Alternativa
Un relato personal entre dos ciudades. Primera parte: Quito
“Cada acto de rebelión expresa una nostalgia por la inocencia y un llamamiento a la esencia del ser”
-Albert Camus
Era
otra noche intrascendente en un bus de Quito. Gente de mirada
desorbitada por doquier, quizá por cansancio o quizá por ese aroma de
“compañerismo” que a todos nos asfixiaba en medio de tantas humanidades
juntas. Miré el celular, buscando alguna novedad o algún “meme” para
reír luego de otro día cansado que pasó entre dar y recibir clases de
economía. Llegó un mensaje: ¡ya se conocían las medidas económicas que
anunciaría el presidente ecuatoriano Lenín Moreno! Se anunciaba que no
se tocaba el Impuesto al Valor Agregado (IVA, un impuesto al consumo que
afecta por igual a ricos y pobres) pero vía decreto se iban a eliminar
los subsidios a los combustibles (gasolina extra y diésel, clave para el
transporte público y de productos). Luego de leer el anuncio, debí
guardar el celular pronto, pues ya le brillaban los ojos a aquel amigo
de gorra que se bajaba en San Roque. Pero quién diría que, luego del
anuncio hecho ese martes 1 de octubre de 2019, la historia cambiaría
para todos los que viajábamos en ese y en muchos otros buses...
A
la mañana siguiente, vendrían las reacciones públicas: los
transportistas armarían un paro indefinido en caso de que los subsidios
se eliminen, como terminó sucediendo desde las 0:00 horas del jueves 3
de octubre. Por su parte, varios colectivos y movimientos sociales de
las más diversas corrientes nos convocábamos para una gran movilización pacífica en
Quito a las 3 de la tarde de aquel jueves (así como en otras partes del
país). Pese a eso, aclaro que de mi parte suelo ir a esas actividades
solo o con muy pocos amigos cuando es posible... Pero cuando llegó ese
día, no serían ni los transportistas ni los movimientos sociales los
primeros protagonistas, sino los estudiantes universitarios, entre ellos
varios de mis alumnos y exalumnos (lo digo con una mezcla entre orgullo
y “sana” envidia), quienes arrancarían las jornadas de protesta a eso
de las 10 de la mañana.
Muchos fuimos sorprendidos por ese
arranque abrupto de los estudiantes, pues esperábamos grandes
movilizaciones a las 3pm. Pero bueno, “así son estos procesos” me decía a
mí mismo. Sin embargo, mientras planificaba algunos proyectos de
investigación y mis clases, empezaban a llegar al celular imágenes
peculiares e inesperadas: multitudes de estudiantes corrían sonrientes –
y algunos hasta tomados de las manos como si caminaran bajo un bello y
vomitivo arcoíris – desde el parque El Ejido, con rumbo a...
¿¡Carondelet!? Estuvieron cerca de llegar, o al menos eso les hicieron
creer las fuerzas policiales hasta que los emboscaron. En pocos minutos
se pasó de la alegría a la represión con estudiantes arrinconados
(algunos me escribían relatando cuán crítica era la situación) por
bombas y policías por doquier. Tocó acelerar la marcha.
Para
mediodía, uno ya se encontraba en La Alameda, recibiendo mensajes de
colegas que estaban totalmente exhaustos luego de esa primera lid. Y
para cuando llegó la gran movilización de las 3pm, el centro de Quito
estaba convertido en un campo de batalla que no se había visto desde las
movilizaciones más duras contra el correísmo. Un escenario parecido,
por ejemplo, fue aquel amable recibimiento con caballos y toletes que
nos dieron en unas protestas de diciembre de 2015 contra las enmiendas
constitucionales que buscaban perennizar a Rafael Correa en el poder (y
qué decir de todas aquellas personas que han debido soportar fuertes
procesos de represión en los territorios, sobre todo a causa de la
expansión extractivista). Incluso la situación se volvió más dura, pues
ese mismo día el presidente Moreno decretaría estado de excepción.
