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lunes, 25 de agosto de 2014

Niños migrantes a EEUU deberán retornar al “triángulo infernal”


Los niños son el recurso más importante del mundo y la mejor esperanza para el futuro (John F. Kennedy, 1917-1963)

El Siglo XXI, recién en su primer decenio, está caracterizado por una vorágine de crisis de trascendencia internacional. Las “guerras preventivas”, “caos programado”, “revoluciones de colores”, el resurgimiento del neofascismo en Europa no dejan vivir en paz a la humanidad, pero ahora, un fenómeno inusitado deja perplejo al mundo cuando entre 52.000 y 60.000 niños guatemaltecos, salvadoreños y hondureños, han cruzado México para llegar a Estados Unidos burlando todos los sofisticados sistemas de seguridad. No se sabe cuántos se han quedado en el camino o en oscuros albergues mexicanos, ni tampoco se conoce cuál será el destino de todos estos pequeños habitantes de lo que se llama el “Triángulo Norte”, compuesto por Guatemala, El Salvador y Honduras.

Para entender por qué estos miles de niños y niñas vencieron el miedo para atravesar la terrible frontera entre México y Estados Unidos guiados por coyotes (traficantes ilegales de personas) y desafiando grandes riesgos de desapariciones, secuestros, explotación laboral y sexual y hasta la muerte, se debe revisar la realidad socio económica de los tres países. En opinión del periodista guatemalteco, Luis Figueroa, el Triángulo Norte es un “triángulo infernal donde pululan el narcotráfico, el crimen, la extorsión y todo tipo de fenómenos antisociales. Entonces, entre los peligros de la delincuencia, la falta de oportunidades de trabajo y de superación, muchos patojos (término guatemalteco para niños de clase baja y media) no ven motivo para quedarse”.

Prácticamente en todos estos tres países la violencia social sin límites quitó a sus habitantes el derecho de vivir en paz y la inseguridad se apoderó de la vida cotidiana. Según datos del Informe Global de Homicidios 2013 de las Naciones Unidas, Honduras ocupa el primer lugar en el mundo con una tasa de homicidios de 90,4 por cada 100.000 habitantes, El Salvador está en cuarto lugar (41,2 por cada 100.000) y Guatemala se ubica en el quinto puesto con un índice de 39,9 homicidios. El virus de la violencia se ha extendido en la región, a tal punto, que la semana pasada en El Salvador durante una redada cayeron en manos de las autoridades varios delincuentes entre los cuales se encontraban fiscales, policías, jueces, y hasta un cura.

Hace poco el Director de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, (CICIG) Carlos Castañeda denunció que el 60% del país está controlado por el narcotráfico, principalmente mexicano que recluta a los pandilleros de la Mara 18 y de la Mara Salvatrucha (MS-13) para asegurar este dominio. Prácticamente lo mismo pasa en Honduras y El Salvador. La reciente investigación realizada por los periodistas del diario El Heraldo (Honduras) ha demostrado que los ingresos de la M-13 son tantos que cuenta con sus centros médicos para atender a sus heridos (“homis”) y que esta organización criminal tiene en sus filas “médicos, enfermeras, abogados, ingenieros, arquitectos y especialistas en computación”.

Por supuesto que la causa principal de la violencia es la pobreza combinada con la corrupción generalizada que hacen que los ciudadanos dejen de respetar las leyes y la autoridad, convirtiéndose las calles de estos países en una jungla donde domina “la ley del más fuerte”. El 60% de los hondureños viven en la pobreza, en Guatemala el 53% y en El Salvador, llamado por la escritora Gabriela Mistral “el Pulgarcito de América”, el 43% de los habitantes están condenados a la miseria. A la vez el promedio de la pobreza de niños en estos países es alarmante llegando a un 72%, según Estadísticas de Centroamérica 2013. El promedio de alfabetización es alrededor del 85% y el índice del subempleo oscila entre el 45% en El Salvador al 60% en Honduras.

Precisamente la violencia y la pobreza fueron factores principales para la migración de un tercio de la población de estos países a EEUU que se aceleró después de que el Huracán Mitch pasó por Centroamérica en 1998 azotando especialmente a Honduras. Muchos padres y madres de familia tuvieron que migrar al Norte para poder mantener a sus familiares en sus países de origen. De acuerdo con los datos estadísticos norteamericanos se estima que del total de 11 millones de indocumentados que residen en Estados Unidos, unos dos millones son de Honduras, Guatemala y El Salvador que viven años sin ver a sus familiares ayudándoles con las remesas.

Las habituales promesas electorales de Barack Obama de una reforma migratoria se las llevó el viento hace mucho tiempo. El tan publicitado Plan Mérida para Centroamérica para combatir el crimen organizado y el narcotráfico fracasó rotundamente, convirtiendo de paso a Honduras, Guatemala y El Salvador en un protectorado norteamericano con cuatro bases estadounidenses en Honduras y “La Nueva Escuela de las Américas” llamada The international Law Enforcement Academy (ILEA) en el Salvador. Allí terminó la voluntad de Washington de ayudas y reformas en estos países, igual como solucionar la crisis migratoria.

Frente a esta realidad, miles de padres indocumentados decidieron hacer la reunificación familiar a su manera, pagando a los coyotes entre 2.000 a 10.000 dólares para que trajeran a sus hijos a Norteamérica. Se calcula que un 40% de la actual migración infantil se produjo debido al deseo de los padres migrantes de ofrecer una vida mejor a sus hijos. El otro 60% ha sido motivado por la posibilidad de escapar de la violencia y la pobreza.

Sin embargo, los gobernantes estadounidenses entendieron este fenómeno de otra manera y como hace tiempo Washington perdió el toque humano y allá todo es “business”, el presidente Obama solicitó al Congreso 3.700 millones de dólares para enviar de regreso a los niños indocumentados. También, la que aspira a ocupar el sillón presidencial en 2016, Hillary Clinton declaró ambiguamente que “algunos de estos niños deben ser deportados”.

La “lámpara” de la que habla Emma Lazarus en la Estatua de la Libertad ya no ilumina el camino para “los cansados y los pobres” y la “puerta dorada” está cerrada para siempre, inclusive para los niños.

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