Ideas de Izquierda
Después de décadas
de negociación y contra muchos pronósticos, el viernes la Unión Europea y
el Mercosur firmaron un acuerdo que promete tener efectos duraderos en
las condiciones de dependencia del Cono Sur respecto de las potencias
mundiales, proyectando un nuevo avance de la UE para terciar en un
terreno en el que cada vez compiten más agresivamente EE. UU. y China.
Las firmas imperialistas de la UE y el “agropower” local se frotan las
manos. De concretarse el acuerdo plantea un nuevo salto en la
semicolonización de la región que promete potenciar el atraso y la
dependencia.
Hasta la tarde del viernes, parecía que se trataba
de un exceso de optimismo, tal como había ocurrido hace un año y medio
atrás, cuando desde numerosos despachos oficiales el gobierno de Macri
hizo difundir que podría rubricarse en Buenos Aires el tratado comercial
entre el Mercosur y la Unión Europea (UE). Todo sugería que había
amplias dosis de voluntarismo en los trascendidos de que esta vez se
alcanzaría un resultado exitoso. Pero contra todos esos pronósticos, el
viernes 28 de junio, a 24 años de iniciadas las primeras tratativas para
un acuerdo comercial, los representantes de ambos bloques finalmente
estamparon la firma en lo que es el documento preliminar que certifica
la conformidad de ambas partes.
Se trata de los trazos gruesos,
que destrabaron lo que eran hasta el momento las resistencias más agudas
en ambos lados de la mesa. Centralmente, por el lado de la UE, el
entuerto pasaba hasta ahora por la falta de disposición de los países
que más subsidian la producción agrícola (con Francia a la cabeza) a
abrir sus mercados y limitar los beneficios para sus productores.
Francia también incluyó, desde la llegada de Bolsonaro, la cuestión de
la política ambiental, por la afirmación realizada por el mandatario de
que Brasil podría abandonar los Acuerdos de París contra la emergencia
climática. Pero finalmente, ante la presión de Alemania, y la necesidad
de diferenciarse de Donald Trump y sus políticas de “guerra comercial”,
el presidente francés Emmanuel Macron terminó inclinándose a favor de
avanzar. Por el lado del bloque sudamericano, si bien hubo −y todavía se
manifiestan− numerosas resistencias de sectores manufactureros, una de
las principales objeciones que hizo naufragar los intentos de rubricar
el acuerdo en los últimos años (especialmente por parte de Itamaraty, la
cancillería de Brasil) venía siendo que las concesiones de la UE en
materia agrícola −especialmente para la carne−, resultaban
insuficientes. Esos escollos quedaron finalmente superados, al menos en
la instancia de este acuerdo inicial.
Lo que sabemos sobre lo que se firmó
Según
dieron a conocer el viernes las cancillerías, la UE aceptó liberalizar
(es decir sacar aranceles y cuotas que traban el ingreso) casi el 100 %
de su comercio en lo referente a bienes industriales. Esto ocurrirá de
manera inmediata para el 80 % de las importaciones de productos
industriales provenientes del Mercosur, y gradualmente para el restante 5
% en un plazo de 5 años. El Mercosur eliminará aranceles para el 90 %
de sus productos industriales, con plazos de hasta 15 años para avanzar
en “sectores sensibles”. El acuerdo favorece el comercio intraindustrial
al reducir los aranceles para la importación de maquinarias y
componentes. Pero las mismas industrias que se benefician con esto, como
es el caso del sector automotriz que produce en la Argentina con 70 %
de piezas importadas, deberán afrontar mayor competencia de autos
provenientes de la UE (que actualmente tienen arancel de 35 %). El saldo
seguramente será ampliamente negativo para las terminales de la región
que producen con costos mucho más elevados.
En materia agrícola,
que comprende el 63 % de las exportaciones de la Argentina a la UE, el
acuerdo compromete a los países europeos a liberalizar el 99 % de sus
importaciones, lo que no en todos los casos significa aranceles cero.
Para el 81,7 % de los bienes importados la UE eliminará los aranceles.
En tanto, para el 17,7 % restante ofrecerá cuotas o preferencias fijas.
