BRICS, PIIGS, MINT… los acrónimos no solo tienen como objetivo abreviar
el contenido del mismo, sino que pretende también crear una sensación
de unidad entre los elementos que lo componen. Cumplen además la
función de permitir un fácil consumo de esa imagen conglomerada. Es el
caso de los BRICS, que en los últimos tiempos han acaparado numerosos
focos mediáticos. En principio Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica
no tienen demasiados elementos en común, sus estructuras productivas
son diferentes, su evolución histórica también, sus raíces culturales
no tienen demasiados elementos en común… Lo que les unió fue Goldman
Sachs que fue quien inventó en 2003 el famoso “BRIC” para designar a
grandes países cuya emergencia económica empezaba a despuntar, la “S”
de Sudáfrica fue añadida tiempo después. Como decía en estas mismas
páginas el profesor de la UCM y compañero de econoNuestra José Antonio
Nieto Solís, antes fueron los NPI, ahora son los BRICS.
Las previsiones no han defraudado, y si bien en 2002 el PIB combinado
de India y China excedía el de los países ricos del G7, en 2011 el PIB
de China e India sobrepasaba la mayor parte de los países de alto
ingreso. Mientras que en 2009, 9 de las 10 economías más grandes eran
naciones de alto ingreso, hoy solo son 7 y se prevé que en no mucho
tiempo ese número se reduzca a 4 (EEUU, Japón, Alemania y Reino Unido).
Sin duda estos cambios están teniendo un impacto sobre el orden
económico internacional, pero los grandes movimientos todavía están por
llegar. El orden hoy renqueante pero todavía vigente se estableció por
EEUU tras la Segunda Guerra Mundial en los llamados acuerdos de Bretton
Woods, donde se crearon el FMI, el Banco Mundial y una OMC (aunque esta
última tardó varias décadas en concretarse en su forma actual). Hoy los
BRICS como bloque paradigmático lo están desafiando sin tapujos.
China es la que concentra más miradas, pues en términos de PIB y
población supera con mucho a cualquiera de sus compañeros de viaje. Con
más de 120 “campeones nacionales” (esas empresas públicas de las que
Occidente se ha deshecho como muebles viejos), controles de capitales y
toneladas de inversión pública canalizadas por bancos controlados por
el Estado, China parece haber capeado el temporal de la crisis
aplicando esos elementos del liberalismo que los países ricos se han
negado a utilizar. Eso ha generado unos problemas internos como la
burbuja inmobiliaria o la enorme deuda pública, pero con tasas de
crecimiento por encima del 6%, con socios comerciales estratégicamente
repartidos a lo largo del mundo y con un gran peso del Estado en la
economía, parece que eso no es un peligro en el corto plazo. Al menos
no tan grande como la depresión deflacionaria en la que está sumida la
zona euro.
Algunos vaticinan que China reemplazará a EEUU en la hegemonía mundial,
estableciendo un paralelo con el mundo unipolar en el que hemos vivido
desde la caída del muro de Berlín, pero con un nuevo protagonista. La
metáfora es errónea, pues la caída de la hegemonía estadounidense no
dejará un sitio vacío para que sea ocupado por otra potencia, sino que
conllevará el derrumbe el orden económico internacional en su conjunto,
de forma que la emergencia de uno nuevo necesitará de cambios incluso
en lo que entendemos como “potencia”. EEUU y Rusia forjaron su fuerza
en una belicosa guerra fría, con un gran protagonismo militar que
tiraba en buena medida de ambas economías. Eran potencias agresivas,
con momentos al borde de una guerra nuclear. La potencia económica
China, sin embargo, no se ha forjado en un contexto militarizado, sino
en acuerdos comerciales, inversiones en el extranjero y negociaciones
en las organizaciones multilaterales. De hecho, China es un firme
defensor de las Naciones Unidas y de las resoluciones multilaterales,
antes que de las intervenciones militares. Razones no le faltan para
esgrimir esos argumentos.
China ha tenido una política de,
por un lado, encontrar nuevos mercados potenciales, y, por otro,
asegurarse un abastecimiento suficiente para aplacar su voracidad
energética. Por ejemplo, China está condenada, por la llamada
“maldición de Malaca”, a que su abastecimiento energético y comercial
pase por el estrecho de Malaca, un angosto pasaje que limita mucho su
expansión comercial. Para superar esta limitación China ha hecho
innumerables esfuerzos entre los que se encuentra su activa
participación en la construcción de un nuevo canal que conectará el
Atlántico con el Índico en Nicaragua. Esto tiene importantísimas
implicaciones para EEUU que, hasta ahora, había controlado, mediante la
colaboración de Panamá, el histórico canal. Sin embargo, la empresa
concesionaria para los próximos 100 años del nuevo canal en Nicaragua,
y la que hará la mayor parte de la inversión, será china. La misma
lógica sigue la construcción de puertos de última generación en Gwadar,
Pakistán, o las inversiones energéticas en Nigeria y el resto de
África.
