Ruben Aguilar
Sí hay algo peor que La Bestia y es que no exista, que es lo mismo que se impida a los migrantes centroamericanos subir en los lomos de este tren de carga en su viaje hacia Estados Unidos, me asegura el responsable de un albergue, especialista internacional en el tema de la migración, que me pide no dar su nombre.
Los reportajes sobre La Bestia de periodistas mexicanos y de diversas nacionalidades han dado la vuelta al mundo. En ellos se da cuenta de los múltiples sufrimientos y peligros que corren los migrantes, de las vejaciones que sufren de personal del INM y de la violencia a la que son sujetos por parte del crimen organizado.
Todo es cierto y el “viaje” en los lomos de La Bestia resulta una tragedia para los migrantes más pobres de Honduras, El Salvador y Guatemala que cruzan México con la esperanza de encontrar una nueva vida en Estados Unidos. El hecho es que, a pesar de todo, decenas de miles logran su propósito en los “lomos” de La Bestia, que opera como un gran aliado.
Estos reportajes, algunos premios internacionales de periodismo, no han visto el problema al que se enfrentarían los migrantes si no cuentan con La Bestia. En ese momento las decenas de miles de migrantes que atraviesan el país tendrían que adentrarse a pie en las profundidades del territorio sin ningún tipo de ayuda para enfrentarse a peligros todavía mayores.
La migración centroamericana va a seguir por muchos años más, con o sin La Bestia, y eso plantea al gobierno de México, en el marco de una política humanitaria y de compromiso con los derechos humanos, la necesidad de dar una respuesta a esa realidad que no se va a resolver con impedir el viaje en La Bestia o “cerrar” la frontera sur.
En Arriaga, Chiapas, un migrante hondureño que viaja con su familia, al enterarse de que el gobierno de México quiere prohibir el viaje en La Bestia le comenta a la periodista Laura Castellanos: “(...) El gobierno mexicano tal vez piensa que nos hace un favor, pero nos hace un daño. Ésta es nuestra única opción porque no tenemos dinero para viajar”. (El Universal, 01/08/14)
Los migrantes más pobres, los que no cuentan con recursos para pagar el avión o el autobús, en su cruce por México toman entre siete y nueve trenes, siempre viajando en el techo, y realizan la travesía en uno o dos meses. En el trayecto recurren al apoyo de los albergues distribuidos a lo largo de la ruta, la mayor parte de ellos apoyados por la iglesia católica.
El gobierno de México y distintos organismos internacionales estiman que anualmente el número de migrantes centroamericanos que cruzan hacia la frontera de Estados Unidos ronda en los 100,000; de éstos, entre 50,000 y 90,000 utilizan La Bestia para alcanzar su propósito, según la fuente que se tome.
El problema es grave y su solución exige la acción conjunta de Estados Unidos, México, Guatemala, El Salvador y Honduras. Se requiere una estrategia integral que contemple los aspectos humanitarios, económicos, políticos, de seguridad y no sólo se centre en impedir el tránsito de las personas. ¿Un Plan Marshall para Centroamérica?
(*) Columnista de ContraPunto
Sí hay algo peor que La Bestia y es que no exista, que es lo mismo que se impida a los migrantes centroamericanos subir en los lomos de este tren de carga en su viaje hacia Estados Unidos, me asegura el responsable de un albergue, especialista internacional en el tema de la migración, que me pide no dar su nombre.
Los reportajes sobre La Bestia de periodistas mexicanos y de diversas nacionalidades han dado la vuelta al mundo. En ellos se da cuenta de los múltiples sufrimientos y peligros que corren los migrantes, de las vejaciones que sufren de personal del INM y de la violencia a la que son sujetos por parte del crimen organizado.
Todo es cierto y el “viaje” en los lomos de La Bestia resulta una tragedia para los migrantes más pobres de Honduras, El Salvador y Guatemala que cruzan México con la esperanza de encontrar una nueva vida en Estados Unidos. El hecho es que, a pesar de todo, decenas de miles logran su propósito en los “lomos” de La Bestia, que opera como un gran aliado.
Estos reportajes, algunos premios internacionales de periodismo, no han visto el problema al que se enfrentarían los migrantes si no cuentan con La Bestia. En ese momento las decenas de miles de migrantes que atraviesan el país tendrían que adentrarse a pie en las profundidades del territorio sin ningún tipo de ayuda para enfrentarse a peligros todavía mayores.
La migración centroamericana va a seguir por muchos años más, con o sin La Bestia, y eso plantea al gobierno de México, en el marco de una política humanitaria y de compromiso con los derechos humanos, la necesidad de dar una respuesta a esa realidad que no se va a resolver con impedir el viaje en La Bestia o “cerrar” la frontera sur.
En Arriaga, Chiapas, un migrante hondureño que viaja con su familia, al enterarse de que el gobierno de México quiere prohibir el viaje en La Bestia le comenta a la periodista Laura Castellanos: “(...) El gobierno mexicano tal vez piensa que nos hace un favor, pero nos hace un daño. Ésta es nuestra única opción porque no tenemos dinero para viajar”. (El Universal, 01/08/14)
Los migrantes más pobres, los que no cuentan con recursos para pagar el avión o el autobús, en su cruce por México toman entre siete y nueve trenes, siempre viajando en el techo, y realizan la travesía en uno o dos meses. En el trayecto recurren al apoyo de los albergues distribuidos a lo largo de la ruta, la mayor parte de ellos apoyados por la iglesia católica.
El gobierno de México y distintos organismos internacionales estiman que anualmente el número de migrantes centroamericanos que cruzan hacia la frontera de Estados Unidos ronda en los 100,000; de éstos, entre 50,000 y 90,000 utilizan La Bestia para alcanzar su propósito, según la fuente que se tome.
El problema es grave y su solución exige la acción conjunta de Estados Unidos, México, Guatemala, El Salvador y Honduras. Se requiere una estrategia integral que contemple los aspectos humanitarios, económicos, políticos, de seguridad y no sólo se centre en impedir el tránsito de las personas. ¿Un Plan Marshall para Centroamérica?
(*) Columnista de ContraPunto
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