En el transcurso de la semana que termina, el Congreso de la República ha rechazado en dos ocasiones el “voto de confianza”
que, de acuerdo al mandato constitucional, debe entregar al Gabinete
Ministerial recientemente designado, y cuya conducción está en manos de
Ana Jara.
En ambos casos, la decisión congresal no ha sido
confirmada con una censura, sino con un singular voto “en abstención”
-“un voto en ámbar”, se le ha llamado- que se ha impuesto en las dos
consultas.
Así planteado el tema, la decisión ha quedado
diferida para la próxima semana, cuando la Cámara vuelva a reunirse y
se procese una nueva consulta.
¿A santo de qué han ocurrido
estos hechos? O, dicho de otra manera ¿Qué explica, que las cosas hayan
llegado a una situación formalmente “sin salida” en la que la oposición
“no quiere” y el gobierno “no puede” encontrar un acuerdo?
Los “analistas políticos” están en su garbanzal. Asoman en las
pantallas de la Tele a cada instante y asisten como invitados a los
programas radiales de todas las emisoras, al tiempo que especulan en
los medios escritos formulando las más variadas explicaciones. La
fórmula mágica que les sirve para “hacerse entender”, parte de la idea
de que el gobierno “se ha debilitado”.
Y en el fondo, es
verdad. En efecto, el gobierno de Ollanta Humala, que llegó a la
conducción del Estado en una circunstancia difícil y que se vio forzado
a hacer concesiones para alcanzar un precario 51% de aceptación
ciudadana en junio del 2011; fue perdiendo viada desde un inicio y
retrocedió en diversas acciones, incluso en algunas que bien pudo
realizar.
Eso, deterioró su imagen en el escenario popular y
sirvió de aliciente para que sus adversarios le perdieran el respeto y
lo humillaran públicamente.
La reacción del Presidente Humala
no fue la mejor. No respondió ni con coraje, ni con dignidad, a las
afrentas de sus adversarios. Por el contrario, muy a la defensiva,
siguió mostrando lenidad en sus iniciativas y retrocediendo en diversos
planos. La crisis, generó inestabilidad e ingobernabilidad, lo que
obligó al Jefe del Estado a cambiar de Consejo de Ministros hasta en
seis oportunidades.
En algunos casos, recurrió a “rostros
nuevos”, pero en otros, mantuvo a ministros formalmente “eficientes”
pero objetivamente ligados al Fondo Monetario y al capital financiero.
Fueron ellos los que dictaron los lineamientos de una política
económica que poco a poco se fue afirmando, y que hoy se ha convertido
en una traba para cualquier iniciativa elementalmente progresista.
Desde el movimiento popular, sin embargo, no asomaron criterios
razonables ni propuestas alternativas, sino dicterios. Acusaron al
Presidente de “débil”, “conciliador”, “oportunista” o incluso de “traidor”,
cuando lo que cabía era mirar el escenario en su integridad, y perfilar
una política que permitiera visualizar al enemigo principal del
desarrollo, aislarlo, combatirlo y derrotarlo; ayudando de este modo a
la recuperación de la iniciativa política por parte de las fuerzas
interesadas en promover un cambio de rumbo que respondiera realmente a
los intereses nacionales.
Esa falla es, en el fondo, la que
explica lo que está ocurriendo. Del gobierno se fueron desgajando
fuerzas pequeñas, y segmentos de opinión que desertaron por decepción y
desesperanza; pero que no lograron la más elemental cohesión política
ni alcanzaron a organizar un movimiento popular serio, capaz de
interesar a las grandes mayorías.
Por esa ostensible
debilidad de quienes debieron “orientar” al movimiento popular, los
núcleos mafiosos pasaron a copar el escenario y actúan hoy como “las
fuerzas decisivas” empeñadas en encontrar una “salida democrática” a la
crisis planteada. “Se sienten” gobierno para el 2016, y lo proclaman
sin remilgos.
Luego de la renuncia de casi 10 parlamentarios
a las filas del oficialismo, la bancada fujimorista está a punto de
convertirse en la “primera mayoría” del Congreso de la República.
