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domingo, 31 de agosto de 2014

BRICS, o los cimientos del nuevo orden económico internacional


BRICS, PIIGS, MINT… los acrónimos no solo tienen como objetivo abreviar el contenido del mismo, sino que pretende también crear una sensación de unidad entre los elementos que lo componen. Cumplen además la función de permitir un fácil consumo de esa imagen conglomerada. Es el caso de los BRICS, que en los últimos tiempos han acaparado numerosos focos mediáticos. En principio Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica no tienen demasiados elementos en común, sus estructuras productivas son diferentes, su evolución histórica también, sus raíces culturales no tienen demasiados elementos en común… Lo que les unió fue Goldman Sachs que fue quien inventó en 2003 el famoso “BRIC” para designar a grandes países cuya emergencia económica empezaba a despuntar, la “S” de Sudáfrica fue añadida tiempo después. Como decía en estas mismas páginas el profesor de la UCM y compañero de econoNuestra José Antonio Nieto Solís, antes fueron los NPI, ahora son los BRICS.

Las previsiones no han defraudado, y si bien en 2002 el PIB combinado de India y China excedía el de los países ricos del G7, en 2011 el PIB de China e India sobrepasaba la mayor parte de los países de alto ingreso. Mientras que en 2009, 9 de las 10 economías más grandes eran naciones de alto ingreso, hoy solo son 7 y se prevé que en no mucho tiempo ese número se reduzca a 4 (EEUU, Japón, Alemania y Reino Unido). Sin duda estos cambios están teniendo un impacto sobre el orden económico internacional, pero los grandes movimientos todavía están por llegar. El orden hoy renqueante pero todavía vigente se estableció por EEUU tras la Segunda Guerra Mundial en los llamados acuerdos de Bretton Woods, donde se crearon el FMI, el Banco Mundial y una OMC (aunque esta última tardó varias décadas en concretarse en su forma actual). Hoy los BRICS como bloque paradigmático lo están desafiando sin tapujos.

China es la que concentra más miradas, pues en términos de PIB y población supera con mucho a cualquiera de sus compañeros de viaje. Con más de 120 “campeones nacionales” (esas empresas públicas de las que Occidente se ha deshecho como muebles viejos), controles de capitales y toneladas de inversión pública canalizadas por bancos controlados por el Estado, China parece haber capeado el temporal de la crisis aplicando esos elementos del liberalismo que los países ricos se han negado a utilizar. Eso ha generado unos problemas internos como la burbuja inmobiliaria o la enorme deuda pública, pero con tasas de crecimiento por encima del 6%, con socios comerciales estratégicamente repartidos a lo largo del mundo y con un gran peso del Estado en la economía, parece que eso no es un peligro en el corto plazo. Al menos no tan grande como la depresión deflacionaria en la que está sumida la zona euro.

Algunos vaticinan que China reemplazará a EEUU en la hegemonía mundial, estableciendo un paralelo con el mundo unipolar en el que hemos vivido desde la caída del muro de Berlín, pero con un nuevo protagonista. La metáfora es errónea, pues la caída de la hegemonía estadounidense no dejará un sitio vacío para que sea ocupado por otra potencia, sino que conllevará el derrumbe el orden económico internacional en su conjunto, de forma que la emergencia de uno nuevo necesitará de cambios incluso en lo que entendemos como “potencia”. EEUU y Rusia forjaron su fuerza en una belicosa guerra fría, con un gran protagonismo militar que tiraba en buena medida de ambas economías. Eran potencias agresivas, con momentos al borde de una guerra nuclear. La potencia económica China, sin embargo, no se ha forjado en un contexto militarizado, sino en acuerdos comerciales, inversiones en el extranjero y negociaciones en las organizaciones multilaterales. De hecho, China es un firme defensor de las Naciones Unidas y de las resoluciones multilaterales, antes que de las intervenciones militares. Razones no le faltan para esgrimir esos argumentos.

China ha tenido una política de, por un lado, encontrar nuevos mercados potenciales, y, por otro, asegurarse un abastecimiento suficiente para aplacar su voracidad energética. Por ejemplo, China está condenada, por la llamada “maldición de Malaca”, a que su abastecimiento energético y comercial pase por el estrecho de Malaca, un angosto pasaje que limita mucho su expansión comercial. Para superar esta limitación China ha hecho innumerables esfuerzos entre los que se encuentra su activa participación en la construcción de un nuevo canal que conectará el Atlántico con el Índico en Nicaragua. Esto tiene importantísimas implicaciones para EEUU que, hasta ahora, había controlado, mediante la colaboración de Panamá, el histórico canal. Sin embargo, la empresa concesionaria para los próximos 100 años del nuevo canal en Nicaragua, y la que hará la mayor parte de la inversión, será china. La misma lógica sigue la construcción de puertos de última generación en Gwadar, Pakistán, o las inversiones energéticas en Nigeria y el resto de África.