La importancia de Latinoamérica también ha sido puesta de manifiesto con sendos viajes a la región del primer ministro chino, Xi Jinping, y ruso, Putin.
Sin embargo, Rusia es una potencia decadente, forjada en sus
enfrentamientos con EEUU. Los objetivos políticos, siendo también los
económicos importantes, son su principal interés. Con la nueva guerra
comercial con EEUU y la UE, Rusia necesita buscar apoyos políticos y
nuevos socios comerciales. Los BRICS y su apoyo a la posición rusa en
el conflicto de Ucrania son una buena muestra de por qué Rusia apuesta
por este bloque. Sin embargo, siendo uno de los países más grandes y
con más recursos energéticos del bloque de los BRICS, su estructura
productiva y el tipo de capitalismo por el que ha apostado (crony
capitalism) no parecen augurar una importancia como la que tuvo en el
siglo XX. Tal vez por eso algunos afirman que los focos se trasladarán
en el siglo XXI desde el Océano Atlántico al Océano Índico,
reemplazando el antiguo conflicto de la guerra fría EEUU-Rusia por otro
de nueva generación, menos militarizado y más comercial, China-India.
Y es que uno de los grandes problemas que los BRICS habrán de resolver
son los intereses confrontados de sus miembros. Tomemos como ejemplo la
creación del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), una institución que
mezcla los objetivos de “desarrollo” del Banco Mundial y de
“estabilización monetaria” del FMI, con una suscripción inicial de 100
mil millones de... dólares. En efecto, durante los últimos años los
BRICS pidieron y negociaron hasta la saciedad un nuevo acuerdo de
cuotas en el FMI que respondiera a la emergencia de la potencia
económica de esos nuevos países. Tanto la UE como EEUU solo permitieron
concesiones menores, lo que ha llevado a los BRICS a crear un nuevo
banco de desarrollo. Bien es cierto que el nuevo banco tiene una menor
capacidad que las instituciones del FMI, y que no empezará a realizar
sus primeros préstamos hasta el 2016. Pero nadie puede dudar de que es
un paso importante, tanto en términos geopolíticos como en el camino
hacia una remodelación del orden económico mundial que hemos conocido
desde la guerra fría.
No será un banco que regale el dinero,
pero sí que relaje las famosas condicionalidades de los draconianos
ajustes estructurales que han sufrido América Latina o África y que
tanto sufrimiento y muerte han causado. Igualmente, será un banco
abierto a la entrada de nuevos países emergentes como Turquía o Nigeria
(que ha superado en capacidad económica a Sudáfrica), lo que
previsiblemente ocurrirá en un futuro próximo. Además, será un banco
que también buscará la independencia de esos países respecto al dólar,
un veneno que durante mucho tiempo les ha corrido por sus “venas
abiertas”. Pero también será un banco que tenga que lidiar con los
intereses de China e India, diferentes a los rusos o brasileños. La
falta de homogeneidad económica no es un problema a la hora de crear
instituciones multilaterales, pues se suele suplir con convergencia en
los intereses políticos. No obstante, sabiendo que la sede de dicho
banco estará en China, y de que el mayor suscriptor será también el
gigante asiático, surgirán conflictos internos a la hora de conceder
créditos para planes de infraestructura o planes de rescate financiero.
Aun así, parecía evidente la necesidad de nuevas fuentes de
recursos multilaterales, no sujetas a los intereses occidentales de los
países ricos. Ahí radica su fuerza, en la voluntad explícita y endógena
de los BRICS de, a pesar de su heterogeneidad, crear un orden
alternativo económico y político multipolar. Ese nuevo orden más
difuso, menos belicoso, más centrado en relaciones comerciales
multilaterales, con el nuevo epicentro en el Océano Índico, y con China
a la cabeza, tal vez nos permite atisbar un cambio de época, más que
una época de cambios. Bien es cierto que no será una revolución como la
toma del Palacio de Invierno, pero sí permitirá cambios de un calado
que probablemente sea difícil anticipar en estos momentos, aunque sin
duda serán de una magnitud volcánica. Ante eso, las viejas potencias
renqueantes, marchando a duras penas sobre el desfiladero de la crisis,
todavía pretenden mantener a golpe de sanción y de bloqueo multilateral
-cuando no de intervención militar- su antiguo esplendor. No falta
mucho para que también veamos cambios en este lado del planeta. Pero
eso es algo que depende de las nuevas formas, partidos y movimientos
que se están gestando. Estaremos atentos. Y participativos. Sin duda,
valdrá la pena.
Iván H. Ayala es Investigador asociado al ICEI y miembro de econoNuestra
No hay comentarios:
Publicar un comentario