Robert Fisk
▲ Las antiguas ruinas de Persépolis, donde los líderes occidentales y la
realeza británica viajaron alguna vez para celebrar con el sah los 2
mil 500 años del imperio persa.Foto Francesco Bandarin/Página de Internet de la Unesco
Hay algo profundamente
ritual, además de ultrajante, sobre nuestra cobertura en torno a la
comedia del absurdo de Medio Oriente. El presidente de Estados Unidos
lanza otro tuit al mundo y –sin importar qué tan infantil o clínicamente
enfermo sea su contenido– lo tratamos como un pronunciamiento político
serio. Luego, millones marchan por las calles del mundo árabe al grito
de
muerte a Estados Unidosy
muerte a Israel, y reportamos estas consignas –que he escuchado en Medio Oriente por décadas– y que son en realidad producto de un debate político serio. Sus consignas son comprensibles, pero no dan ninguna indicación de cuál será la reacción futura de Irán al asesinato de Qasem Soleimani.
Entonces, los canales internacionales disfrazan toda esta verborrea de
periodismo de crisis–siendo escrupulosamente justos con ambas partes mendaces– y abren un viejo manual de vocabulario periodístico: escalada, represalia, repercusiones, venganza, odio; la crisis más grave desde la última crisis más grave, sea cual sea.
Esto es territorio conocido y me recuerda los primeros días de la
guerra en Irlanda del Norte, cuando jugábamos los mismos absurdos e
infantiles juegos de palabras.
En uno de sus exasperados poemas de principios de los 70, Seamus
Heaney, el futuro premio Nobel y ahora, lamentabemente, el difunto
Seamus, expresó una furia casi idéntica. Escribió sobre los periodistas
de Belfast “que probaron su pulso: ‘escalación’/ ‘repercusión’/ y
‘medidas enérgicas’…/ ‘Polarización’ y ‘odio arraigado’…”
El poema de Heany titulado
Lo que sea que usted diga no dice nada, es muy aplicable. Entre más términos periodísticos pronunciamos, más banales nos volvemos. Y cuanto más banal se vuelve, menos entendemos. O, más precisamente: menos se supone que debemos entender.
Porque nosotros constatamos que estas palabras
que llevamos en el pulsoconspiran con los conflictos sobre los que escribimos. Somos componentes esenciales del falso drama. El asesinado Soleimani es un
ícono barbado, un
oponente empedernidode Estados Unidos; cosa muy peligrosa ahora que Trump ha ejecutado
un salto dramático en la escala del recrudecimiento. Y así seguimos, y seguimos. Y seguimos.
Ciertamente, esta jerga de la crisis es muy adictiva. Comencemos con
la sugerencia trumpista de que podría haber futuros objetivos para el
ejército estadunidense
importantes para la cultura iraní. La manada en Washington de inmediato señaló que usar como blancos sitios culturales constituye un crimen de guerra, al menos según las convenciones firmadas en Ginebra y La Haya, sin mencionar la resolución de 2017 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que condena la destrucción de sitios culturales.
Los iraníes dijeron tonterías sobre Genghis Khan (que es exagerar un
poco) y Hitler, que tiene mucho más qué ver, pese a que los clérigos
chiítas no son normalmente expertos en jurisprudencia de la Segunda
Guerra Mundial.
Y luego todo fue analizar lo que Trump dijo o quiso decir. Desde luego estaba muy claro. Proponía un culturicidio”.
Ésta era una palabra que usábamos en Bosnia cuando los croatas o los
serbios o los bosnios deliberadamente hacían estallar los puentes
otomanos, mezquitas antiguas e iglesias y cavaban las tumbas de antiguos
cementerios para vengarse unos de otros.
El culturicidio es lo que viene en segundo lugar después del
genocidio. No se asesina masivamente a una raza de personas; se
destruye el legado pasado y futuro de una raza de personas de manera que
las generaciones por venir no puedan experimentar o disfrutar la prueba
histórica de su propia existencia. Cuando el genocidio no funciona
(como ocurre a veces) esta es la opción que sí se logra.
Los nazis eran expertos en culturicidio. ¿Qué otra cosa fue
quemar 267 sinagogas durante la Noche de los Cristales? ¿O la
destrucción de 427 museos rusos en Smolensk, Poltava, Estalingrado,
Novogorod y Leningrado por parte de la SS alemana en 1941? ¿O prender
fuego al almacén temporal del Louvre en el castillo de Valencay en 1944,
por parte de la segunda División Panzer de la SS del Reich? ¿O lo que
pasó, unos meses después, cuando Hitler mandó destruir lo que quedaba de
Varsovia, y hacer que el comando Spreng volara en pedazos el Castillo
Real polaco y derribara la iglesia en la que alguna vez estuvo sepultado
el corazón de Chopin?
