Ilka Oliva Corado
A Chávez lo reconozco en mi corazón, como el Niño Arañero. Lo
imagino con sus dulces de papaya en el sur de la América milenaria, de
la Patria Grande de Simón Bolívar y de todos los que creemos en la
unidad de los pueblos. Un joven soñador que acariciaba alas de mariposas
y veía en la fuerza del viento unicornios galopando, dirigiéndose hacia
las grandes alamedas florecientes, mismas de las que habló Salvador
Allende.
Alamedas post dictaduras que tenían formas de yermos, ciudades
devastadas, anhelos destrozados y generaciones sin memoria. Una
Latinoamérica apta y readecuada para los planes de los que siempre se
han creído dueños del rocío de las flores y de la escarcha del amanecer.
Definitivamente una tierra fértil para injerecistas, invasores y
traidores.
Cualquiera lo hubiera llamada loco, por soñador. O terrorista por
idealizar la justicia. Por imaginar a los nadies saliendo de la miseria y
del olvido. En el concepto de terrorismo que tienen los fascistas, por
supuesto. O bien, dictador por buscar la liberación de los pueblos. De
hecho, en la historia mundial, escrita por los farsantes, Chávez es un
dictador. Malaya más dictadores así: hermosote, campechano, silvestre y
dulce; dulce como la rapadura y el jugo de caña. Dulce como las caricias
de los niños en las aldeas. A Chávez no se le puede idealizar porque no
fue utopía, a Chávez hay que aprenderle y honrarlo. Chávez es el barro
de casas de bajareque en los pueblos marginados de América Latina. Así
de palpable y así de real.
Chávez es la alegría de las crías jugando fúbtol en las favelas. La
experiencia de las abuelas añejas por la edad del tiempo y sol. Es la
sabiduría que emana de los campos de arroz, de los milpales y de las
quebradas. De las laderas preñadas con flores de campana y hojas de
dormilonas.
Chávez es la política al rojo vivo. Es ni más ni menos que la
Revolución Chavista. Nomás con eso, para que no se empachen. Chávez es
una corriente cultural, (quien lea entienda), los riachuelos de las
montañas latinoamericanas lo buscan, como la inmensidad del océano. Y es
sin lugar a dudas el albedrío y la resistencia de los que como él
sueñan con que los baldíos florezcan y de la Patria Grande broten, como
en los primeros días de primavera: los retoños que harán de las grandes
alamedas y de los pueblos olvidados, una cordillera de encinos rojos
donde canten las chicharras canciones de amor y; un aposento donde las
libélulas sosegadas por la armonía del viento, acompañen la luz de las
luciérnagas y la melancolía de los grillos arrullando los atardeceres
pitayos de la Patria Grande liberada.
Chávez, también en poesía, claro que sí.
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Ilka Oliva Corado @ilkaolivacorado contacto@cronicasdeunainquilina.com
02 febrero de 2018, Estados Unidos.
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