Se excluyen algo más de 100 productos. La carne es uno de los
productos donde la liberalización es parcial. La Cuota Hilton (29.500
toneladas para la Argentina) se mantendrá en el mismo volumen, pero los
aranceles bajarán del 20 al 0 %. A los precios actuales vigentes en los
mercados europeos, se calcula que esto generaría ingresos adicionales
por alrededor de USD 70 millones para los frigoríficos que exportan
desde la Argentina (igual volumen exportado a mayor precio). A esto se
agrega una nueva cuota adicional de 99.000 toneladas de importación de
res con hueso para todo el Mercosur (a ser distribuida entre los países
del bloque), de las cuales el 55 % debe ser enfriada y el 45 % debe ser
congelada (de menor valor y calidad). Esta cuota nueva tendría un
arancel de 7,5 %.
Otra cuestión importante del acuerdo es que
mejorará la posición de las firmas de la UE para participar en las
licitaciones públicas, facilitando que hagan pesar sus ventajas de
escala económica y financiera. El texto difundido por el gobierno
argentino advierte que los beneficios del “compre nacional” no se
extenderán a firmas extranjeras. La gacetilla difundida por la UE señala
que el acuerdo “abrirá nuevas oportunidades de negocios en el Mercosur
para compañías que contraten con el gobierno”. También señala
importantes oportunidades para “los proveedores de servicios en la
tecnología de la información, telecomuniaciones y transporte”.
Si
bien el gobierno señala que el acuerdo “no cambia las reglas del juego”
en materia de propiedad intelectual, algo que ya señalan los europeos
es que los países del Mercosur “implementarán garantías legales para
proteger contra la imitación 357 productos europeos de alta calidad de
alimentos y bebidas reconocidos como indicaciones geográficas (IG), como
Tiroler Speck (Austria), Fromage de Herve (Bélgica), Münchener Bier
(Alemania), Comté (Francia), Prosciutto di Parma (Italia), Polska Wódka
(Polonia), Queijo S. Jorge (Portugal), Tokaji (Hungría) o Jabugo
(España)”.
El tratado está todavía en el plano de las
intenciones. Además de la ardua elaboración de la letra chica, que
estará asediada por numerosos lobbies sectoriales, el acuerdo requerirá
la aprobación parlamentaria en todos los países de ambos bloques. El
plazo mínimo esperable de dicho trámite son dos años, pero lo más
realista lo eleva a cinco. El acuerdo también podría morir en el intento
de alcanzar su aprobación.
Por el momento, se puede afirmar las
partes alcanzaron un umbral que hasta ahora no habían logrado, en un
camino que todavía tiene varios obstáculos más por delante.
Ahora o nunca
El
acuerdo aparece como una excepción, en un mundo en el que la tónica la
da Donald Trump con sus “guerras comerciales” y su discurso
proteccionista. Aunque el mismo EE. UU. suscribió con México y Canadá un
acuerdo comercial, que revisó al vigente desde 1994 reafirmando los
términos del libre comercio (sin que esto signifique que Trump deje de
amenazar a México con imponer aranceles como amenaza para trabar el
ingreso de inmigrantes desde ese país).
Un sentido de urgencia
empujó a todos los participantes a dejar de lado los motivos para seguir
congelando las discusiones. La actual Comisión Europea (CE) −que es el
gobierno de la UE− está próxima a terminar su mandato, y podría ser
reemplazada por otra menos inclinada a impulsar acuerdos comerciales,
como resultado del avance de las fuerzas soberanistas de derecha en
muchos países de la UE.
En la competencia internacional, la UE,
con Alemania a la cabeza, necesitaba con urgencia ganar terreno en
América Latina, donde las maniobras de pinzas entre un EE. UU. celoso de
cuidar su patio trasero y una agresiva política de China para
presentarse como contrapeso y alternativa al imperialismo yanqui en
materia comercial y de integración financiera, la vienen dejando cada
vez más relegada. Estos intereses podían verse frustrados si una nueva
CE torpedeaba lo que habían alcanzado hasta ahora en materia de acercar
posiciones con los negociadores del Mercosur.
