Un museo como ejercicio del olvido
“Con documentos verdaderos se escribe la historia falsa,
solo la ficción puede contar la verdad”
Augusto Roa Bastos. Bitácora del Almirante
Para Víctor, aunque todavía no lo conozco
Aquello
que Daniel Feierstein llama la consumación simbólica del genocidio
aparece con toda su furia (que es una de las formas de la belleza) en el
llamado “Lugar de la memoria, la tolerancia y la inclusión social” en
el barrio de Miraflores en Lima, asomada al Pacífico, el mismo lado por
el que nuestro San Martín se acercó con sus barcos para enfrentar la
canalla colonialista española y criolla a ellos asociada.
Digamos de entrada que hay que superar el mito de que los colonizadores
enfrentan pueblos y culturas enteras, unidos en la resistencia al
extranjero como si no hubiera habido caciques y pueblos que se aliaron a
Pizarro para derrotar al Cuzco, a los incas. Como si no hubiera Macri
en Argentina, Duque en Colombia, Bolsonaro en Brasil, Abdo Benítez en
Paraguay o Piñera en Chile.
El Terrorismo de Estado en Perú es
imposible de comprender fuera de tres sistemas de relaciones sociales
históricamente conformadas: la Operación Continental de Dominación
Imperialista que gobierno y empresas de los EE.UU. lanzaron desde fines
de la segunda guerra mundial hasta imponer un único modelo de dominación
capitalista conocido como neoliberal, para lo cual gestó e impuso
golpes de Estado y todo tipo de guerras integrales contra todo aquel que
pretendiera enfrentarlo o condicionarlo; la dinámica de la lucha de
clases en el Perú desde que el español invadió militarmente y sometió
culturalmente a los pueblos del Perú, dinámica que se integra a los
ciclo de luchas sociales de América Latina y que se potencia con el
triunfo de la Revolución Cubana, el desafío estratégico del Che en
Bolivia y el propio ciclo golpista de los setenta en adelante; y
tercero, la experiencia debates y correlación de fuerzas en el propio
movimiento social peruano, desde Mariátegui hasta el fin de los ochenta,
con la degradación extrema del modelo de democracia representativa y
subordinación colonial explícita del ahora suicidado Alan García.
No pretendo aquí hacer su historia (porque en primer lugar no se lo
mínimo para intentarlo); pero se bastante sobre el ciclo de genocidios,
terrorismo de estado, resistencias populares y experiencias de lucha
armada en América Latina para decir con toda la furia (recuerden que
para mí es una forma de la belleza) que jamás voy a aceptar un panel en
un museo sobre nuestros muertos del Perú que diga: título: “Orígenes de
la Violencia”; subtítulo: “Los desencadenantes de la violencia: Sendero
Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA)” para luego
volcar un repugnante resumen policial de qué fueron estas organizaciones
político militares, sin reconocer las profundas diferencias entre ellas
y fuera de todo contexto internacional, histórico y del movimiento
social peruano. A partir de ahí, todo es mentira. La empatía que
muestran hacia las víctimas (como si fueran víctimas de un no conflicto y
del accionar de un grupo de locos) es un modo de legitimar el genocidio
real: el del Estado Peruano, sus agencias y las consecuencias que
disparó en un conflicto cuyo último origen está a la vista de todos en
la Plaza de Armas de Lima: en la casa de Pizarro construida sobre la
antigua casa del caudillo de Lima y de la Catedral construida sobre el
sitio espiritual de los incas, demolido y allí arriba construida la cruz
que puso la espada.
Hay una forma de memoria que es el
olvido, y en este “museo de la memoria de Lima” (aunque no se llame así,
funciona así) está expuesto como no lo había visto nunca antes ni en
Chile, ni en Uruguay y mucho menos en Argentina. Acaso, y no tan brutal,
en el del Holocausto de Jerusalén, Palestina Ocupada.
Habrá
que asumir el reto y así como los compañeros pensaron la lucha en su
dimensión continental (Guevara, Santucho, Sendic, Polay, etc.) y así
como nosotros pensamos el Genocidio Americano como un único acto de
exterminio colonizador, ahora, que necesitamos recuperar la bandera de
Unidad Americana, aquella con la que Felipe Varela convocaba a enfrentar
a Mitre en la guerra de la Triple Alianza para destruir el Paraguay
insumiso; ahora necesitamos una única memoria de todas nuestras luchas,
de todos nuestros muertos, de todos nuestros héroes y anónimos
luchadores. Esos que salvaron el sueño eterno de la revolución en los
años duros que precedieron a la década ganada que ahora volvimos a
perder y que nos preparamos para otra vez reconstruir para la lucha.
Nadie lo dijo como nuestro Andrés Rivera en “La revolución es un sueño
eterno” “(…) el intransferible y perpetuo aprendizaje de los
revolucionarios: perder, resistir. Perder, resistir. Y resistir. Y no
confundir lo real con la verdad”.
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