que permite a los blancos ir y venir
libremente, haciendo caso omiso de la ley marcial impuesta a los
negros-, la idea de que nos encontramos todos dentro, en el mismo lado
de la barrera, explota por la lucha.
El silencio del movimiento obrero y la división racial persistentes
en la sociedad estadounidense y en la percepción de la policía, hace
que los trabajadores blancos no sean vistos como el aliado natural de
los negros en la lucha contra la policía.
A causa del movimiento rebelde, las cosas empiezan a cambiar. Hoy en
día, si se compara la situación con la existente hace un año, las
actitudes generales sobre la policía en los Estados Unidos están
modificándose. Después del levantamiento de Ferguson, el año pasado,
58% de los blancos dijo que la raza no tuvo impacto en el mantenimiento
del orden, contra 20% de los negros. Hoy, esa cifra se elevó a 53%. En
enero de 2015, 56% de los blancos estaban convencidos de que los
informes de brutalidad policial fueron incidentes aislados; hoy sólo el
36% piensa que son aislados.
Estas cifras están muy lejos de lo que deberían ser, pero indican
que las denuncias sobre la violencia policial, resultado del activismo
del movimiento, tienen la capacidad de erosionar aún más la actitud de
la clase obrera blanca sobre el racismo y la “aplicación de la ley”.
Extender el movimiento más allá de los negros más afectados
Para que tal cosa suceda y continúe teniendo un efecto, el
movimiento debe crecer. Debe extenderse más allá de los negros que son
los más afectados. Se debe involucrar a otros sectores de la clase
obrera que también sufren de racismo y los ataques de la policía;
latinos, árabes, musulmanes, trabajadores indocumentados, mujeres
negras y transexuales, también sufren el abuso policial aunque a menudo
pase desapercibido, debido a la propensión de la violencia dirigida
contra los hombres negros.
El movimiento Occupy, principalmente blanco, sin embargo, mostró la
rapidez con que el Estado puede pasar de utilizar el racismo para
justificar la expansión de su poder para “mantener el orden” y retomar,
enseguida, sus nuevas tecnologías de seguridad contra cualquier amenaza
al sistema político. Occupy había representado una amenaza tal, por lo
que fue objeto de una enorme violencia y del abuso de la policía.
Además, se debe hacer un esfuerzo concertado para involucrar a los
trabajadores organizados en el movimiento, ya que los trabajadores
negros también representan un número desproporcionadamente alto de
sindicalizados. Podemos imaginar las futuras acciones en el lugar de
trabajo contra la brutalidad policial y los asesinatos. Pero deben ser
organizadas y defendidas, sobre todo cuando los organismos oficiales
del movimiento sindical estadounidense siguen en relativo silencio
sobre cuestiones de racismo y violencia policial. Esta es la base sobre
la que un movimiento mucho más amplio contra el terrorismo de la
policía puede ser organizado para dar batalla. Pero esto debe ser parte
de una estrategia. Es sólo una de las funciones que debe cumplir la
izquierda organizada en los próximos meses.
Para concluir. Hay una larga historia de lucha contra la violencia
policial en las comunidades negras. Una representación multirracial del
Congreso de Derechos Civiles, en 1951 lanzó la consigna We Charge
Genocide (Nosotros acusamos de genocidio) para caracterizar la
profundidad y consecuencias de los homicidios policiales y el silencio
cómplice del Estado. El preámbulo de su petición (dirigida a una
reunión de las Naciones Unidas, bajo el subtítulo: “El crimen del
gobierno contra el pueblo negro”), afirma: “Hubo un momento en que la
violencia racista fue para el Centro del Sur. Pero mientras que el
pueblo negro (3) se ha desplazado hacia el norte (4), el este y el
oeste buscando escapar del infierno del sur, la violencia, impulsada
principalmente por motivos económicos ha seguido, la causa también es
económica. La mayor parte de la violencia contra los negros se llevó a
cabo en el campo, antes de la migración negra de los años 1920 y 1930.
En la actualidad, no hay una sola ciudad importante de Estados Unidos,
desde Nueva York a Cleveland o Detroit, de Washington, capital de la
nación, a Chicago, Memphis, Atlanta o Birmingham, desde Nueva Orleans a
Los Ángeles que no esté exonerada por la muerte gratuita de negros
inocentes. No es más un fenómeno seccional. (5) Anteriormente, el
método tradicional de linchamiento era la cuerda. Hoy en día es la bala
del oficial de policía. Para un americano, la policía es el gobierno (o
el Estado), sin duda alguna, su figura más representativa. Nosotros
sostenemos que las pruebas sugieren que la muerte de negros se
convirtió en una política de seguridad (o policíaca) en Estados Unidos
y que la política de seguridad es la expresión más práctica de la
política del gobierno”.
Este mes de agosto se cumplirá el 50 aniversario de la Rebelión de
Watts en South Central en Los Ángeles. En realidad, estamos en el
período de los 50 años de la insurgencia negra en la década de 1960,
durante la cual más de 500.000 afroamericanos se sublevaron en el
primer lugar contra la pobreza, la falta de vivienda y la brutalidad
policial. Sobre las cenizas de la Rebelión de Watts, nació en Oakland
(California) el Black Panther Party (Partido Pantera Negra). Como
autodefensa en contra de la policía. Por sí mismas, estas celebraciones
son también ejemplos de la capacidad de recuperación de la lucha de los
negros, contra el persistente terrorismo policial. Casi nunca es útil
comparar las épocas; es mucho menos útil para observar el pasado y
decir que nada ha cambiado. Pero estos aniversarios son ejemplos de
continuidad entre el pasado y el presente y nos recuerdan que, en
algunos casos, el pasado no ha pasado…
Keeanga-Yamattha Taylor, profesora en la Princeton University,
militante del movimiento Black Lives Matter y de la International
Socialist Organization (ISO). El texto que publicamos es su ponencia en
el Foro Internacional “El capitalismo tardío y su fisonomía
socio-política en el umbral del siglo XXI”, en memoria de Ernest
Mandel, realizado en Lausanne, Suiza, los días 20-22 de mayo de 2015.
La autora está preparando un libro titulado From#Black Lives Matter to
Black Liberation, que será publicado por la editorial Haymarket,
Chicago, en enero de 2016.
Notas de la Redacción de A l´encontre
1) Un término que, del siglo XIX al movimiento de derechos civiles
de los años 1950-1970, designa el conjunto de prácticas e instituciones
que mantienen la “separación racial”.
(2) El consumo de drogas iguales tiene sanciones diferentes,
dependiendo del tipo de fármaco; la droga de “los pobres” es la que se
castiga con más dureza.
(3) El original dice “negro people” y Negroes. Noción que Martin
Luther King utiliza este término en su famoso discurso de 1963, “Tengo
un sueño”. El uso de términos como negro, de color, afro-americano,
negro estadounidense depende del contexto histórico, el rechazo o la
(re) apropiación de términos peyorativos, asignación de identidades,
movimientos, y hasta sensibilidades e intenciones de los autores.
4) Durante la Primera Guerra Mundial, centenares de miles de
trabajadores y sus familias afroamericanas emigraron hacia las regiones
industriales del norte.
5) El término “sección” se refiere, en la historia de Estados
Unidos, para reclamar “el derecho de los estados” en contra de las
autoridades federales, sobre todo antes de la Guerra Civil (1861-1865),
cuando los estados del sur se batían impedir cualquier interferencia
del Estado federal en la “institución” de la esclavitud o para exigir
la devolución de los esclavos fugitivos hacia el Sur, a sus “dueños”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario