Aunque
varios intelectuales peruanos hacen parte o reciben influencia directa
del movimiento trotskista internacional en los aciagos años 30, como
movimiento organizado nuestra corriente recién aparece en la vida
pública del Perú en 1944, cuando se funda el Grupo Obrero Marxista
(GOM). El grupo fue fundado por dos grandes dirigente del movimiento
obrero textil: Félix “Mocho” Zevallos (ya fallecido a inicios de los
90) y Leoncio Bueno (con 93 años a cuestas y que aún vive reivindicando
su pasada militancia). Ellos venían de militar en el Partido Comunista
stalinista con quien rompen por su apoyo al gobierno oligárquico de
Prado al que calificaban de “Stalin peruano”, mientras éste atacaba a
los trabajadores. Habiendo acumulado cierta fuerza militante y
experiencia, dos años después el grupo toma la denominación de Partido
Obrero Revolucionario (POR). La organización se vincula a la Cuarta
Internacional bajo impulso e inspiración de la organización argentina
del mismo nombre que tenía más peso y tradición en ese país. El GOM-POR
sería la primera organización surgida a la izquierda del PC y que con
los años alcanzaría importante influencia obrera: captaría importantes
dirigentes obreros, lograría una importante inserción sindical y
encabezaría varias luchas de repercusión nacional, la más importante de
ellas la huelga general textil de 1952 que logró la más importante
conquista del movimiento obrero que se mantuvo hasta la derrota que
infligió en 1990 la dictadura fujimorista: la Escala Móvil de Salarios,
de indiscutible origen en nuestro programa, el Programa de Transición.
La
batalla del POR en los años 40 y 50 fue heroica por el aislamiento casi
absoluto en que tuvo que desarrollar su actividad (dispersión y crisis
de la Cuarta Internacional), la dura persecución y represión
gubernamental de los regímenes dictatoriales y oligárquicos que incluso
llevó a la cárcel a sus principales dirigentes. en una de ellas hasta
por seis largos años, y hasta por la sucia campaña y calumnias del
enorme aparato del PC digitado desde Moscú, que acusaba a la
organización de “agentes del fascismo”. Aún en estas condiciones, llevó
a cabo una heroica y legítima batalla que dejaría un importante legado
para la posterior construcción de nuestro partido.
El 1962 el
POR fusionado con otros grupos forma el Frente de Izquierda
Revolucionario (FIR), bajo el liderazgo de Hugo Blanco, quien venía de
Argentina donde había sido ganado por la corriente que dirigía Nahuel
Moreno.
Hugo Blanco y el FIR encabezarían la toma de tierras y
la sindicalización campesina en La Convención y Lares (Cusco), entre
los años 1959 y 1963. El proceso sería el mayor movimiento de
revolución agraria que se produjo entonces en América Latina y fue
aparejada con el movimiento que llevó al poder a Castro en Cuba. Para
nuestra corriente, fue el mayor de los acontecimientos que dirigimos en
nuestra historia, y que aún hoy reivindicamos con orgullo reconociendo
la valentía y la consecuencia política del grupo de compañeros que la
encabezaron.
Sin embargo, el FIR sería destruido por la
represión, el movimiento campesino sería derrotado y Hugo Blanco y sus
camaradas serían apresados y condenados a cumplir largas condenas. Toda
lucha decida y más aún revolucionaria corre el riesgo de la derrota, y
de la derrota también aprendemos. Pero en nuestro caso hubo otros
factores que contribuyeron con ese final. Un grupo del partido actuando
al margen de las decisiones orgánicas, se aventuró a realizar
expropiaciones de bancos para costear actividades guerrilleras, con la
idea de reeditar en el Perú la experiencia de la revolución cubana. La
aventura, como casi todas las experiencias putchista de este tipo que
entonces se extendieron en América Latina, fracasó arrastrando a toda
la organización, dejando en la orfandad la lucha campesina que
encabezaba Hugo Blanco y exponiéndola a ser derrotada.
