El juicio contra
Luiz Inacio Lula da Silva por el juez de primera instancia Sergio Moro y
su argumentación final están llenos de vacío, de pruebas concretas.
Abundan las deducciones y convicciones subjetivas, inapropiadas al ethos
de un juez imparcial. No se acusa a Lula de tener cuentas en el
exterior, que nunca tuvo, ni de haber desviado fortunas del erario en
beneficio propio. Nada de eso. Se trata de un apartamento de tres pisos
en Guarujá sin mayores calificaciones y de una finca en Atibaia modesta,
como modesta era la vida de su esposa Marisa Leticia, a quien, hija de
agricultores, le gustaba cultivar la tierra.
Las alegadas intervenciones de Lula junto a Petrobras en favor de la constructora OAS, que a cambio le habría dado un triplex
en Guarujá-SP, no se confirmaron. La solución fue entonces la invención
de una justificación esdrújula y hasta vergonzosa para un juez
mínimamente serio. Escribió:
Si no hubo intervención de Lula, hubo un acto de oficio indeterminado. Esto, vale decir: un acto no conocido y por eso inexistente. ¿Cómo puede un juez decidir sobre algo que él mismo no conoce? La situación colocó al juez Moro en dificultades cuando se hizo público que la OAS, en negocios realizados en Brasilia, empeñó el apartamento de Guarujá, signo de posesión y dominio del inmueble. Por tanto, no podía ser de Lula.
El hecho es que no se ha identificado ningún crimen de Lula, mucho menos cuentas en offshore.
Lo que quedó claro, como la luz del Sol, es la voluntad condenatoria
del juez Sergio Moro y de aquellos en cuyo nombre está actuando: las
clases adineradas, el PSDB y parte significativa del PMDB con Temer al
frente.
No se puede usar metáforas y ocultar el discurso con malabarismos.
Tenemos que decir abiertamente que hubo un golpe
parlamentario-jurídico-mediático, hegemonizado por los grupos altamente
adinerados (0.05 por ciento de la población) que controlan gran parte
del área económica y mantienen al Estado como rehén de los altos
intereses que le cobra para que pueda cerrar sus cuentas.
La verdad cristalina es que la élite dominante (según L.G. Belluzzo,
no es élite, sólo hay ricos) comenzó a darse cuenta de que el poder
proveniente del piso de abajo, con Lula, el PT y aliados, podría
consolidarse y cambiar el rumbo del país con políticas sociales de
inclusión de millones de pobres, amenazando así sus privilegios.
Organizaron un golpe como siempre han hecho en la historia.
No hay que olvidar la afirmación muchas veces repetida de Darcy
Ribeiro de que nuestras clases opulentas y dominantes son las más
reaccionarias y antisociales del mundo. Nunca pensaron un Brasil para
todos, ni siquiera tienen un proyecto de nación. Están contentas con lo
que el Pentágono (que también está implicado en el golpe, según fuentes
fidedignas) y las grandes corporaciones mundiales están imponiendo: la
recolonización de toda América Latina, particularmente de Brasil.
A éstas, en la división mundial del trabajo, les cabe ser sólo exportadoras de commodities.
Este proyecto asumido por los que dieron el golpe no está sólo
privatizando los bienes públicos. Están desnacionalizando nuestro parque
industrial, el petróleo y otros commons brasileños. Están
desmontando el país. El objetivo es abrir espacio a las grandes
corporaciones a costa de la disminución del Estado, para que ocupen
nuestro mercado de 200 millones de consumidores y puedan acumular
excesivamente a costa nuestra.
Alguien con más autoridad que yo, el economista Luiz Gonzaga
Belluzzo, en una entrevista, fue al núcleo de la cuestión: el crimen de
Lula en realidad fue dirigir un gobierno vuelto hacia los más pobres, un
gobierno más popular y soberano, y eso, amigos y amigas, jamás será
aceptado por la Casa Grande. Defender a Lula es defender la historia, es
defender la justicia. No es ser petista, es ser justo.
Lo que se juega el 24 de enero en Porto Alegre con los tres jueces de
segunda instancia que van a juzgar a Lula es la definición del futuro
de nuestro país: si aceptamos ser nuevamente colonia o si rechazamos ese
proyecto indigno y llevamos adelante el sueño de tantos años y ahora
reforzado de refundar en el Atlántico Sur un país robusto, autónomo,
social y justo que se propone sanar la herida que sangra hasta el día de
hoy: millones y millones de personas, víctimas de la Casa Grande de
ayer y de hoy, los abandonados por ser considerados ceros económicos, en
su mayoría hijos e hijas de la senzala, ante los cuales tenemos una deuda humanitaria hasta hoy nunca saldada.
El pueblo está callado, pero está atento. Conoce los derechos que le
han sido secuestrados y la carga que se le quiere poner en la espalda.
Dependiendo de la decisión de los jueces de segunda instancia en Porto
Alegre, puede haber una especie de desbordamiento imparable.
A los jueces les recuerdo sólo las palabras de la Revelación:
La ira de Dios vendrá sobre aquellos que en la injusticia aprisionan la verdad(Romanos 1,18). El instrumento de la ira de Dios será, esta vez, la acción indignada del pueblo.
Por tanto, señores jueces, traten de juzgar según la justicia para escapar de la ira de Dios y del furor del pueblo indignado.
* Ha escrito: Brasil: concluir la refundación o prolongar la
dependencia, que saldrá publicado por la editorial Vozes a finales de
este mes.
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