Costa Rica
Ya se van a cumplir los primeros cien días del gobierno del PAC, con
Don Luis Guillermo Solís en la Presidencia de la República. Su inicio
fue traumático, porque le recibió la huelga del magisterio.
Posteriormente han podido constatar que las organizaciones del Estado,
al menos las del Poder Ejecutivo, se encuentran en su gran mayoría en
una situación dificultosa, alguna que otra caótica, por la forma en que
se han administrado durante varios años atrás.
La prensa
escrita se ha encargado, durante las últimas semanas, de señalarle un
sinnúmero de situaciones vergonzosas en las Instituciones Autónomas y
las del gobierno central. En cierta forma como iluminándole el camino,
que el señor Presidente reconoce no es tan fácil de recorrer.
Por otro lado, han empezado a salir algunas cosas medio incorrectas de
su partido con relación a ciertos pagos de campaña, inexplicables; lo
relacionado con el obispo-ministro y los conflictos constitucionales
que se supone existen; así como de un asesor chileno, epítome de la
soberbia, que habla como si fuera parte importante de la cúpula
gubernamental, y que al parecer no tiene cargo ni sueldo en la
Presidencia. Luego, que se había comprometido a permitir que los
vendedores de chucherías se apropiaran una calle del centro de San
José, cuando la constitución es clara al decir que los bienes públicos
no pueden ser entregados a particulares. Claro, no se está
entregando la propiedad, pero sí el usufructo, en contra de los
intereses de toda la ciudadanía, que es la dueña de las calles de
nuestra ciudad.
Finalmente, la comunicación del gobernante con
su pueblo, al menos en mi parecer, no ha sido muy acertada. Como que
sus asesores o encargados de orientarle en ello están un poco
desorientados con respecto de este asunto. Una cosa es mercadear para
el sector privado y otra muy distinta informar desde un gobierno,
Por lo general los primeros cien días, nadie sabe por qué, son tenidos
en los países democráticos como de “luna de miel”, pero a este señor no
se le dio la oportunidad de disfrutarla. Y sorprende –por otro lado- la
actitud de querer quedar bien con todo grupo de presión o influencia,
cosa que en política es fatal, por decir lo menos.
Los
comentarios que se escuchan en ciertos círculos, no solamente de
oposición, sino incluso de personas que votaron por él en las
elecciones pasadas, y que le dieron un triunfo arrollador, no resultan
muy positivos hasta ahora. Se está incubando una sensación de
decepción, basada en el hecho real de que no se ven medidas y acciones
indispensables para corregir el rumbo que lleva este país, y no
precisamente hacia mejores niveles, sino al despeñadero de la
desconfianza y la desilusión de los ciudadanos.
La comunicación gubernamental,
en términos de argumentos, temas y elementos de impacto, no tiene
antes. Todo lo que se haya dicho, hecho o tenga significancia antes de
un mandato, tendrá impacto en el propio mandato. Es decir, lo que se
dijo en campaña, sobre todo las promesas, debe tener su realización
efectiva durante el mandado otorgado por la ciudadanía.
De
igual manera, tampoco tiene puntos de llegada, aunque muchos lo crean
así, especialmente quienes se encuentran en términos de bonanza desde
la aceptación popular. Y esta ausencia de puntos de llegada implica
sostener que la comunicación ni siquiera acaba cuando la gestión
finaliza. Todo lo que se haya dicho, hecho o tenga significancia dentro
del mandato, será usado o resignificado en el futuro. Y ni hablar si
ese futuro está inmerso en alguna situación de crisis.
Una
cosa son las campañas electorales y el posterior gobierno híper
personalistas, y otra la consideración respecto a que no hay que
saturar con un énfasis marcadamente personalista. Sea porque hay que
gestionar medianos y largos plazos sin provocar hastíos y atender a
que, si un gobierno cae en crisis, la comunicación no puede eliminar el
estilo personalista vigente, con todos los riesgos que eso trae
apareado recordando quién es el responsable de una situación delicada
en cada momento y lugar. La comunicación del sector público comprende
tanto fuerzas centrípetas como centrífugas, que son caracterizadas por
la multiplicidad de actores que dan cuenta del gobierno en su conjunto.
Es bueno advertir que gran parte de la comunicación
gubernamental debe ser analizada en función de los cambios internos,
sea en los niveles de profesionalización, en la relación de los
funcionarios entre sí, así como en la relación de estos y el complejo
entramado y dinamismo de cada sistema de medios y ni hablar de su
relación con el sistema de partidos.
Las razones principales por las que los gobiernos democráticos usan la
comunicación son exactamente iguales a la definición de competencias o
funciones de un Estado: conservación, coordinación, integración y
movilización. La noción de legitimidad de un gobierno es esencial para
su manutención y es también la justificación de la manera en que el
poder es ejercido. La publicidad gubernamental, en ese propósito, se
constituye como un método a través del cual un gobierno democrático
intenta hacer explícitos sus propósitos u orientaciones a un amplio
número de personas para obtener apoyo o consenso en el desarrollo de
sus políticas públicas.
Pero muchos confunden sólo la
comunicación con el ejercicio publicitario, mientras que aquella va
mucho más allá porque es evidente que la comunicación gubernamental
juega un papel clave en la construcción de una determinada cultura
política. Se cultiva desde ella el rol deseado de los atributos de la
ciudadanía y, complementariamente, se crean condiciones materiales y no
materiales para sostener esa ciudadanía, a través del desarrollo de
símbolos y mitos que configuran elementos de identidad. Ese propósito
es también un objetivo.
Así es que un gobierno requiere
“razones” para mostrar y justificar sus actuaciones adecuadas a
determinados actores, recursos, y escenarios, pero también tiene
reservada para sí la facultad de tener “motivaciones” que, en este
caso, indudablemente tienen que ver con la generación de “confianza”.
Todo lo que aquí se llama “motivaciones” es lo que configura la
política general del gobierno y la capacidad argumentativa que hay
detrás de esa política.
Por todo lo anterior, me nace una
preocupación creciente con respecto de este gobierno. Nada importa que
esté lleno de tecnócratas, de gente bien intencionada (esperamos), y
que lo encontrado sea adverso. Pero la confianza de los ciudadanos se
logra o se pierde con la misma facilidad. Y el señor Presidente, como
persona versada en estas materias, creo que debería percibir.
El
tiempo que le queda para corregir el rumbo, que muchos consideramos un
poco “extraño”, se le está agotando. Y ello sería catastrófico para el
futuro de Costa Rica, pues no sabemos si el resultado a mediano plazo
sería la ascensión de extremistas o el regreso a la clase política
corrupta que gobernó en los últimos decenios.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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