José Steinsleger
Primera premisa, vale
redundar, que deja este libro: buscar la paz, siempre será más difícil
que encontrar la guerra. Y la segunda, obliga a preguntarnos si en el
siglo XX (tan pródigo en genocidios y exterminio de seres humanos),
aprendimos algo de sus tragedias, o si en el futuro serán perfeccionadas
y multiplicadas, sin solución de continuidad.
En ambos sentidos, los ensayos incluidos en Del abuso al genocidio, crímenes de lesa humanidad
conllevan la advertencia, y cumplen con ambas premisas. Logro editorial
que, sin embargo, contrasta con lo pensado por Hegel, al decir que
“…desde el punto de vista del intelecto, lo más importante es el
presente”, pues el presente contendría “…el pasado de forma superada y
al futuro en germen”.
Allá, entonces, los que guitarra en ristre acompañan el canto de
sirena de idealismos vacíos de contenido que, confundiendo paz con
pacifismo, priorizan los acontecimientos por sobre las causas que
desencadenan la guerra.
Las páginas que siguen muestran que el pasado no ha sido superado, y
que renovadas formas de terrorismo se han convertido en una suerte de
tristísimos
siempre más. Junto con la desidia cultural que ofrece defender, al tiempo de combatir, cualquier promesa de
futuro en germen.
Una y mil veces se ha dicho: la paz no sólo es ausencia de guerra. Como pensó hace 2 mil 500 años el chino Yang Chu (un
descubridor del cuerpoy con ideas hostiles a la
inmortalidad del almaque luego predicarían pitagóricos, platónicos y agustinianos), las guerras son estimuladas por cuatro anhelos que la mayoría de las personas estiman: 1) larga vida; 2) fama; 3) categoría y títulos, y 4) dinero y bienes. Pero quienes sucumben a estas cuatro dependencias, según el chino, viven como locos, pues sienten que el destino les llegará desde fuera.
Por consiguiente, siempre habrá guerras justas y las habrá injustas
también. Sin ir lejos, las que a inicios del siglo pasado, luego de las
grandes matanzas de la Primera Guerra Mundial, urdieron compromisos de
paz, como el Tratado de Versalles (1919). Un acuerdo que a más de
humillar inútilmente a un pueblo de guerreros, sembró el
huevo de la serpientefascista, que liberales, socialdemócratas y comunistas distraídos subestimaron por igual.
En ejercicios de insuperado reduccionismo ideológico-cultural, suele
también decirse que los genocidios del siglo XX respondieron a los
imperativos del capital, para destruir el socialismo en ciernes.
Supuesto que, fuera de hechos puntuales, subestimó el espíritu
materialista del capitalismo occidental que siempre puso a los abogados
de Dios en el vértice del poder. Que, cuanto mucho, elaboraron (y
continúan elaborando) las copiosas páginas de la literatura bélica
criminal.
Si hace un millar de años, al empezar las Cruzadas de
Occidente, los frailes enloquecidos sugerían matar a todos, ya que Dios
elegiría a los suyos… ¿qué ha cambiado hoy? Guerras y matanzas que sus
mentores siempre atribuyen a ideas propias del fanatismo religioso,
cuando la historia ha probado que estas ideas siempre fueron muy laicas y
materialistas.
Por ejemplo, cuando el socialismo no existía, las iglesias y el
capitalismo inglés, alemán y holandés financiaron el negocio de la trata
y todas las empresas de conquista del naciente
mundo moderno. El Banco de Londres y la banca Rothschild lucraron con las guerras napoleónicas y luego junto a la Santa Alianza contra las luchas independentistas de la América hispana, la del norte industrial contra el feudalismo del sur en Estados Unidos y la invasión francesa en México, el genocidio del Paraguay, el Congo
belga, la guerra anglo-boer en Sudáfrica.
Los genocidios, matanzas y violaciones de los derechos humanos
necesitan ser explicados y contextualizados. De lo contrario, vivir
siempre será reincidir. No alcanza, entonces, con la mera evocación del
sufrimiento humano, que suele mostrárselo con
genocidiómetrosen mano. Y menos creer que la paz sería la eliminación de todo conflicto, o acuerdos de convivencia en los que bastará un soplo para romper sus reglas.
Hay que mostrar y explicar, como en el libro de marras, los
sufrimientos y atropellos que atentan contra la paz, que jamás podrá ser
sin justicia. En este sentido, uno de los autores del libro se pregunta
si alguna vez existió la justicia. Bueno, ya Montesquieu advirtió que
no hay peor tiranía que la ejercida en las sombras de las leyes, con
apariencia de justicia. A lo que cabe añadir que para los antiguos
griegos, lo contrario del olvido no era la memoria, sino la justicia.
Vivimos en un mundo subordinado a técnicas de propaganda a tal punto
insensibles, que al poner énfasis en el yo, el individualismo, el
egoísmo, o el
pragmatismo hobbesianocarente de solidaridad, se ofende injustamente a los lobos. ¿Nueva
religión universal? No obstante, y a pesar de ello, creo que los seres humanos siguen creyendo que, para sobrevivir, hay que ser cooperativos.
Es en la cultura, y no en las ideologías, donde hay que rastrear los
detonantes de la guerra y la violencia que ejercemos contra los otros, y
contra nosotros mismos. De ahí la urgencia de este libro, cuyas páginas
muestran que todo empieza con el abuso, y termina en el genocidio.
(Introducción al libro colectivo Del abuso al genocidio, crímenes de lesa humanidad, editado por el maestro Alfredo Rojas Díaz Durán, y presentado en el salón Octavio Paz del Senado, el 7 de febrero de 2018.)
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