El rol de los vicepresidentes ha
sido una de aristas menos exploradas por la Ciencia Política. Sin
embargo, en los últimos años ha cobrado una singular relevancia por
ciertas tendencias innovadoras: desde la sobrerrepresentación de mujeres
en este cargo[1]
hasta los conflictos dentro de la fórmula presidencial que devinieron
en auténticas crisis políticas capaces de torcer el rumbo sin necesidad
de golpes, simplemente mediante la fórmula sucesoria. Para el
vicepresidente, su lugar dentro del limbo institucional es el de la
máxima paradoja: no es nada, pero puede serlo todo. ¿Qué hay detrás del
rol más opaco dentro del núcleo del Gobierno?
Tipología de las fórmulas electorales en América Latina
Siguiendo distintos trabajos académicos[2]
que analizan el rol de los vicepresidentes en la región podemos
clasificar las constituciones de acuerdo a cómo han previsto la sucesión
presidencial.
- Binomio: la fórmula se compone por el presidente y vicepresidente; tal es el caso de Argentina (desde 1994), Bolivia, Colombia, Brasil, Ecuador, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá (desde 2004), Paraguay y Uruguay.
- Trinomio: la fórmula se compone por presidente, primer y segundo vicepresidente. El único caso existente en la actualidad es el de Perú. Históricamente Panamá utilizó este sistema entre 1972 y 2004.
- Designación: el vicepresidente es designado por el presidente luego de su elección, este caso sólo se da en Venezuela.
- No existe la figura de Vicepresidencia: es el caso de Chile y México, donde las sucesiones son mediadas por el órgano legislativo.
Dentro de los grupos 1 y 2 existen
países en los cuales esta figura tiene la responsabilidad de ser el
presidente del Senado, como en Argentina y Uruguay, mientras que en
otros sólo se trata de un rol sustituto ante situaciones de ausencia
temporal o definitiva. Todos los países de la región eligen binomio, a
excepción de Perú que vota trinomios.
En Chile las ausencias presidenciales
son suplidas por el ministro titular a que corresponda, de acuerdo con
el orden de precedencia legal en primer y segundo lugar; en caso de ser
imposible, el presidente del Senado (electo por el sufragio popular)
asume la Vicepresidencia. Algo similar ocurre en México, donde, en caso
de falta absoluta del presidente, es el Parlamento quien designa al
presidente interino o sustituto. En ausencias breves, el secretario de
Gobernación —nombrado por el presidente— asume provisionalmente la
titularidad del Poder Ejecutivo. Finalmente, en Venezuela es el
presidente electo quien elige al vicepresidente.
Fórmulas de Gobierno: relaciones entre presidente y vicepresidente
Siguiendo el análisis de Ariel Sribman[3],
las relaciones entre los componentes del Ejecutivo pueden ser de
“subordinación” o de “cooperación”, según el grado de acuerdo que exista
entre ambos. La diferencia radica en el grado de adhesión e
identificación con las políticas del Ejecutivo por parte del
vicepresidente y el grado de confianza entre ambos. No todo es color de
rosa; la “tensión” o el “conflicto” surgen cuando las rispideces entre
ambos emergen, fundamentalmente producto de una baja lealtad y acuerdo
con las políticas que promueve el jefe del Ejecutivo. La diferenciación
conceptual entre “tensión” y “conflicto” radica en que, en la primera,
el vicepresidente tiene poco poder político, mientras que en la segunda
el vicepresidente es capaz de ejercer su influencia gracias a su
capacidad de operar sobre otros actores o, incluso, de saber aprovechar
la oportunidad para que la chispa prenda y se produzca una crisis dentro
del Ejecutivo.
Las cuatro tipologías de relaciones
(subordinación, cooperación, tensión o conflicto) se definen en torno a
dos variables: el poder político y el nivel de lealtad y conformidad con
las políticas propiciadas. Esto se relaciona con factores internos,
como el capital político previo de cada uno (en muchos casos se balancea
combinando candidatos “insiders-outsiders”), sus características
personales -como edad, género o raza-, el peso de los partidos de origen
y sus posicionamientos dentro de él, así como las negociaciones y
alianzas que gestaron la fórmula, ya sea con diferencias al interior de
un mismo partido (territoriales o de facciones) o de partidos
diferentes.
Por último, cabe destacar que las cuatro
categorías analizadas no son estáticas, sino que pueden fluctuar y
sucederse una a otra de acuerdo a la correlación de fuerzas y el
contexto. De todos modos, parece bastante razonable señalar que para el
acceso al cargo de vicepresidente es imprescindible que el candidato
cumpla con alguno de los criterios mencionados. A continuación, algunos
ejemplos de caso:
Subordinación o “perdiendo imagen a tu lado”
Recordemos que este caso se produce
cuando el capital político del vicepresidente es escaso y, si bien puede
haber discrepancias entre quienes conforman la fórmula, la tendencia es
hacia la no confrontación. Este es el caso de Alicia Pucheta,
vicepresidenta paraguaya o Gabriela Michetti, vicepresidenta argentina.