En
definitiva, se venía una rebelión popular, al menos esa sensación me
quedó luego de todas las bombas que tocó patear (la falta de práctica
hizo que al inicio no les atine) y el gas lacrimógeno que tocó tragar
aquel jueves 3 hasta la noche; gas que, por cierto, como que tenía sabor
a caducado, lo cual se notaba que afectaba en especial a quienes vivían
sus primeras movilizaciones fuertes (por ahí vi a algún pobre
desgraciado que le quisieron ayudar lanzándole agua que, creo, no tenía
nada de bicarbonato). El carácter popular – y bastante improvisado – de
la rebelión se podía sentir hasta cuando uno debía retornar a casa:
buscando algún camión o camioneta, tratando de sujetarte de donde sea y
emulando esas clásicas escenas de migrante indocumentado cruzando la
frontera.
Por cierto, antes de olvidarlo, cabe aclarar que la
protestas no solo se vivieron en Quito. Apenas como ejemplo, ese mismo
jueves 3 en Guayaquil se registraban desmanes, y en otros rincones del
país había importantes protestas populares. Mientras, los transportistas
que empezaron su paro nacional el jueves deponían la medida el viernes,
pidiendo de forma tibia al gobierno que revea su posición frente a los
subsidios. Serían los estudiantes y otros sectores sociales los que
sostendrían las movilizaciones, a las que se sumaron la Confederación de
Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) y el Frente Unitario de
Trabajadores (FUT) con todas sus potencialidades y limitaciones. Por su
parte, para el fin de semana del 5 y 6 de octubre, las palabras de
Moreno subían de tono contra los manifestantes: “¡se acabó la
zanganería!” decía el presidente. Es decir, quienes protestábamos en las
calles, éramos unos zánganos a criterio del “ilustre” mandatario
(aunque, bueno, uno como economista y seudo-escritor a veces sí se
siente “zángano”, pero no pelagato).
Sin duda las palabras
de Moreno al parecer no querían entender, o no le interesaban entender,
que muchos sectores no solo protestábamos contra la eliminación de
subsidios a los combustibles. Esa medida era la gota que derramó el vaso
que se fue llenando con toda la arremetida neoliberal protagonizada por
el gobierno, que continuaba con la herencia de los últimos años del
correísmo y que llegó a su punto más alto con la firma de una nueva
Carta de Intención con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en marzo
de 2019 (y múltiples medidas que se analizan en un artículo disponible
en este enlace: http://bit.ly/2thIn7k). Incluso,
siendo más amplios, la protesta también iba en contra de casi cinco años
de estancamiento económico (el ingreso por ecuatoriano se ha mantenido
estancado en menos de 6.350 dólares anuales desde 2014), empleo
deteriorado (desde 2016 en promedio menos del 40% de la población
trabajadora tiene empleo adecuado), ingresos paupérrimos (para 2018 la
mitad de la población trabajadora ganaba un ingreso laboral menor al
salario básico de 386 dólares mensuales), flexibilización laboral,
despidos y quiebra de un sinfín de pequeñas empresas. Pero en vez de
detenerse a reflexionar sobre todos esos y muchos otros factores, el
gobierno prefirió continuar con una dura represión a la rebelión
popular.
Para el lunes 7 de octubre, llegaba la novedad de que el
presidente había trasladado la cede de gobierno a Guayaquil y, en una
cadena nacional que intentó intimidar pero que terminó volviéndose
motivo de “meme” – pues dejaron al presidente en vivo ante cámaras con
un teleprónter sin texto – se anunciaba que se mantenía la eliminación
de los subsidios. También se anunció un toque de queda de 20:00 a 05:00
todos los días y, en redes sociales, se volvían virales las imágenes de
tanquetas militares llegando al palacio de Carondelet.
Pero sin
duda la rebelión popular saltaría a un nuevo nivel con la llegada de los
“refuerzos”, que después pasarían a ser los nuevos protagonistas de la
movilización: los miembros del movimiento indígena en sus diferentes
versiones y colores. De hecho, se me viene a la memoria una escena
memorable. Luego de toda una jornada de protesta (creo que fue el mismo
lunes, disculpen la poca memoria), cuando muchos mestizos-runas
regresábamos del centro al sur de Quito, detuvieron por unos minutos
nuestro retorno una serie de vehículos, camionetas y camiones, repletos
de compañeros indígenas. Y los mestizos-runas nos detuvimos, y
aplaudíamos y vitoreábamos. Y desde esos camiones, sonaban gritos de
solidaridad y apoyo (y alguno que otro que decía, jocosamente, que iba a
hacer lo que nosotros – inútiles – no podíamos lograr). Al fin los
mestizos-runas reconocíamos a nuestros hermanos indígenas, los veíamos y
nos sentíamos compañeros de una misma causa. Sin racismo, sin elitismos
de ningún tipo. En verdad, fue bellísimo, como ver llegar a un ejército
aliado justo cuando uno empieza a sentirse derrotado.