Cuenta con 36 votos, ante 37 del Partido del Gobierno, y se considera
en capacidad de imponerse apelando al insulto y al chantaje. Y cuenta,
para ese efecto, con el apoyo de un grupo minoritario, pero experto,
integrado por congresista del APRA, que alientan, promueven y organizan
bochinches para todos los gustos.
Los “resentidos” del
gobierno y los parlamentarios de la derecha tradicional, liderados por
el Partido Popular Cristiano -el PPC- hacen lo suyo, alimentando el
desgobierno porque proveen que el caos institucional, los favorece con
miras a los comicios presidenciales próximos. Olvidan que candidatos
nos serán ellos. Será Keiko, la que se lleve la torta.
Errores del gobierno, y “aciertos” de esa oposición heterogénea y
confusa; han generado la situación que hoy se vive y que alimenta, no
sin satisfacción, la “prensa grande”.Para ella, la situación está dada
aunque es posible aún golpear más fuerte, y también más alto.
No es, entonces, la ministra Ana Jara la que está en el “bull”. Es el
Presidente Humala, el objetivo. Lo han dicho algunas veces de modo
soterrado, pero ahora casi lo proclaman para que lo escuchen todos.
En julio pasado lograron “montar” una oposición que marchó maquinada
por el APRA y la bancada Fujimorista tras la bandera del PPC. Y
estuvieron apenas a dos votos de lograr la presidencia de la Cámara
luego de dos votaciones no aptar para cardiacos. Pero hoy alcanzaron a
“vetar” al Gabinete Jara y buscan, a partir de allí, imponerle
condiciones al Gobierno. Hablan, entonces de “un pacto de gobernabilidad”.
Para este efecto, necesitan tener al gobierno maniatado y de rodillas.
Y con una herramienta en las narices, que les permita “jalarlo” por el
derrotero que les plazca. Obtenido esto, podrán echarlo al cesto como
el papel sanitario que se descarta después el uso.
Escuchar
un debate en el Congreso estos días, resulta sorprendente. Cada quién
tiene sus demandas y exige lo suyo. Unos, reclaman el retiro de la
candidatura de Diego García Sayán, propuesto para liderar la OEA. Otros
la renuncia de Ministros, como condición de la “confianza”. Los
terceros, exigen la derogatoria de ciertas leyes. Los cuartos, plantean
“definiciones políticas”.. Y los quintos, “una conducta clara”, la
misma que pasa, como lo dicen a voz en cuello, por saber “quién
gobierna”, si el Presidente Humala, o su esposa.
Para la Mafia Fujimorista la salida a la crisis podría ser más simple: amarrar a Nadine Heredia, pasarle corriente eléctrica, y emparedarla; como ellos hicieron en su momento, con Susana Higushi.
Y aplicarle la ley que le crearon a ella para impedir que sea candidata
presidencial el 2016 porque no solamente la detestan, sino que también
le temen.
En este escenario, se mezclan los votos de un modo
sorprendente. Un honrado y valiente parlamentario de izquierda -Manuel
Dammert- vota igual que Mauricio Mulder o que Martha Chávez; en tanto
que una dirigente del Partido Socialista de Diez Canseco, colorea su
voto igual que Lourdes Alcorta, la voz más tronante en las medidas que
tomara Congreso contra el extinto parlamentario del PS. Mientras eso
ocurre, los “disidentes” del gobierno buscan justificar su conducta
argumentando razones que la Mafia aplaude, entusiasta.
La
“prensa grande” bate palmas. Y los analistas sugieren formular un solo
pliego de demandas, sentar al gobierno y obligarlo a cumplir. Así se
hace “democracia”, aseveran con el ceño fruncido.
¿Y cuál es
el juego del movimiento popular en la coyuntura? ¿Qué hacen sus
vanguardias? ¿Qué definiciones plantea, y qué orientaciones traza para
asegurar una política independiente y de clase, que lo aleje de las
triquiñuelas enfermizas de esa “troupe” descompuesta?
Simplemente espera, con la idea de retomar el camino que perdió
recientemente: el de organizar un movimiento que les permita participar
en las elecciones del 2016 y obtener algunos puestos en la estructura
del Estado.
Mientras la Mafia busca “pactos” en su
beneficio, el movimiento popular y sus “vanguardias” juegan el papel de
convidados de piedra en este banquete en el que el tiburón se dispone
acabar con las sardinas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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