En Brasil y la
Argentina, por otra parte, se dio esta vez una confluencia de posturas
que dos años atrás no existía. Durante el gobierno de Macri, que desde
antes de ganar en 2015 había hecho de “volver al mundo” una bandera, la
política exterior apuntó en todo momento a alcanzar un acuerdo a como de
lugar. Pero, hasta la asunción de Bolsonaro, había más reparos por el
lado de Brasil. Con Paulo Guedes, “chicago boy” que encabeza el
ministerio de Economía de Brasil, el camino quedó despejado. A esto se
sumó la urgencia del mandatario de Brasil de mostrar algún éxito, en
medio de un nuevo deterioro de la economía, la incapacidad para avanzar
en cualquier agenda sustantiva en casi seis meses de gobierno y la
seguidilla de escándalos que lo envuelven a él y su familia.
Bolsonaro
y Macri, dos presidentes que vienen sobreactuando su alineamiento con
Trump, lo que entre otras cosas permitió al presidente argentino obtener
del FMI un préstamo que casi duplica lo que correspondería al país por
su cuota en el organismo, se permitieron sin embargo desairar al
mandatario norteamericano en esta ocasión. La UE dirige este acuerdo
claramente contra la política norteamericana que es discursivamente cada
vez más proteccionista, aunque en los hechos avanzó mucho menos en
revisar la apertura comercial.
Deseosos de ampliar los mercados
agrícolas, los líderes del Mercosur estrechan sus lazos con Europa.
Parafraseando a Juan Gabriel Tokatlian, podríamos decir que esto apunta a
configurar en la región una “triple dependencia”, equilibrando de
manera inestable (e insostenible en el tiempo) los intereses de EE. UU.,
China y la UE en la región y con los grupos burgueses de los países del
Mercosur sacando alguna ventaja en garronear las migajas de la rapiña
imperial.
Entusiastas y detractores
En el plano
empresario, el avance en un pacto comercial despertó entusiasmos y
objeciones a ambos lados del Atlántico. Pekka Pesonen, secretario
general de la entidad que representa a los granjeros de la UE, reclamó
en Twitter que “¡La Comisión Europea saliente firmó un tratado que va a
incentivar el doble estándar en la política comercial y agrandar la
brecha entre lo que se exige a los agricultores europeos y lo que se
tolera a los productores del Mercosur!”. Pero más allá de estas
objeciones, lo cierto es que, como señaló Matías Longoni, periodista
especializado en el tema agrícola, la UE cedió más en los productos que
no produce, como la soja, merluza, frutales, que contarán con arancel
cero e ingreso sin barreras, y en cambio mantuvo la cautela en las
mercancías que sí produce. En estos últimos, aunque se amplía la
posibilidad de ingreso de importaciones desde el Mercosur, se aplica el
sistema de cuotas, en el que “ingresan los productos que quiere defender
la UE justamente porque ella los produce. Con las cuotas, entonces,
mantiene bajo control la competencia con los alimentos del Mercosur ya
sea con sus propios productores o con algunos productos de sus ex
colonias, como el azúcar”.
Al lado de estos reclamos, numerosas
firmas industriales, empezando por los grandes colosos alemanes, se
frotan las manos ante la perspectiva de una ganancia de competitividad
que se mide en números contundentes: a nivel agregado, la promesa es una
reducción de arancelaria de USD 4.500 millones de dólares al año. Esta
era una “muralla” económica que limitaba la competitividad de los
capitales europeos en el Cono Sur, protegiendo a los capitales
industriales radicados para la producción en alguno de los países
miembros (en muchos casos las mismas multinacionales europeas que ahora
reciben mayores ventajas). El tratado colocará a los capitales de la UE
en posición ventajosa respecto de muchas firmas de EE. UU., China o
Japón para venderle a un tentador mercado de 293 millones de personas.
Por acá, los mayores entusiasmos han estado en el agrobussiness,
como resulta obvio. Pero en Brasil el acuerdo fue también saludado por
la Confederación Nacional de la Industria, que engloba a los principales
manufactureros del país. En la Argentina, la recepción de la UIA fue
cautelosa, guardando las definiciones hasta tener más detalles sobre la
letra chica, aunque ya antes su actual titular Miguel Acevedo se había
pronunciado contra la apertura comercial impulsada por Macri.
