La Jornada
Desde el primer
trimestre del año pasado el gobierno de Estados Unidos aseveró que más
de 20 de sus diplomáticos destacados en su embajada en Cuba habían
experimentado diversos trastornos de salud durante su estadía en la isla
y que los síntomas habían perdurado tras su retorno al país de origen.
Concretamente, señaló malestares auditivos como zumbidos y acúfenos
(sensación de escuchar sonidos en realidad inexistentes), dolores de
cabeza, confusión mental, dificultades para dormir, hipersensibilidad a
la luz, náuseas y problemas de concentración, balance y visión. Un
estudio divulgado en agosto se refirió a una suerte de
traumatismo cerebral sin traumatismoy CNN divulgó el audio de un zumbido que supuestamente fue grabado por algunos de los afectados en La Habana y que probaría que estuvieron sometidos a
ataques sónicosen sus residencias, en habitaciones de hotel o incluso en la sede misma de la legación diplomática estadunidense.
Los medios de la superpotencia abundaron especulaciones acerca de
armas infrasónicas, ultrasónicas o electromagnéticas capaces de
bombardearedificios y de lesionar o enfermar de alguna manera a sus ocupantes, y en los círculos del poder de Washington y de Miami se habló abiertamente de la posibilidad de que el gobierno cubano estuviera detrás de semejantes
ataques. En septiembre el propio secretario de Estado, Rex Tillerson, dijo que su gobierno estaba considerando la posibilidad de cerrar la embajada estadunidense en La Habana y redujo en 60 por ciento personal asignado a esa representación, con lo que sus servicios quedaron reducidos al mínimo.
En medio de una ola de rumores, filtraciones, sospechas y llanos
disparates, han terminado por imponerse una consideración política de
sentido común y un hecho científico: la primera es que, de existir,
tales ataques tendrían que provenir de actores interesados en deteriorar
la relación bilateral entre Cuba y Estados Unidos, lo que excluye a
todas luces al gobierno cubano y deja como sospechosos probables a los
sectores del exilio cubano-estadunidense. Por otra parte, en el estado
actual de la tecnología las supuestas armas
infrasónicas,
ultrasónicaso
electromagnéticasno existen, o no al menos en un diseño que permitiera emplearlas en ataques a distancia en contra de una persona o edificio; en suma, si alguien en la isla caribeña quisiera molestar o lesionar a los diplomáticos de Estados Unidos por medio de ondas de sonido en cualquiera de sus modalidades, tendría que utilizar un dispositivo de grandes dimensiones, ubicado muy cerca del objetivo y tan ruidoso que sería imposible disimularlo.
Así las cosas, diversos científicos estadunidenses propusieron abandonar las hipótesis de los
ataques sónicosy buscar la explicación de los malestares referidos en otros fenómenos, como infecciones virales o bacterianas, intoxicaciones o ansiedad.
Ayer, en la capital de la isla, los integrantes de una delegación de legisladores de la superpotencia dijeron
sentirse segurosen La Habana. El representante Jim McGonvern, demócrata por Massachusetts, afirmó:
no sé qué pasó con nuestros diplomáticos aquí y probablemente nunca lo sepamos, pero estoy convencido de que la reducción de nuestro personal diplomático en Cuba fue un error. Tal posicionamiento fue respaldado por Patrick Leahy (demócrata por Vermont), quien agregó que nadie se beneficia con la parálisis que enfrenta la representación diplomática.
Todo parece indicar, en suma, que los investigadores médicos tendrán
que seguir buscando la explicación de los extraños síntomas
experimentados por los diplomáticos estadunidenses en Cuba y desechar la
idea de que fueron producto de una acción hostil por parte de las
autoridades del país anfitrión. Lo que parece claro desde ahora es que
la administración de Donald Trump utilizó esos incidentes médicos para
fabricar una historia delirante, algo que, a fin de cuentas, no debiera
sorprender, si se considera el perfil del actual huésped de la Casa
Blanca.
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