Desde ese
momento, la rebelión popular tomaría nuevos aires. Tanto el parque de El
Arbolito como la Casa de la Cultura recibirían – como en históricas
jornadas de épocas pasadas – a los miembros del movimiento indígena.
Muchos llegaban coordinados por organizaciones grandes, pero otros
simplemente habían decidido tomar un vehículo y emprender camino a la
capital. Y así se juntaron las fuerzas para las grandes movilizaciones
populares protagonizadas por la CONAIE – y el FUT – el miércoles 9 de
octubre en Quito. Mientras, en Guayaquil, también se vivieron
movilizaciones, aunque resaltaron aquellas dirigidas por múltiples
sectores de derecha que empezaban a deponer sus diferencias para tratar
de defender no solo al gobierno sino, según sus palabras, para defender
la “República” (como sugeriría cierto banquero Guillermo Lasso que sigue
desperdiciando dinero con sus aspiraciones presidencialistas). En esas
movilizaciones por defender el statu quo – pues no se me ocurre otro
justificativo – no faltarían las expresiones de desprecio al indigenado,
como aquellas palabras del “presidenciable” líder socialcristiano Jaime
Nebot (de oscuro pasado) quien recomendó a los miembros del movimiento
indígena a que “regresen a su páramo”.
Pero si desde las élites
se destilaba desprecio, desde abajo se generaron cada vez mayores
expresiones de apoyo y quizá hasta los gérmenes de una auténtica
“solidaridad de clases populares”. Algunos intentábamos apoyar de algún
modo sea con la entrega de víveres o recursos para los compañeros que
llegaban a Quito, mientras que otras personas incluso decidieron acudir
de voluntarios para organizar puntos de paz y de acogida a la población
indígena, sobre todo en la Universidad Central, la Universidad Católica y
la Politécnica Salesiana (por cierto, en estas dos últimas las fuerzas
policiales lanzaron gases lacrimógenos en un condenable uso excesivo de
fuerza en zonas de paz). Las redes sociales, por su parte, se llenaban
minuto a minuto de noticias reales, noticias falsas y, quizá lo más
importante, se volvían instrumentos útiles para la coordinación.
Asimismo, en términos más políticos, algunos nos reuníamos varias veces,
discutíamos y pensábamos en qué se podía hacer para apoyar a la
movilización y cómo aportar con ideas para que de la lucha popular se
obtengan buenos resultados (por ahí recuerdo, a modo de anécdota, que
hasta redacté una suerte de “decreto paralelo” que se iba a presentar
como propuesta a un grupo de asambleístas, pero sinceramente no conozco
en qué terminó esa propuesta).
Entre la rebelión popular cada vez
más organizada, las amplias movilizaciones protagonizadas en especial
por la CONAIE, y el uso desmedido de fuerza policial, empezarían a
emerger las tragedias. Para el jueves 10 de octubre se conoció del
fallecimiento de al menos cuatro personas a causa de la represión de
días anteriores. Entre los fallecidos se incluía un dirigente de la
CONAIE en la provincia de Cotopaxi. Esas noticias se recibieron en el
ágora de la Casa de la Cultura con muy profundo pesar y tensión pues,
dentro del ágora, se encontraban diez policías a los cuales no se dejaba
salir hasta que se dé la entrega de los cuerpos de los compañeros
caídos. Si bien ese jueves no hubo grandes enfrentamientos con las
fuerzas policiales y militares (estas últimas ya empezaban a intervenir,
aunque de forma mucho más cauta), el aire de la Casa de la Cultura se
sentía cargado de pesadumbre y tragedia. A muchos nos llegaban los
rumores de que se organizaba un operativo para sacar a los policías a la
fuerza (aprovechando incluso las mismas redes sociales en una suerte de
“guerra psicológica”). Varios compañeros y compañeras se descomponían
bajo el miedo de que se viviera una masacre al interior del ágora,
mientras otros tratábamos de brindarles apoyo.
