En mi anterior artículo sobre la nueva guerra fría de
Donald Trump y la reciente gira del secretario de Estado Tillerson a
América Latina, dijimos que una de las fórmulas del presidente
estadunidense para seguir manteniendo el control de los países del
continente era sin duda la doctrina Monroe, ya vieja de un siglo pero
muy eficaz para el imperio y para mantener el estatus favorable a sus
intereses en esta parte del mundo.
Para nadie es secreto que las dictaduras militares del siglo pasado se impusieron en América Latina en nombre de una guerra fría que,
sobre el campo, llevaron primordialmente el nombre de Cuba y de
Salvador Allende, teniendo como resultado un muy cruel bloqueo a la isla
y la feroz dictadura de Augusto Pinochet, además de otras dictaduras
igualmente deplorables, como las de Brasil, Uruguay, Argentina,
Colombia, etcétera. En todos los casos, si recordamos bien, el principal
argumento o pretexto de Estados Unidos era el de un gran complot
soviético que abarcaba todo el continente y que manipulaba cualquier
asomo de vocación democrática en nuestros países, como simples derivados
de las intenciones de control ruso que no se debilitaban jamás.
Según parece, aun cuando el argumento del enfrentamiento entre
sistemas económicos y políticos, el socialista y el capitalista, ha
dejado de tener la vigencia que tuvo hace pocos años, Donald Trump ha
procurado revivir esa oposición como uno de los argumentos para
incrementar significativamente su presupuesto militar, que ya ha
realizado ante el azoro de sus conciudadanos.
Trump quisiera incorporar a China en la misma disputa, aunque el
argumento le ha resultado pobre y lleno de contradicciones. En primer
lugar, porque el país en el mundo que tiene una deuda mayor con China es
Estados Unidos, y porque buen número de países latinoamericanos, que
aspiran a establecer relaciones económicas con China, de hecho ya han
avanzado en esa dirección o han establecido incluso relaciones
económicas con ese país, en condiciones seguramente favorables. El
avance en los dos términos de la argumentación de Trump resultan
entonces muy débiles y queda de manifiesto la simple voluntad imperial
de EU, llevada a sus extremos y hasta el absurdo por el actual
presidente.
El secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, en su
visita reciente a cinco países latinoamericanos, insistió en el peligro
de nuestras relaciones con los países destructores que están apareciendo
en el horizonte, en referencia inmediata a China y Rusia.
La verdad es que las relaciones entre Estados Unidos y América Latina
enfrentan un cambio profundo, ya que las coordenadas de poder regional
no son ya más favorables automáticamente a Estados Unidos, y que ahora
se presentan diversas vías como mecanismos alternativos de concertación
política, de financiación y de cooperación en los campos económico,
político y cultural, precisamente con Rusia y China.
Los estadunidenses me eligieron para que vuelva a hacer a Estados Unidos grande de nuevo, comienza un texto de Trump que, por momentos, raya en lo ridículo. Uno de los apartados del documento está dedicado a las relaciones con el hemisferio occidental, específicamente con América Latina, pero aquí advierte sobre la presencia creciente de China y Rusia, así como de su
alarmantepapel, y llamó a los gobiernos regionales a cooperar más con Estados Unidos. “América Latina no necesita nuevos poderes imperiales…” añadió, sin percibir que estaba confirmando plenamente el gran reclamo de América Latina a Estados Unidos, su invariable proceder imperial.
Es verdad que el lugar de Estados Unidos está muy lejos de ser
ocupado por esos países, por multitud de razones que casi será inútil
repetir, pero el hecho es que, una vez más se muestra plenamente que la
historia tiene un dinamismo permanente y que los cambios son imposibles
de prever, y uno es la insatisfacción de las mayorías latinoamericanas
hacia Estados Unidos, que tantas veces ha sido un obstáculo
infranqueable para nuestro avance económico y democrático.
Es verdad, tal vez hoy no sea fácil encontrar movimientos políticos
que se opongan tajantemente a nuestra dependencia del norte, o que se
propongan modificarla de tajo, como en un momento pudieron ser la
Revolución Mexicana, el 26 de julio de Fidel Castro o el nuevo sistema
bolivariano de Hugo Chávez. Hoy se entiende que los políticos de
izquierda que procuran la
liberaciónrespecto de la gran potencia, busquen un gradualismo mayor para lograr sus fines. Sin embargo, nada hace imposible que se batalle por ese fin desde distintos ángulos y con diferentes tácticas.
Estos son los tiempos de la liberación de nuestras patrias, han
escrito algunos representantes de la teología de la liberación. Estos
son tiempos en que América Latina debe trabajar unida para liberarse de
sus opresores que impusieron el neoliberalismo para privatizar la
riqueza y socializar la pobreza. Hoy, nuestras patrias deben integrarse
por decisión soberana y con el ánimo de lograr una real independencia, y
establecer regímenes igualitarios en los que sean proscritas las
abismales diferencias entre las clases sociales. La tarea, por supuesto,
no es fácil, pero sigue siendo un faro de orientación en las luchas
latinoamericanas.
Para varios observadores latinoamericanos, a partir de 2014 se consolida una verdadera
restauración conservadora. Frecuentemente se mencionan el acoso político y económico a Venezuela, el golpe parlamentario en Brasil y la politización de las judicaturas, como lo demuestran los casos de Lula y Dilma Rousseff en Brasil, y de Cristina Fernández en Argentina. La llegada de Mauricio Macri en Argentina, y la de Sebastián Piñera en Chile resultarían algunos de los más notables éxitos de la derecha, aunque ahora el presidente de Argentina tenga que vivir con el repudio de la mayor parte de sus conciudadanos.
Naturalmente, en esta
vuelta a la derechade América Latina, sobre todo en el inmediato porvenir, estará implicado el gobierno de Donald Trump, el cual apoyará plenamente ese viraje y que ya se opone a los contactos de varios de nuestros países con Rusia o China. Viviremos tiempos difíciles. Por eso la importancia de que en México gane la Presidencia en julio la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, al menos con un ánimo de restaurar cierto equilibrio internacional.
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