Los dos casos ejemplifican la elección de compañeras de fórmula sin un
gran capital político previo, provenientes de la justicia o las ONGs,
respectivamente, pero con características demográficas “de moda”: ambas
mujeres, con un contrapeso de mayor edad la primera y con una
discapacidad la segunda.
Cooperación o “alianzas virtuosas”
Este caso da cuenta de un partido sólido
sin necesidad de alianzas que den cuenta de una amalgama ideológica; el
mejor ejemplo es el de Evo Morales y Álvaro García Linera. Ambos
provienen del Movimiento al Socialismo (MAS), pero logran una
complementariedad de perfiles entre lo étnico y lo técnico, un
sindicalista y un intelectual, que ha producido un binomio virtuoso.
Sin embargo, también es posible
encontrar ejemplos menos transparentes, como la relación entre Pedro
Kuczynski (vacado y actualmente en prisión domiciliaria por corrupción) y
su exprimer vicepresidente, Martín Vizcarra, cuya relación fue sólida y
colaborativa. Recordemos que Vizcarra fue quien puso el cuerpo a los
huaicos del 2016, apersonándose al territorio pero sin eclipsar la
imagen presidencial, que fue alejado del cargo antes las incipientes
denuncias de irregularidades en el aeropuerto Chinchero y reubicado como
embajador en Canadá para su “preservación”. Aún así esto no impidió
que, cuando la fortuna golpeó su puerta para servirle en bandeja de
plata la Presidencia, montara su legitimidad en la lucha anticorrupción.
Su fórmula también encontraba un balance en términos etarios y
regionales, ya que Vizcarra venía de ejercer la gobernación regional de
Moquegua, mientras que Kuczynski no sólo pasó la mayor parte de su vida
fuera del país sino que siempre estuvo ligado a cargos por designación y
en el ámbito nacional. Sin duda, la elección del vicepresidente le
garantizó continuidad a un proyecto poco sólido como el de Peruanos por
el Kambio.
El reciente cierre de listas de cara a
las elecciones de octubre en Argentina tal vez sea el caso que corona el
protagonismo del vicepresidente a la hora de buscar coaliciones más
competitivas en terreno electoral. Tres de las fórmulas que generan
mayor expectativa están compuestas por representantes del Partido
Justicialista (PJ), llegando al punto irrisorio de que el oficialismo
—quien no dudó en identificar a este partido como el origen de todos los
males heredados— eligió como compañero de fórmula de Mauricio Macri a
Miguel Ángel Pichetto (PJ). No solo se trata del partido; el componente
federal parece ser un factor clave a la hora de cerrar binomios cuando
el oficialismo acumula derrotas en las provincias y presenta números
rojos de aprobación en las encuestas. De igual modo, Roberto Lavagna —de
extracción radical en sus orígenes— balanceó su candidatura con Juan
Manuel Urtubey (PJ). Por su parte, la expresidenta Cristina Fernández
–quien acapara el mayor caudal electoral en el escenario actual– eligió
ceder el liderazgo de la lista a Alberto Fernández (PJ), quien fuera una
pieza clave del primer Gobierno kirchnerista de 2003 y amigo personal,
relegándose a un segundo lugar en un acto de humildad pocas veces visto
en política. Esta alianza virtuosa ha llevado a que la última fórmula
encabece las preferencias de cara a las próximas elecciones[4].
Tensión o “una molesta sombra”
A menudo, el momento de tensión es un
estadio previo hasta que el vicepresidente logra acumular un mayor
capital político para lograr diferenciarse y, llegado el caso, hacerse
con la Presidencia. Un ejemplo en este sentido es el de Marta Lucía
Ramírez e Iván Duque, quien a menudo confunde a su compañero de fórmula
con Álvaro Uribe. Marta Lucía se diferenció de Duque desde el comienzo, y
espera ser la candidata de la ultraderecha en 2022. En esa misma
situación estuvo Juan Manuel Santos, cuando su compañero en la
vicepresidencia era Angelino Garzón, quien trató, sin éxito, de
sucederle y canalizar el clivaje uribista en contra de Santos. Parece
ser que la regularidad en la política colombiana es que los “vices”
tengan claras aspiraciones presidenciales y constituyan una fuerza
política que tiene votos propios con una relativa autonomía. Sin
embargo, las funciones constitucionales de la Vicepresidencia en
Colombia son mínimas.
Otro caso que da cuenta de estas
tensiones es el de Hamilton Mourão, actual vicepresidente brasileño y
general del Ejército (en sintonía con la ideología de Jair Bolsonaro).
No son pocos quienes sostienen que Mourão ansía ocupar el puesto máximo.
