Paraguay: La fiebre de la carne vacuna devora millones de hectáreas de bosques chaqueños
Alainet
Miles de topadoras en todo el Chaco han convertido esta región en la más deforestada del mundo. Foto: Diego Rivas.
Foto: Diego Rivas.
“Aquel árbol que ves allá
en el descampado… ese es un palo santo”, nos comenta Taguide Picanerai,
nuestro guía ayoreo, mientras las ruedas de nuestro vehículo viborean
sobre el resbaloso terraplén, mojado por la sostenida llovizna que cayó
esa mañana. Miro aquel árbol sagrado para los indígenas del Chaco. A su
rededor pastan carnosas vacas, rebosantes sus ubres de leche. Veo al
palo santo espigado, triste, con pequeñas hojas cilíndricas, seco;
parece tener poca vida. Sin embargo, su madera es una de las más
apetecidas del mundo y ofrece muchas utilidades a los indígenas.
“Aquí están haciendo una
picada”, comenta luego Pablo Sanabria, nuestro chofer, quien trabajó
por varios años para los menonitas como conductor de topadoras. Es una
propiedad menonita con un surco de 15 metros de ancho que se pierde en
el horizonte.
Pablo nos relata cómo las
topadoras derriban los bosques: “…Se ata un cabo de acero de 25
centímetro de ancho y 50 metros de largo por una topadora de 8
cilindradas y de 600 caballos de fuerza. El otro extremo del cabo se
ata por otra topadora de la misma fuerza. Cuando las topadoras avanzan,
el cabo, al ras del suelo, arranca de raíz como si fueran pequeños
arbustos los grandes samu’û, los coronillos, los algarrobos, los palo
santos…” Pablo agrega que en una hora se echan – en promedio- cinco
hectáreas de bosques. Cuando se debe desmontar un inmueble, las
topadoras trabajan 24 horas continuas del día, con turnos de cuatro
horas de volanteo.
Mientras escucho a Pablo,
hago un cálculo: una sola topadora puede tumbar 120 hectáreas de monte
en un día, 3.200 hectáreas en un mes y 38.600 en un año. Una sola
topadora. “Cuántas topadoras estarán desmontando el Chaco…”, pienso en
voz alta. Pablo escucha, sonríe y responde en guaraní: “He… tuku
guasúicha heta oî koárupi…moóiko jaikuáta mboýpa”. Es incalculable la
cantidad de topadoras que hacen llorar las raíces del palo santo
cuando, en verano, comienzan a andar con sus destructivas e inmensas
palas en todos los departamentos del Chaco.
El día siguiente, mientras
recorríamos las calles de Loma Plata (el principal emporio económico
menonita), hojeaba las páginas del libro Extractivismo en el Chaco paraguayo,
publicado el año pasado por Guillermo Ortega, de Base Is. “Tomando el
periodo comprendido entre el 2010 y el 2013, en total se deforestaron
–en el Chaco- 1.147.811 hectáreas de bosques…”, escribe el autor.
Ortega solo puso números grandes a las prácticas ecocidas que nos
relatara el día anterior Pablo Sanabria.
David Sawasky, ganadero menonita. Foto: Diego Rivas.
La maquinaria de producción menonita
Un corpulento hombre de
amplia sonrisa baja el vidrio de la camioneta plateada y saluda. “Hola,
síganme, vamos a mi oficina…”, dice con ese marcado tono alemán que
tienen los menonitas al hablar el castellano. Es David Sawasky, uno de
los socios más ricos de la Cooperativa Chortitzer, hijo de pioneros
menonitas que llegaron al Chaco central en 1927 y fundaron la colonia
Loma Plata.
Sentado frente a nosotros
en su cómodo sillón, responde a una de nuestras preguntas. “Sí, las
tres cooperativas menonitas juntas tienen alrededor de 1.800.000
cabezas de ganado”, nos dice luego de haber tecleado animadamente una
pequeña calculadora. “¿Y cuántas hectáreas de tierra tienen juntas?”,
inquiere Miguel Armoa, el otro periodista del equipo. Sawazky repite
sus cálculos y concluye: “Son alrededor de 2.500.000 hectáreas de
tierras…”. Un emporio que según las estadísticas formales de fuentes
públicas mueve cerca de 700 millones de dólares anuales. Sumandos los
números informales, no declarados, los menonitas estarían administrando
alrededor de 1.000 millones de dólares, según algunos economistas.