Al final no hubo
ningún operativo (o al menos no se ejecutó si es que en verdad llegó a
existir), pero sin duda se vivieron momentos dignos de una novela de
García Márquez o quizá de Rulfo. Mientras en la Casa de la Cultura
merodeaba el miedo, apenas a unas cuadras, en la Asamblea Nacional,
policías y militares recibían refuerzos y recargaban sus provisiones de
gas lacrimógeno y quién sabe qué otra artillería. De hecho, eso lo
verifiqué pues salí de la concentración indígena y caminé junto con una
compañera justo hacia la Asamblea, actuando como si fuéramos un par de
turistas perdidos. Por suerte no soy famoso – ni me interesa serlo –
pues, de lo contrario, seguro me hubieran detenido por caminar por donde
no debo (aunque, para ser sincero, más recelo tuve una vez que me metí a
la mitad de una manifestación a favor del partido de gobierno en
tiempos correístas, y pasé sentado escuchando a mis enemistades
políticas con los puños apretados y las piernas listas por si alguien me
reconocía). Luego, cuando el movimiento indígena recibió el féretro con
el cuerpo del dirigente de Cotopaxi que falleció, se pasó del miedo y
la tensión a un ambiente de tristeza con rituales y cánticos propios de
un funeral. Incluso se ofreció una misa que mezclaba la petición por el
bienestar del alma caída y la exigencia al gobierno de que escuche el
reclamo de su pueblo; misa que me llamó mucho la atención por el momento
que se vivía, pese a que soy ateo. Luego se obligaría a los policías
retenidos a cargar el féretro antes de ser liberados. Sin duda, un
evento mezclado de pesar, solemnidad y hasta justicia poética... ah, y
también ese día a un periodista del establishment le dieron una pedrada.
A
raíz de todos esos eventos, y del conocimiento de las personas
fallecidas a través de redes sociales - pues al menos los grandes medios
televisivos preferían difundir caricaturas antes que presentar a
detalle lo que sucedía en las calles (o en sus propias instalaciones que
en algunos casos fueron hasta levemente incendiadas) – las protestas y
la represión se volvieron más intensas. Para el viernes 11 de octubre,
por ejemplo, las fuerzas represivas policiales y militares tendieron una
emboscada a los manifestantes por medio de una falsa “tregua” a las
afueras de la Asamblea Nacional. Para la tarde y noche, la situación era
tan dura, que los manifestantes se fueron coordinando para preparar
barricadas de defensa sacando adoquines de las calles. El sábado 12,
gran parte de las calles de Quito amanecieron cerradas y ni siquiera
había mercados. Aquel día también se vivió una potente marcha de mujeres
con la cual se recordaba al poder que la protesta social era promovida
desde varios frentes y con múltiples propósitos. En una torpe respuesta a
los eventos de todos los días anteriores, el presidente Moreno decretó
el toque de queda y la militarización de Quito, lo cual no detuvo la
lucha desde las barricadas (construidas con adoquines y piedras traídos
por centenares de personas que formaban cadenas humanas de apoyo), y en
la noche de aquel sábado, buena parte de ls habitantes de la ciudad nos
unimos en un gran cacerolazo en contra del toque de queda y en contra
del gobierno y sus medidas, aunque los grandes medios lo presentaban
como un “cacerolazo por la paz” (si no era por los grandes medios, ni me
enteraba que quienes interveníamos en los cacerolazos pedíamos “paz”).
