Era previsible que el
bloque de la derecha que gobierna el Ecuador se saliera con la suya.
Ganaron una importante batalla para reinstalar al decrépito e injusto
orden social del pasado con plenos poderes en el Palacio de Carondelet.
Pero, ¿cómo fue que ganaron? y, además, ¿ganaron efectivamente la
guerra?
Ganaron violando la normativa vigente que exigía que la
Corte Constitucional certificase que la consulta se atenía a los
preceptos establecidos por la Constitución de Montecristi. El Presidente
Lenín Moreno, poseído por una harto sospechosa urgencia, no quiso
esperar los tiempos constitucionales y, así, manu militari,
convocó a una consulta ilegal e inconstitucional que, además, nunca
estuvo entre sus planes. Durante su campaña presidencial de Febrero del
2017 y en el balotaje del 2 de Abril Moreno jamás mencionó la necesidad
de convocar a esta consulta, ni manifestó interés alguno en profundizar
en algunos de los temas que ayer fueron motivo de consulta. Por lo tanto
hay una ilegitimidad de origen que será fuente de duras disputas en los
años por venir.
Pero además el bloque de la derecha, al cual se
ha plegado Moreno vaya uno a saber a cambio de qué, atentó contra las
condiciones más elementales que requiere una elección democrática.
Durante el mes de campaña el ex presidente Correa no fue invitado a
ningún programa de la televisión privada o pública, ni a una radio de
alcance nacional ni entrevistado por periódico alguno. El del gobierno
nacional, El Telégrafo, lo excluyó por completo en un alarde de
irrespetuosidad quien hasta hacía menos de un año había sido presidente
de la república. Sí le hizo lugar en sus columnas al corrupto usurpador
de la presidencia brasileña, Michel Temer. No es un misterio para nadie
que sin democracia en el espacio público, en especial en los medios de
comunicación, no puede haber democracia electoral. Bajo esas condiciones
lo que hay es un simulacro de democracia pero nada más. Y eso es lo que
hubo ayer en Ecuador, pese a que el gobierno apela al pomposo título de
“consulta ciudadana”. Si Correa fue escondido por todos los medios
nacionales era casi un milagro que pudiera revertir esa situación en el
plano electoral. No sólo eso: la oligarquía mediática y la derecha no
ahorraron palabras para difamar la figura del ex presidente, privándolo
del derecho a réplica. De hecho, la opinión pública fue bombardeada con
toda clase de calumnias e infamias contra Correa, para complacencia del
gobierno y sus mandantes.
¿Qué tan sólido es el triunfo de la
derecha? Y decimos la derecha porque todo el aparato propagandístico de
la reacción le atribuirá el triunfo a los enemigos de Correa, a quienes
éste derrotara constantemente a lo largo de diez años, y no a Moreno,
relegado a un merecido segundo plano y a quien difícilmente le dejen
subirse al podio de los vencedores. Se le encargó una tarea sucia, la
hizo pero de ninguna manera esto lo convertirá en el líder del bloque
restaurador. Si se hace un ejercicio aritmético muy simple, por ejemplo
en la crucial pregunta dos -que impide la re-elección más de una vez- y
se restan a los votos por el NO (65 %, con casi la mitad de los votos
escrutados al cerrar esta nota) el porcentaje obtenido por Guillermo
Lasso, el candidato de la derecha en el balotaje de Abril (49 %), el
resultado es que el NO de Moreno apenas alcanza a un 16 % contra el 35 %
del SI de Correa. Por eso la derecha reclamará de modo intransigente
que la del referendo fue su victoria y no la del gobierno.
Dicho
todo esto, ¿se encaminará Ecuador hacia el “pos-correísmo”? Difícil de
pronosticar, pero la historia reciente de ese país nos recuerda que los
diez años de estabilidad política y social de época de Correa fueron un
intervalo virtuoso en una historia reciente signada por más de una
década de insurgencias plebeyas e insurrecciones populares. Impedir que
el ex presidente pueda ejercer su derecho ciudadano a presentarse como
candidato a elecciones puede ser el detonante de nuevas conmociones.
Porque no sólo se condena al ostracismo a una figura de dimensiones
continentales como Correa sino que se proscribe, indirectamente, a una
fuerza política que individualmente considerada es mayoritaria pues
controla en soledad por lo menos un tercio de los votos válidos, lo cual
arroja serias dudas acerca de futura estabilidad del sistema político.
Cumplida
su labor Moreno, que no cuenta con una mayoría parlamentaria, quedará
prisionero del chantaje de la derecha. Los banqueros, la oligarquía
empresarial, la “embajada” y el corrupto poder mediático impondrán su
programa restaurador y contra-reformista a sangre y fuego, y el actual
presidente podría correr la suerte de Jamil Mahuad que por aplicar el
programa de los banqueros tuvo que huir raudamente de Carondelet y
buscar refugio en la embajada de Estados Unidos. En suma, Moreno y sus
patrones han decidido jugar con fuego. Ganaron una batalla pero no hace
falta ser muy perspicaz para ver que un pueblo que en un plazo de diez
años tumbó a tres presidentes y provocó el derrocamiento de otros más
podría llegar a recordar sus hazañas de antaño y, ante la salvajada que
se avecina: una dictadura desembozada del capital, decidir que una vez
más tiene que tomar el destino en sus manos y sacudirse de encima el
yugo de sus opresores y de los que traicionaron al proyecto
emancipatorio de la Revolución Ciudadana.
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