El
personaje detrás de toda esta historia heroica como trágica sería
Nahuel Moreno, sindicado entonces por la prensa local e internacional
como el “cerebro” dado que todo el proceso era planificado y dirigido
por el SLATO (Secretariado Latinoamericano del Trotskismo Ortodoxo), de
la que Moreno era el principal dirigente. Sin embargo, contra todo lo
que se dijo entonces, en realidad hubo una larga y dura discusión de
Nahuel Moreno y un grupo de camaradas que resistieron y se opusieron a
la desviación guerrillerista. El plan de Moreno era desarrollar un
proceso de movilización campesina y de tomas de tierras, para a partir
de ahí impulsar la movilización de los trabajadores en las ciudades y
construir el partido, pero fue abortado.
Estos hechos
marcarían parte de la historia peruana del Siglo XX y está registrado
en infinidad de libros, publicaciones y hasta en un film llamado “Avisa
a los compañeros”.
Como explicación de lo acontecido podemos
alegar la enorme influencia que ejercía la reciente y espectacular
victoria de la revolución cubana sobre la vanguardia. Muchos de
nuestros cuadros abandonaron la tarea cotidiana y gris de construir
pacientemente el partido en los organismos de los trabajadores y
pasaron a tomar las armas pensando que era el camino más rápido para la
revolución. Entre ellos el Che Pereyra que encabezó el asalto a los
bancos, y el Chino Chang, primer secretario general del FIR, quien
murió combatiendo al lado del Che en Bolivia. A ellos y a todos los que
escogieron este camino hasta entregar sus propias vidas, les guardamos
un absoluto respeto y reivindicamos su actividad cuando construyeron la
organización.
La gesta de La Convención, sin embargo, no sería
en vano. Para el partido y la Internacional fue una experiencia
excepcional que contribuiría a delimitar claramente nuestro proyecto
vinculado al movimiento y la lucha de los trabajadores y de sus
organizaciones, de la onda guerrillera que recorría América Latina
arrastrando a centenares de jóvenes a la aventura armada. Por otra
parte, el proceso de revolución agraria que sacudió al sur andino,
dejaría en coma el viejo sistema oligárquico y su Estado, lo que sería
resuelta por un golpe militar “nacionalista” que en 1968 aplicaría una
de las reformas agrarias más radicales del mundo.
Reagrupamiento y fundación del PST en 1974
A
fines de los 60 una nueva generación de jóvenes, con la aureola de la
gesta campesina, retoma la tarea de organizar el partido haciendo parte
de las principales luchas que se desarrollan bajo el nuevo régimen
militar. El esfuerzo del joven grupo se verá frustrado por una nueva
división que revelaba que el tema de la influencia guerrillera no había
sido resuelta. Un sector mayoritario del grupo se alinea con el
Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional que, en su IX
Congreso de 1969, decide, pese a la experiencia ya vivida en el Cusco,
adoptar la estrategia de organizar guerrillas en América Latina, y el
otro sector minoritario, opuesto a hacer guerrillas, se alinea con la
“Tendencia Leninista-Trotskista” que encabezan el PRT-La Verdad de
Argentina y el SWP de los EEUU. El sector minoritario es dirigido por
Francisco Montes Paredes, que con los años pasaría a convertirse en el
principal dirigente y organizador del PST.
El tiempo y las
experiencias trágicas en que concluyen todas las experiencias
guerrilleras en América Latina le terminarían dando la razón a la
corriente de Nahuel Moreno, de la que hace parte el PST. Así, mientras
el FIR oficial delira en torno a la lucha armada, el grupo de Montes
pese a su extremada juventud crece insertándose en la clase y haciendo
parte del nuevo ascenso obrero y popular. El grupo logra una relativa
inserción juvenil y sindical y una fuerza que al poco tiempo le
permitirá dar el paso más audaz de su corta existencia: funda el
Partido Socialista de los Trabajadores, PST, en un congreso realizado
los días 28 y 29 de julio de 1974.
