Síndrome de Estocolmo televisivo
Rebelión/Universidad de la Filosofía
Todo
el tiempo es maltrato, humillación y desprecio al televidente. Aunque
digan o contrario. Todo el tiempo subestimación y agresión contra la
inteligencia de las personas. A lo cuatro vientos, en las telenovelas,
en los noticieros y en la publicidad… maltrato tras maltrato, el pueblo
-para ellos- es sólo un pelele consumidor al que se puede inocular todo
estímulo sensiblero para excitarle las hormonas consumidoras y, luego, usarlo como objeto de burlas. Victimar a la víctima, además, con chistes.
Es un callejón sin salida semántica, no hay a dónde escapar, están
cerradas todas las puertas y el único paisaje posible es resignarse a
un mamarracho de la “Caverna de Platón” con caldos ideológicos
empobrecidos, minuto a minuto. La barbarie destazando la inteligencia
de los pueblos. Con toda impunidad y a la vista de todos. Y el “rating”
no baja. Dicen.
Hay estragos dolorosos y alarmantes en
personas convertidas en adictas, victimadas por el secuestro monopólico
de los “medios” y en manos de jaurías especializadas en máquinas de
guerra ideológica. Hay muchas bajas en las filas del “público” que evidencia sus heridas con gestos de afecto consumista impelido a la compra compulsiva y al consumo acrítico de toda basura que se le imponga. La voluntad queda aplastada. Aunque digan lo contrario.
Dicen, desde sus tronos de cinismo: “si no te gusta cambia de canal”,
sólo que todos los canales son ellos mismos y su ideología chatarra ha
hecho metástasis rentable en un circuito infernal de narcóticos
sensibleros para la diversión de “toda la familia”. No hay escapatorias
para un sector muy importante de la clase trabajadora que, además,
padece el cerco jurídico-político de gobiernos serviles a la
procuración de leyes beneficiarias de la espiral monopólica. Es una
guerra de propaganda abierta en todos los frentes objetivos y
subjetivos. A la vista de todos aunque invisibilzada.
Las víctimas adictas a semejante ofensiva ideológica burguesa suelen responder en las “encuestas” y dicen que les gusta tal o cual programación, que les gusta tal o cual publicidad, que sí les gustan
los cantantes, las actrices, los bailarines y los locutores. También
dicen creer y respetar lo que dicen en los noticieros y admiten tomar
como referencia de opinión los comentarios de los “expertos”
asalariados por los monopolios televisivos. Sean del grado que sean.
Las víctimas, ese sector adicto –paradójicamente- a la ideología de la
clase que lo somete y explota, acepta, según dicen las encuestas que
compran los monopolios televisivos, que nada hay más divertido ni más
creíble, cada día, que eso “preparado” por la mano de los comerciantes
televisivos que son chistosos, bonitos, ocurrentes y audaces
minuto a minuto. Dicen las víctimas, incluso con cierto orgullo, que
son adictos permanentes de ciertos canales y personajes que por el
simple hecho de aparecer en la tele ya portan aureolas de privilegios múltiples. Incluso en sus cuentas bancarias.
Las víctimas de las máquinas de guerra ideológica aprenden también a
reproducir las ideas de la clase dominante, como si fuesen propias y
con afecto profundo. Aprenden a defenderlas como bandera identitaria y
suelen estar dispuestas a dar batallas diversas en defensa de sus
torturadores mediáticos. Las víctimas, incluso, suelen negar que lo
sean e incluso suelen acusar a quienes crítican, con epítetos también
fabricados por los monopolios mediáticos: “resentidos”, “zurdos”,
“troskos”, “envidiosos”…
Las víctimas de las máquinas de
guerra ideológica no saben, ni quieren saber, que una parte enorme de
sus males proviene de los fetiches que adoran diariamente ante el
televisor y ante sus hábitos de compra. No saben ni quieren saber que
una red endemoniada de intereses mercantiles, tejida por industrias y
marcas de todo tipo, se adueñaron de las herramientas de “comunicación”
para descargar con ellas todo el arsenal de guerra psicológica
necesaria capaz de activar el consumismo que deje vacías la bodegas y
llenas las casas, y las cabezas, de los televidentes.
Las
víctimas de semejante violencia semiótica padecen, mañana tarde y
noche, “Bullying” psicológico e ideológico de todo género y padecen
estragos emocionales y físicos que construyen ya formas patológicas
nuevas cuya existencia y tratamiento nadie quiere reconocer porque,
entre otras cosas, implicaría el reconocimiento científico del modelo
de tortura creado para someter los pueblos en todas las modalidades
posibles. Hay ejemplos a raudales y las consecuencias de ese sistema de
tortura y amedrentamiento mediático ya llenan tomos y más tomos en la
memoria de las patologías fabricadas para rendirle culto al
capitalismo. Los gobiernos burgueses son cómplices y beneficiarios.
Como el capitalismo no es sólo un sistema para la fabricación, y venta,
de mercancías y porque es también, en simultáneo, un sistema de
producción de sentido (valores, ideas, creencias, gustos…) es necesario
saber que toda tarea y lucha para superarlo definitivamente debe
destruir las bases económicas tanto como las superestructuras con toda
su parafernalia de “falsa conciencia” monopolizada para expandirla como
endemia perversa e impune. Hay que combatir, en simultáneo, la
estructura y la superestructura de un sistema social y un modo de
producción que en su etapa actual arrastra a la humanidad, y al planeta
entero, hacia una etapa de saqueo y explotación cada día, si nada
hacemos, más aberrante e irreversible.
Como no tenemos un
padrón completo de las víctimas producidas por las máquinas de guerra
ideológica burguesa, como no sabemos, en extensión y en profundidad,
los alcances de los daños, como sólo podemos identificarlas por su
grado de aceptación, aprecio y defensa de lo que los aliena. Hay que
estar alertas, empezando, también, por nosotros mismos. ¿Hay alguien
que esté a salvo?
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