Carolina Escobar Sarti
Las mujeres del Polochic lo supieron mucho antes que la ciencia: las penas, el estrés, el amor, la felicidad, la angustia o el dolor se inscriben en nuestro cuerpo y salen transformados en salud o enfermedad. Nuestros cuerpos son libros que cuentan nuestras historias. Por eso escuchamos a mujeres de ocho comunidades del Polochic hablar sobre lo que han vivido desde marzo de este año, cuando iniciaron los desalojos en aquella zona del país. Estaban allí las representantes de Miralvalle,
Tinaja, Río Frío, Bella Flor, El Rodeo, La Isla, San Pablo y Quinich, convocadas por la plataforma de organizaciones promovida por FNUAP.
Las de Paraná no llegaron porque estaban “enfermas”, y ese “enfermas” quiso decir que aún están muy afectadas por lo sucedido en el último desalojo en esa comunidad del Polochic, el 10 de agosto pasado, cuando varias de ellas resultaron muy golpeadas. Cuando hablaron de los desalojos, las mujeres nombraron lo que sintieron en aquellos momentos: persecución, susto, dolor, soledad, miedo, tristeza, despojo, opresión, indignación, incertidumbre. Adjetivos que califican lo que miles de personas viven a diario en Guatemala.
Con lo que dijeron después desnudaron a un Estado terrorista, cuyos métodos, actores y protagonistas se sostienen: “Creen que tienen nuestra vida”, dijeron cuando se referían a los supuestos dueños del ingenio que pusieron a la seguridad del Estado y sus propias cuadrillas a arrasar con todo. “No nos dieron tiempo”, “nos trataron como si fuéramos ladrones”, señalaron al referirse a la forma en que prendieron fuego a sus cultivos, viviendas y pertenencias. “Quemaron todo”, dijeron. “Perdimos todo lo que habíamos trabajado con mi esposo para nuestros hijos. Ahora tenemos que comprar el maíz, que está tan caro. ¿Y con qué, si no tenemos ni dónde vivir’”, finalizaron.
Pero como el cuerpo tiene más de un lenguaje, las manos se elevaban cuando el tema se hacía más difícil para ellas y las lágrimas afloraban en medio de la tremenda impotencia y tristeza. No eran gimoteos de esos que se dan por capricho, era llanto quieto, constante, que daba escalofríos. Y es que ellas habitan ese lugar del Polochic que tan bien simboliza lo que ha sido este país desde la Colonia. Ellas llegaron de ese lugar donde se instala el ingenio de Chabil Utzaj, que originalmente era un conjunto de 20 fincas de propietarios diferentes, incluso tierras comunitarias.
El proceso de reconcentración de la tierra en ese lugar se da cuando un ingenio de la Costa Sur en quiebra, propiedad de los Widman, en asociación ahora con los Pellas, de Nicaragua, se pasa al fértil Valle del Polochic, a una tierra de la cual aún no pueden probar ser dueños. En ese momento, con el pretexto de la siembra de agrocombustibles para “desarrollar” a las comunidades de la zona, los propietarios logran que el entonces presidente, Berger, se apiade de sus parientes políticos y autorice que el Estado de Guatemala se endeude con el BCIE por varios millones de dólares, para apoyarlos. No hubo voluntad del Estado para resolver esto a favor de la población y de las comunidades, sino a favor del capital. Y luego, ya es historia que la alianza Gana-UNE se encargó de confundir lo legal, lo legítimo y el maridaje de siempre entre el poder político y el capital que ha levantado esta voraz arquitectura jurídico-agraria.
En la ciudad, las voces de estas mujeres suenan lejos, distantes, raras, increíbles. Pero cuando dicen que son “fuertes”, que van a continuar, que no son víctimas ni quieren serlo para siempre, les creo. Porque no hay mejor manera de hacer existir el mundo que nombrándolo.
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