Para ver cuál es la situación en Cuba
y en Venezuela independientemente de los errores y logros pasados y
presentes de sus respectivos gobiernos hay que ver antes que nada la
continua agresión de los gobiernos de Estados Unidos, en violación
constante de la legalidad internacional.
En efecto, sólo el bloqueo estadunidense le costó hasta ahora a Cuba
más de 130 mil millones de dólares. Si tenemos en cuenta que Cuba tiene
actualmente un poco más de 11.5 millones de habitantes, eso significa
una carga per cápita de 113 millones y medio de dólares, niños
incluidos.
La isla, además, tuvo que cambiar dos veces toda su tecnología: la
primera, a causa del bloqueo de Estados Unidos, que la forzó a sustituir
en los sesenta las máquinas que carecían de repuestos por otras de
tecnología soviética, generalmente menos eficaces o incluso inútiles
(Checoeslovaquia le vendió a La Habana en los sesenta nada menos que una
barrenieve) y la segunda, cuando se derrumbaron la Unión Soviética y su
bloque supuestamente
socialistay en los años noventa hubo que pagar en efectivo máquinas, insumos industriales y patentes de los países que aceptaban comerciar rompiendo el bloqueo y exponiéndose a sanciones yanquis.El bloqueo impuso igualmente hambrunas y una falta de vitaminas que producía ceguera y, además, reforzó enormemente una costosa burocracia y el necesario desvío de las escasas divisas hacia la defensa.
La escasez genera burocracia y desigualdades en la distribución,
privilegiando a quienes deciden. Por su parte, la obligación impuesta a
la isla de dedicar miles de sus mejores y más productivos jóvenes a las
fuerzas armadas y a los servicios defensivos, además de restarle brazos a
la producción reforzó también la centralización vertical, el
decisionismo, la naturalización de los métodos de mando a costa de la
democracia, el conservadurismo propio de los aparatos militares, pues en
ellos no hay posibilidad alguna de crítica de los subalternos, y hasta
los privilegios de casta.
Sobre todo, estableció una falsa lista de prioridades nacionales y
subordinó la agroganadería y obtención de la soberanía alimentaria a la
defensa y la importación de bienes industriales y, desde los noventa, el
fomento del turismo, que necesita inversiones cuantiosas y también
importar productos de lujo para satisfacción no del pueblo sino de los
visitantes y, además, desarrolla el consumismo y los valores burgueses
por no hablar de la prostitución, la corrupción, la delincuencia.
Donald Trump acentúa ahora esa agresión rechazando las resoluciones
de las Naciones Unidas que condenan el bloqueo a Cuba como Hitler y
Mussolini rechazaban hace 80 años las resoluciones de la Sociedad de las
Naciones contra su intervención en España junto a los rebeldes
franquistas que asesinaron la República Española.
Lo hace en el mismo momento en que se produce un cambio importante en
Cuba e hipoteca así al gobierno de la generación posterior a los
revolucionarios de los cincuenta obligándoles a aumentar los gastos de
defensa a costa de la reconstrucción de los daños provocados por el
huracán Irma (y de la previsión de los nuevos y peores
desastres que provocará el recalentamiento global) y a postergar la
necesidad de la juventud cubana de una mejor alimentación y de una
solución rápida al problema de la falta de vivienda y de trabajo
calificado.
Cuando Raúl Castro abandone sus cargos estatales después de
las elecciones del 11 de marzo, pasándolos presumiblemente a manos de
Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, actualmente vicepresidente primero,
habrá un recambio generacional y un cambio de mentalidad. Los nuevos
dirigentes nacieron después de la revolución de 1959, no conocieron el
pasado capitalista y batistiano ni la corrupción anteriores y, después
de una infancia sin problemas demasiado graves hasta los setenta, sólo
vivieron desde entonces crisis internacionales y graves problemas en la
isla para cuya comprensión estaban muy poco preparados debido a la
influencia antimarxista, burocrática, nacionalista y estatalista de la
educación soviética que casi asfixió la rica vida cultural cubana de los
primeros años de la revolución.
Hoy cuatro tendencias se enfrentan esquemática y sordamente en el
Partido Comunista cubano y sus entornos. Una, muy minoritaria, sigue
creyendo en la posibilidad de aguantar en Cuba hasta que haya un cambio
en la situación internacional más favorable a la superación del
capitalismo de Estado actual y de las restricciones a la democracia en
el país y en el partido. Otra, conservadora, burocrática, persigue el
imposible mantenimiento del actual régimen, que los ataques de Trump a
Cuba y a Venezuela desestabilizarán aún más. Esta tendencia es
particularmente fuerte en sectores del Estado y de las empresas
estatales y paraestatales de las que sus partidarios extraen
privilegios.
Hay también una amplia capa de la burocracia que busca ampliar y
respaldar jurídicamente sus privilegios como lo hicieron sus homólogos
de Europa oriental, y que sueña con convertirse en capitalista a la
Gorbachov o la Yeltsin acercándose a Washington y al exilio burgués y
expropiando en su beneficio los bienes comunes. Por último, está la
intelectualidad progresista que gira alrededor de Cubadebate
(antes Espacio Laical, de la jerarquía católica, pero ahora
independiente) con posiciones democráticas y socialistas variadas que
cuentan con la participación de gente durante años marginada que apoyó a
Pensamiento Crítico, clausurado, y al Centro de Estudio de América,
disuelto.
Sólo un debate abierto en el PC cubano y en todo el país sobre las
perspectivas, la estrategia, las necesidades y las prioridades puede
evitar que las tendencias burocrática y capitalista se desarrollen
impulsadas por la policía de Trump. Quienes deben decidir el destino de
la revolución son los trabajadores y el pueblo cubanos, no sus enemigos
en Washington y Miami ni sus aprovechadores o los decididores
paternalistas.
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