Los primeros años: El FOCEP y ARI
Los
primeros años del PST discurren bajo la dictadura militar de Velasco
Alvarado (1968-1975) y el de Morales Bermúdez (1975-1980). El intento
reformista de los primeros años de Velasco fracasa y le sucede entonces
una dictadura que con métodos represivos intenta derrotar el ascenso
para imponer los planes de ajuste económico que dicta el FMI. En este
contexto de fuertes luchas y confrontaciones de clase, se produce un
fuerte crecimiento de las organizaciones de izquierda, y al joven PST
le permite acumular fuerzas principalmente en sectores industriales de
la capital, como metalúrgicos, automotriz y de laboratorios. Cuando la
dictadura, derrotada por el Paro Nacional de julio de 1977 decide un
plan de retorno a la democracia y convoca a elecciones a Asamblea
Constituyente, el PST constituye el FOCEP junto con el abogado Genaro
Ledesma, el POMR de Ricardo Napurí y el FIR-POC (grupo que venía de una
escisión del FIR oficial), sobre la base de un programa de
independencia de clase. El PST llevaría como candidato a Hugo Blanco,
entonces en el exilio, que era la figura más reconocida y combativa de
la izquierda. El resultado electoral sería espectacular e impactaría a
nuestro movimiento internacional: el FOCEP obtendría la tercera
votación más alta, con Hugo Blanco a la cabeza, y elegiría 12
constituyentes, entre ellos la representación trotskista más importante
del mundo.
Al poco tiempo de este gran triunfo, el PST
sufriría una grave derrota: Hugo Blanco, ya en franco alejamiento de la
corriente donde se formó y creció como dirigente, rompe el PST para
construir otra organización con otros grupos centristas, el PRT. Con
este acto, además, prácticamente se pierde el FOCEP, que queda en manos
del abogado Ledesma. El PRT, conducido por el mismo Hugo Blanco, se
disolvería algunos años después en el PUM (Partido Unificado
Mariateguista), de Javier Diez Canseco. El PUM devendría en los 90 en
socialdemócrata y Hugo Blanco renunciaría, en forma definitiva no sólo
al trotskismo sino al mismo marxismo convirtiéndose en “indigenista”,
la nueva tendencia en la que han recalado muchos ex marxistas tras la
caída de la Unión Soviética.
Al mismo tiempo que Blanco forma
el PRT, el pequeño grupo del FIR POC hace su ingreso al PST en
noviembre de 1978. El nombre de su periódico, Bandera Socialista,
publicado en la clandestinidad durante la dictadura, pasaría a ser el
nombre de la prensa oficial del PST y es el mismo nombre que conserva
hasta el día de hoy.
En esos días el PST sufriría también la
represión. En febrero del 79, en circunstancias en que se desarrollaba
un taller de formación de cuadros en nuestra sede, el local fue
asaltado por un destacamento de 200 guardias de asalto que irrumpieron
rompiendo puertas y ventanas y armados de ametralladoras, y se llevaron
detenidos a 22 compañeros. Una campaña internacional y una huelga de
hambre en la Constituyente logran la libertad de los detenidos.
Al
mismo tiempo, un importante debate se producía en la Constituyente. El
grupo de Napurí había presentado el primer día de instalada la
Constituyente la llamada “Moción Roja” con el apoyo de los
representantes de izquierda. La Moción planteaba la soberanía de la
Asamblea y el cese automático de la dictadura militar. De este modo se
trataba de desenmascarar el carácter fraudulento de la Asamblea y, en
particular, el contubernio del APRA con los militares. La Moción
cumplió su cometido porque fue rechazada por la mayoría burguesa,
mientras Haya de La Torre fue obligado a declarar ante las propias
bases apristas que simpatizaban con la Moción, que la Asamblea era
“soberana”, pero “sólo para redactar la nueva Constitución”.
Luego
de la Constituyente todo el proceso se canaliza hacia las elecciones.
Para las elecciones generales toda la izquierda se une en la Alianza
Revolucionaria de Izquierda (ARI) sobre la base del liderazgo de Hugo
Blanco que era visto por los reformistas como el gancho para atraer el
caudal de votos que necesitaban para ganar un importante cupo en el
nuevo Parlamento. Por puro electorerismo a la alianza ingresan todos,
hasta los “antitrotskistas” viscerales. El PST equivoca de posición y
en lugar de entrar a ARI se postula solo como alternativa
sobreestimando sus fuerzas y pensando que la situación le era favorable
para construirse como un partido con influencia de masas. ARI estalla
al poco tiempo por la angurria electorera de los diversos aparatos que
lo integran, lo que trae un duro golpe para la vanguardia y los
trabajadores. La izquierda se presentaría fragmentada a las elecciones
y por ello es castigada en las urnas con votaciones exiguas. El PRT, el
PST y el POMR llevarían la fórmula presidencia Blanco-Napurí-Fernández,
y obtendrían menos del 4% de los votos y hacen elegir 5 parlamentarios.