Es esencial recordar estos actos de barbarie si queremos comprender
lo que propuso Trump. No porque esté cuerdo –está completamente loco–,
sino porque muchos de los que ordenaron un culturicidio han
estado tan dementes como el presidente estadunidense. Goering dijo al
presidente checo Hacha que destruiría Praga si el anciano no aceptaba la
ocupación nazi, pues Hitler estaba impaciente. Hacha se dio cuenta de
que lo nazis no estaban jugando y entendió el mensaje.
Pero este culturicidio –el atacar lugares
importantes para la cultura, según las palabras inmortales de Trump– no es algo que se pueda englobar limpiamente en unos cuantos años. En 1914 el ejército alemán que invadió Bélgica incendió deliberadamente la gran biblioteca de la universidad Lovaina (Leuven), destruyendo 300 mil libros, muchos de ellos manuscritos medievales. Tampoco olvidemos la quema de bibliotecas armenias, iglesias cristianas y antigüedades romanas –piensen en Palmira, que fue obra de Isis.
Tampoco debemos hacer de lado el recuerdo del mariscal de las fuerzas
armadas reales, Sir Arthur Garris, quien subió al tejado del ministerio
aéreo de Londres la noche del 29 de diciembre de 1940 para mirar los
incendios que provocó el bombardeo nazi y el cielo sobre la capital. En
sólo seis semanas la fuerza aérea alemana destruyó el centro de Coventry
y su catedral medieval.
En su autobiografía, Harris describe cómo, al dar la espalda a los
incendios, le dijo a su jefe, el comandante aéreo (y capitán de
bombarderos) Sir Charles Portal:
Bueno, están arando en el viento. Sobre los alemanes que bombardeaban Londres, Harris citó Hosea 8:7 errónemente, pues la frase real es
cosechar un remolino. Lo que vino después, desde luego, fueron tormentas de fuego sobre Hamburgo y Dresde, cuando Harris encabezó a los bombarderos.
De nada sirve decir que Dresde no fue un ataque de venganza. Se logró
cerrar vías ferroviarias y la industria gracias al avance de las
fuerzas rusas. Pero se eligió a Dresde y a Hamburgo porque las bombas
incendiarias destruían fácilmente casas medievales aún habitadas por
civiles, pues eran de madera. Fueron tan efectivas que los incendios en
Dresde, que recibió el impacto de 650 mil bombas incendarias,
destruyeron la gran iglesia de Nuestra Señora, del siglo XVIII. Y
liquidó al pueblo de Dresde.
Qué raro que no se dijo nada de la Noche de los Cristales, de
Poltava, Novogorod, Leningrado, Lovaina, del castillo de Valencay y del
pobre y viejo presidente Hacha después del tuit de Trump. Unos cuantos
pulsos sobre Isis y Dresde fueron toda la memoria histórica que se
manifestó.
Pero olvidamos otro elemento notable: la espuria exigencia de
venganza. Los nazis alegaron que la Noche de los Cristales de 1938 fue
una represalia por el asesinato de un diplomático alemán a manos de un
judío en Berlín. Los museos rusos fueron destruidos porque las fuerzas
soviéticas seguían resistiéndose a la Wehrmacht. El castillo del Louvre
fue atacado porque la SS culpó a los franceses de ayudar a los aliados
en el desembarco en Normandía. Los alemanes destruyeron el centro de
Varsovia por órdenes de Hitler porque sus habitantes se atrevieron a
alzarse contra la ocupación. Praga fue amenazada porque la tardanza de
Hacha exasperó al führer. Los alemanes quemaron Lovaina después de que
sus tropas fueron atacadas por francotiradores belgas. Hamburgo y Dresde
vinieron después de la primera destrucción nazi de Varsovia en 1939 y
luego Coventry en 1940.
El Isis pulverizó iglesias y antigüedades porque ofendían las interpretaciones literales del islam.
El intento ridículo de Trump de perpetrar culturicidio –si
bien pudo haber sido mucho más serio– fue hecho para advertir de una
represalia estadunidense que pudo ser respuesta a una represalia iraní,
que aún no se ha materializado, por el asesinato de Soleimani. Dicho
asesinato, a su vez, fue la venganza de Estados Unidos por los soldados
estadunidenses muertos en Irak que fueron ahí para vengar el inexistente
papel del presidente iraquí Saddam Hussein en el 9/11.
Y ahora, según periodistas que deberían dar las noticias como si fueran un show de comedia, dicen que el asesinato de Soleimani fue, según el vicepresidente Mike Pence, una represalia por su ayuda
en el traslado clandestino de entre 10 y 12 terroristas que perpetraron los ataques del 11 de septiembre. Sin embargo, se trató de 19 asesinos de los cuales se comprobó que 15 eran sauditas a quienes les hubiera encantado ver muerto a Soleimani.