El actual vicepresidente es mucho más moderado, accesible, y menos
beligerante que Bolsonaro. El hecho de que se trate de un miembro de las
Fuerzas Armadas es relevante cuando ocho ministros son también
militares. Muchos analistas coinciden en que el general podría estar
limpiando el camino para un otro posible impeachment sobre todo
cuando, desde el comienzo de su gestión, Bolsonaro ha tenido bajísimos
niveles de aprobación, salteándose la habitual “luna de miel” de
comienzos de gestión. Otro aspecto importante es que Mourão, por su
amplio manejo de idiomas, ha asumido un rol como entrevistado en medios
nacionales e internacionales de comunicación y sus mensajes contradicen y
desautorizan varias decisiones y posturas adoptadas por Bolsonaro,
desde mostrarse a favor del derecho al aborto hasta la defensa de que
Lula asista al funeral de su hermano. No nos olvidemos que el 1° de
enero fue uno de los pocos momentos de la historia brasileña en los que
un capitán caminó delante de un general.[5]
Conflicto o “traición”
Cuando se llega al nivel del conflicto
muy probablemente haya debilidades de origen con alianzas más
pragmáticas que ideológicas; sin embargo, el sentido de la oportunidad
parece ser decisivo para dar el salto de la tensión a la conspiración
abierta y, finalmente, la traición. El caso arquetípico es el de Michel
Temer (Movimiento Democrático Brasileño, MDB) en el impeachment
a Dilma Rousseff (Partido de los Trabajadores, PT), donde su rol como
operador político en el Congreso fue clave y culminó con una crisis
política que lo invistió presidente.
El segundo se dio a la inversa: fue el
presidente Lenin Moreno quien conspiró contra Jorge Glas, ambos
copartidarios de Alianza País pero de facciones antagonistas. Primero le
quitó al vicepresidente todas sus funciones por decreto[6]
y, posteriormente la Contraloría General destituyó a Glas. No sería el
único vicepresidente en conflicto con Moreno; antes de delegar sus
propias funciones ejecutivas, su segunda vicepresidenta, María Alejandra
Vicuña, renunció al cargo.
En tercer lugar, se encuentra el caso de
Fernando Lugo (Partido Demócrata Cristiano) y Federico Franco (Partido
Liberal Radical Auténtico) cuyas diferencias comenzaron en 2007 durante
la etapa preelectoral. Franco ocupó la primera magistratura durante 215
días debido a los 75 viajes al exterior realizados por Lugo. En vísperas
del juicio político que culminaría en la destitución presidencial,
Franco declaraba: “No estuve de acuerdo con el presidente Lugo en muchas
de sus decisiones, porque fui electo igual que él, el 20 de abril de
2008, para administrar el país, pero él me ha ignorado”[7].
Por último, Argentina recién incorporó
el vicepresidente a la fórmula presidencial con la reforma menemista de
1994. Sin embargo, se trató de un rol poco relevante hasta julio de
2008, cuando Julio Cobos (Unión Cívica Radical), entonces vicepresidente
del primer mandato de Cristina Kirchner y con un rol sumiso, desempató
-como presidente del Senado- una ajustada votación legislativa por las
retenciones al sector agroexportador en contra del Ejecutivo con su voto
“no positivo”. Dicho conflicto fue algo hasta entonces inédito en el
país del sur, pero no logró catapultar la carrera política de Cobos, más
bien lo contrario.
A modo de conclusión
En algunas de las democracias analizadas
no es posible entender cabalmente la realidad política sin tener en
cuenta el rol del vicepresidente. Más aún cuando en los
presidencialismos suramericanos la existencia de la Vicepresidencia
constituye más una regla que una excepción. El contexto da cuenta de que
las caídas presidenciales cada vez más pueden producirse sin ruptura de
régimen, virando completamente la dirección de las políticas de
gobierno mediante la fórmula de sucesión. Para ello basta con resaltar
la manera en que Temer y Franco transgredieron la continuidad de las
políticas públicas llevadas a cabo por su antecesor. De ahí que la
importancia del vicepresidente se fortalezca cada vez más.
Uno de los mayores estudiosos entre las relaciones entre los dos roles del Ejecutivo, Mario Serrafero[8],
definió a la Vicepresidencia como una “institución de crisis”, y fue el
primero en hablar de las “prácticas paraconstitucionales” presentes en
la Vicepresidencia, para dar cuenta de cómo la participación en el
Gabinete y el lobby en el Senado posibilitaban la influencia sobre la
agenda o en la designación de gente de confianza en carteras
ministeriales. De este modo, la Vicepresidencia puede volverse
problemática, llegando incluso a atentar contra la gobernabilidad de un
país. Si bien es cierto que en algunos casos existe una tensión
intrínseca en la institución que pone en juego la lealtad del
vicepresidente hacia el primer mandatario debido a la tentación de
sucederlo, también se comprueba que, en otros casos, la Vicepresidencia
tiene un rol importante en la conformación de alianzas electoralmente
más competitivas.
[2] Para profundizar al respecto ver: http://di.usal.edu.ar/archivos/di/lazzari_-_el_vicepresidente.pdf y https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5026331
[3] “La vicepresidencia argentina (1983-2009)”. Cuadernos de Estudios Latino-Americanos.
[4] https://www.celag.org/wp-content/uploads/2019/05/ENCUESTA-ARGENTINA-WEB-17MAYO-2019.pdf y https://www.celag.org/estudio-cuantitativo-escenario-electoral-en-argentina/
[8] El poder y su sombra. Buenos Aires: Editorial de Belgrano (1999).
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