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jueves, 25 de agosto de 2011

¿Se repetirá en Libia la historia de Irak?


El Magreb: fin de época
Robert Fisk

Condenados siempre a librar la guerra pasada, volvemos a cometer el mismo viejo pecado en Libia.

Muammar Kadafi desaparece luego de prometer pelear hasta la muerte. ¿No es lo mismo que hizo Saddam Hussein? Y, por supuesto, cuando Hussein desapareció y las tropas estadunidenses sufrieron sus primeras bajas ante la insurgencia iraquí, en 2003, se nos dijo –por boca del procónsul estadunidense Paul Brenner, de los generales, los diplomáticos y los decadentes expertos de la televisión– que los combatientes de la resistencia eran fanáticos, desesperados que no se daban cuenta de que la guerra había terminado.

Y si Kadafi y su sabihondo hijo siguen prófugos –y si la violencia no termina–, ¿cuánto falta para que otra vez nos presenten a los desesperados que sencillamente no habrán entendido que los chicos de Bengasi están a cargo y que la guerra ha terminado? De hecho, no menos de 15 minutos –literalmente– después de que escribí las palabras anteriores (14 horas del miércoles), un reportero de Sky News reinventó la palabra fanáticos para definir a los hombres de Kadafi. ¿Ven a lo que me refiero?

Inútil decir que todo es para bien en el mejor de los mundos posibles, en lo que concierne a Occidente. Nadie desbanda al ejército libio y nadie proscribe a los kadafitas de un papel futuro en el país. Nadie comete los mismos errores que cometimos en Irak. Y no hay tropas en tierra. Ningún zombi encerrado en una Zona Verde occidental amurallada intenta dirigir el futuro de Libia. Es asunto de los libios, se ha vuelto el jubiloso refrán de todo factótum del Departamento de Estado/Oficina del Exterior/Quai d’Orsay. ¡Nosotros nada tenemos que ver!

Pero, desde luego, la presencia masiva de diplomáticos occidentales, representantes de magnates petroleros, mercenarios occidentales de altos salarios y oscuros militares británicos y franceses –todos simulando ser consejeros y no participantes– es la Zona Verde de Bengasi. Puede que no estén (todavía) rodeados de murallas, pero en los hechos ellos gobiernan por conducto de los distintos héroes y granujas locales que se han establecido como los amos políticos. Podemos pasar por alto el asesinato de su propio comandante –por alguna razón, ya nadie menciona el nombre de Abdul Fatá Yunes, aunque apenas fue liquidado hace un mes en Bengasi–, pero sólo pueden sobrevivir si se aferran a los cordones umbilicales con Occidente.

Desde luego, esta guerra no es la misma que nuestra perversa invasión de Irak. La captura de Saddam sólo provocó a la resistencia a multiplicar los ataques contra las fuerzas occidentales porque quienes habían rehusado participar en la insurgencia, por miedo de que los estadunidenses volvieran a poner a Saddam al mando, ya no tuvieron esas inhibiciones. En realidad, el arresto de Kadafi, junto con el de Saif, precipitaría sin duda el final de la resistencia de los fieles al dictador. El verdadero temor de Occidente –en este momento, aunque podría cambiar de la noche a la mañana– sería la posibilidad de que el autor del Libro Verde haya logrado llegar hasta sus antiguos andurriales de Sirte, donde la lealtad tribal podría resultar más fuerte que el miedo a una fuerza libia respaldada por la OTAN.

Sirte –donde Kadafi, al principio de su dictadura, convirtió los campos petroleros de la región en el primer dividendo internacional para los inversionistas que quisieran tomarlo luego de su revolución de 1969– no es Tikrit. Es la sede de la primera gran conferencia de la Unión Africana, a escasos 30 kilómetros del lugar natal de Kadafi: una ciudad y una región que recibieron enormes beneficios de su gobierno de 41 años. Strabo, el geógrafo griego, escribió que los puntos de los asentamientos en el desierto, al sur de Sirte, convirtieron a Libia en una piel de leopardo. A Kadafi le debió de haber gustado la metáfora. Casi 2 mil años después, Sirte era todavía la bisagra entre las colonias italianas de Tripolitania y Cirenaica.

Y en Sirte los rebeldes fueron derrotados por los leales en la guerra de seis meses de este año. Pronto, sin duda, tendremos que cambiar esas ridículas etiquetas: los que apoyan al pro occidental Consejo Nacional de Transición tendrán que ser llamados leales, y los rebeldes partidarios de Kadafi se volverán los terroristas que podrían atacar a nuestra amistosa nueva administración libia. En cualquier caso, Sirte, cuyos habitantes se supone que negocian ahora con los enemigos de Kadafi, podría pronto figurar entre las ciudades más interesantes de Libia.

¿Qué pensará Kadafi ahora? Creemos que está desesperado, pero, ¿será cierto? En el pasado hemos escogido muchos adjetivos para él: irascible, demente, perturbado, magnético, incansable, obstinado, extraño, estadista (así lo describió Jack Straw), críptico, exótico, loco, idiosincrásico y –en fechas más recientes– tiránico, asesino y salvaje. Pero en su visión sesgada y astuta del mundo libio, Kadafi haría mejor en sobrevivir –para proseguir un conflicto civil-tribal y así consumir a los nuevos amigos libios de Occidente en el pantano de la guerra de guerrillas–, y debilitar poco a poco la credibilidad del nuevo poder de transición.

Sin embargo, la naturaleza impredecible de la guerra en Libia significa que las palabras rara vez sobreviven al momento en que son escritas. Tal vez Kadafi se oculta en un túnel debajo del hotel Rixos, o se relaja en una de las villas de Robert Mugabe. Lo dudo. Mientras a nadie se le ocurra librar la guerra anterior a ésta.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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