Ángel Guerra Cabrera
La 74 Asamblea General de la
ONU (AGONU) ha mostrado, dicho de forma esquemática, dos grupos de
países. Ambos, con disimilitudes entre sus integrantes, pero con
intereses comunes cada uno, forman el mundo actual. De un lado, Estados
Unidos, autoritario, intervencionista, transgresor serial del derecho
internacional, con aliados y socios que cada día confían menos en él, y
resistido a aceptar la nueva recomposición geopolítica multipolar. Ya no
es el polo hegemónico único. Lo fue después del derrumbe de la Unión
Soviética, pues antes existía una bipolaridad basada en el poderío
militar, económico y la paridad nuclear entre ambos contendientes de la guerra fría.
Pero el aparato de dominación cultural, con centro en Hollywood; el
financiero, en Wall Stret y la City de Londres, y el establecimiento en
Bretton Woods (1944) del dólar como moneda de reserva internacional, le
conferían un fuerte plus a Washington que nunca tuvo Moscú. Esto le
facilitaba imponer su voluntad, esquemas culturales, formas de gobierno y
prejuicios a muchas otras naciones, especialmente las del tercer mundo,
para extraerles sus riquezas naturales, recursos humanos calificados y
el fruto de su trabajo.
¿Quienes se alinean hoy junto a Estados Unidos? En primer lugar,
Israel y Arabia Saudita; más concretamente con Trump en la Casa Blanca,
el tambaleante y corrupto Benjamin Netanyahu y el descuartizador
príncipe heredero Mohamed bin Salmán. Se suma la Unión Europea, entre
cuyos gobiernos existen diferencias que no permiten hablar de una
política exterior común. En varios temas muestran gran incapacidad para
resistirse a los designios de Washington, debilidad aumentada durante el
mandato de Trump, no sin algunas resistencias ostensibles. Ocupan
también lugar prominente en este grupo los obsecuentes gobiernos
neoliberales de América Latina y el Caribe, en particular, el
neofascista de Bolsonaro, el semipinochetista de Piñera, el decadente
macrismo en Argentina, el guerrerista y antivenezolano dúo Uribe-Duque y
el heredero en Honduras del golpe de Estado de 2009 contra el
presidente Zelaya. Países donde es vibrante el repudio de los pueblos a
sus élites gobernantes. Fuera de estos países, aunque haya gobiernos
como los de Corea del Sur y Japón en Asia, subordinados a Estados
Unidos, es notable su resistencia a seguir ciegamente los dictados
imperiales. Los discursos de los representantes de este grupo en la
AGONU muestran esta ambivalencia.
Volviendo a la renuencia de Estados Unidos y sus socios a aceptar la
realidad geopolítica actual, esta fue definida con suma exactitud en su
intervención por el canciller ruso Serguei Lavrov:
Los países occidentales tratan de impedir el desarrollo de un mundo policéntrico, con una “interpretación limitada del liberalismo. En pocas palabras: ‘Nosotros somos los liberales y podemos hacer cualquier cosa’”.
Según Lavrov, el propósito de esta actitud de Occidente “es obvio:
revisar las normas del derecho internacional, que ya no le interesan a
Occidente, y sustituirlas por reglas ajustadas a sus propios esquemas…
proclamar a Occidente, y únicamente a Occidente, como fuente
indiscutible de la legitimidad".
Podría decirse, de forma esquemática, que los dos grupos que se
observan en la palestra mundial están diametralmente enfrentados entre
los
occidentales, muy bien caracterizados por el jefe de la diplomacia rusa como opuestos a la aplicación del derecho internacional y partidarios de nuevas normas, que –añado– no siempre son las mismas, pero sí las que en cada caso responden a sus intereses e implican la amenaza del uso de la fuerza o el uso de la fuerza.
Mientras, del otro lado, están los 120 países del Movimiento de
Países no Alineados, China y Rusia que, aunque entre ellos hay distintos
colores y sabores políticos, en términos generales se beneficiarían
mucho en un mundo regido por la Carta de la ONU y demás instrumentos del
derecho internacional. Los que, por supuesto, requieren de
perfeccionamiento y actualización para hacer más democrático el sistema
de gobierno de la ONU. En este sentido, la Proclama de América Latina y
el Caribe como Zona de Paz, adoptada en la Cumbre de la Comunidad de
Estados de América Latina y el Caribe (Celac) celebrada en La Habana en
2014, es un verdadero modelo para la promoción y consolidación de una
convivencia pacífica y civilizada entre iguales. Gobiernos como los de
México, Uruguay, Venezuela, Bolivia, Cuba, Nicaragua y la mayoría de los
caribeños abogan por una política exterior basada en los conceptos
recogidos en ese documento. Y si la victoria en las elecciones
presidenciales favoreciera al dúo FF en Argentina y a Evo Morales en
Bolivia como todo indica, acaso al Frente Amplio en Uruguay, varios
gobiernos más se inclinarán por regresar a esos conceptos y al camino de
la unidad e integración de nuestra América en el seno de la Celac. A
ello debe sumarse el desinflamiento del plan golpista estadunidense en
Venezuela y un anacrónico recrudecimiento del bloqueo a Cuba, que no
tiene futuro y será derrotado por su pueblo.
Twitter: @aguerraguerra
No hay comentarios:
Publicar un comentario