El emporio menonita es
fruto de una maquinaria de producción que fue levantada en 87 años. En
el 2011, los mismos menonitas calculaban que los frigoríficos de las
cooperativas Chortitzer Komitee, Fernheim y Neuland faenaban 360 mil
animales vacunos por año e industrializaban más de 110 millones de
litros de leche. Al 2014 la faena sobrepasa los 450 mil y la leche está
por encima de los 120 millones de litros.
Para el ecólogo Miguel
Lovera “la depredación de los bosques del Chaco es, principalmente,
resultado de la reubicación de la ganadería de la Región Oriental hacia
la Occidental…”. Lovera relata que aproximadamente desde 1997 se inicia
esta reubicación, a la que se suma la entrada de los extranjeros
–brasileños, uruguayos, franceses- en el negocio ganadero.
“No existen los efectos del cambio climático”
Mateo, un líder de los
ayoreo vidaigosode, nos muestra el tronco de palo santo que se va
quemando en la fogata de su rancho en Campo Loro, en el departamento de
Boquerón. “Ese puede estar toda la noche así, dura mucho…”, comenta
durante la conversación que mantenemos alrededor del fuego. El tronco
del palo santo en la fogata da calor en el frío y cuece alimentos, cura
enfermedades, da trabajo en la artesanía y tiene un aroma penetrante y
embriagador que “espanta los malos espíritus”, según la creencia de los
indígenas Nivaclé. Tiene innumerables utilidades.
Pero los pueblos indígenas
están viendo la rápida muerte del palo santo. Este noble y simbólico
árbol llora su posible extinción junto a otras especies de mamíferos,
aves, insectos y vegetales, a raíz de la destrucción de su hábitat
natural. Mateo no tiene otra explicación más que esta: “…El fruto de la
selva no es nada para los blancos”.
Lovera ensaya una
prospección y afirma que “si sigue este ritmo de deforestación, en 25
años terminarán completamente los bosques en el Chaco”. Jorge Escobar,
investigador de la fauna chaqueña, lanza una imagen más devastadora
aún: “En menos de 100 años el Chaco se convertirá en un páramo
superficial, en un sub desierto”.
Si esta deforestación
alarma a los medioambientalistas y ecólogos del mundo (el Chaco es la
región donde más bosques se tala en el planeta), a David Sawazky no le
preocupa: “No existe tal efecto del cambio climático en el Chaco. Es
mentira”, nos dice con vehemencia. Una opinión que comparten casi todos
los menonitas. Afuera sigue lloviendo, un fenómeno extraño que llama la
atención porque el invierno chaqueño no es época de lluvia.
Sin embargo, la ciencia
contradice a los prósperos menonitas: “Una hectárea de masa boscosa, en
la que esta nuestro palo santo, contiene entre 40 y 60 toneladas del
carbono que se producen en el planeta”, nos recuerda Lovera. Lo que
significa que desmontar una hectárea implica liberar aquel promedio de
tonelada de anhídrido carbónico, el gas que esta agujereando más y más
la capa de ozono del planeta y eleva su temperatura.
Mientras recorremos las
calles de Filadelfia en aquella tarde lluviosa, recuerdo estas
estadísticas: en el Chaco pastan casi 5.600.000 cabezas de ganado
vacuno. Paraguay vendió 210.000 toneladas de su carne en el 2013, una
venta que redituó a los ganaderos paraguayos y extranjeros 1.300
millones de dólares. El mercado internacional pide cada año más y más
carne. Son las causas del desconsolado llanto del palo santo.
El
frigorífico de la colonia menonita Ferheim está la ciudad del Limpio,
debido al problema de agua en el Chaco. Foto: Miguel Armoa.
Taguide Picanerai. Foto: Diego Rivas.
Madera de comercialización ilegal decomisada por la Fiscalía de Filadelfia. Foto: Diego Rivas.
Los
topadoristas montan campamentos para agilizar las largas jornadas de
desmonte en el Chaco. “Trabajan 24 horas continuas del día, con turnos
de cuatro horas de volanteo”. Foto: Diego Rivas.
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