¿Cómo lograr que una
micro minoría del uno por ciento continúe, década tras década acumulando
más riqueza que el restante noventa y nueve por ciento de una sociedad?
Quienes lo han hecho lo saben bien:
1) propaganda masiva y ubicua, invisible pero real, como el aumento de CO2 en la atmósfera, y
2) acoso político, económico y militar de cualquier otra opción que contradiga el asalto.
Otra forma es enlazar disputas y axiomas diversos sin una necesaria
relación lógica: la religión de las armas y el amor religioso, el aborto
y la baja de impuestos a los más ricos, la negación del cambio
climático y el odio a los inmigrantes, la libre circulación del capital y
el patriotismo, etc.
De esta forma, el uno por ciento continúa
recogiendo los frutos de toda una sociedad y de toda una historia, con
el apoyo necesario de una elite criolla dominante o, incluso (cuando
existen elecciones) de un número significativo de quienes no pertenecen
al uno por ciento.
Así, en América Latina, las opciones al neoliberalismo, cuando han fracasado, han fracasado por errores propios y, sobre todo, por
el criminal bloqueo económico de la superpotencia del mundo. Eso cuando
no han recurrido a los más tradicionales golpes militares para defender
la libertad del capital de la minoría criolla (clasista y racista)
aliada a las más poderosas transnacionales.
Así, por otro lado, en América Latina las imposiciones neoliberales han fracasado a pesar
de repetidas inundaciones de capitales en formas de créditos
multimillonarios que no dejaron en sus países ni progreso ni desarrollo
sino deudas masivas y más pobreza.
Para el neoliberalismo, solo
el éxito económico cuenta como éxito. No obstante, este mito del éxito
económico ni siquiera ha tenido éxito en la economía de los países
colonizados por el mito del éxito económico. No, por el contrario, se
insiste en “el probado fracaso” de sus otras opciones apuntando a países
acosados, bloqueados y en ruinas, lo cual es un patrón de acción y de
narración política.
América Latina es parte de esta ola que, a falta de mejor nombre, se suele denominar neoliberalismo
. Esa ola que arrasa, quema y destruye cualquier malla de contención
social y ambiental hasta poner en riesgo la propia supervivencia
planetaria y cuyas consecuencias económicas y sociales volvemos a
presenciar en todo el continente como una historia que se repite de
forma cíclica.
Si bien en estos días la atención está
mayormente concentrada en el vergonzoso estado de sitio en Ecuador y la
consecuente represión de las movilizaciones contra las medidas
antipopulares del gobierno de Lenin Moreno, una amplia mayoría de países
vive en estado de permanente amenaza e incertidumbre al mismo tiempo
que los inversores presionan, amenazan y aumentan sus ganancias.
No habrá que soslayar que mientras escribimos estas líneas la respuesta
gubernamental ecuatoriana viene cobrándose muertos, heridos y detenidos
y aún inciertos por el ejercicio de la censura y el toque de queda.
Pero las movilizaciones que comienzan a resistir esta crisis
humanitaria, producto de políticas adulatorias del poder mundial y
generadoras de miseria, se extienden de norte a sur. Como en Colombia
(sede de la mayor cantidad de bases militares de Estados Unidos en el
hemisferio y sede del narcotráfico mundial y del paramilitarismo impune)
se opone al único proceso de paz concreto propuesto en cincuenta años.
Como en Perú, donde idéntico desconocimiento mutuo entre dos poderes
fundamentales del Estado (ejecutivo y legislativo), es considerado una
opinable cuestión constitucionalista mientras que en Venezuela (no se
lea este manifiesto como un apoyo a su gobierno) la mafia hegemónica
llama a la intervención militar. Argentina vive envuelta en piquetes
frente a la aceleración exponencial de la pobreza y el endeudamiento
súbito, mientras en Chile y en Brasil se sigue profundizando la
inequidad social, la desprotección, el narcotráfico y la violencia civil
y policial que ya amenazan hasta países como Uruguay por razones de
proximidad.
Diferentes procesos electorales aún están
pendientes en Argentina, Bolivia y Uruguay en lo que resta del año.
Otros seguirán en los años por venir. La disyuntiva continúa siendo
entre la narrativa del uno por ciento (el autoritarismo de las elites,
el militarismo reaccionario, el odio de los racistas, de los
nacionalistas, de los clasistas, del machismo que se resiste a ceder
paso, del neomedievalismo, de la destrucción del medio ambiente a cambio
de unos dólares) y la construcción de una democracia progresiva,
solidaria, no consumista, que ponga el énfasis en el ser humano y no en
las riquezas de unos pocos a costa de unos muchos. Una sociedad capaz de
construir un mundo para todos y no sólo para una minoría elegida por un
dios que nunca la eligió.
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