La riqueza de las naciones
Desde
Adam Smith en adelante, la economía política identificó incremento del
comercio con aumento del bienestar, con lo cual la eliminación de trabas
para el intercambio solo podría ser evaluada positivamente desde esta
perspectiva. David Ricardo (en paralelo a Robert Torrens) le agregó a
esto el postulado de las “ventajas comparativas”, que básicamente señala
que la apertura comercial se guía por principios que hacen que cada
país se especialice en exportar al mundo lo que “hace mejor”, y que esto
resulta beneficioso para todos los participantes. La economía
neoclásica, que hoy es la que domina en las universidades, llevó al
extremo a este planteo de las ventajas comparativas, que redefine a
partir de la “abundancia” relativa en la dotación de factores (insumos)
que haría conveniente a cada país especializarse en el bien para cuya
producción tiene mayor dotación. Sobre esta base defiende un comercio
sin barreras, que permitiría que cada país se especialice en vender
aquello que puede producir de manera comparativamente menos costosa, sin
importar si son autos, computadoras, drones, manzanas o porotos de
soja. Estas reglas serían la base para llegar al mejor de los mundos, es
decir la asignación más eficiente de recursos en todo el planeta. Esta
teoría mainstream enfoca la cuestión desde la mirada de los
consumidores, supuestamente beneficiados por la mejora de la oferta, a
precios lo más baratos posibles, que resultaría de esta operación de las
ventajas comparativas.
Como teoría, la de las ventajas
comparativas fue refutada hace rato. Hoy es simplemente un artilugio
ideológico. En el comercio entre los países, tal como ocurre dentro de
cada país, lo que domina son las ventajas absolutas: el capital más
productivo (el que tiene menos costos) desplaza al que lo es menos. Los
países del Mercosur tienen, tomados de conjunto, menos de un tercio de
la productividad que tiene la economía norteamericana. En la UE hay
países que igualan o superan la productividad de EE. UU. (como Alemania o
Francia en algunos sectores), y otros que están más atrás pero
sobrepasan con creces la de los países del Cono Sur. Por eso, si bien en
ambos bloques el acuerdo produce ganadores y perdedores entre la clase
capitalista, en la sumatoria global el balance se inclina con mucho a
favor del capital europeo, donde están las abrumadoras ventajas de
productividad. Esta amenaza sobre los capitales radicados en Brasil y la
Argentina, se puede traducir en cientos de miles (o millones) de
empleos. Como afirma Anwar Shaikh en una entrevista que realizamos en este semanario
La integración se prometió sobre la base de que sería buena para los países. Pero la integración no es buena para los países, lo es para las ganancias. Entonces la discrepancia entre lo que es bueno para los países y lo que es bueno para las ganancias es una fuente de desintegración. Los capitalistas no están revelándose contra la integración, son los trabajadores y las clases medias que dicen “miren lo que pasó con nuestros empleos y condiciones de trabajo”, y se rebelan contra ello. Y en mi opinión tienen razón en afirmar que “libre comercio” no es buen comercio o que integración no significa buenos trabajos.
Aunque muchos empresarios del Mercosur
saldrán beneficiados por la ampliación del comercio, lejos de ser una
vía para superar el atraso y la dependencia, promete potenciarlo. “El
sentido de la idea de ‘libre comercio’ y los efectos que va a tener el
acuerdo sobre los países del Mercosur son, en todos los escenarios,
perjudiciales no solo para el conjunto de las clases trabajadoras sino
incluso para varios de los estratos empresariales”, afirma Francisco
Cantamutto, estudioso de los acuerdos comerciales del país a quien le
preguntamos por su evaluación del acuerdo para esta nota.
Como anticipa (con entusiasmo) el periodista Diego Cabot desde La Nación,
aumentar la productividad o extinguirse es la opción para muchos
sectores (sobre todo industriales) en los países del Mercosur, siendo lo
segundo mucho más fácil de alcanzarse que lo primero, como vimos en los
años ‘90 cuando la apertura económica contribuyó a la destrucción de
buena parte del aparato productivo (cuestión que analizamos con cierto
detalle en el libro Salir del Fondo).
Cabot anticipa que esto “obligará” a avanzar en las “reformas
pendientes”, como la laboral. La apertura económica es otra arma
apuntada contra los derechos duramente conquistados por la clase
trabajadora.