Con
todo esto se llegó al domingo 13 de octubre, quizá el día más peculiar
de todos (si tienen música a la mano, quizá gusten leer esta parte
escuchando White Room de Cream, seguro más de uno me
entiende). Las calles de Quito estaban cerradas con todo tipo de
obstáculos, había manifestantes en diferentes puntos, basureros
incendiados por doquier, negocios con puertas cerradas, grupos de
manifestantes con banderas, garrotes y hasta antorchas caseras, a ratos
pasaban policías, helicópteros, el suministro de agua empezó a fallar,
en fin... De vez en cuando pasaban camiones con gente, que llevaban a la
mano lo que podían, y con rumbo al epicentro de las protestas, pero
iban tan llenos que más era el miedo a que esa gente se caiga que a
cualquier otra cosa. En ese ambiente, uno que vive en el sur de la
ciudad simplemente se quedó “atrapado” sin posibilidad de ir al centro
de las manifestaciones. Incluso, en medio de ese ambiente, desde unas
rejas una señora tensa, de mirada penetrante y muy atenta, resguardada
por alguien que cargaba un bate de beisbol, preguntaba: ¿quiere pan?
Quito
perdía la “normalidad” y en el aire se sentía que la rebelión se volvía
la nueva norma. Mientras, de lo que difundían las redes sociales, se
veía que la lucha en las barricadas continuaba más aguerrida que nunca
(y uno estaba comprando pan...).
Antes de que la rebelión tomara
un rumbo ¿más potente? el gobierno y la CONAIE decidieron empezar un
proceso de diálogo, inicialmente televisado, y que después terminaría
por romperse. De hecho, llamó la atención como los grandes medios, que
habían dado poca cobertura a los eventos en las calles, presentaron el
proceso de diálogo casi como si se tratara de todo un evento deportivo
(incluso con un entretiempo que debía durar 15 minutos y terminó durando
creo que dos horas). Al final, como resultado de ese proceso se decidió
la derogatoria del decreto 883 (es decir, el decreto que eliminaba los
subsidios a los combustibles). El manejo mediático que se dio al diálogo
fue tal que, ni bien se conoció de la derogatoria del decreto, emergió
un sentimiento de victoria en buena parte de quienes se mantenían en la
mitad de las protestas populares. Muchos compañeros, exhaustos,
emprendían su camino de regreso a casa. Como por arte de magia, la
rebelión había terminado y Quito volvió a una “normalidad” que a muchos
nos dejó un muy mal sabor de boca: si bien se logró detener la
eliminación de los subsidios a los combustibles, el costo había sido
demasiado alto – once personas fallecidas según la Defensoría del Pueblo
– y la agenda neoliberal del morenismo seguía en marcha desde otros
frentes.
Aunque la rebelión terminó abruptamente, la lucha
continuó con un movimiento indígena liderado por la CONAIE que intentó
evitar que todo se reduzca a la eliminación de los subsidios a los
combustibles. Como parte de ese esfuerzo, se dieron múltiples reuniones,
se organizaron espacios de reflexión, y al final en la sede de la
CONAIE se convocó al Parlamente de los Pueblos y Organizaciones Sociales
del Ecuador para que, desde ahí, se arme y proponga un plan económico
alternativo a la agenda neoliberal impulsada tanto desde el FMI como
desde diferentes grupos de poder locales. Es decir, además de la CONAIE,
participamos colectivamente múltiples sectores de la sociedad (con
algunos que ya veníamos previamente asesorando al movimiento indígena en
lo que podíamos), y todos terminamos reunidos en el mencionado
Parlamento de los Pueblos elaborando una propuesta económica (disponible
en este enlace: http://bit.ly/2NxO3jO). Si bien
esa propuesta posee algunas limitaciones (tanto por la premura de los
tiempos como por las múltiples y diversas posiciones ahí presentes), es
quizá un primer intento de posicionar desde sectores populares una
alternativa económica enfocada a que sean los grupos económicos y
quienes más tienen los que empiecen a pagar los costos de la crisis y el
estancamiento económico que vive el país. Y en especial, el último
punto de ese plan propone algo que personalmente me agrada destacar
siempre y con lo cual concuerdo mucho (hay una razón muy concreta, pero
mejor eso lo dejo a la imaginación):
“Ratificando el derecho
de los pueblos a la participación democrática, proponemos crear una
institución pública – independiente del Ejecutivo – de planificación y
política económica democrática, compuesta por representantes
técnico-políticos del Estado, universidades, movimientos sociales,
sindicatos, movimiento indígena y demás sectores populares. Esa
institución deberá elaborar – en un plazo máximo de 6 meses – un plan
económico integral con objetivos y políticas coyunturales y
estructurales que atiendan múltiples dimensiones (fiscal y tributaria,
monetaria, productiva y extractiva, laboral y de seguridad social,
comerciales, distributivas, y demás). El Estado deberá entregar a esta
institución toda la información necesaria para elaborar el mencionado
plan, a la vez que deberá existir un espacio en donde la población en
general pueda plantear sus propias propuestas. El objetivo de esta
entidad es, a corto plazo, superar el estancamiento económico y, a largo
plazo, encontrar alternativas para superar la actual modalidad de
acumulación primaria-exportadora extractivista, periférica y
dependiente” (pp.18-9)
Este punto es vital, pues propone la
necesidad de que exista un espacio de discusión y planificación de
alternativas económicas mucho más profundo, técnico, político y
democrático. Un espacio que, a corto plazo, se enfoque en pensar
alternativas al estancamiento económico que vive el Ecuador desde 2015.
