En su reciente entrevista concedida al diario O Estado de Sao Paulo
el escritor volvió a repetir sus fatigosas letanías sobre la política
latinoamericana asegurando que “los argentinos van a lamentar
enormemente la derrota de Mauricio Macri” [1].
No sólo eso: volvió a calificar como una "tragedia" el triunfo de
Alberto Fernández y atribuyó esa –para él infausta- decisión de votar al
Frente de Todos a una supuesta vocación suicida de los argentinos.
Abundando en el tema afirmó que “esa vocación suicida es algo
verdaderamente extraordinario, pues ya se sabe que todos los problemas
actuales del país fueron causados por el peronismo".
La verdad
es que dudé mucho antes de sentarme a escribir una respuesta a sus
dichos. Pero habida cuenta de que estas “ocurrencias” -ese producto
semiintelectual que debe diferenciarse de las “ideas”- del narrador
adquieren una enorme difusión gracias a la acción concertada de la
oligarquía mediática mundial me pareció que valía la pena saltar al
ruedo y refutar su discurso. La confusión y el embrutecimiento que
promueve en la opinión pública exige prontas respuestas a sus venenosos
ataques [2]. Me concentraré en tres temas.
Primero,
sería insólito o estúpido que los argentinos nos lamentásemos por la
derrota de un Gobierno que sumió en la pobreza al 40,8 % de la población
y ha dejado al otro 35 % apenas por encima de la línea de pobreza (LP),
cosa que normalmente se soslaya en muchas intervenciones periodísticas y
académicas. Como si el 60 % restante “no pobre” estuviera constituido
por sólidas clases medias o ricachones de abultada billetera. ¡No! Buena
parte de ese conglomerado lo conforman gentes que en cualquier momento
se hunden por debajo de la LP. Con cierto optimismo podríamos aventurar
que tal vez haya un 25 % que no son pobres ni están en riesgo de serlo.
Pero el resto está caminando sobre el filo de la navaja, apelando a
diario a mil estrategias para evitar hundirse por debajo de la LP. Un
dato adicional ilustra lo que decimos: 6 de cada 10 niños argentinos son
pobres. Incurriría en el mal gusto de la reiteración si volviera a
exponer aquí los archiconocidos datos sobre la crisis económica y la
emergencia nacional en que nos ha dejado el Gobierno de Macri: caída de
los salarios reales y los haberes jubilatorios, impresionante número de
pymes que cerraron sus puertas, derrumbe del PBI, tarifazos a destajo en
los servicios públicos, inflación descontrolada y un fenomenal
endeudamiento externo, vehículo para practicar una fuga de capitales sin
precedentes que constituye una marca a fuego del carácter corrupto del
Gobierno de Cambiemos. La tragedia es la que hemos sufrido estos últimos
cuatro años de gobierno de su amigo Mauricio, no la recién inaugurada
gestión de Alberto Fernández cuyo signo en el sentir popular es la
esperanza. En suma, ¡nada de lo que debamos lamentarnos!
¿Puede
un hombre como Vargas Llosa ignorar datos tan elementales como estos?
Imposible. Descartemos esa hipótesis. Sus críticas son expresión de la
fanática obcecación de un converso o, peor aún, de alguien a quien le
confirieron la misión de execrar todo lo que contraríe al paradigma
neoliberal, aunque para ello deba mentir y barrer la realidad debajo de
la alfombra.
Segundo, hay una afirmación que insulta la
inteligencia de sus lectores cuando sentencia que todos los problemas de
este país fueron “causados por el peronismo.” ¿Cómo desconocer que la
Argentina padeció desde 1930 sucesivos golpes de Estado, todos los
cuales tuvieron como signo distintivo la aplicación de los preceptos
económicos del liberalismo? La dictadura de los años 30 tuvo esas
características, como la de 1955 que abrió de par en par las puertas del
país al FMI; la de 1966, pomposamente llamada “Revolución Argentina”
promovió las ideas que el autor de Tiempos Recios abraza con
singular fervor. A las anteriores hay que sumar la genocida junta del
mal llamado “Proceso” que tomó por asalto el poder en 1976, dejó al país
económica y socialmente deshecho, desapareció a 30.000 personas, alejó
por décadas la posibilidad de recuperar las Islas Malvinas e hizo del
neoliberalismo y su consigna principal: “achicar el Estado es agrandar
la nación” el pilar de toda su política económica y social. Como si lo
anterior fuera poco un Gobierno peronista travestido, el de Carlos S.
