Carlos Fazio/ II
La Jornada
Para Noam Chomsky, la tarea de
los corporativos mediáticos consiste en crear un público pasivo y
obediente, no un participante activo en la toma de decisiones. Se busca
crear una comunidad atomizada y aislada, de forma que no pueda
organizarse y ejercer sus potencialidades para convertirse en una fuerza
poderosa e independiente que pueda hacer saltar por los aires todo el
tinglado de la concentración del poder. (Un ejemplo de cómo ejercer la
fuerza organizada en una democracia participativa y protagónica, son los
8 millones 89 mil 320 votantes que el 30 de julio, a despecho de las
amenazas militaristas de D. Trump y la ofensiva terrorista paramilitar,
decidieron empoderar a las/os nuevos constituyentes venezolanos).
Para que el mecanismo que genera un público sumiso y obsecuente
funcione, es necesario, también, el adoctrinamiento de los medios. Su
domesticación; generar una mentalidad de manada. Hacer que los
periodistas y la comentocracia huyan de todo imperativo ético y caigan
en las redes de la propaganda o el doble pensar. Es decir, que se crean
su propio cuento y lo justifiquen por autocomplacencia, pragmatismo
puro, individualismo exacerbado o regodeo nihilista. Y que,
disciplinados, escudados en la
razón de Estado, asuman la ideología del patrioterismo reaccionario.
En definitiva, el miedo a manifestar el desacuerdo termina
trastocando la prudencia en asimilación, sometimiento y cobardía. A su
vez, el pensamiento reaccionario se refuerza bajo un discurso de
desprecio y odio xenófobo, racista y clasista: siete jóvenes fueron
quemados en Venezuela por parecer
chavistas.
No se vale, pues, discrepar con el consenso. Sólo se debe pensar en
la dirección presentada por el sistema de dominación capitalista. Y si
para garantizar el consentimiento es necesario aplicar las herramientas
de la guerra sicológica para el control de masas (azuzar el miedo y
generar un terror paralizantes), los vigilantes del Gran Hermano entran
en operación bajo el paraguas de lo políticamente correcto, amparados
por todo un sistema de dádivas y premios que brindan migajas de confort y
poder acomodaticio.
Aduladores de los poderes fácticos que actúan en zonas de penumbra,
los social-conformistas de los medios practican el lenguaje operacional
del orden sistémico, reproduciendo de forma expansiva la lógica de la
dominación de clase. Cada día en Ciudad de México, Madrid, Bogotá o
Buenos Aires, el pensamiento reaccionario apuntala la contrarrevolución
en Venezuela. Y ello es así porque el poder real ha creado un ejército
de
paraperiodistasdedicados a mantener y reproducir la ideología neoliberal y desarticular el pensamiento crítico; a frenar el cambio social y democrático de los de abajo mediante
la mentira del silencio(Sader). Es decir, negando la existencia de lo que no se quiere que se conozca: por ejemplo, silenciando la formidable victoria del chavismo bravío el 30/J.
Los saberes políticamente correctos forman parte del modelo de
dominación y marcan el ritmo de la pulsión del poder: quienes levanten
la voz y se aparten de la manada serán denigrados, hostigados y/o
castigados. El poder reclama una única racionalidad. Por eso, como la
división de un ejército vasallo en el frente externo −y dado que toda
intervención militar es precedida por una campaña de intoxicación
mediática con eje en la guerra sicológica−, los paraperiodistas tienen
la misión de vigilar, hostigar y presionar a quienes, como Luis
Hernández y la línea editorial de La Jornada, se apartan del consenso de la elite reaccionaria.
Los hornos crematorios del nazismo funcionaron a plena luz del
día; el genocidio de Hitler fue un acto consentido por el pueblo
alemán. Con distintas modalidades y ante un mundo pasivo, el horror y la
solución finalde Auschwitz, Dachau y Treblinka se replican hoy en Afganistán, Irak, Libia, Siria, Colombia y el México de la necropolítica y las fosas clandestinas.
En pleno siglo XXI, las víctimas mortales de las aventuras coloniales
del Pentágono y la OTAN en Afganistán, Pakistán e Irak ascienden a
cuatro millones. Los escombros de Damasco y Palmira, en Siria, exhiben
los horrores de la guerra. La
seguridad democráticade Álvaro Uribe generó 6.5 millones de desplazados internos. La
prensa librede Occidente ha apoyado, distorsionado o justificado esas atrocidades. Es fácil predecir qué ocurrirá en caso de estallar una intervención
humanitariaen Venezuela auspiciada por Estados Unidos.
El uso de la mentira, el fanatismo y la histeria de guerra, y los
ataques difamatorios con fines de explotación política son de vieja
data. En 1950, el informe de la Comisión Tydings sobre el macartismo y
el senador Joseph McCarthy, señaló: “Hemos visto utilizar por primera
vez en nuestra historia la técnica de ‘la gran mentira’. Hemos visto
cómo, mediante la insistencia y la mezcla de falsedades (simples
habladurías, tergiversaciones, murmuraciones y mentiras deliberadas), es
posible engañar a un gran número de gente”. Los periodistas, editores y
directores de la prensa estadunidense sabían que McCarthy mentía y
divulgaron sus dichos, dejando que el lector, que no tenía ningún medio
de averiguarlo, intentara deducir la verdad. El senador republicano John
Bricker le dijo a McCarthy:
Joe, usted es realmente un hijo de puta. Pero a veces es conveniente tener hijos de puta a nuestro alrededor para que se encarguen de los trabajos sucios.
El propósito del macartismo fue destruir las instituciones de Estados
Unidos, minar la Declaración de Derechos y revertir el pacto social
keynesiano (el Estado benefactor) que redistribuía parte de las
ganancias del capital hacia abajo. La revolución conservadora de Ronald
Reagan profundizó el proyecto neoliberal, con epicentro en la
liquidación de los bienes del Estado y la esfera pública y la
mercantilización y privatización radical de todo. El macartismo hizo
escuela y el trabajo sucio lo practican hoy legiones de paraperiodistas
en el caso Venezuela… pero sus madres no tienen culpa.
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