Carolina Escobar Sarti
Veintisiete partidos políticos y comités cívicos entraron a la contienda electoral hace ya varios meses; 10 de ellos estarán en las papeletas que circularán por las cuatro esquinas del país el 11 de septiembre de 2011. Votar o no votar, cómo votar, por quién votar y por quién no votar, parecen ser la cuestiones principales del tiempo que corre. Hay pasiones encendidas; la ciudad está abarrotada de rostros que —en su mayoría— provocan hartazgo y vergüenza ajena;
hay autocomplacencias adelantadas y los distintos sectores sociales le escriben su carta a Santa Claus, esperando que luego de las elecciones quien quede les cumpla por lo menos una de las demandas de su lista de sueños.
Una sociedad entera le apuesta al voto como si fuera el único de los mecanismos de la democracia. Por cierto, uno que ha de ser cuestionado en el marco de un Estado pseudodemocrático que más bien podríamos calificar como una ficción jurídica. Luego de lo que hemos vivido a nivel de estira y encoge político últimamente, nos mereceríamos al menos un buen gobierno, pero sólo tenemos lo que tenemos. Con cinco dedos de frente y los dos pies en la tierra, a este país sólo un milagro lo salvaría de una conducción conservadora y reaccionaria.
Hoy hablamos de una Constitución que fue defendida, básicamente, por corrección política y no por convicción democrática. Ojalá más veces se tomaran decisiones apegadas a la ley como esta vez, pero también ojalá fueran parejas y parte de un ejercicio de buena justicia. Si así fuera, más candidatos no hubiesen sido inscritos y todos los días uno de los artículos fundamentales de esa biblia jurídica que alude a la preservación de la vida no sería irrespetado como lo es. Si la Constitución no se violara cada día en Guatemala, no habrían desnutrición, analfabetismo, inseguridad, violencia y falta de salud por aquí. La pregunta es si en la realidad puede funcionar una Constitución como la nuestra, que fue hecha para un país de ciudadanos y ciudadanas, cuando lo que sustenta ciertos proyectos económicos y políticos que compiten hoy es precisamente el recrudecimiento de una cultura de violencia, autoritarismo y opresión.
¿Votar o no votar? La decisión es de cada ciudadana y ciudadano, porque la democracia sólo se hace a pie, caminándola. Si se va a votar, hay consideraciones fundamentales que tendríamos que plantearnos sobre si queremos cambiar las estructuras y no solo la forma de un sistema que da cuenta de siglos sostenidos sobre andamiajes de exclusión, cuyos mecanismos principales han sido el terror, el engaño y la extorsión. Construir una democracia requiere de consensos, pero aquí ha prevalecido, de manera consciente o inconsciente, la costumbre social del dictador. Y eso también ha sido consensuado.
¿Queremos de nuevo levantar perfiles de gente que ha dado pruebas de más de lo mismo? ¿Queremos elegir sólo porque hay tres punteros y se acabó? Eso no es elección, es condena. ¿Por qué no votar por candidatos o candidatas que representen la pluralidad que somos, que no tengan las manos manchadas o hayan ya hipotecado al país? El voto es por Guatemala, no por personas.
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