Menem, se adhirió a esa nefasta doctrina con fervor. Una estudiosa del
tema comprueba que “en los 50 años transcurridos desde el ingreso de
nuestro país al organismo (el FMI) en 1956 hasta el pago total por
adelantado de la deuda pendiente desde la crisis de la convertibilidad
en 2006, la Argentina estuvo bajo acuerdo (con el FMI) durante 38 años” [3].
A estos hay que añadir los dos años más en los cuales la Directora
Gerente del FMI, Christine Lagarde, se convirtió en la verdadera
Ministra de Economía del Gobierno de Macri. Por eso nuestra decadencia
económica y social se explica muchísimo más -por no decir en su
totalidad- por esos cuarenta años de “cogobierno” entre la Casa Rosada y
el FMI que por los errores que, como cualquier otro Gobierno, pudo
haber cometido el peronismo en cualquiera de sus cambiantes concreciones
históricas, el alfonsinismo de inicios de la reconstrucción democrática
e inclusive la nefasta Alianza de finales del siglo pasado.
Tercero
y último: alguna lectora o algún lector podrían preguntar qué diantres
tiene que ver Joseph Goebbels en todo este asunto. Respuesta: mucho,
porque el autor de La tía Julia y el escribidor demuestra conocer
muy bien las tácticas comunicacionales del Ministro de Propaganda de
Hitler (y doctor en Letras por la Universidad de Heidelberg, ¡ojo con la
academia y los “hombres de letras”!). Una de las frases que resume el
pensamiento del jerarca nazi dice textualmente que “la propaganda debe
limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente,
presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre
convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí
viene también la famosa frase: ‘Si una mentira se repite lo suficiente,
acaba por convertirse en verdad’”. Eso es precisamente lo que hace
Vargas Llosa con la maestría que le otorga su dominio del lenguaje:
manejar unas pocas ideas y repetirlas hasta la saciedad “sin fisuras ni
dudas”. Como cuadra a todo fanático su discurso está herméticamente
sellado y los incómodos datos de la experiencia no hacen mella en la
gruesa coraza de su ideología.
Sus
mentiras se repiten incansablemente, como aconsejaba Goebbels. La
tenacidad militante de Vargas Llosa es admirable, lástima que esté al
servicio del mal. Gracias al inmenso poderío de los medios de
comunicación hegemónicos esas mentiras se convierten en verdades
indiscutibles, o en un “sentido común” difícil de desafiar. Hacerlo es
visto como un acto temerario, casi como un sacrilegio. Pese a ello su
ensayística es una artificiosa construcción que se derrumba como un
castillo de naipes ni bien se la contrasta con el análisis histórico o
la elocuencia de las estadísticas. Por algo en los últimos 40 años sólo
en contadísimas ocasiones se lo ha visto debatir sus ideas y casi
siempre con benévolos interlocutores cuidadosamente seleccionados.
Resumiendo: las afirmaciones contenidas en la entrevista que hemos
analizado son pura y simple propaganda, imbuidas de un odio y un
resentimiento que mucho dicen sobre la naturaleza de los tiempos que
corren en donde el hundimiento del neoliberalismo es un dato
absolutamente insoslayable que enfurece y ofusca la mente del escritor
peruano. Tendrá que acostumbrarse.
Notas:
[1] La nota se publicó en O Estado de Sao Paulo el 22 de diciembre y se reprodujo horas después en lengua castellana en Clarín. Disponible en http://www.clarin.com/ politica/mario-vargas-llosa- argentinos-van-lamentar- enormemente-derrota-mauricio- macri-_0_42-G4vHQ.html
[2] Una refutación completa de sus artificios propagandísticos se encuentra en mi El Hechicero de la Tribu (Madrid, Buenos Aires, México: AKAL, 2019)
[3] 1 Noemí BRENTA, Argentina atrapada. Historia de las relaciones con el FMI 1956-2006 (Buenos Aires, Ediciones Cooperativas, 2008)
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