“It’s a wonderful world” (un mundo maravilloso)
Pero
la firma del acuerdo Macri la empujó no pensando en sus efectos a largo
plazo sino mirando los próximos 30 días, como afirmó el periodista
Alejandro Bercovich en su columna en BAE. Nos dice Cantamutto:
Dos gobiernos desesperados por mostrar algún resultado como son la Argentina de Cambiemos y el Brasil de Jair Bolsonaro apuraron los tantos cediendo en todos los términos para poder cerrar el acuerdo entre la UE y el Mercosur sin ningún tipo de visión estratégica sino poniendo la ideología por delante incluso de los intereses de corto plazo… Es un intento de demostración del interés por el libre comercio… Ese efecto, en el marco de las crisis políticas internas que están viviendo, es la clave para entender este apuro por cerrar el acuerdo por parte de los dos grandes países del Mercosur
Macri le habla al
ciudadano-consumidor, al que pretende tentar con el horizonte de
productos más baratos del resto del mundo. Que, en el caso de la minoría
que pueda comprarlos, ya no sea necesario irse a Chile o Miami para
comprar más barato, sino que puedan disfrutarse acá mismo las ventajas
de la reducción impositiva, es la módica promesa de futuro que pretende
dejar el gobierno de los CEO al cabo de cuatro años de gobierno. Sin
“lluvia de inversiones”, ordenamiento macreconómico (sino todo lo
contrario) y con la hipoteca de la deuda pesando como en las peores
épocas, será este uno de los pocos saldos positivos que podrá mostrar.
La interpelación que pretende hacer es de dudoso éxito, considerando que
se palpa aquí y ahora una pérdida del salario promedio que alcanza el 20 % desde que asumió Macri. A lo que se agrega la destrucción de empleos que promete potenciar.
Al
acuerdo iniciado el viernes le queda un largo trámite por delante.
Entre otras amenazas no menores, está la del cambio de signo político en
la Argentina en diciembre de este año. A priori podríamos pensar que
eso podría amenazar la aprobación del acuerdo. Pero si algo mostró el
ciclo “posneoliberal” de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina
Fernández es que, a pesar de utilizaciones discursivas de la cuestión de
la soberanía, fueron muy reticentes
a la hora de tomar cualquier decisión que afectara negativamente
aquellas cuestiones consideradas estratégicas para la “gobernanza” del
capital multinacional (lo cual explica por qué no hubo “cambio estructural” de la economía, reindustrialización, ni nada por el estilo).
Este tratado comercial entra en esa categoría. Como observa Cantamutto
respecto de los avances que produjeron los gobiernos neoliberales en la
región durante los años ‘90 sobre todo, “los gobiernos progresistas no
los desmontaron, por temor a los efectos que pudieran producir. Con lo
cual esta medida cortoplacista por cerrar un acuerdo va a tener efectos
muy pesados sobre nuestros país de aquí en adelante”. De imponerse la
oposición, evalúa que es “poco probable que desande este camino”. Si así
fuera, el nuevo salto de la inserción dependiente de la Argentina para
beneficio del “agropower” llegó para quedarse, marcando un paso más
hacia la Argentina “competitiva” en la que solo entran 20 millones de personas con la que siempre soñó el gobierno de los CEO.
Desde
el punto de vista del pueblo trabajador, es fundamental rechazar este
tratado comercial que profundizará la dependencia, y movilizarse contra
él. Pero no se trata de contraponerle a esta avanzada de liberalización
comercial una política de “defensa del mercado interno” con algunas
medidas proteccionistas, impotentes como se vio durante los gobiernos
kirchneristas en un mundo capitalista cada vez más integrado y cuando no
hay proyecto burgués, desde Macri hasta la fórmula Fernández-Fernández
pasando por Lavagna-Urtubey, que se proponga cuestionar el lugar central
del “agropower” y las multinacionales en la economía nacional. Lo que
se impone es pelear por un ordenamiento económico de otra clase:
desarrollar una alternativa independiente de la clase trabajadora que
cuestione la dominación imperialista y de los grandes empresarios
locales sobre los medios de producción estratégicos para satisfacer las
necesidades de las grandes mayorías nacionales.
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