Eso es a lo que yo llamo una mentira obvia y enorme. Casi tan tan
descarada como George W. Bush diciendo hace 19 años que Saddam estuvo
involucrado en el 9/11 ¿se acuerdan? y que por lo tanto tenía que
invadir Irak. Esto, en la escala del uno al 10 es exactamente igual a
Hitler alegando que la invasión de 1939 a Polonia era su obligación
porque Polonia intentaba invadir Alemania. ¡Esto es exactamente lo que
Hitler dijo!
Estas son señales, desde luego, de que algunos de los militares
estadunidenses de más alto rango están un poquito espantados de que su
comandante en jefe los lleve por el camino de injustificables crímenes
de guerra. El Pentágono se está mostrando algo distante de la Casa
Blanca en este tema. Esto me lo contó personal árabe militar que habla
regularmente con el ejército estadunidense en el golfo, cuyos
representantes son dos funcionarios estadunidenses de alto nivel
radicados en la región.
Es un problema simple. Los Trumps del mundo vienen y se van
–aun cuando tengamos que aguantarlos otros cuatro años como sucederá con
el verdadero Trump– pero los tenientes coroneles se vuelven generales
que aún estarán esperando un retiro honorable cuando un abogado
internacional toque a su puerta dentro de 10 años.
No cuenten con sus soldados, ni con sus servicios de inteligencia. Me
dicen fuentes muy confiables que los estadunidenses trataron de matar
con un dron a Solemani en Siria hace unos 18 meses y fallaron.¿Qué
hubiera pasado si lo hubiesen asesinado entonces? No hubiéramos podido
decir que el asesinato se debió a las próximas elecciones estadunidenses
o a que Trump enfrenta un proceso de impeachment. Pero
esperen, ¿no habría coincidido el asesinato, entonces, con la
investigación de Mueller de los contactos entre Trump y los rusos
durante las elecciones de 2016?
Sólo dos detalles más antes de que dejemos este tema sórdido y
empapado de mentiras. Uno es que fue Qasem Soleimani quien acordó con el
Hezbolá libanés que el grupo intentaría poner fin a las protestas
laicas en el centro de Beirut antes de Navidad en las que chiítas,
sunitas y cristianos exigían un gobierno no religioso. Vi a jóvenes del
Hezbolá, a quienes muchos consideran héroes de las guerras antisraelíes
del sur de Líbano, golpeando y maltratando a los inocentes
manifestantes. No son más defensores de Líbano.
En Irak, los hombres armados de Soleimani, iraquíes que formaban
parte de la gran milicia chiíta iraní del país, reprimían otra
manifestación justa que exigía poner fin a un gobierno de corrupción.
Dispararon contra cientos de sus propios correligionarios en Bagdad y en
la ciudad más sagrada de Irak. Incluso el poderoso ayatola Sistani
objetó la interferencia de Irán. Este no fue el momento más honorable de
Soleimani. Y así, los estadunidenses lo mataron justo cuando su campaña
para promover el poderío iraní estaba fracasando. ¿Fue esto simplemente
estupidez o hay algo que no sabemos?
De cualquier forma, he aquí un breve cuestionario: Todos nos hemos
sumado al asustadizo debate de cuándo responderá Irán, pero no hemos
decidido cuál
sitio cultural. Los trumpistas atacarán Irán para vengarse por ___? Ustedes pueden responder a la pregunta escribiendo en la línea la afrenta que les plazca.
Como posibles objetivos están, por ejemplo, las antiguas ruinas de
Persépolis, desde luego, donde los líderes occidentales y la realeza
británica viajaron alguna vez para celebrar con el sah los 2 mil 500
años del imperio persa. Nixon, Pompidou, el duque de Edimburgo, la
princesa Ana. Toda la crema y nata. Entonces supongo que debo incluir
las grandes mezquitas de Isfajan y Mashad.
Pero tengo una sospecha sobre el tipo de sitio cultural que el
presidente loco de Estados Unidos tiene en mente. Está en el mismo
centro de Teherán. Tiene paredes de concreto, es feo , está repleto de
eslóganes anacrónicos y fue abandonado hace mucho por sus ocupantes
originales. Los iraníes lo llaman
la guarida del espionaje.
Se trata de la embajada de Estados Unidos en Teherán donde fueron
tomados en rehenes 52 estadunidenses en noviembre de 1979. Durante mucho
tiempo el inmueble ha sido un símbolo de humillación para Estados
Unidos. Es el complejo cuya captura por parte de los así llamados
estudiantes del ayatola Jomeini comenzaron toda la catástrofe
estadunidense-iraní; o como diría Seamus Heaney,
el odio arraigado. El edificio juega un papel activamente pernicioso que está en el centro de las vidas políticas iraní y estadunidense. Es, potencialmente, el edificio cultural más importante de toda la capital.
¿No sería esto muy atractivo para Trump? Presidente loco de Estados
Unidos ordena que dron sin piloto haga estallar embajada estadunidense
vacía.
Eso sí sería de importancia cultural.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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