Y, a mediano y largo plazo, busque alternativas a la modalidad de
acumulación capitalista extractivista, periférica y dependiente a la que
el país se encuentra sometido. Pero, sobre todo, un espacio de carácter
popular (sin ningún iluminado ni sabelotodo), en donde cualquier
persona que lo desee presente sus propuestas para enfrentar los
problemas de nuestra sociedad.
Como era de esperar, el gobierno
de Moreno no hizo caso a esta y las demás propuestas económicas del
Parlamente de los Pueblos. Pero al menos, se dejó un documento de base
que puede ser de utilidad para cuando surjan nuevas rebeliones
populares. Que, estoy seguro, volverán.
Y así, luego de un
trajinar complejo, a ratos agotador, aprendí que la “solidaridad de
clases populares” no solo que es posible, es urgente si queremos
enfrentar los duros tiempos que se vienen. También aprendí que es vital
pensar rápido y saber escribir “cómo salvar al país en once pasos
escritos en una carilla de papel” (dicho en términos más sofisticados,
en economía y en política es vital saber construir narrativas). Pero
pese a todo ese aprendizaje, había que volver a la “normalidad”. Volví a
recorrer Quito en esos buses plagados de gente “amistosa”, extrañando
regresar en camión o camioneta luego de una jornada de protesta
(prefiero el aroma del gas lacrimógeno – así esté caducado – al de un
bus lleno de gente, siendo sincero). Volví a dar y recibir clases,
escribir investigaciones, y de vez en cuando mantener alguna reunión
política o de otro tipo, siempre extrañando esa hermandad en medio de la
rebelión. La “normalidad” ya no es lo mismo luego de, como diría
Dostoievski en “el sueño de un hombre ridículo”, ver la “realidad”, ver
que sí es posible sentirnos como hermanos, mestizos-runas, indígenas,
afros, montubios, todas y todos en definitiva luchando por un mismo fin.
Pero bueno, aún había otra lucha en el horizonte. A pocas
semanas de concluida la rebelión de octubre en Quito y el proceso del
Parlamento de los Pueblos, llegó un correo que esperaba desde hace
tiempo: había sido aceptado un trabajo que escribí junto con otro amigo
sobre estructuras centro-periferia, dependencia y redes de comercio
internacional tomando como punto de base el debate Cardoso-Marini (por
si gustan, se encuentra en este enlace: http://bit.ly/2tqAVGL)
y, pese a las complicaciones logísticas, a un ambiente de protesta
social duro, a una represión a ratos severa, y con noticias de
desapariciones y demás casos graves sonando en las redes y en los
medios, me esperaban gustosos para presentar esa investigación... en
Santiago de Chile, la ciudad protagonista de la segunda parte de este
relato personal entre tiempos de calle y rebelión.
John Cajas-Guijarro, economista ecuatoriano.
Nota: Este texto es un relato
escrito desde una perspectiva muy personal. No es ni un análisis
riguroso ni mucho menos. Es más bien una invitación a que otras personas
también cuenten sus propios y valiosos relatos sobre los eventos que se
describen a continuación, mucho mejor si son relatos vividos “desde
abajo”.
Este texto fue publicado originalmente en el portal Alterativa.com: https://www.alterativa.com/ cronica-un-participante-de-la- rebelion-de-octubre/
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