Crisis y fusión con Napurí y el POMR
Definitivamente,
todo error se paga en la vida. Los errores del PST revelarían profundas
desviaciones que lo llevarían a una profunda crisis (ver intervención
de Nahuel Moreno en el CC del PST Peruano, en internet). El POMR
seguiría un camino similar, pero hacia la ruptura, con un sector
mayoritario encabezado por Napurí que se inclina por la unificación con
el PST.
En 1983 ambos conformaríamos el POMR-PST Partido
Unificado, que a la postre adoptaría el nombre de PST. La unificación
aporta al PST un importante número de cuadros y dirigentes donde
destacará Ricardo Napurí, una de las figuras más reconocidas de la
izquierda peruana.
El nuevo partido enfrentará un primer
desafío: la calumnia moral contra Napurí por parte de sus ex camaradas
para desacreditarlo políticamente y justificar su ruptura con el POMR.
Sus ex compañeros inventarían la siguiente acusación contra él:
“Que
el salario percibido por nuestros parlamentarios pertenece al
patrimonio del partido (…) es el partido quien decide la utilización de
este ingreso (…) el CC del POMR había constatado que el c.
parlamentario no solamente no había aplicado el acuerdo sino que había
rechazado aplicarlo (…) por ello en nuestro partido no pueden existir
elementos que amenacen corromperlo bajo la presión material del Estado
burgués”. Para colmo, la misma resolución indicaba, al estilo
stalinista, que “quien o quienes no acaten la resolución quedan
inmediatamente fuera del partido”.
Estábamos ante una típica
calumnia de corte stalinista. Una reunión internacional convocada en
Bogotá respondería con un llamado a formar un Tribunal Moral para
defender la moral revolucionaria de Napurí y darle derecho a defensa.
El Tribunal se forma en Lima presidido por Ángel Castro Lavarello,
parlamentario y una personalidad de la izquierda. Napurí declara ante
el Tribunal y presenta pruebas en abundancia que muestran que no sólo
entregaba su sueldo parlamentario al partido sino que incluso entregaba
demás. Los acusadores, como era obvio, no exhibieron ninguna. El fallo
del Tribunal fue categórico: “Napurí es inocente”, con el que dejó al
desnudo a los calumniadores. Así no sólo se hizo justicia sino se sentó
un precedente en la izquierda acostumbrada a calumniar para liquidar
opositores políticos.
Marginalización
Los años 80
son de continuidad del ascenso revolucionario, pero al mismo tiempo de
estrechamiento del espacio político para el partido. La pérdida del
FOCEP y el error sectario ante ARI nos había aislado de la vanguardia y
desacreditado ante ella que nos etiquetó de “divisionistas”. Al mismo,
tiempo la izquierda reformista formaría Izquierda Unida (IU) llegando a
copar el espacio de la izquierda y ganando las expectativas de amplios
sectores del movimiento de masas, con lo que llegan a convertirse en un
fenómeno electoral que lo llevaría a ganar las elecciones municipales
de 1986 colocando a Alfonso Barrantes en la alcaldía de Lima, y a
numerosos alcaldes y parlamentarios. Mientras este proceso lleva a la
adaptación de IU al Estado burgués, el espacio de la extrema izquierda
comienza a ser copada por Sendero Luminoso, que hace su aparición
armada en mayo de 1980. En SL se enrolarían miles de activistas
decepcionados de IU y ante la ausencia de una alternativa
revolucionaria.
El partido tardaría en comprender esta nueva
situación y rearmarse, y esto le costaría nuevos retrocesos y crisis
que se expresarían en el debilitamiento de sus filas. Napurí mismo
marcha para radicar en Argentina. Un congreso realizado en 1987 será un
intento por rearmar al partido, pero al desarme se suma una crisis
crónica de la dirección, lo que terminaría enterrarían los pequeños
avances y provocando nuevos retrocesos.
