“Que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son”, reza el monólogo de Segismundo en el famoso soliloquio de Calderón De la Barca.
“Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte ¡desdicha fuerte!
¿Qué hay quien intente reinar
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?”
Palabras sabias del poeta, pero tan sabias como inútiles: no alcanzan
a penetrar en la conciencia de quienes, convencidos de su fuerza y
quizá soñando con la permanencia de sus falsas dinastías por los siglos
de los siglos, aplastan los sueños de sucesivas generaciones…
Así es como en pueblos sometidos a la poderosa mancuerna de sus
jerarcas, se cocinan alianzas duraderas, tan persistentes como las
enfermedades terminales y tan nefastas como aquellas. Las medicinas
populares contra el mal de la pérdida de memoria se reducen a unos
ungüentos paliativos, unos pocos paseos por la plaza y muchas pláticas
sociales cuya búsqueda de respuestas dura lo que un suspiro.
Sueños. Esos delirios de grandeza en unos y las nunca satisfechas
ansias de justicia en los más, son como vapores que enrarecen el aire y
contaminan las esperanzas de libertad. Por eso cuando surgen voces
valientes son acalladas por las balas, en manos prestadas para no dejar
huellas. Sueños. Tristes intentos de levantarse, una y otra vez,
pretendiendo ignorar que las cartas dicen otra cosa desde las cumbres
del hemisferio.
Mañana, dicen los sueños. Mañana se abrirán los caminos; hombres y
mujeres desfilarán libres y sus opresores habrán pagado sus delitos.
Pero esas promesas se diluyen y el despertar de los sueños provoca el
agudo dolor de las promesas incumplidas. Entonces el desfile triunfal
del sueño se transforma en el espectáculo de la miseria, del hambre y la
desesperanza. Los falsos reyes habrán vencido una vez más, con la
complicidad de sus vasallos y el ominoso silencio de las masas.
¿Es acaso la búsqueda de la felicidad una forma de demencia? ¿Es la
vida humana una moneda de intercambio entre potencias aliadas en la
extorsión y el saqueo? Abrimos los ojos y vemos el dantesco espectáculo
de eso que los falsos reyes nos quieren vender como “víctimas
colaterales”: niñas, niños, mujeres y hombres asesinados en nombre de la
democracia y la libertad. No son sueños, es el despertar. Y entonces
vienen los socios en el sucio negocio de la guerra a vendernos las armas
sobrantes para armar a otros ejércitos a su servicio, en otras tierras.
Esas que no les pertenecen.
En medio de sus sueños de libertad, los niños y niñas de Palestina se
retuercen de dolor, atrapados en un campo de concentración israelí;
también las niñas de Guatemala ven interrumpidos los suyos en el
violento y deprimente entorno de un hogar del Estado. Ellas, así como
los niños sirios acribillados por la metralla de imperios ajenos a sus
tierras, también quieren despertar de sus pesadillas. Son sueños
abortados en medio de una tolerancia demencial, sueños irrealizables en
un mundo hostil con sus seres más preciados.
¿Cuándo se acabará el sueño? ¿O es, acaso, una pesadilla perenne y
circular de la cual jamás despertaremos? Algún día surgirán las voces y
serán de pronto tan estentóreas que no podremos ignorarlas, como tampoco
podrán silenciarlas los falsos reyes y sus cómicos juglares –esos que
en su incapacidad e ignorancia nos condenan a la miseria. Es cosa de
tiempo para que su fuerza sonora abata con gran estruendo los falsos
castillos y derribe de un soplo gigantesco las falsas dinastías. Ese es
mi sueño.
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