La importancia de Latinoamérica también ha sido puesta de manifiesto con sendos viajes a la región del primer ministro chino, Xi Jinping, y ruso, Putin. Sin embargo, Rusia es una potencia decadente, forjada en sus enfrentamientos con EEUU. Los objetivos políticos, siendo también los económicos importantes, son su principal interés. Con la nueva guerra comercial con EEUU y la UE, Rusia necesita buscar apoyos políticos y nuevos socios comerciales. Los BRICS y su apoyo a la posición rusa en el conflicto de Ucrania son una buena muestra de por qué Rusia apuesta por este bloque. Sin embargo, siendo uno de los países más grandes y con más recursos energéticos del bloque de los BRICS, su estructura productiva y el tipo de capitalismo por el que ha apostado (crony capitalism) no parecen augurar una importancia como la que tuvo en el siglo XX. Tal vez por eso algunos afirman que los focos se trasladarán en el siglo XXI desde el Océano Atlántico al Océano Índico, reemplazando el antiguo conflicto de la guerra fría EEUU-Rusia por otro de nueva generación, menos militarizado y más comercial, China-India.

Y es que uno de los grandes problemas que los BRICS habrán de resolver son los intereses confrontados de sus miembros. Tomemos como ejemplo la creación del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), una institución que mezcla los objetivos de “desarrollo” del Banco Mundial y de “estabilización monetaria” del FMI, con una suscripción inicial de 100 mil millones de... dólares. En efecto, durante los últimos años los BRICS pidieron y negociaron hasta la saciedad un nuevo acuerdo de cuotas en el FMI que respondiera a la emergencia de la potencia económica de esos nuevos países. Tanto la UE como EEUU solo permitieron concesiones menores, lo que ha llevado a los BRICS a crear un nuevo banco de desarrollo. Bien es cierto que el nuevo banco tiene una menor capacidad que las instituciones del FMI, y que no empezará a realizar sus primeros préstamos hasta el 2016. Pero nadie puede dudar de que es un paso importante, tanto en términos geopolíticos como en el camino hacia una remodelación del orden económico mundial que hemos conocido desde la guerra fría.

No será un banco que regale el dinero, pero sí que relaje las famosas condicionalidades de los draconianos ajustes estructurales que han sufrido América Latina o África y que tanto sufrimiento y muerte han causado. Igualmente, será un banco abierto a la entrada de nuevos países emergentes como Turquía o Nigeria (que ha superado en capacidad económica a Sudáfrica), lo que previsiblemente ocurrirá en un futuro próximo. Además, será un banco que también buscará la independencia de esos países respecto al dólar, un veneno que durante mucho tiempo les ha corrido por sus “venas abiertas”. Pero también será un banco que tenga que lidiar con los intereses de China e India, diferentes a los rusos o brasileños. La falta de homogeneidad económica no es un problema a la hora de crear instituciones multilaterales, pues se suele suplir con convergencia en los intereses políticos. No obstante, sabiendo que la sede de dicho banco estará en China, y de que el mayor suscriptor será también el gigante asiático, surgirán conflictos internos a la hora de conceder créditos para planes de infraestructura o planes de rescate financiero.

Aun así, parecía evidente la necesidad de nuevas fuentes de recursos multilaterales, no sujetas a los intereses occidentales de los países ricos. Ahí radica su fuerza, en la voluntad explícita y endógena de los BRICS de, a pesar de su heterogeneidad, crear un orden alternativo económico y político multipolar. Ese nuevo orden más difuso, menos belicoso, más centrado en relaciones comerciales multilaterales, con el nuevo epicentro en el Océano Índico, y con China a la cabeza, tal vez nos permite atisbar un cambio de época, más que una época de cambios. Bien es cierto que no será una revolución como la toma del Palacio de Invierno, pero sí permitirá cambios de un calado que probablemente sea difícil anticipar en estos momentos, aunque sin duda serán de una magnitud volcánica. Ante eso, las viejas potencias renqueantes, marchando a duras penas sobre el desfiladero de la crisis, todavía pretenden mantener a golpe de sanción y de bloqueo multilateral -cuando no de intervención militar- su antiguo esplendor. No falta mucho para que también veamos cambios en este lado del planeta. Pero eso es algo que depende de las nuevas formas, partidos y movimientos que se están gestando. Estaremos atentos. Y participativos. Sin duda, valdrá la pena.

Iván H. Ayala es Investigador asociado al ICEI y miembro de econoNuestra

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