Aún así, la situación
política seguiría ofreciendo oportunidades en las que interviene el
partido. En 1987 Alan García decide nacionalizar la banca provocando
una ofensiva reaccionaria de los banqueros que encabeza Mario Vargas
Llosa. Sólo el PST, con su grupo en el Banco de Crédito que encabezan
Magda Benavides y Luis Bordo, daría la pelea defendiendo la
nacionalización de la banca sin pago y bajo control de los
trabajadores, y denunciamos la inconsecuencia aprista y la traición de
IU que apoya a los banqueros. En la nueva situación política de
retroceso esto ya era marchar contra la corriente. La derecha
terminaría imponiéndole al gobierno la devolución de los bancos y el
partido pagaría muy caro su osadía: el BCP desconocería a la dirigencia
clasista de nuestros compañeros y entregaría el sindicato al PC, que
después lo liquidaría.
Asimismo, en Lima logramos una
importante inserción en el sector textil, que esos años protagoniza un
largo proceso de luchas en defensa del salario textil indexado y contra
el cierre de fábricas. El último acto de la clase trabadora donde
también tuvimos protagonismo, fue la huelga general minera de 1988 y
1989; la primera se lleva a cabo reclamando el reconocimiento del
Pliego Único, y se gana, y la segunda se realiza un año después por la
negativa de la patronal minera a negociar dicho Pliego y termina
derrotada por el aislamiento a la que la condena la burocracia de la
CGTP e IU. La derrota de la huelga traerá despidos masivos y el
conjunto de la clase trabajadora sufrirá un retroceso de la que no
volverá a recuperarse hasta después del 2000.
Este retroceso
global creará las condiciones para la derrota electoral de IU en 1990 y
el triunfo de Fujimori, que poco después, mediante un autogolpe,
inauguraría una década reaccionaria.
Retroceso en los 90 y crisis y ruptura del PST
Bajo
el nuevo gobierno, el único que quedaba en escena era SL, que para
entonces desataba una delirante ola de atentados terroristas en la
capital a donde se había desplazado su cúpula tras sufrir duras
derrotas en el campo. Pero estas acciones sólo le traen más aislamiento
y repudio a SL, y crean un clima reaccionario que reclama “orden” y
“paz” favoreciendo al autogolpe de febrero de 1992. Poco después el
nuevo régimen captura a la cúpula senderista incluido Abimael Guzmán,
asestándole una derrota a todo su movimiento. Esta derrota junto al
shock que aplicaría Fujimori para controlar la hiperinflación, serían
la base para el asentamiento de su poder reaccionario y el lanzamiento
de la ola de reformas neoliberales con las que se desmanteló las
conquistas económicas, sociales y democráticas de la etapa anterior.
Esta
situación, además, tenía como telón de fondo una situación mundial
donde se había derrumbado el Muro de Berlín y arreciaba una honda
reaccionaria con la idea del “fracaso del socialismo”. Estas
condiciones objetivas hicieron estallar a un PST que ya venía en
profunda crisis. Un grupo encabezado por algunos de sus fundadores
rompieron al partido llevando a la desmoralización y alejamiento al
grueso de la militancia de Lima. Para el propósito cualquier argumento
era válido. En medio de esta grave crisis, sólo una minoría de
dirigentes y de casi todos el interior, defendieron al PST y a la LIT
CI.
El pequeño grupo al que nos vimos reducidos se dedicó
durante estos años a acompañar las discusiones en la Internacional y a
mantener la continuidad de los que quedaban.
20 años después
de lo ocurrido, los hechos hablan por sí solos sobre la conducta
asumida por cada sector en dichos acontecimientos. Una organización, y
en particular el PST que costó enormes esfuerzos construirla, no se
rompe así nomás, y si se lo hace aprovechándose de ciertas coyunturas,
se paga caro. El grupo liquidador se fue destruyendo así mismo hasta
casi desaparecer, mientras la LIT CI y el PST, a quien aquellos
intentaron liquidar, se recompusieron, mantienen la continuidad
histórica de su batalla y hoy tienen una presencia activa en la lucha
de clases. Este es el balance y la lección irrefutable de aquellos
hechos.
