La disputa en América
Latina ya no es principalmente electoral. La restauración conservadora
tiene otros mecanismos. Y no necesariamente son las urnas. La vía
elegida casi siempre es otra. Cada caso es diferente: todo depende del
país objetivo. Utilizan una u otra herramienta en función del escenario y
la disponibilidad. Cada contexto condiciona el método de intervención
para detener/eliminar al bloque progresista. Si aún tienen control del
Poder Judicial, entonces, se busca esa vía para lograr sentencias en
contra; si lo que ostentan es el Poder Legislativo, se procura un golpe
parlamentario. Y siempre, sea donde fuere, el poder económico y el poder
comunicacional actúan en modo conjunto. El primero usando todas sus
armas para poner en jaque el equilibrio económico-social alcanzado; y el
segundo erosionando la imagen con posverdades o fake news que
acaban siendo parte del sentido común destituyente. Y a esta lista de
poderes no falta nunca jamás “el poder internacional”, que se une para
aplicar todos los dispositivos de presión posible para deslegitimar
cuando conviene, o legitimar opciones no democráticas afines a sus
intereses.
En Brasil, claramente no van a permitir que Lula se
presente a las elecciones esgrimiendo una excusa judicial sin sentido.
Antes, ya habían sacado a Dilma de la presidencia a pesar del resultado
electoral con un ridículo pretexto de “pedaleo fiscal” mediante un golpe
parlamentario. Poder Judicial y Legislativo, orquestados con el
económico y el comunicacional, todo ello con la complicidad
internacional, para “ganar” sin tener que pasar por las urnas. Temer
gobierna como demócrata a pesar de no haberse presentado a presidente.
Ecuador,
otro escenario y otros métodos. Se usó al sucesor para evitar que la
Revolución Ciudadana tuviera continuidad. Gracias a un pacto entre el
actual presidente Lenín y todo la vieja partidocracia hubo una consulta
sin consultar a la Corte Constitucional con el único objetivo de limitar
que Correa pueda presentarse en una nueva cita electoral presidencial.
Un nuevo modelo: restaurar desde adentro. La oposición se presentó a las
elecciones y perdió. Pero eso no fue obstáculo para ganar la batalla
política gracias a que usaron el “rencor contra Correa” de Lenín y
cierta dirigencia. La banca y todos los medios se sumaron al nuevo
consenso restaurador con la intención de poner fin al ciclo progresista
encarnado en la figura de Correa.
En Argentina, a pesar que hubo
una notable arremetida comunicacional y económica, la vía electoral
bastó para acabar con el periodo kirchnerista. Había una ventaja: no se
presentaba Cristina sino el sucesor, Scioli. Ellos ganaron por la mínima
en los votos. Y luego rápidamente vinieron las detenciones judiciales,
los procesos abiertos, portadas de prensa. Aún es pronto para saber cómo
vendrá la disputa presidencial para el 2019, pero de ser necesario
sacar del mapa electoral a Cristina o a cualquier otro candidato
potencialmente ganador desde una propuesta progresista, que nadie tenga
duda que se intentará por la vía judicial o parlamentaria.
En
Venezuela, todo se amplifica. Lo último ha sido lo más evidente:
definitivamente la oposición decide no acudir a las elecciones.
Demuestra así que no le interesa la vía electoral para intentar obtener
el poder político. De hecho, en este país, se ha intentado un golpe de
Estado en el formato ortodoxo (año 2002); se ha ensayado un continuado
golpe no convencional con una guerra económica sostenida de alta
intensidad (vía precios y desabastecimiento); ha habido violencia en la
calle ocasionando muchas muertes; se ha procurado un estallido social
para derrocar al presidente; ha habido decretos de Estados Unidos con
amenazas y bloqueo; ha habido prácticamente de todo (OEA, Parlamento
Europeo, Grupo de Lima, Mercosur, Riesgo País, Banca Internacional). Y
ahora, finalmente, no aceptan ir a las elecciones. Extraños demócratas
que no creen en las reglas democráticas cuando auguran que van a perder.
Lo interesante del caso es que en este país, el actual Gobierno tiene
absoluta conciencia que el campo de disputa es tanto en lo electoral
como en el resto de dimensiones. Y esto le permite ser un
“superviviente” en esta nueva fase.
En Bolivia, también sucedió algo similar. El referendo revocatorio fue atravesado por un reality show
que hizo daño a la popularidad de Evo. La artillería pesada vendrá de
cara a las presidenciales del 2019. Sin embargo, el presidente ha
entendido desde hace tiempo, desde los intentos de interrupción
democrática en la etapa de la Asamblea Constituyente, que esta disputa
es multifactorial. No significa que le será fácil, y todo es posible a
partir de ahora. Pero hasta el momento, Evo apunta a ser el otro
“superviviente” a esta arremetida restauradora. Ha sabido superar el
último gran escollo: encontrar el mecanismo legal que le permitiera
presentarse a la reelección. Era consciente que vendrían críticas por
ello, pero prefirió esto a poner en peligro la continuidad del proyecto.
Sabia decisión para seguir adelante con el aval del pueblo boliviano.
Definitivamente,
estamos ante otra fase histórica del siglo XXI en esta “América Latina
en disputa”. Lo electoral cuenta pero no es el único camino elegido para
acabar con el ciclo progresista. Algunos lo supieron desde siempre, y
otros ya lo han aprendido después de haberlo sufrido en sus propias
carnes. El campo de disputa política es cada vez más complejo: los votos
son necesarios, pero también lo son el poder económico, comunicacional,
Legislativo, Judicial y el internacional. Y lo militar, aunque parezca
una cuestión del pasado, jamás debemos de dejar de prestarle atención
porque siempre está más presente de lo que imaginamos.
Alfredo Serrano Mancilla. Director Celag.
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