Somos un Colectivo que produce programas en español en CFRU 93.3 FM, radio de la Universidad de Guelph en Ontario, Canadá, comprometidos con la difusión de nuestras culturas, la situación social y política de nuestros pueblos y la defensa de los Derechos Humanos.

jueves, 28 de agosto de 2014

Maltrato sensiblero para la diversión de “toda la familia”


Síndrome de Estocolmo televisivo

Rebelión/Universidad de la Filosofía

Todo el tiempo es maltrato, humillación y desprecio al televidente. Aunque digan o contrario. Todo el tiempo subestimación y agresión contra la inteligencia de las personas. A lo cuatro vientos, en las telenovelas, en los noticieros y en la publicidad… maltrato tras maltrato, el pueblo -para ellos- es sólo un pelele consumidor al que se puede inocular todo estímulo sensiblero para excitarle las hormonas consumidoras y, luego, usarlo como objeto de burlas. Victimar a la víctima, además, con chistes

Es un callejón sin salida semántica, no hay a dónde escapar, están cerradas todas las puertas y el único paisaje posible es resignarse a un mamarracho de la “Caverna de Platón” con caldos ideológicos empobrecidos, minuto a minuto. La barbarie destazando la inteligencia de los pueblos. Con toda impunidad y a la vista de todos. Y el “rating” no baja. Dicen.

Hay estragos dolorosos y alarmantes en personas convertidas en adictas, victimadas por el secuestro monopólico de los “medios” y en manos de jaurías especializadas en máquinas de guerra ideológica. Hay muchas bajas en las filas del “público” que evidencia sus heridas con gestos de afecto consumista impelido a la compra compulsiva y al consumo acrítico de toda basura que se le imponga. La voluntad queda aplastada. Aunque digan lo contrario.

Dicen, desde sus tronos de cinismo: “si no te gusta cambia de canal”, sólo que todos los canales son ellos mismos y su ideología chatarra ha hecho metástasis rentable en un circuito infernal de narcóticos sensibleros para la diversión de “toda la familia”. No hay escapatorias para un sector muy importante de la clase trabajadora que, además, padece el cerco jurídico-político de gobiernos serviles a la procuración de leyes beneficiarias de la espiral monopólica. Es una guerra de propaganda abierta en todos los frentes objetivos y subjetivos. A la vista de todos aunque invisibilzada.

Las víctimas adictas a semejante ofensiva ideológica burguesa suelen responder en las “encuestas” y dicen que les gusta tal o cual programación, que les gusta tal o cual publicidad, que sí les gustan los cantantes, las actrices, los bailarines y los locutores. También dicen creer y respetar lo que dicen en los noticieros y admiten tomar como referencia de opinión los comentarios de los “expertos” asalariados por los monopolios televisivos. Sean del grado que sean.

Las víctimas, ese sector adicto –paradójicamente- a la ideología de la clase que lo somete y explota, acepta, según dicen las encuestas que compran los monopolios televisivos, que nada hay más divertido ni más creíble, cada día, que eso “preparado” por la mano de los comerciantes televisivos que son chistosos, bonitos, ocurrentes y audaces minuto a minuto. Dicen las víctimas, incluso con cierto orgullo, que son adictos permanentes de ciertos canales y personajes que por el simple hecho de aparecer en la tele ya portan aureolas de privilegios múltiples. Incluso en sus cuentas bancarias.

Las víctimas de las máquinas de guerra ideológica aprenden también a reproducir las ideas de la clase dominante, como si fuesen propias y con afecto profundo. Aprenden a defenderlas como bandera identitaria y suelen estar dispuestas a dar batallas diversas en defensa de sus torturadores mediáticos. Las víctimas, incluso, suelen negar que lo sean e incluso suelen acusar a quienes crítican, con epítetos también fabricados por los monopolios mediáticos: “resentidos”, “zurdos”, “troskos”, “envidiosos”…

Las víctimas de las máquinas de guerra ideológica no saben, ni quieren saber, que una parte enorme de sus males proviene de los fetiches que adoran diariamente ante el televisor y ante sus hábitos de compra. No saben ni quieren saber que una red endemoniada de intereses mercantiles, tejida por industrias y marcas de todo tipo, se adueñaron de las herramientas de “comunicación” para descargar con ellas todo el arsenal de guerra psicológica necesaria capaz de activar el consumismo que deje vacías la bodegas y llenas las casas, y las cabezas, de los televidentes.

Las víctimas de semejante violencia semiótica padecen, mañana tarde y noche, “Bullying” psicológico e ideológico de todo género y padecen estragos emocionales y físicos que construyen ya formas patológicas nuevas cuya existencia y tratamiento nadie quiere reconocer porque, entre otras cosas, implicaría el reconocimiento científico del modelo de tortura creado para someter los pueblos en todas las modalidades posibles. Hay ejemplos a raudales y las consecuencias de ese sistema de tortura y amedrentamiento mediático ya llenan tomos y más tomos en la memoria de las patologías fabricadas para rendirle culto al capitalismo. Los gobiernos burgueses son cómplices y beneficiarios.

Como el capitalismo no es sólo un sistema para la fabricación, y venta, de mercancías y porque es también, en simultáneo, un sistema de producción de sentido (valores, ideas, creencias, gustos…) es necesario saber que toda tarea y lucha para superarlo definitivamente debe destruir las bases económicas tanto como las superestructuras con toda su parafernalia de “falsa conciencia” monopolizada para expandirla como endemia perversa e impune. Hay que combatir, en simultáneo, la estructura y la superestructura de un sistema social y un modo de producción que en su etapa actual arrastra a la humanidad, y al planeta entero, hacia una etapa de saqueo y explotación cada día, si nada hacemos, más aberrante e irreversible.

Como no tenemos un padrón completo de las víctimas producidas por las máquinas de guerra ideológica burguesa, como no sabemos, en extensión y en profundidad, los alcances de los daños, como sólo podemos identificarlas por su grado de aceptación, aprecio y defensa de lo que los aliena. Hay que estar alertas, empezando, también, por nosotros mismos. ¿Hay alguien que esté a salvo?

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