La nueva realidad y sus oportunidades
El
PST comienza a reconstruirse interviniendo en la lucha contra la
dictadura, insertándose en la juventud, estructurando a sus principales
cuadros en la clase obrera y retomando sus conceptos tradicionales de
funcionamiento como una organización bolchevique. También se
reconstruye haciendo parte activa de la reconstrucción de la
internacional. El 2010 producimos un nuevo salto. La Liga Socialista
(LS) se fusionó con el PST, lo que en realidad representa la
reintegración de un grupo de viejos camaradas que se habían alejado en
el marco de la ruptura del 92.
El nuevo contexto en que el PST
se construye está lleno de nuevos desafíos. El restablecimiento de la
democracia revela una nueva configuración política y social nada
comparable con el pasado. El modelo “neoliberal” funciona y tiene éxito
por casi una década permitiendo unir en torno a ella a toda la
burguesía y a una nueva clase media; mientras la conciencia de la nueva
clase trabajadora y de la juventud, lleva el sello de los prejuicios
construidos en torno a los acontecimientos de fines de los 80 y
principios de los 90. Por otra parte, el régimen “democrático”, con un
alto componente reaccionario, sirve de justificación para la adaptación
de los aparatos y la llamada “izquierda”, y para limitar las luchas
reivindicativas de los trabajadores, fenómeno que con el ascenso de
Humala se agrava porque esos sectores pasan a ser cooptados
directamente por el Estado. En el otro extremo, surge el Movadef,
construido sobre la base de los restos de SL, con una política aun más
rastrera como es el planteamiento de amnistía para sus presos y para
Fujimori, y “un acuerdo de paz para la reconciliación nacional”.
De
este modo, al mismo tiempo que hay nuevas trabas para el desarrollo de
la lucha obrera y popular, y sobre todo para la construcción del
partido, surge un amplio espacio para construir nuevas direcciones para
las luchas. En ella el PST viene volcando sus energías para poner en
pie las nuevas referencias de lucha que necesita la clase trabajadora y
la juventud, y en cuyos espacios se nutrirán nuestras filas con sus
mejores elementos porque tampoco será posible avanzar en dichos
proyectos sin fortalecer el partido.
En el marco de la crisis
mundial capitalista se viene produciendo un freno del crecimiento
económico y Humala y la CONFIEP apuran un plan de ajuste a los
trabajadores para compensar la caída de sus tasas de ganancia. Esto
producirá nuevas crisis y conflictos de clase, planteando de manera
creciente la necesidad de nuevos organismos de lucha con un programa de
independencia de clase y con democracia obrera, y un partido
auténticamente de los trabajadores capaz de construirlos.
Cuando
en los inicios de los años 40 iniciamos esta largo caminar, y que cobró
forma y presencia con la fundación del PST en 1974, que estallaría años
después, hasta que en los años 2000 logramos recuperarnos, hoy,
insertos en los organismos obreros y de la juventud con una nueva
generación de militantes, nos aprestamos a encarar estos nuevos
desafíos, colocando en ella toda nuestra experiencia y energía, con la
misma tarea que un día un grupo de hombres y mujeres se dispusieron a
poner en marcha y que para nosotros sigue siendo irrenunciable:
construir la herramienta política de la clase trabajadora para
desarrollar sus organismos independientes y de clase para sus propios
fines, en la perspectiva de la conquista de su liberación y la de todos
los oprimidos y explotados.
Lo hacemos, rindiendo tributo a
dirigentes como Ricardo Napurí, que ya está en el retiro, a camaradas
como Luis Bordo y Magda Benavides que acompañan esta labor militante, y
recordando a dirigentes que dedicaron casi hasta su último aliento para
la construcción del partido y de la Internacional: José Sicchar, Lucio
La Torre, Santos Dávila, entre otros. Con esta herencia, su ejemplo,
enseñanzas y moral revolucionaria a toda prueba, el PST se ofrece hoy
como una auténtica opción revolucionaria para los activistas que luchan
por un mundo mejor.
Freddy Salazar. Periodista
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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